BANDERA BLANCA

 


Tú decides qué bandera quieres besar.

Recuerdo un fragmento de mis sueños de esta noche: Hay un pueblo oprimido que se agolpa, con máxima tensión y sufrimiento, en el extremo de un puente, y hay un ejército bien armado al otro extremo. El pueblo atribulado está pensando en lanzarse a través del puente a conquistar su libertad, a pecho descubierto, tomando como único escudo frente a las balas los cadáveres de los propios compañeros. Veo que de pronto se lanzan… y van cayendo como moscas. Pero en el dramático lance, unos pocos logran llegar a la otra orilla y ponen en fuga a sus opresores… Después ya no veo a nadie; la boca del puente está expedita y es de suponer que de un momento a otro salgan de entre las casas de por allí gente renovada… a tomar posesión de lo conquistado.

En la tregua del descanso nocturno, mi inconsciente habría sintetizado en esa escena mi ‘momento vital’, y al desayunar fui rebuscando en los periódicos algún eco de esas visiones y temores míos. Abrí con avidez un artículo titulado ‘Libertad’, pero me encontré con cuatro líneas de Savater que arremetían contra los que no quieren vacunarse. Abrí otro que llevaba por título “Roñosa libertad”, pero era la queja de una escritora sobre la falta de glamour que rodeó su experiencia con un aborto. Creí finalmente poder encontrar el eco que buscaba en “Salir de las trincheras”, cuya foto en blanco y negro representaba claramente el asalto a vida o muerte a la ansiada libertad; pero el texto de Mons. Sanz se refería a abordar el comienzo de un nuevo curso…

Y así chafado, a solas con mis visiones me quedé. (Debo decir, no obstante, que en esas ‘lecturas’ mañaneras, si bien acompañamiento no hallé, al menos sí que encontré signos aquilatados de la certeza del desastre presentido). En soledad, pues, bajo la insidiosa amenaza de un gran peligro, emprendí mis obligaciones sabatinas. La primera de ellas era subir a mi hija a su clase de tenis. Iba conduciendo con esos incómodos pensamientos cuando, al comenzar a subir la cuesta de dos kilómetros que nos separaba del club, adelanté a un hombre de movilidad reducida que con la fuerza de sus brazos propulsaba un vehículo diseñado para sus condiciones, y que señalizaba adecuadamente su posición con una banderita de España anclada en la carrocería.

Al llegar a mi destino comprendí súbitamente que el testimonio que yo buscaba y necesitaba, para mi especial momento, era justamente el de aquel hombre: el coraje de emprender un duro ascenso bajo una bandera que le diera sentido.


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