SER O NO SER
¿A quién buscáis? |
Queridos lectores:
Como sabéis, vivo perseguido desde hace años, y en todo ese tiempo he estado publicando mis vivencias y reflexiones. Daba por hecho que denunciando malas acciones contribuía a una sociedad más justa, más libre y más orientada a la verdad. Escribí por obligación moral, por necesidad de compartir y por conciencia cívica, y me gané muchos enemigos y antipatías.
Ahora sigo relatando mis peripecias, aunque más espaciadamente, porque veo que también hace falta mostrar las disposiciones personales que hacen posible sobrellevar la adversidad.
Es fundamental para los cristianos que nos metamos en la refriega a pesar de nuestras limitaciones, movidos por la fe y no por seguridades de otro tipo. De lo contrario ¿cómo sabríamos que confiamos en Dios? Nuestra poquedad está ahí y nos la vamos a topar siempre, pero también Dios estará siempre ahí para sacarnos del atolladero. Pensemos que la enseñanza del Evangelio y de la tradición es para personas corrientes, no para súper-héroes; y que si Jesús nos hace una recomendación es porque es posible vivirla.
Con esa convicción, habiéndonos lanzado al ruedo, hay un principio rector que garantiza el éxito de nuestras empresas, y que consiste en combatir siempre en el terreno de la paz interior: Que Dios nos ama infinitamente y no permitirá que nada malo nos ocurra. Puede suceder que un golpe del enemigo nos saqué de ese ‘ring’ donde estamos a salvo, pero en ese caso bastará con que volvamos a él en cuanto nos demos cuenta de que nos hemos salido.
La fe es un camino que empieza con la simple decisión de creer. Desde el primer paso, Dios va con nosotros y emplea una pedagogía para irnos llevando de la infancia a la madurez. En este camino, si somos sinceros con Él, llegará el momento en que distingamos bien ‘nuestras imaginaciones’ de ‘sus confidencias’. Él nos hablará en nuestra conciencia y, si ésta está limpia, libre de rencor y anclada en el amor, por aventuradas que nos parezcan ‘sus propuestas’ podemos estar seguros de que al llevarlas a cabo nunca quedaremos confundidos.
Cuando arriesgamos nuestras seguridades por el convencimiento de que Dios nos lo pide, le damos a Él ocasión de manifestarnos su amor, porque si tenemos éxito ‘sabremos’ que es gracias a Él. Esta experiencia se repite en la vida del cristiano muchas veces, y así crece su fe y su felicidad. Porque sentirse salvado estando en la indigencia es sentir el abrazo amoroso de Dios, y eso llena nuestro corazón. Es en esos momentos cuando vivimos en la verdad, o sea, en Dios, en el amor infinito que nos tiene. Y viviendo esto nos vamos desasiendo de esta vida para ir deseando cada vez más vivir en la otra, en el amor eterno de Dios.
Ese proceso de crecimiento interior no es comparable a nada, ni se puede confundir con nada… ni con ‘la sabiduría’, ni con la experiencia, ni con el amor exclusivamente humanos. Crecer en el conocimiento de Dios es el sentido de la vida; por ese don vamos comprendiendo todo, nos vamos enterando de todo, o sea, adquiriendo entereza, haciendo ‘enteros’, plenos, hasta estar listos del todo para el encuentro definitivo con Dios.
Y esa vía – la única practicable- no es ni fácil ni difícil; es cuestión de fe. Es imposible para los que no posponen su yo, pero para los que aceptan con sencillez el perdón y la misericordia de Dios es un camino de felicidad. Y a propósito de esto salgo al paso de las típicas objeciones aclarando que esa ‘felicidad’ no es la de ‘playa tropical, hamaca y caipiriña’, pero es auténtica.
En resumen, la vida del cristiano es como todas, pero iluminada desde principio a fin… nada que ver con la que nos quieren vender, en la que no hay color sino relumbrón, que se desvanece en cuanto ‘la compras’.
Me viene a la mente aquel viejo chiste de un pillo que se muere y sube con toda su jeta al cielo, de suerte que San Pedro le dice que no pueden ubicarlo porque se les ha caído el sistema pero que, puesto que el fallo no ha sido suyo, le van a enseñar el cielo y el infierno para que después elija él por sí mismo.
Baja a lo profundo en el ascensor abismal… y por fin se abren las puertas: Sol, cielo azul y una gran extensión de fino césped… por allá van y vienen los golfistas; ninfas solazándose se divisan acullá; y en el medio, en una bella carpa blanca, el glamour de una fiesta vip… Según va avanzando, le salen al encuentro elegantes invitados… incluso gente de la beautiful people a quienes en vida admiraba…
Unos días más tarde le reclaman del cielo… y allá que se va.... frena suavemente el ascensor al tocar el zénit y le deja en medio de una nube de algodón… Arpas suenan por aquí… dulces cantos por allí… risas y saludos… rumor de arroyos, apacibles diálogos de amor arrullados por canoras aves celestes…
Llegado el momento de la decisión está hecho un mar de dudas… pero el recuerdo del calor humano del hades le convence más… Desciende de nuevo el ascensor abismal… y vacía su carga… La gran extensión verde se ha tornado marrón; los invitados, antes de etiqueta, lucen harapos, y en vez de palos de golf llevan un garfio con el que van metiendo inmundicias en un saco que cargan a la espalda… nubes de moscas los cubren, ávidas de excrementos… los acordes de fiesta se han convertido en horribles ayes y lamentos… Entre esos ‘ayes’ sobresale el suyo, desgarrado, horrorizado, desesperado… en medio de su angustia, un diablo se le acerca brincando y con saña burlona le dice:
- ¿Qué passa, vieejo?
– Pues que hace una semana estuve aquí y …
- (Riéndose a carcajadas) ¡Ya, ya, ya… pero es que hace una semana estábamos de campaña y hoy ya has votado por nosotros…!
¡Buen domingo, amigos!
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