PERMANENCIAS

 

Anclas falsas nos tienden;
ejemplos de 'Cómo no salvar una vida'

Confabulados en dar continuidad al Proyecto de una sociedad sin Dios, que tan adelantado lleva Sánchez, viene hoy en la prensa una foto de Núñez y Díaz brazo en alto. En la piel del de Díaz se ve su famoso tatuaje, dejando claro que, como su jefe -que hace caso omiso de lo de no sentarse con los burlones (Sal 1)- ella también milita en las filas de los ‘sin Dios’ (Lev 19; Cor 6, 19).
Esta triste foto casa muy bien con lo que, tomado de Concepción Arenal, nos dice hoy De Prada: «‘Los pueblos sufren principalmente, no por los ataques de los malhechores, que las leyes condenan y la opinión anatemiza, sino por aquellos […] que destrozan el cuerpo social con tranquilidad de conciencia y el beneplácito de la comunidad’. Hay épocas que, en lugar de genios, brindan monstruos que, sin embargo, son percibidos por las masas cretinizadas tanto más geniales cuanto más inmorales son». La foto del dúo pepero casa muy bien, digo, con lo de inmorales y con lo de destrozar los cuerpos…
Estos dos personajes son ahora elevados por la Voz del Amo a lo más alto de la aceptación popular; pero lo que cabe esperar de ellos son estragos y fraudes; tanto más dañinos cuanto más se aprovechan de la buena fe de la gente, y de su falta de luz. Lo que hasta ahora viene haciendo la troupe de Sanchezisco, van a hacerlo a partir de las próximas generales estos otros dos pícaros; y como viene siendo habitual, seguirán embaucando al país por medio de la Prensa.

En los 70 se añadió al horario escolar una hora diaria para refuerzo, ‘las Permanencias’. Se impartía al final de la jornada de la tarde, y yo tengo el recuerdo de estar en esa hora con mi padre, mi maestro en sexto de primaria, como si se tratara de una clase más. Empezaba entonces una época moderna, con màs formación; y a aquellas 'Permanencias' le siguieron muchísimas más en forma de extra-escolares, ludotecas, talleres... y huellas en el alma.
Me vino este curioso recuerdo a la memoria buscando un título para unas reflexiones sobre el tema del abuso de menores, a propósito de un artículo de El País de ayer, y caí en la cuenta de que la palabra 'permanencias' me traía evocaciones útiles para mi comentario.
Junto al texto aludido del diario de Prisa, había un enlace a un audio, acerca de la supuesta investigación de El País sobre los abusos en la Iglesia, y, tras dedicarle unos veinte minutos, llegué a la conclusión de que todo el asunto es, básicamente, un fraude.
Decían que por tratarse de una grave ofensa destinada a no salir a la luz, un grupo de periodistas se había lanzado en 2018 a investigar el asunto; y que al poco de empezar ya no daban abasto con las denuncias. Y esta es la primera gran mentira.
Porque el principal problema para que salgan a la luz estos casos es que quienes los han sufrido pasan muy pronto de víctimas a verdugos. En el audio se escucha a varias personas supuestamente víctimas contando sus casos. Y salta a la vista que son actores de un montaje por la falta de ajuste a la realidad del testimonio que dan. Uno de ellos dice que se hacía pis en la cama hasta no sé qué edad; otro, que hasta los 40 durmió siempre con la luz encendida; y una tercera, en el rol de mujer destrozada por la afrenta, que hablaba de su supuesto agresor como de ‘aquel cerdo’ y se refería a la Iglesia como ‘esa mierda’, se quejaba de ser incomprendida, y tachada de ‘tarada’ y madre incompetente. La superficialidad de estos breves testimonios permite dudar de la existencia real de una investigación y de que el propósito de la misma fuera reparar un daño social.
La realidad es que la problemática que desencadena cualquier abuso es muy seria; las más de las veces crónica; y, como hemos dicho, bascula con el tiempo, por desgracia, del platillo de víctima al de agresor.

Cuando decimos ‘Cada persona es un mundo’ tenemos en mente la enorme complejidad que encierra un ser humano, y la integración en ‘una sola esfera’ de todas sus distintas facetas. Esta integración es justamente lo que se echa a perder cuando se abusa gravemente -de la forma que sea- de un menor; en ese lance queda su ser desintegrado de por vida, si Dios no lo remedia.
Lo propio del niño es pasarse el día jugando o pensando en jugar, y en esa actividad que le es propia, van entrelazándose las vivencias que sus mayores le proporcionan, y con unas y otras cosas, si todo va bien, el niño irá creciendo de forma más o menos sana. Pero cuando se presenta un abuso grave se interrumpe ese proceso natural. De repente entra en el alma del niño una especie de ‘cáncer agresivo’. Algo totalmente ajeno a su ser lo invade y aplasta su mundo, con todos sus hábitos. Yo he visto a niños abusados pasarse los recreos desentendidos de sus compañeros y de sus juegos, merodeando en torno a su agresor y atentos a sus gestos.
Imaginemos que un mayor hace que un niño le masturbe, ¿qué puede pasar entonces por su mente? En primer lugar, el niño recibe un tremendo susto, un trauma, un shock; y a continuación, temeroso y desamparado, incapaz de racionalizar la violencia de que ha sido objeto, y obligado por sutiles amenazas a guardar silencio, el niño se quedará esclavo de su agresor y prendido al cepo de un secreto inconfesable. 
En un estilo de vida donde Dios no cuenta, los niños son el eslabón más débil, y apenas tienen espacios para compartir lo que viven, con lo cual se acostumbran a no contar sus cosas, sus descubrimientos, y menos sus intimidades. Si acaso, los más afortunados tendrán quién les escuche contar los hechos externos más notorios que viven, pero muy pocos serán adiestrados en las finuras del pensamiento interior.
“- ¿Pero tú, todavía no sabías esto? … Ahora es nuestro secreto, y no se lo digas a tus padres porque se van a enfadar”. El niño acaba de perder la inocencia, y capta inmediatamente la gravedad y el peligro, experiencias ambas ajenas también a su naturaleza.
El abuso trunca el ordenado desarrollo de la personalidad por cuanto se desfigura la esfera afectivo-sexual y, salvo un milagro, muy difícilmente va a encontrar en el futuro su correcto anclaje. Lo que estaba destinado por naturaleza a ser fuente de felicidad se convierte por efecto del abuso en una fuente inagotable de frustración.
El ultraje a un niño le zambulle de repente en el sórdido mundo del egoísmo adulto, pues adquiere conciencia de que ‘su acción puede ser valiosa para otros’; al mismo tiempo, su ‘conocimiento especial’ le hace sentirse diferente a sus pares, y le aísla progresivamente de ellos. Con estos mimbres, el drama interior, en soledad, está servido. Sin nadie que lo oriente, y silenciado por coacciones o por la propia vergüenza, su 'secreto' adquiere un protagonismo desmesurado en su sicología, y hace girar toda su vida en torno a esa diferencia suya. Aunque en su educación adquiera muchas habilidades y destrezas, su desencaje esencial - esa herida que sólo el redescubrimiento de sí mismo y de los demás desde la Misericordia de Dios le puede curar- le abocará irremediablemente a la inmadurez de vida, y a la inseguridad. Toda la vida de la persona abusada queda marcada por el trauma, y principalmente, la esfera más determinante en el equilibrio o la felicidad personal: las relaciones afectivo-sexuales. Sin la luz del perdón y del amor desinteresado y gratuito de Dios, su vida será una dolorosa peregrinación en búsqueda de salidas, marcada por la frustración y por una lacerante baja auto-estima.
El drama del abuso cierra su círculo al sumarle la falta de modelos sociales que muestren cómo afrontar con realismo las dificultades personales. Porque la sociedad, en vez de eso, ofrece como ‘anclas de salvación’ a estas personas declarar sano lo que está dañado; o sea, que anima a superar la vergüenza del abuso y el apocamiento consecuente declarando legales, y por tanto no egoístas, las relaciones con un niño. Pero es una salida en falso, porque la herida en la confianza y en la auto-estima permanecen, haciendo muy difícil a estas personas lograr una convivencia estable y satisfactoria con una pareja.
Un niño varón que haya sido abusado por un adulto varón, por ejemplo, incorpora a las cartas que le hayan tocado en su vida una carta marcada. A partir de ahí le va a resultar muy difícil discernir su identidad. Él ha tenido una experiencia de placer sexual desvinculada de toda referencia moral –por su edad no sabe si es bueno o malo- pero incluso también de toda referencia natural o humana –no conoce la capacidad sexual de su cuerpo ni su significado (todo en nosotros tiene un sentido), y no puede relacionar esa experiencia con ninguna otra que haya tenido antes. Desde este punto de vista la víctima es objeto de un acto salvaje, no civilizado, y si ese elemento extraño –in-humano- no encuentra reparación, se enquistará y condicionará de por vida el desarrollo de toda la persona.
En este contexto son ridículas las confesiones de las víctimas que publica El País: hacerse pis hasta los doce, dormir con la luz encendida hasta los 40, o soportar la poca paciencia de los cercanos con nuestros defectos. Ante el océano de sufrimiento que inunda la vida de las víctimas de abusos, esa falta de profundidad en los testimonios no puede ser debida a otra cosa más que a la torpe mentira que hay detrás del supuesto estudio. Lo más cierto es que no ha habido ninguna investigación, que los casos que salen a la luz son sólo los de aquellos que por sus circunstancias pueden dañar a la verdadera religión, o son directamente calumnias letales que la Prensa dispara obedeciendo órdenes; se deduce, en definitiva, que las víctimas están siendo, en todo este ruido mediático, abusadas una vez más; que se las está utilizando para un fin distinto -y contrario- al de la reparación de su daño. 
Y la explicación de este turbio montaje es la respuesta a las preguntas que nos acaba de lanzar el obispo de Valencia (Carta Pastoral de 21 de mayo: ¿A dónde nos llevan?, ¿Qué nos pasa?):
El Malo –que en El País, explícita y astutamente, identifican con ‘todos esos curas’- se ha instalado en los gobiernos, y los está empujando a dictar leyes abyectas y autodestructivas. De esta verdad sobran ejemplos y sólo quien no quiera verla no la ve.

En los últimos minutos del podcast de El País se nos anunciaba 'una esperanza': “Después de demasiado tiempo de encubrir estos delitos, por fin la Iglesia, con el Papa Francisco al frente, ha dictado un decreto obligando a todo prelado a abrir una investigación ante cualquier indicio o sospecha de conducta abusiva en su seno.”

Con ese mensaje se está diciendo que con este Papa nace una nueva Iglesia, renovada y por fin verdaderamente limpia; pero si ese mensaje es la conclusión de un fraude, es obligado pensar que dicho mensaje es también un engaño.

Sea como sea, después de mi último artículo abordé un día a D. Sebastián y le pregunté si había habido noticias de D. Francisco, y me contestó diciendo que como yo no le había dado ningún detalle no cabía abrir ninguna investigación… Doy por hecho que D. Sebastián, como director del Colegio Diocesano, tendrá en mente que cuando él toma una decisión puede estar haciendo que ciertas permanencias que marcan a los niños se disipen o se perpetúen... incluidas las permanencias en el comedor.  

En fin, esto es lo que hay; yo, por mi parte, sigo mi camino, esperando que un día llame a mi casa la guardia y me lleve ante el Caifás de turno, para ver así finalmente de qué color es su camiseta, si es de abanderado blanca, o por el contrario es negra, como me temo… ¡Feliz domingo, hermanos!  

 

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