RESUCITÓ DE VERAS MI AMOR... Y MI ESPERANZA
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Se difumina la Cruz, se coge con pinzas. |
Pascua significa 'Paso'. Esta fiesta cristiana dura más que ninguna otra, ocho
días -la octava de Pascua-, por la sencilla razón de que festeja el
acontecimiento central de la vida humana, a saber, el paso definitivo de la
vida destinada a morir, a la vida sin dolor y eterna, gracias al sacrificio de Jesús y a su Resurrección. Venga,
preguntas... - "Pero... si esta fiesta celebra el paso a la vida sin
dolor, y vemos que sigue habiéndolo, ¿qué pasa?, ¿que no festeja un suceso
‘real’, y los cristianos sois unos ‘flipaos’, o qué?
-Buena pregunta; y difícil de contestar. ‘Real’ sí que es, porque Jesucristo fue torturado hasta morir, sin tener culpa alguna y sin rebelarse; y después resucitó; y tanto la ciencia como la Tradición coinciden en confirmar la autenticidad de este suceso central. Por otra parte, ese desenlace de la vida del hombre histórico Jesús de Nazaret, suponía la culminación del plan de Dios para salvar a sus criaturas, y ya había sido anticipado siete siglos atrás por el profeta Isaías. La Biblia contiene la revelación por parte de Dios de ese plan, y por ella sabemos que Jesús asumió su Cruz por obediencia (no servil sino amorosa) a su Padre -Dios Amor-, el cual, a pesar de nuestra ingratitud, juzgó necesario sacrificar a su Hijo para ‘atraernos’ a Sí, y entregarnos el tutorial de la Pasión y Pascua de su Hijo -actualizadas cada año y cada domingo- como guía para recuperar toda la potencialidad de nuestro diseño original, de tal modo que, creyendo todo aquello e imitándolo, pudiéramos ser restituidos a nuestra dignidad perdida por la soberbia. Porque contemplando a Jesús crucificado y el desenlace de su vida en la Resurrección, adquirimos fuerzas para seguir adelante rechazando las tentaciones, y esperando nuestro momento de gloria; en el que también nosotros seremos resucitados a la vida bienaventurada.
Obviamente, no es sensato pensar que se nos pide un imposible, que nosotros no somos Dios y no vamos a aguantar lo que Jesucristo aguantó por serlo. La tortura de la Pasión fue la más cruel de todas las que existen, por distintos motivos, que incluyen los físicos y/o fisiológicos. Y eso fue pensado así por Dios para que nunca pudiera haber un ser humano que no viera reflejado su dolor en aquel tutorial que no pasa. La enseñanza de Cristo en la Cruz no es ‘tenéis que aguantar lo que os toque, sí o sí’, sino más bien ‘Fijaos cómo os quiero y hasta qué punto conozco vuestro sufrimiento’, y a partir de ahí: ‘¡Cómo voy yo a permitir que la prueba supere vuestras fuerzas! ¿Creéis en Dios?... ¡pues creed también en mí y veréis la Gloria de Dios!’
Y con lo dicho ya voy contestando a esa pregunta tan difícil… La Semana Santa comenzaba con una exhortación de Jesús a los doce: “Levantaos, vámonos”; y terminaba con otra a una mujer que había sido una gran pecadora: “Mujer, no me detengas, que aún no he subido al Padre”.
Ya próximo el escándalo de un Dios clavado por sus criaturas a una cruz y traspasado, Jesús dice a sus más fieles seguidores: ‘¡Arriba, a caminar!’. –‘Vale, a caminar, pero ¿a dónde?’ Pues hacia la luz pascual, pasando por la cruz y la tumba.
Jesús, una vez fuera del sepulcro, se deja ver en primer lugar por su madre -se supone- y a continuación por alguien que ‘había merecido’ el desprecio de todos… alguien que era mujer, y gran prostituta pública, la magdalena. Ésta, en cuanto le vio vivo de nuevo, le echó mano porque Él era ‘toda su vida’, pero Jesucristo le dijo: “No me detengas, que aún no he subido al Padre” (o sea, aún no he llegado a la luz pascual).
A esta mujer -la primera persona en verle vivo después de muerto- quiso Jesús desvelarle cómo tenía que amarle para ser ella totalmente feliz, y por eso le dijo: ‘No me detengas, que voy al Padre’; o sea, ‘No es a mí, Jesús-hombre, a quien estás llamada a unirte, sino al hombre-total, Hombre y Dios verdadero, Jesucristo, que habita junto al Padre y el Espíritu’. ‘Tu vida conmigo estará por un tiempo escondida en Dios, hasta que se manifieste mi Gloria; y cuando eso suceda, todos los que hayáis permanecido a mi lado la compartiréis conmigo; entonces y sólo entonces, nuestra unión será perfecta y tu gozo pleno, y para siempre’.
Jesús confió la difusión de ese mensaje crucial a una mujer. ¿Por qué? La Virgen María es la clave; ella esperó contra toda esperanza, pues vio morir en la cruz a su hijo del alma, y se convirtió en modelo de los que esperan; pero María era ‘la Inmaculada’, la que había nacido sin mancha y nunca había pecado, y convenía que quien nos transmitiera aquella última llamada de Jesús a la esperanza fuera un ser corriente, alguien que conociera el infierno del pecado y hubiera sido liberado de él por su encuentro con Jesús, el Verbo encarnado, 'la sola Palabra que basta para sanarnos'; y quién mejor que María la de Magdala, de la que Jesús había expulsado siete demonios y era la admiración de quienes la conocían desde antes de su conversión. Jesús le encargó ser testigo de esperanza porque estaba llena de amor por puro agradecimiento, lo cual era la condición óptima para la difícil tarea de mostrarle al mundo que se puede confiar, a pesar del sufrimiento, en la promesa del que es capaz de sacarnos, ya aquí en la tierra, del horror de una vida de pecado.
¡Qué grandiosa novedad! “No busquéis entre los muertos al que vive”; “Magdalena, ve a decirle a tus hermanos que me has visto y que te he dicho que subo a mi Padre, que es también el vuestro’. Y allá que se fue ella corriendo a cumplir el encargo. Porque ya no ansiaba ‘tocar’ a Jesús, sino obedecerle por amor. Ya se sabía unida del todo a su amado, en condición de hermana; se había perfeccionado su amor, que hasta aquel momento había sido sensible, terreno y pasional.
Hago un paréntesis aclaratorio. Se da el caso de que este mensaje crucial queda desvirtuado en algunas traducciones bíblicas que cambian ‘detengas’ por ‘retengas’. Si bien Jesús no es tajante, en esta primera aparición como resucitado emplea una expresión que sí lo es: ‘No me detengas’. Le habló así a una mujer que había ido, siendo todavía de noche, a verle en la sepultura, sin tener ni idea de cómo iba a quitar la losa que la cubría, y que al no encontrarle en el sepulcro se había echado a llorar desconsoladamente; y es obvio que ante tales muestras de amor, sólo por el bien de la mujer habría de emplear Jesús un modo taxativo de hablar; porque con ello buscaba hacerle entender bien lo que habría de ser la condición para su felicidad.
El término ‘detengas’ deja claro que el camino del hombre termina en el Padre, que está en los cielos, lo cual es una revelación de Jesús que va directamente a curar la herida de nuestro pecado, por la que buscamos la plenitud sólo aquí en la tierra y sin tener que morir a nosotros mismos. ‘Retengas’, por el contrario, modifica el sentido original, hurtándole su eficacia sanadora; al mismo tiempo, da paso a un trato a ras de tierra con Jesús, como si éste considerara el deponer o demorar ‘la subida al Padre’ una opción posible y comprensible y, por tanto, equiparable hasta cierto punto a la de ‘no detenerse’ hasta llegar al cielo. Pero como de amor y felicidad estamos tratando, esta posibilidad de que la mujer se gozara en un Jesús todavía sólo humano, tiene que tener una justificación en función del amor, y esta traducción la pone en el hecho de que así se ahorraría sufrimientos la mujer. Pero la realidad es justo la contraria, que quedarse en ese Jesús palpable la abocaría a la frustración de tener que emprender muchos caminos sin hallar nunca el bueno, el que verdaderamente la satisficiera. Porque todos nosotros, hombres y mujeres bautizados, estamos muertos al pecado que domina en este mundo, pero vivos para la vida eterna, la que ahora disfrutamos a medias y que gozaremos plenamente cuando se manifieste en Gloria nuestro amado Jesús, y nosotros, los que le amamos, seamos arrebatados con Él a su encuentro.
En las apariciones del resucitado tiene especial relieve la referencia a Galilea, como tierra pagana por antonomasia para los judíos, quedando así vinculada la Buena Noticia -de la victoria sobre la muerte- a la misión ad gentes de los creyentes – ¡Ay de mí si no evangelizara!, dirá San Pablo. Por otro lado, a los propios que no habían creído la noticia de su resurrección, les echó en cara su incredulidad, les abrió los ojos para entender las escrituras, y los confirmó en la fe y en la misión evangelizadora universal; y diciéndoles que iba a estar con ellos hasta el fin del mundo y que pronto les iba a enviar el Espíritu Santo, los sacó de Jerusalén -de su área de confort- y mientras los bendecía ascendió al cielo.
-Buena pregunta; y difícil de contestar. ‘Real’ sí que es, porque Jesucristo fue torturado hasta morir, sin tener culpa alguna y sin rebelarse; y después resucitó; y tanto la ciencia como la Tradición coinciden en confirmar la autenticidad de este suceso central. Por otra parte, ese desenlace de la vida del hombre histórico Jesús de Nazaret, suponía la culminación del plan de Dios para salvar a sus criaturas, y ya había sido anticipado siete siglos atrás por el profeta Isaías. La Biblia contiene la revelación por parte de Dios de ese plan, y por ella sabemos que Jesús asumió su Cruz por obediencia (no servil sino amorosa) a su Padre -Dios Amor-, el cual, a pesar de nuestra ingratitud, juzgó necesario sacrificar a su Hijo para ‘atraernos’ a Sí, y entregarnos el tutorial de la Pasión y Pascua de su Hijo -actualizadas cada año y cada domingo- como guía para recuperar toda la potencialidad de nuestro diseño original, de tal modo que, creyendo todo aquello e imitándolo, pudiéramos ser restituidos a nuestra dignidad perdida por la soberbia. Porque contemplando a Jesús crucificado y el desenlace de su vida en la Resurrección, adquirimos fuerzas para seguir adelante rechazando las tentaciones, y esperando nuestro momento de gloria; en el que también nosotros seremos resucitados a la vida bienaventurada.
Obviamente, no es sensato pensar que se nos pide un imposible, que nosotros no somos Dios y no vamos a aguantar lo que Jesucristo aguantó por serlo. La tortura de la Pasión fue la más cruel de todas las que existen, por distintos motivos, que incluyen los físicos y/o fisiológicos. Y eso fue pensado así por Dios para que nunca pudiera haber un ser humano que no viera reflejado su dolor en aquel tutorial que no pasa. La enseñanza de Cristo en la Cruz no es ‘tenéis que aguantar lo que os toque, sí o sí’, sino más bien ‘Fijaos cómo os quiero y hasta qué punto conozco vuestro sufrimiento’, y a partir de ahí: ‘¡Cómo voy yo a permitir que la prueba supere vuestras fuerzas! ¿Creéis en Dios?... ¡pues creed también en mí y veréis la Gloria de Dios!’
Y con lo dicho ya voy contestando a esa pregunta tan difícil… La Semana Santa comenzaba con una exhortación de Jesús a los doce: “Levantaos, vámonos”; y terminaba con otra a una mujer que había sido una gran pecadora: “Mujer, no me detengas, que aún no he subido al Padre”.
Ya próximo el escándalo de un Dios clavado por sus criaturas a una cruz y traspasado, Jesús dice a sus más fieles seguidores: ‘¡Arriba, a caminar!’. –‘Vale, a caminar, pero ¿a dónde?’ Pues hacia la luz pascual, pasando por la cruz y la tumba.
Jesús, una vez fuera del sepulcro, se deja ver en primer lugar por su madre -se supone- y a continuación por alguien que ‘había merecido’ el desprecio de todos… alguien que era mujer, y gran prostituta pública, la magdalena. Ésta, en cuanto le vio vivo de nuevo, le echó mano porque Él era ‘toda su vida’, pero Jesucristo le dijo: “No me detengas, que aún no he subido al Padre” (o sea, aún no he llegado a la luz pascual).
A esta mujer -la primera persona en verle vivo después de muerto- quiso Jesús desvelarle cómo tenía que amarle para ser ella totalmente feliz, y por eso le dijo: ‘No me detengas, que voy al Padre’; o sea, ‘No es a mí, Jesús-hombre, a quien estás llamada a unirte, sino al hombre-total, Hombre y Dios verdadero, Jesucristo, que habita junto al Padre y el Espíritu’. ‘Tu vida conmigo estará por un tiempo escondida en Dios, hasta que se manifieste mi Gloria; y cuando eso suceda, todos los que hayáis permanecido a mi lado la compartiréis conmigo; entonces y sólo entonces, nuestra unión será perfecta y tu gozo pleno, y para siempre’.
Jesús confió la difusión de ese mensaje crucial a una mujer. ¿Por qué? La Virgen María es la clave; ella esperó contra toda esperanza, pues vio morir en la cruz a su hijo del alma, y se convirtió en modelo de los que esperan; pero María era ‘la Inmaculada’, la que había nacido sin mancha y nunca había pecado, y convenía que quien nos transmitiera aquella última llamada de Jesús a la esperanza fuera un ser corriente, alguien que conociera el infierno del pecado y hubiera sido liberado de él por su encuentro con Jesús, el Verbo encarnado, 'la sola Palabra que basta para sanarnos'; y quién mejor que María la de Magdala, de la que Jesús había expulsado siete demonios y era la admiración de quienes la conocían desde antes de su conversión. Jesús le encargó ser testigo de esperanza porque estaba llena de amor por puro agradecimiento, lo cual era la condición óptima para la difícil tarea de mostrarle al mundo que se puede confiar, a pesar del sufrimiento, en la promesa del que es capaz de sacarnos, ya aquí en la tierra, del horror de una vida de pecado.
¡Qué grandiosa novedad! “No busquéis entre los muertos al que vive”; “Magdalena, ve a decirle a tus hermanos que me has visto y que te he dicho que subo a mi Padre, que es también el vuestro’. Y allá que se fue ella corriendo a cumplir el encargo. Porque ya no ansiaba ‘tocar’ a Jesús, sino obedecerle por amor. Ya se sabía unida del todo a su amado, en condición de hermana; se había perfeccionado su amor, que hasta aquel momento había sido sensible, terreno y pasional.
Hago un paréntesis aclaratorio. Se da el caso de que este mensaje crucial queda desvirtuado en algunas traducciones bíblicas que cambian ‘detengas’ por ‘retengas’. Si bien Jesús no es tajante, en esta primera aparición como resucitado emplea una expresión que sí lo es: ‘No me detengas’. Le habló así a una mujer que había ido, siendo todavía de noche, a verle en la sepultura, sin tener ni idea de cómo iba a quitar la losa que la cubría, y que al no encontrarle en el sepulcro se había echado a llorar desconsoladamente; y es obvio que ante tales muestras de amor, sólo por el bien de la mujer habría de emplear Jesús un modo taxativo de hablar; porque con ello buscaba hacerle entender bien lo que habría de ser la condición para su felicidad.
El término ‘detengas’ deja claro que el camino del hombre termina en el Padre, que está en los cielos, lo cual es una revelación de Jesús que va directamente a curar la herida de nuestro pecado, por la que buscamos la plenitud sólo aquí en la tierra y sin tener que morir a nosotros mismos. ‘Retengas’, por el contrario, modifica el sentido original, hurtándole su eficacia sanadora; al mismo tiempo, da paso a un trato a ras de tierra con Jesús, como si éste considerara el deponer o demorar ‘la subida al Padre’ una opción posible y comprensible y, por tanto, equiparable hasta cierto punto a la de ‘no detenerse’ hasta llegar al cielo. Pero como de amor y felicidad estamos tratando, esta posibilidad de que la mujer se gozara en un Jesús todavía sólo humano, tiene que tener una justificación en función del amor, y esta traducción la pone en el hecho de que así se ahorraría sufrimientos la mujer. Pero la realidad es justo la contraria, que quedarse en ese Jesús palpable la abocaría a la frustración de tener que emprender muchos caminos sin hallar nunca el bueno, el que verdaderamente la satisficiera. Porque todos nosotros, hombres y mujeres bautizados, estamos muertos al pecado que domina en este mundo, pero vivos para la vida eterna, la que ahora disfrutamos a medias y que gozaremos plenamente cuando se manifieste en Gloria nuestro amado Jesús, y nosotros, los que le amamos, seamos arrebatados con Él a su encuentro.
En las apariciones del resucitado tiene especial relieve la referencia a Galilea, como tierra pagana por antonomasia para los judíos, quedando así vinculada la Buena Noticia -de la victoria sobre la muerte- a la misión ad gentes de los creyentes – ¡Ay de mí si no evangelizara!, dirá San Pablo. Por otro lado, a los propios que no habían creído la noticia de su resurrección, les echó en cara su incredulidad, les abrió los ojos para entender las escrituras, y los confirmó en la fe y en la misión evangelizadora universal; y diciéndoles que iba a estar con ellos hasta el fin del mundo y que pronto les iba a enviar el Espíritu Santo, los sacó de Jerusalén -de su área de confort- y mientras los bendecía ascendió al cielo.
Respecto a la misión evangelizadora, nos pide Jesús hacer discípulos a
todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del
Espíritu Santo, y enseñándolas a poner en práctica todo lo que Él nos ha
ordenado. La concreción de esta misión va más allá de hablar de Jesús y decir
que está vivo; no termina en un anuncio sino en una convivencia estrecha, en la
que con el ejemplo damos a conocer en qué consiste eso de vivir como
resucitados.
Ya hace tiempo que la misión es una asignatura pendiente para los creyentes de todo el mundo, por cuanto ni entre nosotros siquiera vivimos cristianamente. El problema que tenemos es la progresiva disolución del misterio central de nuestra fe: que por la cruz se va a la luz.
Una insidiosa contra-catequesis nos está apartando de la victoria y la paz en las batallas de nuestra misión evangelizadora 'en Galilea'. En esa lucha vencemos fácilmente si permanecemos firmes en la fe a pesar del sufrimiento; pero con retorcidas razones y métodos viles, el pueblo de Dios está siendo seducido para que rechace la Cruz, y empujado a vivir a lo pagano. El miedo, la envidia y la anemia espiritual, ajenos al espíritu evangélico, hacen su labor calladamente en las almas enfriando su diálogo amoroso con Jesús y predisponiéndolas a escuchar oráculos que no comprometan tanto… Esos cristos, acerca de los cuales nos previno Jesús en Mt 24, ya van proliferando entre nosotros, atrayendo hacia sí a las ovejas enfermas -'no-firmes'- y alejándolas de las fuentes de ‘agua viva’. Al amparo de falsos pastores colonizan, disgregan, atomizan y van reduciendo a polvo las piedras vivas de la Iglesia.
Ya hace tiempo que la misión es una asignatura pendiente para los creyentes de todo el mundo, por cuanto ni entre nosotros siquiera vivimos cristianamente. El problema que tenemos es la progresiva disolución del misterio central de nuestra fe: que por la cruz se va a la luz.
Una insidiosa contra-catequesis nos está apartando de la victoria y la paz en las batallas de nuestra misión evangelizadora 'en Galilea'. En esa lucha vencemos fácilmente si permanecemos firmes en la fe a pesar del sufrimiento; pero con retorcidas razones y métodos viles, el pueblo de Dios está siendo seducido para que rechace la Cruz, y empujado a vivir a lo pagano. El miedo, la envidia y la anemia espiritual, ajenos al espíritu evangélico, hacen su labor calladamente en las almas enfriando su diálogo amoroso con Jesús y predisponiéndolas a escuchar oráculos que no comprometan tanto… Esos cristos, acerca de los cuales nos previno Jesús en Mt 24, ya van proliferando entre nosotros, atrayendo hacia sí a las ovejas enfermas -'no-firmes'- y alejándolas de las fuentes de ‘agua viva’. Al amparo de falsos pastores colonizan, disgregan, atomizan y van reduciendo a polvo las piedras vivas de la Iglesia.
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