PERMANENCIAS
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Anclas falsas nos tienden; ejemplos de 'Cómo no salvar una vida' |
Esta triste foto casa muy bien con lo que, tomado de Concepción Arenal, nos dice hoy De Prada: «‘Los pueblos sufren principalmente, no por los ataques de los malhechores, que las leyes condenan y la opinión anatemiza, sino por aquellos […] que destrozan el cuerpo social con tranquilidad de conciencia y el beneplácito de la comunidad’. Hay épocas que, en lugar de genios, brindan monstruos que, sin embargo, son percibidos por las masas cretinizadas tanto más geniales cuanto más inmorales son». La foto del dúo pepero casa muy bien, digo, con lo de inmorales y con lo de destrozar los cuerpos…
Estos dos personajes son ahora elevados por la Voz del Amo a lo más alto de la aceptación popular; pero lo que cabe esperar de ellos son estragos y fraudes; tanto más dañinos cuanto más se aprovechan de la buena fe de la gente, y de su falta de luz. Lo que hasta ahora viene haciendo la troupe de Sanchezisco, van a hacerlo a partir de las próximas generales estos otros dos pícaros; y como viene siendo habitual, seguirán embaucando al país por medio de la Prensa.
Me vino este curioso recuerdo a la memoria buscando un título para unas reflexiones sobre el tema del abuso de menores, a propósito de un artículo de El País de ayer, y caí en la cuenta de que la palabra 'permanencias' me traía evocaciones útiles para mi comentario.
Junto al texto aludido del diario de Prisa, había un enlace a un audio, acerca de la supuesta investigación de El País sobre los abusos en la Iglesia, y, tras dedicarle unos veinte minutos, llegué a la conclusión de que todo el asunto es, básicamente, un fraude.
Decían que por tratarse de una grave ofensa destinada a no salir a la luz, un grupo de periodistas se había lanzado en 2018 a investigar el asunto; y que al poco de empezar ya no daban abasto con las denuncias. Y esta es la primera gran mentira.
La realidad es que la problemática que desencadena cualquier abuso es muy seria; las más de las veces crónica; y, como hemos dicho, bascula con el tiempo, por desgracia, del platillo de víctima al de agresor.
Lo propio del niño es pasarse el día jugando o pensando en jugar, y en esa actividad que le es propia, van entrelazándose las vivencias que sus mayores le proporcionan, y con unas y otras cosas, si todo va bien, el niño irá creciendo de forma más o menos sana. Pero cuando se presenta un abuso grave se interrumpe ese proceso natural. De repente entra en el alma del niño una especie de ‘cáncer agresivo’. Algo totalmente ajeno a su ser lo invade y aplasta su mundo, con todos sus hábitos. Yo he visto a niños abusados pasarse los recreos desentendidos de sus compañeros y de sus juegos, merodeando en torno a su agresor y atentos a sus gestos.
Imaginemos que un mayor hace que un niño le masturbe, ¿qué puede pasar entonces por su mente? En primer lugar, el niño recibe un tremendo susto, un trauma, un shock; y a continuación, temeroso y desamparado, incapaz de racionalizar la violencia de que ha sido objeto, y obligado por sutiles amenazas a guardar silencio, el niño se quedará esclavo de su agresor y prendido al cepo de un secreto inconfesable.
El abuso trunca el ordenado desarrollo de la personalidad por cuanto se desfigura la esfera afectivo-sexual y, salvo un milagro, muy difícilmente va a encontrar en el futuro su correcto anclaje. Lo que estaba destinado por naturaleza a ser fuente de felicidad se convierte por efecto del abuso en una fuente inagotable de frustración.
El ultraje a un niño le zambulle de repente en el sórdido mundo del egoísmo adulto, pues adquiere conciencia de que ‘su acción puede ser valiosa para otros’; al mismo tiempo, su ‘conocimiento especial’ le hace sentirse diferente a sus pares, y le aísla progresivamente de ellos. Con estos mimbres, el drama interior, en soledad, está servido. Sin nadie que lo oriente, y silenciado por coacciones o por la propia vergüenza, su 'secreto' adquiere un protagonismo desmesurado en su sicología, y hace girar toda su vida en torno a esa diferencia suya. Aunque en su educación adquiera muchas habilidades y destrezas, su desencaje esencial - esa herida que sólo el redescubrimiento de sí mismo y de los demás desde la Misericordia de Dios le puede curar- le abocará irremediablemente a la inmadurez de vida, y a la inseguridad. Toda la vida de la persona abusada queda marcada por el trauma, y principalmente, la esfera más determinante en el equilibrio o la felicidad personal: las relaciones afectivo-sexuales. Sin la luz del perdón y del amor desinteresado y gratuito de Dios, su vida será una dolorosa peregrinación en búsqueda de salidas, marcada por la frustración y por una lacerante baja auto-estima.
El drama del abuso cierra su círculo al sumarle la falta de modelos sociales que muestren cómo afrontar con realismo las dificultades personales. Porque la sociedad, en vez de eso, ofrece como ‘anclas de salvación’ a estas personas declarar sano lo que está dañado; o sea, que anima a superar la vergüenza del abuso y el apocamiento consecuente declarando legales, y por tanto no egoístas, las relaciones con un niño. Pero es una salida en falso, porque la herida en la confianza y en la auto-estima permanecen, haciendo muy difícil a estas personas lograr una convivencia estable y satisfactoria con una pareja.
Un niño varón que haya sido abusado por un adulto varón, por ejemplo, incorpora a las cartas que le hayan tocado en su vida una carta marcada. A partir de ahí le va a resultar muy difícil discernir su identidad. Él ha tenido una experiencia de placer sexual desvinculada de toda referencia moral –por su edad no sabe si es bueno o malo- pero incluso también de toda referencia natural o humana –no conoce la capacidad sexual de su cuerpo ni su significado (todo en nosotros tiene un sentido), y no puede relacionar esa experiencia con ninguna otra que haya tenido antes. Desde este punto de vista la víctima es objeto de un acto salvaje, no civilizado, y si ese elemento extraño –in-humano- no encuentra reparación, se enquistará y condicionará de por vida el desarrollo de toda la persona.
El Malo –que en El País, explícita y astutamente, identifican con ‘todos esos curas’- se ha instalado en los gobiernos, y los está empujando a dictar leyes abyectas y autodestructivas. De esta verdad sobran ejemplos y sólo quien no quiera verla no la ve.
En los últimos
minutos del podcast de El País se nos anunciaba 'una esperanza': “Después de
demasiado tiempo de encubrir estos delitos, por fin la Iglesia, con el Papa
Francisco al frente, ha dictado un decreto obligando a todo prelado a abrir una
investigación ante cualquier indicio o sospecha de conducta abusiva en su seno.”
Con ese mensaje se está diciendo que con este Papa nace
una nueva Iglesia, renovada y por fin verdaderamente limpia; pero si ese
mensaje es la conclusión de un fraude, es obligado pensar que dicho mensaje es
también un engaño.
Sea como sea, después de mi último artículo abordé un día a D. Sebastián y le pregunté si había habido noticias de D. Francisco, y me contestó diciendo que como yo no le había dado ningún detalle no cabía abrir ninguna investigación… Doy por hecho que D. Sebastián, como director del Colegio Diocesano, tendrá en mente que cuando él toma una decisión puede estar haciendo que ciertas permanencias que marcan a los niños se disipen o se perpetúen... incluidas las permanencias en el comedor.
En fin, esto es
lo que hay; yo, por mi parte, sigo mi camino, esperando que un día llame a mi casa la guardia
y me lleve ante el Caifás de turno, para ver así finalmente de qué color es su camiseta, si es de abanderado blanca, o por el contrario es negra, como me temo… ¡Feliz domingo,
hermanos!
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