GUERRA Y PAZ
¿Os dais cuenta? |
¿Ganarán las
elecciones los míos? ¿Estallará la guerra? ¿Me saldrá bien esto o aquello?...
Puesto que el presente no me satisface, ansío un futuro mejor… es lógico. Lo malo es que ese futuro es como una cumbre a la que subo con esfuerzo para, al coronarla, descubrir que, detrás de ella, había otra. Por eso, mejor que esperar a un futuro óptimo sería, desde luego, encontrar acomodo en el presente.
Mi tío pidió merendar unos churros unos días antes de su muerte y, cuando mi padre volaba al encuentro de la suya, que le estaba esperando en un hospital de Houston, iba anotando en una libretita cada golosina que le ofrecían las azafatas. Algo así debe de ser vivir en el presente… vivir cada momento, valorándolo, saboreándolo...
¿De dónde nos vienen las prisas? Por lo que parece, desaparecen cuando ves la muerte cerca, así que deben de tener relación con un desajuste en nuestra ubicación temporal: “Estoy aquí (en el presente) para siempre”. Ese error explicaría que en nuestro interior pese más lo que no nos gusta que lo que está bien, y que, por pensar que lo que nos aflige va a ser ‘para siempre’, nos inquietemos. Pero el despiste de coordenadas es evidente, porque esta vida no tiene nada de eterna; cualquiera con cierta edad constata que a medida que cumplimos años se nos va haciendo más evidente que la vida es, de hecho, muy breve.
Entonces ¿qué? Si, puesto que las prisas nos restan ‘calidad de vida’ y sabemos que proceden de un ‘fallo de programación’, lo suyo sería corregir ese fallo que tanto daño nos hace.
Se nos ha dicho que hubo un tiempo en que el hombre –varón y mujer- vivían felices en la Tierra: sin prisas, sin preocupaciones, y en armonía con la naturaleza. Y también se nos dijo que un día aquel buen vivir se fue al garete por… bueno, se fue al garete, y que estuvimos así fastidiados un tiempo; y que estando así bajó del cielo –cosa impensable- ‘el sol’, abriendo un surco para que, quien quisiera, pudiera seguirlo y recuperar la paz.
Ambos, mi padre y mi tío, viendo la muerte muy cerca, abajaron sus deseos hasta hacerse como niños:
Puesto que el presente no me satisface, ansío un futuro mejor… es lógico. Lo malo es que ese futuro es como una cumbre a la que subo con esfuerzo para, al coronarla, descubrir que, detrás de ella, había otra. Por eso, mejor que esperar a un futuro óptimo sería, desde luego, encontrar acomodo en el presente.
Mi tío pidió merendar unos churros unos días antes de su muerte y, cuando mi padre volaba al encuentro de la suya, que le estaba esperando en un hospital de Houston, iba anotando en una libretita cada golosina que le ofrecían las azafatas. Algo así debe de ser vivir en el presente… vivir cada momento, valorándolo, saboreándolo...
¿De dónde nos vienen las prisas? Por lo que parece, desaparecen cuando ves la muerte cerca, así que deben de tener relación con un desajuste en nuestra ubicación temporal: “Estoy aquí (en el presente) para siempre”. Ese error explicaría que en nuestro interior pese más lo que no nos gusta que lo que está bien, y que, por pensar que lo que nos aflige va a ser ‘para siempre’, nos inquietemos. Pero el despiste de coordenadas es evidente, porque esta vida no tiene nada de eterna; cualquiera con cierta edad constata que a medida que cumplimos años se nos va haciendo más evidente que la vida es, de hecho, muy breve.
Entonces ¿qué? Si, puesto que las prisas nos restan ‘calidad de vida’ y sabemos que proceden de un ‘fallo de programación’, lo suyo sería corregir ese fallo que tanto daño nos hace.
Se nos ha dicho que hubo un tiempo en que el hombre –varón y mujer- vivían felices en la Tierra: sin prisas, sin preocupaciones, y en armonía con la naturaleza. Y también se nos dijo que un día aquel buen vivir se fue al garete por… bueno, se fue al garete, y que estuvimos así fastidiados un tiempo; y que estando así bajó del cielo –cosa impensable- ‘el sol’, abriendo un surco para que, quien quisiera, pudiera seguirlo y recuperar la paz.
Ambos, mi padre y mi tío, viendo la muerte muy cerca, abajaron sus deseos hasta hacerse como niños:
¡Un chocolate con
churros!,
contento, pidió mi tío.
Y mi padre, ni siquiera,
que viendo que le servían,
en vajilla tan sencilla,
bellas jóvenes, la cena,
la bienvenida les dio;
y en cuanto la despachó,
cual cronista de una Corte,
detalló el menú real,
de los entrantes al postre.
contento, pidió mi tío.
Y mi padre, ni siquiera,
que viendo que le servían,
en vajilla tan sencilla,
bellas jóvenes, la cena,
la bienvenida les dio;
y en cuanto la despachó,
cual cronista de una Corte,
detalló el menú real,
de los entrantes al postre.
Viendo esos dos ejemplos podemos cabalmente deducir que el tomar conciencia de que la vida tiene fin, nos centra, nos quita ansiedad y nos hace disfrutar más del momento presente. Hay que añadir, no obstante, que eso solo no basta, que hace falta creer que hay otra vida después de ésta, porque de lo contrario no tendríamos cada vez más paz sino más inquietud. Y unido a esto, también contribuye a darnos paz aceptar que mientras vivimos tenemos una misión que cumplir, un encargo de Dios, no para fastidiar, como a veces se dice, sino para ser felices ocupándonos de ello. Esto es algo parecido a ese padre que le encarga una tarea al hijo, y éste la afronta animoso y contento, sintiendo que su padre le valora, le quiere y confía en él. Luego, en las dificultades que vayan surgiendo, el hijo irá descubriendo que su padre no le había dejado solo con sus problemas nunca, y así irá creciendo su amor hacia él y su felicidad. Y cuando las fuerzas empiecen a abandonarle, no se desanimará, porque el recuerdo del amor de su padre le servirá de descanso.
¡Buen domingo, hermanos!
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