EL HIJO DEL TRUENO

Cristo, la Roca; sobre ella Santiago, y después, España.


Como todos los días, eché hoy un vistazo a los diarios digitales y me quedé con tres cosas: Que siguen tratándonos como a ignorantes, que esto mismo vuelve a decirlo De Prada (aunque por la tarde ya no lo vi) y que el Papa lleva a 72 periodistas consigo allende los mares.
No sé qué pintan tantos periodistas en el avión papal; ni quién paga su billete… yo no quisiera. Hoy por hoy, no veo que se pueda realizar la propagación del Evangelio a partir de los medios; más bien lo contrario. Donde sí la veo posible es por la acción de algunos pastores que, en el anonimato, se alzan con su sufrimiento por el bien del mundo. Los gestos para la galería son propios de los falsos profetas, mientras que los verdaderos pastores tienen su mirada puesta en cada oveja.
Hoy, mismamente, celebramos a Santiago, el primer apóstol en dar su vida por el Evangelio, del que desde muy antiguo se dijo que había predicado en España. ¿Es casual que hayamos crecido como pueblo con el cimiento del más vehemente de los apóstoles? Santiago no reparó en su daño propio por el celo de dar vida al mundo; y siendo muy joven lo llamó Dios a su lado pasando por el cuchillo de Herodes.
El patrón de España recibió la llamada de Jesús y, dejándolo todo, lo siguió; y, acto seguido, el maestro le dio el sobrenombre de "Hijo del Trueno". Después del Sacrificio de Jesús, predicó la fuerza que proviene de la Cruz; una fuerza invencible, que triunfó durante veinte siglos y que alcanzará la victoria total -la instauración definitiva del Reino de Cristo- al final de los tiempos. Pero entre medias, tocan luchas, muerte y peligros.
Si durante muchas generaciones tuvimos claro esto, ¿quién ha embrujado ahora a los españoles? Porque la gran mayoría, que ven y sufren la tiranía de este bastardo gobierno, sigue sin reaccionar. La única explicación es que esté pasando aquí lo mismo que en Estados Unidos, donde medio millón de adultos blancos de clase media murieron en los últimos quince años por adicciones y otras calamidades semejantes; o sea, por desesperanza. Está claro que fueron empujados a ese callejón sin salida por el fracaso de un proyecto de sociedad servil al Dios-dinero, que primero los deslumbró con el brillo –falso- de la exaltación humana, y luego, cuando ya no podían salir de la red de una vida vacía, los abandonó a su suerte. ¡Pero ojo al dato!, porque la astucia y el retorcimiento de ese ídolo ha encontrado una gallina que pone huevos de oro en camelar a las mujeres haciéndoles creer que un mundo regido por ellas es posible y se están volcando en esa demencial empresa, que las llevará a un estado lastimoso en poco tiempo, como llevó a los mejores de mi juventud con el señuelo de crear una sociedad definitivamente justa regida por la voluntad de los trabajadores. El caso es que ese proyecto bastardo se ha refinado en la última década, y sus promotores ya están acariciando el gobierno total del mundo, mediante la combinación de la propaganda con el terror psicológico. 
No me cabe duda de que los gobiernos títeres de occidente son inexpugnables sin el coraje ciudadano que proviene de la fe. Y por eso mismo tengo claro que la batalla decisiva para el NOM es la que está librando contra el catolicismo español, aunque no lo parezca, y pasa por deshacer todos los vínculos que nos unen, y que hacen de la fe que compartimos algo vivo y, por tanto, en un mundo de muerte, algo sumamente atractivo. 
El covid batió en España el record, y el virus del mono ya arroja aquí también el mayor número de casos. ¿No sabéis que el demonio no se molesta con los que ya están perdidos? Por duro que sea admitirlo, estos fenómenos que han irrumpido de pronto, convirtiendo el mundo en un lugar hostil, no son naturales –ni reales. Son las nuevas armas de esta ‘Última Guerra’, que es diferente a todas, y que se sufre más en las almas que en los cuerpos. Es de tal naturaleza que no les importa a sus instigadores derrochar googlellones en armamento que nunca se va a usar, con tal de apartar las miradas de la verdadera arma mortífera: la que a través de fabulosas mentiras mediáticas domina de por vida las mentes y, lo que es peor, las almas. 
Sí, las almas, porque para avasallar nuestra buena cultura milenaria es necesario que muchas almas se condenen, rechazando la luz que les llega del Espíritu Santo; esto sucederá cuando al sentir en su corazón el brillo de la Verdad de los testigos de Cristo, se vuelvan hacia la oscuridad. Y para que esto sea posible usa el enemigo tácticas repugnantes y súper-violentas, vehiculadas, por supuesto, por el pecado de hombres y mujeres sumidos en vidas inmorales.
Estas sombrías legiones, para romper el tejido vivo de nuestra Iglesia, atacan a los que tienen alguna significación, hasta que sucumben. Una forma de hacerlo, muy actual, es vía ‘aparato corrupto sanitario’. En el ámbito de la salud, por ser tan técnico, proliferan estos orcos, amparados en el anonimato de la tecnología; y practican el ‘terror religioso’: Eligen a un clérigo significado en la comunidad; lo intoxican, lo ingresan, agravan sus dolencias, diagnostican cáncer o ictus, la comunidad reza… y, finalmente, se salva "por un milagro". Pero entre medias, ha caído el infeliz en una red infecta de benefactores que lo aísla de sus contactos ‘sanos’, y lo fideliza haciéndole sentir su cercanía, que no es sino impostura y obediencia a una regla perversa que viene de arriba, de otros que a su vez son reglados. De esta y otras maneras viles, uno tras otro, los nudos de nuestro tejido religioso se van soltando, dejándolo para el arrastre… si esto fuera posible. 
Muchos adultos vienen observando con preocupación la rápida transformación de las costumbres, pero, por no tener certeza sobre la naturaleza de ese cambio, experimentan una especie de parálisis que, a pesar suyo, deja el paso libre a esos modos de vida abundantes en desórdenes y desequilibrios. La crisis –impostada- del 2013, imprimió un fuerte impulso a estos cambios culturales, resultando que, de la hasta entonces asumida inamovilidad de la familia, la propiedad privada y el estado, hemos pasado a ver hoy esas estructuras amenazando ruina.
Las familias, todas, están siendo brutalmente atacadas, desmoronándose una tras otra. Las que resisten, lo hacen en medio de enconadísimos combates; en una familia de cinco, 'tres contra dos y dos contra tres' (Lc 12, 52), o sea, en reñida disputa y con un incierto desenlace. La propiedad privada ya no existe de hecho o se está defendiendo a precio de sangre; el disidente, por ejemplo, no es enviado a ningún gulag, sino que es allanado y torturado de mil formas en su propia casa, sin que pueda defenderse; doy fe de ello. Y con el dinero pasa lo mismo, y también doy fe: pedí un préstamo de 2.200 euros para poner en marcha la Fundación Fíate, y cuatro años más tarde llevaba pagados más de ocho mil y aún me quedaban mil quinientos por pagar (ya sé que cuesta creerlo y que muchos opinarán que eso no puede ser y que no habré leído bien el contrato; pero los que así piensan es porque aún no les ha llegado el tiempo de que les metan la hoz; otros pensarán que tendría  que haber ido a la policía, y les diré que fui; y al notario y al juez, pero, a fin de cuentas, yo solo soy un modesto padre de familia, y a ella me debo por encima de todo). Y en cuanto al Estado, sin comentarios: es pura caricatura. El gobierno es un títere, y la política es una ficción que encubre la más despiadada manipulación (siendo el culmen de todas ellas la eutanasia) para que cuatro magnates den satisfacción a sus quimeras egoístas. Éstos y sus vasallos rinden servidumbre a un ídolo, hecho de sílice, y amante de la Ciencia, que aspira a suplantar a Dios.
El vasallaje a ese proyecto es un rasgo propio de esta época; y otro es el magma de confusión en que nos hacen movernos, por el que incluso individuos bien formados se sienten desorientados, y por tanto temerosos. Siendo los más preparados de la sociedad, a través de su inseguridad caen fácilmente en la red del miedo; y si no son humildes para reconocerlo quedan a merced de embusteros que, sintiéndose protegidos por los círculos de poder a los que sirven, crean en torno a sí la ilusión de una seguridad que en modo alguno tienen. 
Nadie se salva de la viscosidad del momento presente, y todos andamos un tanto inquietos. Algunos encontramos la paz, y las fuerzas para luchar por un mundo mejor, en el diálogo con Dios. Así, estando yo en cierta ocasión necesitado de platicar con Él, me enteré de cierto monasterio en Toledo que recibía huéspedes en retiro de oración.
Al acercarme al recinto, grande, llamé a un timbre en una verja y tras un tiempo divisé a un monje que salía acompañado de una mujer en dirección hacia mí. Ella tomó otro camino y yo expliqué el motivo de mi visita. Me llevó entonces a una casona antigua, anexa a otros edificios, y me enseñó una sala grande donde me dijo que podía quedarme. También me mostró la cocina lindante para que dispusiera de ella, aunque mencionó como de pasada algo de una avería. Yo esperaba poder alojarme en una celda, pero me dijo que estaban todas ocupadas, y dándome algunas indicaciones más, entre las que me llamó la atención una leve insinuación sobre el poder del abad, salimos hacia la Iglesia, que estaba al lado. Ésta era monumental, aunque falta de ornamento y, como el resto de las dependencias que me había mostrado, fría y poco acogedora. Me dejó solo allí y me senté para rezar y serenarme un poco.
Al rato llegó un monje mayor, con barba blanca y más bien bajo de estatura. Surgió desde atrás avanzando por un lateral de la nave, y llevando una bolsa de plástico en la mano. Llegóse al altar, elevado en el centro, y dispuso sobre él manteles y algo más que sacó de la bolsa; luego caminó un poco en torno a la mesa del sacrificio, mirándola como si pensara en el modo de resolver algún problema, y se paró de pronto en una esquina, sujetando con un brazo el codo del otro, que a su vez estaba sujetando la pensativa cabeza. Escena y personaje eran como para contemplar, pero mi olfato espiritual me dijo que aquello no era muy católico y decidí no mostrar interés. Por lo que vi después, sospecho que el 'actor' recibió de mí el feed-back correcto. 
Cuando ya me iba apareció un hombre de avanzada edad que parecía el encargado del huerto y de las labores de mantenimiento. Hablaba con acento francés, y la impresión que me transmitió su rostro fue la de una persona de sórdidas costumbres. Tras cruzar unas palabras con él, y afianzar éstas mi impresión primera, me marché a mi estancia, pensativo e incómodo tras el primer contacto con aquella comunidad.
Me costó acomodarme entre aquellos muebles antiguos y en aquel ambiente frío y desangelado. Después de un rato poco provechoso pensé que una taza de té me ayudaría a aclimatarme más rápidamente, y, yendo a la cocina, me encontré con la increíble sorpresa de que al abrir un cajón resultó que estaba lleno de agua. Entonces miré el de al lado, y también: ¡todos los cajones estaban llenos hasta arriba de agua!; y entonces ya sí que me empezó a entrar canguis. El hospedero había dicho algo de un problema con la calefacción, pero de ahí a lo que estaban viendo mis ojos había mucha diferencia; porque los cajones estaban distantes unos de otros y todos tenían agua, y yo, que ya entiendo un poco de instalaciones domésticas, por más que le daba vueltas técnicas al asunto, no veía por dónde podía llegarles... y en el suelo no había ni una sola gota. Me retiré sin poder confortarme con el té y continué escribiendo. Al cabo de un rato caí en la cuenta de que estaba encogido e incómodo, como atrapado por una especie de hechizo, y decidí romperlo. Entré en la cocina y comencé a vaciar los cajones, vertiendo el agua por el sumidero, o directamente al patio trasero, que no me acuerdo bien. Después los sequé uno por uno con los paños que encontré, y éstos los colgué luego de los salientes que pude. Al final, dejé la cocina saneada y con una curiosa exposición de trapos blancos. 
Acababa yo la faena cuando aparecieron no sé por dónde dos señores que no se veían desde hacía tiempo y que no iban de paso como yo, sino que estaban vinculados con aquella casa por otro tipo de relación, diríase que más estrecha y funcional. Les oí comentar jocosamente, al ver el espectáculo de la cocina, que parecía una decoración halloween, que por cierto se celebraba precisamente aquella noche. Y aquel comentario casual de los dos extraños resonó un poco en mi interior como la típica ironía del comienzo de una película de terror.
Durante unos instantes siguieron conversando, mientras yo intentaba leer, pero ni el contenido ni la forma de su conversación lograron tranquilizarme. Me venía a la mente la impresión de turbiedad de sus rostros, algo así como si sus facciones adolecieran de falta de armonía, como si por algún extraño desvarío de sus vidas se les hubieran ido desencajando poco a poco.
Durante la cena, iba a compartir mesa con uno, aunque no menú, pues el hospedero hizo sin disimulo distinción de clases entre ambos. Este poco hospitalario hospedero ya me había hecho sentir mal antes, al tener que ir a preguntarle al abad -el monje de la bolsa- si me podían dar de cenar; y también por haber sido bastante áspero conmigo cuando le rogué que me dejara quedarme allí durante la noche, la cual pensaba pasar rezando y no necesitaría acostarme; esto le disgustó especialmente, y sus excusas para disuadirme, y sus consejos para ayudarme, sonaron a negativas tajantes. Aproximándose la hora de la cena llegó el otro comensal. Era un madrileño, casado y padre de familia y, sin embargo. habitual de la casa, que se extrañó de que me permitieran cenar allí. Al conversar con él volví a notar aquella misma sensación incómoda de falta de pureza, de falta de naturalidad... Terminó antes que yo y se fue, pero volvió enseguida a avisarme de que me estaban esperando para rezar Vísperas, lo cual iba a ser el final de mi visita. En una capilla de la iglesia se habían congregado cuatro monjes, y les acompañábamos los tres de afuera que ya he mencionado; pero una vez sentado, y fijando mi mirada en los congregados ¡cuál no sería mi sorpresa al reconocer envuelto en inmaculados hábitos al que a la hora de nona me había parecido un envilecido sirviente!
El supuesto abad estaba ante un teclado y cuando los monjes entonaron las primeras notas de un salmo, diríase que más que cantos al Señor, lo que salió de sus gargantas fueron graznidos de cuervos que esperaran su comida.
Ni qué decir tiene que mi espanto no dejaba de aumentar, pero llegaría pronto al culmen cuando, al rezar el Ángelus, le arrebataron toda su Gracia al Espíritu Santo. En efecto, proclamó el ministro: "El Ángel del Señor anunció a María"; y el coro respondió: "Y concibió por obra del Espíritu Santo". De impíos era su-versión, sin duda. 
Y como los espíritus se conocen, en cuanto terminó la oración, se levantó el supuesto abad, y, dirigiéndose directamente a la puerta, la abrió de par en par para mí, al tiempo que apartaba la vista -como quien tiende un puente de plata al enemigo que huye- invitándome de ese modo a salir... y a no volver. Pero yo no me fui huyendo, y de hecho volví; volví aquella misma noche. Como estaba clara y templada, y por circunstancias yo no tenía ni sueño ni obligaciones, decidí darme un paseo en bici en la noche sabatina antes de retirarme. Y con la impresión aún fresca de lo que había vivido hacía unas horas, me acerqué de nuevo por curiosidad a aquel lugar. Dejé a cierta distancia mi bicicleta y me senté bajo un árbol a ‘contemplar las estrellas’ y a observar lo que pasaba. En aquella peculiar noche de Halloween, las nubes se movían rápido, tapando y destapando la luna, y en alguna rama alta sobre mi cabeza ululaba solitaria una lechuza. Muy de cuando en cuando pasaba un coche, y yo, medio me escondía, que no eran horas para estar allí. Pero, a pesar de mi precaución, algo debieron de ver los de aquel sedán grande que pasó despacio, porque a los dos o tres minutos volvieron a pasar... y aún más despacio. No me quedé a averiguarlo, por supuesto, y, encogido por la impresión, me retiré entre las sombras de la escena del...
Yo no tengo duda al respecto: “Donde se reúnen los buitres, allí está el cuerpo” (Mat 24, 28). Puesto que la única seguridad, y la única resistencia eficaz a la pujante barbarie, está en Dios y en la religión, es normal que en torno a Toledo se hayan concentrado los buitres. La capital religiosa de España, de la Iglesia que fue asentada sobre el sólido cimiento de Santiago Apóstol, y que en otros siglos llevó la luz a medio mundo, es hoy, ampliamente, territorio donde campa el lobo a sus anchas; y la prueba es que se observa, allá y acullá, una gran dispersión del rebaño, desatención a las ovejas enfermas, y maltrato a las robustas; y un gran despiste pastoral (‘… profetas y sacerdotes vagan sin sentido por el país’). En el antiguo y seguro redil de antaño, hoy en día, tan sólo las ovejas que se dejen encontrar por el Buen Pastor podrán salvarse de la gran cacería.
“En aquel tiempo el Señor eligió a otros setenta y dos discípulos y los envió de dos en dos delante de él, a todas las ciudades y lugares a donde pensaba ir Él.” (Lc 10, 1)
Terminando julio volvía de Canadá el avión del Papa, con los setenta y dos periodistas a bordo, y, según  cuentan ellos mismos, en pleno vuelo los envió el pontífice -de uno en uno y píldora en mano- a una misión ‘en las nubes’: ‘Id por todo el mundo anunciando que el dogma sólo es verdad si progresa; y que los expertos de Monseñor Paglia han declarado moralmente lícito usar anticonceptivos en muchos casos.’
Pero, ¡por Dios!, que Paglia es paja. La Iglesia me invitó a conocerle en Madrid ¡qué pobreza de discurso! Y la misma bendita Iglesia me dio la ocasión de decirle públicamente que, a pesar de las apariencias, muchos en España no comulgamos con su apostolado.
Es verdad que en la grande y noble España ya nada es lo que parece. Que la policía, sin ir más lejos, no va toda ella 'con su uniforme reglamentario'; y que en la causa de sacar al país adelante tampoco están todos los que son ni son todos los que están. Es verdad que violencia y mentira nos rodean por doquier; pero por los frutos se conoce al árbol… y Dios tiene la última palabra.
Algunos, rosario en mano, estamos intentando poner freno a esta deriva de destrucción nacional a base de dejarnos la piel, conscientes de que ‘ser hombre’ es librar ese combate por un mundo mejor. Esta tarea de algunos fue también la de Cervantes, y la resumió muy bien por boca de uno de su personajes: "Lucho contra tres fantasmas: uno, el miedo, que tiene fuerte raigambre y que se apodera de los seres y los sujeta para que no vayan más allá del muro de lo socialmente permitido o admitido [* "políticamente correcto", en traducción adaptada]; otro, la injusticia, que subyace en el mundo disfrazada de justicia general, pero que es una justicia instaurada por unos pocos para defender mezquinos y egoístas intereses; y el tercero, la ignorancia, que anda también vestida o disfrazada de conocimiento y que embauca a los seres para que crean saber cuando en realidad no saben, y que crean estar en lo cierto cuando no lo están. Esta ignorancia, disfrazada de conocimiento, hace mucho daño, e impide a los seres ir más allá en la línea de conocer realmente y conocerse".
Estos últimos cuarenta años minaron nuestra resistencia, obligándonos a bajar una y otra vez a la arena de las disquisiciones teóricas, que sin el aglutinante de la virtud no sirve para edificar; y el país quedó estancado durante los largos años de aquello que se dio en llamar la superioridad moral de la izquierda. En aquel tiempo engañoso hubo muchas víctimas, en silenciosas cacerías programadas; las redes de los ismos – brazos armados de “lo políticamente correcto”- nos diezmaron durante cuarenta años; y del país joven y vigoroso de comienzos de los 80 al de hoy, media un abismo.  
España, deslumbrada por el vil metal, fue engullida por la galaxia europea que, por ser muy grande el bocado, la va digiriendo poco a poco con sus leyes viles. Con las mañas de la codicia nos están despojando del vasto caudal acumulado en nuestra preciosa historia; sobre todo el del patrimonio moral, de muchísimo más valor que los herrumbrosos euros con que nos engatusaron los magnates. Y últimamente, espoleados éstos por su ambición, están acelerando a marchas forzadas el expolio nacional, por medio del invento mediaticovid ucraniusvirusvarius, zafio ingenio criminal que articula la ignorancia con la injusticia por medio de la mentira y la violencia, y que minimiza la fricción con el lubricante del miedo.
A pesar de todo, arrinconados contra las cuerdas como estamos, cada vez que se alza una voz razonable denunciando las flagrantes transgresiones y atropellos que nos asolan, el siniestro engranaje del mediaticovid se gripa un poco más.
A mí, desde luego, me tiene 'entretenido' el invento, triturándome con sus dientes como trigo en la muela.
Acudí por primera vez a la Comisaría de Toledo con el fin de poner una denuncia por acoso laboral contra mis superiores. Fue el miércoles 26 de junio de 2013, a las nueve de la noche.
Me pidieron que esperara a la puerta de un cuartito, junto a otras dos personas. Después de un buen rato seguíamos como al principio. Por fin salió alguien y quedamos aguardando a que llamaran al siguiente, pero transcurridos varios minutos nadie nos invitaba a entrar.
En buena lógica, la atención a personas agraviadas debería hacerse con delicadeza y diligencia y por eso me animé a llamar a la puerta de aquel cuarto. En cuanto asomé la cabeza, una funcionaria que estaba adentro, me instó con aspereza a seguir esperando. Este contratiempo me dio pie a entablar conversación con la señora de al lado y comprobé que ella también estaba abrumada por el largo tiempo de espera.
Acababa de publicarse en los periódicos la noticia de que nuestro país tenía el porcentaje de policías más alto de Europa. Desde luego, su presencia en las calles se notaba. Y de ser cierto el dato, la deficiencia de aquel servicio que estábamos padeciendo resultaba aún menos excusable.
Con estos pensamientos y la inquietud propia del momento, me pareció un acto cívico formular una queja contra aquella tardanza. Me acerqué a la garita del control, en la que había tres policías. En cuanto se enteraron de mi intención y mis razones dieron muestras de enojo y con gestos de fastidio llamaron a un superior.
Apareció en el hall un hombre joven, que tenía asumido que su deber era sacarme del error y disuadirme de mi propósito. Como si estuviera ofendido, se extendió largamente ensalzando la calidad del servicio y su condición heroica. Se justificó de paso diciendo que siempre había dos personas atendiendo a las denuncias pero que, por necesidades del servicio, en aquella ocasión sólo atendía una.
Contemporicé con él todo lo que pude, pero insistí en poner la queja. Al oír esto me volvió la espalda, desairadamente, y me ordenó sentarme. A la sazón ya habían entrado a declarar los que estaban en la cola y otros que habían ido viniendo después.
Cuando me llegó a mí el turno me recibió un funcionario sin uniforme con modales arrogantes. Al exponerle escuetamente el asunto me devolvió su interpretación de lo que yo le decía. En su versión se desvirtuaban los hechos perdiendo toda su gravedad. En definitiva, no se trataba de un delito sino de ciertas peculiaridades del ambiente de trabajo que a mí me hacían sentirme perseguido.
Procuré reenfocar el tema trayendo a colación los casos de acoso que terminaban en tragedia, pero no dudó ni medio segundo en ridiculizar mi observación argumentando que estadísticamente esas muertes eran insignificantes. Después de un tira y afloja, viendo que yo insistía en mi propósito, me pidió que relatara los pormenores del caso.
Por más que intenté explicarle que la sutileza de los mismos exigía que fueran tratados en un proceso legal con las debidas garantías, insistió en que el procedimiento de denuncia requería esos detalles. Tanto insistió que me hizo dudar de que el mobbing fuese realmente denunciable ante la policía. Después de todo yo no les presentaba hechos punibles concretos que justificaran su intervención.
Decidí finalmente aceptar su consejo de dirigirme a Magistratura del Trabajo o a un Juzgado de lo Civil. Pero de camino a casa, ya muy tarde, tuve la impresión de que había errado marchándome sin realizar mi propósito. Más tarde, buscando en Internet, confirmaría aquella impresión.
Desde diciembre de 2010 el Código Penal recogía esa infracción y recientemente se habían dado casos señalados de denuncias ante el CNP. Llamé a la Comisaría y pedí que le dijeran al funcionario que me había atendido que por su ignorancia de la ley me había causado enojosas molestias. También les dije que volvería por allí a la mañana siguiente.
A las 8:30 h. estaba de nuevo en el gran hall de espera, un espacio diáfano rectangular de unos ciento cuarenta metros cuadrados, en torno a una escultura, de un tamaño superior al natural, de un quijote.
Me puse en la cola. Y esta vez no iba a tardar mucho en ser atendido.
De repente se abrió la puerta y se dirigió a mí un hombre vestido de paisano con muy malos modos. Me preguntó que qué quería, lo cual estando allí era obvio y así le respondí. Era evidente que conocía mi intención e intentó inquietarme preguntándome si no había puesto ya el día anterior esa denuncia. ¡Qué despropósito! Acto seguido, como el que trata con un desalmado, me cerró la puerta ordenándome permanecer allí sentado.
Obedecí. Y empezó a pasar el tiempo sin que nadie me atendiera. Me levanté una vez más y acercándome a la puerta giré el pomo. Pero para mi sorpresa, la encontré cerrada.
Me acerqué entonces a la garita a comunicarlo y un policía veterano, que apenas se volvió para mirarme, insistió en negar que lo que le decía fuese cierto, pues según él ese servicio no cerraba nunca. Le insté a que él mismo lo comprobara y no quiso hacerlo. Entonces le pedí que se identificara y me despachó destempladamente diciendo algo así como que no le faltaba más que tener que dar sus señas a todo el que se las pidiere. Después de eso, sin poder dar crédito a lo que estaba pasando, me fui de allí.
Aquella mañana me había levantado con un poco de lumbago y por prevención había pedido una cita en el centro de salud para primera hora de la tarde. Al terminar mis quehaceres de aquella jornada de final de curso en el colegio, como aún era temprano para comer, hice acopio de valor y volví a la comisaría.
Pronto vi que el plan disuasorio persistía. Después de un tiempo de espera considerable me acerqué a la garita y les indiqué que me iba a tumbar en una esquina retirada, en alguno de los muchos bancos que había, porque me molestaba la espalda. Como el tiempo de espera se prolongaba mucho más de lo razonable y todo indicaba que nada iba a cambiar, hallé en mi mente la forma de conseguir testigos de lo que estaba pasando. Era ya casi la hora de acudir a mi cita con el médico y consideré justificado pedir una ambulancia que me llevara. Desde mi triste esquina de proscrito usé mi móvil; dije que me sentía impedido para llegar por mis propios medios al médico que me tenía que ayudar y les pedí que vinieran a por mí a la Comisaría. Así lo hicieron y al acercarse a socorrerme les rogué que esperaran a que pusiera mi denuncia, que ya no podía tardar; a esta petición el conductor no supo qué responder y se retiró a la furgoneta para consultarlo; yo me fui tras él y tomé nota de la matrícula y número del vehículo.
Desde la garita no perdían detalle, también ellos nerviosos. Uno me inquirió con dureza la razón de por qué anotaba aquellos datos. Fueron momentos tensos y, con la fuerza moral que me daba el saberme víctima de un abuso, me acerqué a la puerta privada de acceso a las dependencias policiales y entré por ella. Inmediatamente apareció alguien en la puerta que debía comunicar con el cuarto de denuncias y me invitó a volver al hall. Al hacerlo ya venía corriendo hacia mí un viejo policía que se atrevió a decir que yo estaba loco. Me callé, pero sabiendo que finalmente había logrado romper su defensa.
Efectivamente, al poco me pasaron al cuarto y me atendió, tenso y enfadado, un joven y avispado policía. Supe que él había tomado por su cuenta la iniciativa de poner fin a aquella farsa para no provocar un altercado mayor y se podía adivinar por sus modales su violencia interior. Mientras él entraba y salía yo seguía molesto con mi espalda, así que me recliné levemente en los sillones bajos en que invitaban a sentarse a los que acudían allí a pedir ayuda. Al hacer entrada de nuevo en el cuartito y verme en esa postura, el agente "me escupió" -como si yo fuera un delincuente confeso- que me incorporara, pegándome una patada en los pies.
Y así fue como denuncié por acoso al Director de mi colegio y al Jefe del Servicio de Inspección. Vendrían después otras muchas denuncias, en la Policía y en los Juzgados, y ninguna de ellas prosperaría en una sanción pública. 
Una vez fui a denunciar que unas hermanas, dadas en acogida permanente por la Consejería de Sanidad, estaban siendo abusadas sistemáticamente, y los policías que me atendieron -corruptos también- me trataron como si el delincuente fuera yo. 
Pero no todos son así. El día de los Santos Ángeles Custodios, patrones de la Policía, escribí en este mismo blog un elogio de los policías buenos, que gracias a Dios también los hay, y muchos. 
Estoy convencido de que, después de todo, aquel policía que me solmenó la patada era sin duda uno de estos policías buenos, obligado a trabajar con rutinas y superiores viciados. 
La aspereza laboral, que es habitual en todos los ambientes de trabajo, es el resultado de una lucha, la del hombre desde que apareció en la Tierra, entre el Bien y el mal. Éste último hace mucho ruido y con él somete a las personas, al suscitarles miedo. Los más afortunados encontramos una salida, una forma de escapar a esa violencia impuesta, en Dios. En Él obtenemos fuerza y sostén para hacerle frente al dragón.
Pero volviendo a Cervantes, en cierta ocasión abrí por curiosidad el falso Quijote, el de Avellaneda, y me bastaron unos párrafos para comprender la infamia que supuso su publicación, aunque ya me lo había podido imaginar por los mordaces comentarios que de ello hace Cervantes en la segunda parte de su novela. La pureza del héroe cervantino, la nobleza que encarna, es mancillada hasta reducirla a heces. Lo más bajo de la condición humana ocupa para el impostor el lugar elevado que Cervantes dio al espíritu. Pues, hete aquí que, en mitad de la Comisaría de Toledo, la escultura de un quijote espatarrado y bebiendo vino a placer, no puede ser reflejo de un noble espíritu de servicio. Y entonces, una de dos, o no tienen ética o no tienen estética. 
Ciertamente, nada hay puro entre nosotros, pero puestos a elegir, prefiero la policía de "cualquier lugar de la Mancha" que la de la Comisaría de Avellaneda. Y vuelvo a toparme con la evidencia: Toledo tiene algo…
Dios, habiéndome ya abierto los ojos a este aborrecible misterio del mal mezclado con el Bien, palpable en el CNP, permitió que se me encargara a mí la gestión de mi Comunidad de Vecinos; e inmediatamente me reveló el pus que se escondía en ella, para, acto seguido, enseñarme el modo de sajar la herida.
Mis primeros movimientos en los rincones oscuros fueron torpes, y los que los habitaban, queriendo huir de la luz, se abalanzaron sobre mí.
El 22 de octubre de 2013 fue la fecha de mi elección como Presidente de los vecinos de Recodo del Pinar 12. Unos días después, el 9 de noviembre, recién presentada en el Palacio de Benacazón la fundación educativo-sanitaria Fíate, impulsada y presidida por mí, con sede en el inmueble del que estamos hablando, al instalar una lápida con su nombre en el muro exterior del edificio, lo horadé -obviamente sin mala intención- porque donde quise hacer la caja para alojar la placa era el lugar de un amplio ventanal que había sido tapiado con rasillón.
Descubrí un local opaco en el edificio – del que al menos tres propietarios con más de doce años en el edificio, aunque no del grupo de los primeros moradores, no conocían su existencia-, con una superficie de unos setenta metros cuadrados, que parecía haber sido un apartamento (la encimera de varios metros apoyada en el muro exterior al que dan el resto de cocinas, el pavimento levantado, la puerta…), y que muy posiblemente no tributaba.
La antigua Presidenta y el Administrador se habían mostrado muy activos desde el principio en crear una mala imagen de mí. Ahora veo claro que la razón era que no se sentían cómodos ante un gestor que no perseguía más objetivos que servir honradamente durante un año al bien común de los vecinos. Me daban largas al traspaso de poderes; pero mi ninguneo ya se mostró irreversible cuando le pregunté a la presidenta saliente si se había dado parte a las autoridades de los bienes que en el inmueble habían pertenecido al vecino muerto cuando iba en bici, entre ellas el trastero que esta mujer estaba disfrutando en aquel momento. Negándome el traspaso de poderes, me ataron las manos para desempeñar mi cargo, y divulgaron al mismo tiempo que yo hacía dejación de mis funciones, que no estaba bien, y que era incapaz de llevar la gestión.
Hasta el momento de mi nombramiento se venía despilfarrando el gasoil de una manera criminal (a razón de 16.000 litros por año para calentar cinco o seis viviendas familiares y unas catorce unipersonales o de pareja ocasional) y me pareció de ley pedir consejo a la Consejería de Consumo respecto al modo menos traumático de solucionar eso. Pero a pesar de mi buena intención, y de mi corrección en el trato desde el principio, iban a torcerse las cosas muy rápido para que siguieran como estaban.
Con todas estas cosas, sobre todo con el afloramiento de aquella propiedad oculta, los vecinos más antiguos reaccionaron con inusitada violencia sobre mí, y de rebote sobre mi familia.
Por poner un ejemplo de los del comienzo, la presidenta saliente se presentaba en nuestra casa aporreando la puerta un domingo temprano, estando solamente yo levantado, en bata y zapatillas, y con extremada acritud nos acusaba de hacer ruidos insoportables; y a pesar de ser una locura, era difícil hacerle frente porque tenía las espaldas muy cubiertas y porque aún no habíamos superado el bache familiar desatado al morir el padre de mi esposa.
Se formó una trama en la que participó personal policial, la cual maniobró para que se me acusara ante los tribunales de dañar una propiedad. Y el hostigamiento vecinal llegó al grado de terror, que continúa en el presente.
La campaña de descrédito para frenarme culminó, cuando descubrí el apartamento, con el intento de presentar una demanda judicial de parte de la Comunidad de Vecinos contra mí, aunque finalmente desistieron de ella (desanimados tal vez por la ‘complicación técnica’ que entrañaba), y zanjaron el asunto con mi fulminante destitución. En el acta oficial de aquella reunión extraordinaria no se dice qué es lo que motivó su convocatoria, tan sólo se dice que se nombra a Dª Fulanita de Tal nueva presidenta “porque no lo había sido nunca”. 
El acoso creció y derivó con el tiempo en un proceso penal contra mi esposa y contra mí, actualmente en curso, en el que se documentan hasta 35 intervenciones de los agentes del orden por nuestra causa. Dentro de quince días se termina el período de instrucción (cientos de folios y un montón de material A-V), y para entonces el escrito de acusación podrá fundamentar un delito de Acoso, o incluso un delito de Lesiones, con pena de cárcel para mí. 
Pero la implicación de la policía viene dejando muchos rastros en su ya larga historia. En aquel primer Acto de nuestra persecución, el guion pasaba por llevarme al calabozo un fin de semana, para atemorizarme.
Estando yo en misa uno de aquellos días, coincidió que se celebraba un funeral. Me había sentado en el segundo banco, sabiendo que el primero se reserva para la familia en estos casos. Llegó inmediatamente un hombre de aspecto duro y se sentó delante de mí. Noté que no era un familiar del difunto y que "no estaba en su ambiente". Para explicarle cuál era la costumbre le toqué un brazo y se volvió como los que se han criado en la violencia, haciéndome sentir su frialdad. Aquel hombre -un sicario del mal- se sentó entonces a mi lado. Al darle la paz volví a notar la dureza de su corazón en la mirada. 
No sé exactamente qué pasó por mi interior, pero en vez de ir a comulgar como siempre, esperé a que pasara toda la larga fila de fieles y comulgué el último. Y después no volví a mi sitio, sino que salí y eché a correr sin parar hasta la estación de autobuses. Tenía que coger uno para Madrid y tuve suerte de que cuando llegué estaba a punto de salir y tenía plaza. 
Iba para Asturias, donde pasaría los días siguientes arreglando ciertos asuntos. Allí me comunicó mi mujer que aquel viernes había ido la Policía a buscarme a casa. Comprendí entonces que mi escapada de la Iglesia había sido providencial y me había ahorrado un susto de muerte, con matón de verdad incluido; y comencé a prepararme para lo que se a-vecina-ba. Se había abierto la veda de la caza y captura de mi familia; un auténtico calvario en Pos de Jesús.
En cuanto volví de Asturias me presenté en la Comisaría y me detuvieron; me negaron el habeas corpus, me quitaron ciertas delicadas pertenencias, me ficharon y me metieron entre rejas. Como la estrategia del 'malo' siempre se basa en el miedo, habían intentado encerrarme de viernes para tenerme entre rejas todo el fin de semana; pero Dios no se lo permitió. De modo que entré en ‘el cuartón’ a las 9:00 y salí a las 14:30, para ir a recoger a mi hija a la salida del comedor, estando para entonces yo, a mi vez, “ya comido”. Esto merece un comentario aparte; porque estoy convencido de que mi menú era un punto importante dentro de su plan diabólico de asustar a la víctima.
A su hora me preguntaron si quería comer y dije que sí. Sabemos que hoy en día los reclusos reciben un buen trato en general, y aunque yo no estaba nada seguro de que me fueran a dar un plato de gusto, tampoco me imaginaba lo que me tenían preparado. Me trajeron una bandejita precocinada en la que había algunos garbanzos sueltos en medio de una bazofia que no se sabía lo que era. Si yo no hubiera estado entrenado a comer con sencillez, y algo acostumbrado a los sacrificios, no hubiera podido superar aquel mal trago. Sólo consigo recordar otra ocasión en mi vida, también muy apurada, en que tuve que comer algo muy malo; aunque no tanto. El plato que me sirvieron, frío, era realmente vomitivo. No puedo describirlo. Sólo diré que para poder tragármelo "hice" que cada bocado se convirtiera para mí en un beso en las llagas de Cristo. 
Estaba a punto de terminar de comer cuando juzgaron que ya había tenido bastante, y me soltaron. Respecto a la razón de mi encierro, mi abogado, un inteligente penalista, no la encontraba.
La maldad estaba detrás, sin duda; y combatir esa maldad es razón suficiente para que una persona salga de su "área de confort" y se complique la vida; lo cual en no pocas ocasiones sucede sin buscarlo y en otras se debe a la voluntad de vivir de acuerdo a las propias ideas. Pero sucede que en mi caso no fue ni una cosa ni la otra.
Arrojado en el mar de la vida, había intentado yo sin éxito durante años poner rumbo a puerto seguro; al final, después de varios naufragios, y amenazado por otro temporal, cedí el timón de mi barquilla a un gentilhombre que muy amablemente me convenció para que me dejara guiar. Grabado a fuego en mi alma tengo ese momento, con fecha y hora: el momento de mi vuelta a la 'casa paterna'. 
Desde aquel día se podría decir que dejé de anhelar ‘demostrar al mundo lo listo que soy’, y emprendí el camino de aceptar que Otro más listo que yo me dijera lo que tenía que hacer. Pasé de vivir por mí mismo a vivir por la fe en el Hijo de Dios vivo que entregó su vida por mí. Y esto en la práctica se concretaba en que mis decisiones, sobre todo las grandes, tenían que ser fruto de la oración. Los sucesos que desencadenaron mi encierro se entienden sólo como eslabones de esa cadena que me unía, ataba y aseguraba, al patrón de mi vida.
Gracias a esa cadena he podido adentrarme en terreno enemigo sin perecer. Para que vislumbrara el poder del mal y sus consecuencias, me llevó Dios por distintos sórdidos parajes. Y desde luego que de no haberle tenido a mi lado no lo hubiera podido soportar. Asomarse siquiera a ese abismo produce un vértigo escalofriante; su contemplación espanta a cualquier persona noble. Pero la pedagogía de Dios es sublime y en muchas situaciones difíciles de estos últimos diez años de combate, he sacado las fuerzas para luchar de ese conocimiento rudimentario del misterio del mal que Dios en estos años me fue proporcionando en dosis.
Insisto en que nada de lo que en estos años he vivido puede explicarse cabalmente desde criterios exclusivamente humanos. Y si alguien osa hacerlo es muy probable que su intención no sea buena y que no vaya buscando la verdad.
He trufado este relato con ejemplos claros de que tras la apariencia de bien se esconden a menudo la violencia y el vicio, la injusticia fruto de la soberbia.
El movimiento interior que me impulsó a comprometer seriamente mi comodidad en el lance quijotesco que me puso al borde de la ley, fue el resultado de un itinerario de experimentación espiritual que comenzó hace veinticuatro años, el 21 de octubre de 1993, para ser exactos. Ese fue el día en que, como ya he dicho, abandoné el timón del barco. Desde entonces voy hacia donde no sé, por donde no sé. Es cierto que muchas veces he estado tentado de recuperar el mando, pero he podido resistir la tentación, gracias a Dios. Y no sólo sigo teniendo fe sino que cada vez se me hace más patente que antes de que yo piense algo, Él ya sabe cuál va a ser mi decisión final y el por qué último de la misma.
Así pues, el 'fregao' en el que me metí por mi confianza en Cristo - del que aún no he salido y que por momentos me hace sentir de manera quemante que mi vida corre peligro- no fue una heroicidad, aunque arrechuchos me costara. En realidad, habiendo decidido algo en el nombre de Jesús, hasta la más mínima moción interior -pensamientos, emociones y cualquier estado del ser- termina resultando celestialmente urdida y programada para el éxito. El que pueda entender, que entienda.
Lo crucial es la decisión de dejar el timón a quien sabe más que tú; y a partir de ahí, el que yo empezara a vivir como un personaje de un thriller importa muy poco -aunque si alguien busca emociones le puedo animar a que lo pruebe- y se explica porque la personalidad que Dios me dio, y que Él conoce al dedillo, era la adecuada para esa misión. 
En 2015 observé indicios consistentes de abusos en una Comunidad Educativa a la que pertenezco y fui con ellos a la Comisaría del CNP. Un inspector del Grupo IV rehusó abrir una investigación; y además encubrió el posible delito al acudir al centro a informar al director del mismo de mi visita, diciendo, poco más o menos, que yo no estaba en mis cabales. 
Algún tiempo después, en 2018, solicité una adaptación de un puesto de trabajo como maestro de inglés por una considerable sordera que padezco. Me citaron con el médico laboral, y éste no quiso mirar los informes de otorrino que le llevaba, sino que, por el hecho de que ‘se había enterado’ de que 25 años antes había tenido una baja por una descompensación síquica, abordó un proceso por esa vía que culminó con mi incapacitación permanente, quince días antes de jubilarme por la edad (el 20 de diciembre cumplía sesenta y me tocaba jubilarme, pero se dieron prisa para incapacitarme laboralmente el 30 de noviembre anterior).
El proceso citado estuvo plagado de irregularidades, y apareció inmerso en la envolvente delictiva que estoy denunciando. Aquel año 2018, una resolución del Director Provincial de Educación, motivada por la calificación de No Apto emitida por el mencionado médico, me apartó de las aulas por primera vez. 
Aquella injusticia colmó el vaso de las penurias familiares que venían asolándonos desde el 2013, y terminó por desequilibrar a mi esposa, y hacer que cometiera un error en su trabajo. Como consecuencia, a comienzos de 2019, a pesar de una trayectoria docente brillante (como puede verse por las notas sobresalientes de las sucesivas promociones de sus alumnos en la EVAU en los últimos veinticinco años) se cebaron con ella hasta obligarla a apartarse de su trabajo. La muerte de su madre (julio de 2020) y una terrible campaña de descrédito en los medios contra nosotros (1 de marzo de 2019), sucesos ambos amplificados por la fina sensibilidad de artista de mi esposa, ralentizaron su recuperación anímica. Y en esta delicada tesitura, el acoso vecinal tensó aún más su cuerda… en torno a nuestro cuello.
En el expediente penal antes mencionado se documentan 35 actuaciones policiales sobre nosotros; y en relación a esto, en reciente documento registrado en los juzgados, aportamos la evidencia del carácter espurio de una buena parte de ellas. En concreto, una pareja de nuevos vecinos veinteañeros ‘cantó’, gracias a mi sagacidad y su inexperiencia, que ellos habían llamado a la poli seis veces en cuatro meses, sin otro motivo que el ser pagados para eso; y al día siguiente de su confesión desaparecieron del edificio sin dejar rastro… nadie sabe nada.
Así mismo, en las Diligencias Previas que se nos siguen, se menciona que en los Archivos Policiales aparecen dos antecedentes por detenciones con mi nombre: Una por robo con fuerza en 1980 y una detención por Daños del 18 de noviembre de 2013.
Pero se pilla antes al mentiroso que al cojo. En primer lugar, no le es lícito al CNP darle a un juez informaciones sobre un ciudadano, obtenidas en el curso de su trabajo, si no van aparejadas a la demostración de alguna culpabilidad. En mi caso, aquellos dos sucesos fueron sobreseídos sin dejar antecedentes penales, pero su mención contribuye a formar un prejuicio en el magistrado que tiene que administrarnos justicia.
El primero de ellos sucedió en 1980. En aquel momento era yo un muchacho inmaduro, que llevaba meses estremecido por la enfermedad de su padre y su traumático desenlace. Para la inestable psique de los dieciséis años, oír a tu padre aullar de dolor, todas las noches, durante horas, por estar gangrenándosele una pierna que finalmente perdería, es una experiencia demasiado dura como para no pasarte factura. En medio de esa angustia vital, mis dos amigos y yo nos juntamos una tarde con unos chicos que tenían una llave para abrir máquinas tragaperras. Uno del grupo ya tenía coche, y aparcamos a la puerta del bar; metidos en faena, nos vio el dueño; y corrimos a ‘salvarnos’ huyendo en el coche… y para qué voy a seguir.
Ese lance tuvo lugar a 500 km de Toledo, y en un tiempo en que aún no había ordenadores. ¿Cómo dice la policía que en "su Archivo" figura ese dato? Como ya he dicho, ni entonces ni ahora tuve Antecedentes Penales; las leyes aún tenían en cuenta, por aquel entonces, lo que convenía para que las jóvenes generaciones pudieran crecer confiando en sus instituciones; y distinguían cuándo había afán de lucro, y cuándo no había más que desorientación de un pobre chico que está saliendo a la vida adulta, con toda la dificultad que esto supone.
No, por supuesto que aquel despiste mío no figuraba en los Archivos de la Policía de Toledo. Lo que sucede es que en la Comisaría de Toledo saben más de mi vida que mi propia esposa. 
En cuanto a la ‘Detención por Daños’, se trata justamente del hallazgo, antes mencionado, de un apartamento encubierto en nuestro edificio. La citada trama policial corrupta maniobró para que se me acusara de dañar una propiedad; y la anotación de este dato en el expediente judicial constituye el indicio concluyente de su implicación en el penoso proceso que padecemos. En primer lugar porque, como ya he dicho, no le es lícito al CNP aportar datos de sus archivos particulares a un proceso si no es porque están demostrando una culpabilidad penal, y no es mi caso porque aquella causa terminó siendo sobreseída.
Por otra parte, el Archivo Policial registra como fecha de la detención por Daños el 18 de noviembre, siendo que el hecho causante -la fallida instalación de la lápida- sucedió el día 9 de ese mes, y la denuncia fue presentada  el día 11. No es justificable una detención en un caso así, en absoluto; máxime cuando la confirmación de los daños que se denunciaban fue fraudulenta, ocultando el informe policial que la puerta del apartamento presentaba signos antiguos de haber sido forzada, pero ninguno actual. Lo que pasó fue que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, el necesario blanqueo de aquella propiedad, para pasarla de vivienda a 'local-trastero', se podía poner a mi cuenta perfectamente, con el truco-trueque de endosarme a mí el uso de la fuerza.
Pero aún menos justificada estaba esa detención nueve días después del hecho causante. En realidad, el señalar una acción punible a mi nombre el 18 de noviembre, lejos de ser una cosa sin importancia, refleja una voluntad de demostrar que el delito por el que se nos va a juzgar próximamente a mi esposa y a mí, no tiene nada que ver con un complot vecinal por mi actuación destapando aquel pastel inmobiliarioAl ubicar mi falta en fecha posterior a mi insólita destitución del cargo de presidente, se intenta encubrir que la razón de ésta era impedirme aclarar el misterio del apartamento encantado. Aquellas fotos que me borrobaron de la memoria USB, mostraban el apartamento antes y después de las obras de reforma que, sin solución de continuidad con mi descubrimiento, se abordaron en él, para enterrar de nuevo lo que había sido 'exhumado' por mí. Y algo parecido me han dicho que sucedió en el 'monasterio del buitre', que en cosa de poco tiempo se abordaron obras de envergadura, que transformaron mucho la escena del... 
En resumen, en un mundo donde los cimientos son de quita y pon, donde la honradez no vale nada, ¿qué se puede esperar? Vendrá el gobierno único mundial, pero durará poco, porque Dios mismo, en atención a ‘los diez’ que encuentre fieles y veraces, lo fulminará. 
[Publicado en la Fiesta de Santiago; actualizado el último día de julio.]

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