LA BUENA MEZCLA
San Atanasio fue exiliado
cinco veces, aceptando humildemente el designio de la Providencia. San Claudio
es conocido por su Acto de Confianza, por el que daba a Dios todos los poderes
para defenderle. El primero fue clave para sostener a la Iglesia frente al
error arriano, que negaba que Cristo fuera Dios; mientras que el segundo fue
promotor de la espiritualidad del Corazón de Jesús, por el que la Humanidad tiene
aún más fácil el acceso, desde Cristo, a Dios.
El centro de toda
historia es Jesucristo, Dios hecho hombre para nuestra salvación. El
conocimiento de este Dios humanado da inteligencia y gozo inefable, espiritual.
En ese proceso –el único que acaba bien- obtenemos el alimento que nos llena
mirando a Jesucristo e imitándole. Por la contemplación de su humanidad
adquirimos sabiduría y por su imitación nos hacemos partícipes de su vida
divina.
El centro de la vida de
Jesús es la humildad, por la que acepta ser y padecer como nosotros para que
nosotros podamos ser como él: santos y gloriosos. De aquí que sea en la Cruz –en
el padecer por amor- donde esté la clave de la felicidad.
Para que sea posible
aceptar el sufrimiento propio, sin rebelarse, hace falta fe. El sufrimiento es
producto de nuestra rebeldía, por lo que la mansedumbre es el arma con que se
le vence, y no es resignación pasiva, sino ejercicio de virtudes. En realidad,
el corto espacio de una vida es una especie de examen en el que tienes que
demostrar que sabes reconocer tus culpas, confiar en Dios y amar al prójimo.
Si queremos aprobar esa
oposición nos conviene tener un buen preparador, que de una u otra forma debe
ser presencia de Jesús. En los peores momentos dudaremos de Él, porque no le
vemos y estamos pasándolo mal; pero si seguimos adelante, esos momentos serán
como ‘cantar el tema’, porque el examen consistirá justamente en lanzarse al
vacío a los brazos del que no ves; y si has cantado bien los temas ya habrás
aprendido a confiar y te resultará fácil.
No hay atajos en esta
carrera. A medida que avanzas, tus ojos se van abriendo a la verdad, a ver más
allá, de modo que tus horizontes se ensancharán sin límites… ¡Ancha es
Castilla, amigo Sancho! Ya no tendrán que decirte otros lo que significan los
hechos que te rodean, porque la participación en la vida divina que tu amistad
con Dios te procura, te irá infundiendo el conocimiento sobre todas las cosas.
La práctica de las virtudes que va asociada a ese conocimiento te prevendrá de
errores y te sostendrá en la prueba. No hay temor a que yerres, porque el amor
del que vela por ti convertirá tus errores en aprendizaje, y tú le devolverás
amor. Y ese amor, caridad o misericordia… pagará la multitud de tus
pecados.
Este programa de vida es
personalizado, de modo que no puedes pretender aprenderlo en ninguna ‘academia’,
ni que te lo enseñe ningún catequista, y ni siquiera ningún sacerdote o
prelado. Pero sí que podrás y te convendrá confrontarlo con los otros alumnos
de tu preparador, de modo que, comprobando que compartís los mismos fundamentos,
adquiráis seguridad para seguir adelante hasta el final. Esta prueba también te
servirá para darte cuenta de los errores que otros padecen, y para, si Dios te
lo permite, ayudarles a superarlos con mansedumbre.
La vida no es un juego, y
vivirla como si lo fuera es locura. La vida es una prueba, y aunque dura, el
premio merece mucho la pena. Precisamente porque hay mucho que perder, hace
falta no distraerse con discusiones estériles, que sólo conducen a pendencias y
a perder la paz. Saber cuál es tu sitio y saber estar en él es, ni más ni
menos, lo que se te pide. Y en cualquier sitio en que Dios te ponga, rezar y
saber esperar; activamente, claro. Con esa esperanza, una caridad bien
entrenada, y diálogo con Jesucristo, cambiarás el mundo, empezando por ti.
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