AMORTH, NICK, Y EL AMOR

Lo que consiguió Nick, a la de cien...

Colgué ayer dos episodios en ‘Mi historia’ en relación con el diablo. Este tema resulta ridículo para la mayoría, lo cual da idea del gran cambio de mentalidad que se ha operado en unas décadas; porque hasta hace cuarenta o cincuenta años, era creencia general asociar la muerte a un rendir cuentas a quien está por encima de nosotros; es decir, que la vida del espíritu al lado de la puramente carnal fue un componente cultural indiscutible hasta hace nada. ¿Qué ha pasado entonces? 
La irrupción de los modernos medios de comunicación es la razón de ese cambio. Asociados al poder económico, han trasformado en poco tiempo la conciencia popular; digamos que han arrimado el ascua a su sardina. Su capacidad de influir no ha dejado de crecer, impulsada por la tecnología digital; y son, de hecho, el poder que nos gobierna (¡chsss… que nadie se entere!). Actualmente, es sólo una parte infinitesimal del flujo de la información lo que se escapa al control del mando superior. Y una de las áreas más sensibles, y por lo tanto más controladas, es la religiosa, porque el diablo y sus seguidores saben muy bien que Dios, actuando en los creyentes, tiene poder para revertir esta dramática pérdida cultural, que está aconteciendo sin que la población sea consciente del daño que supone, y que beneficia exclusivamente a los que ponen toda su confianza en el dinero. 
El diablo se frota las manos cuando una persona corriente, casi sin formación o, peor aún, creyéndose que la tiene sin tenerla, alza la voz en la red para ridiculizar a quienes declaramos abiertamente que nuestra situación social es grave por causa del Maligno. 
Se atreven a hablar así porque no conocen a Dios, ni reconocen a quienes hablan de su parte. Si el cerco de desprestigio y de difamación con que se rodea a estos últimos se pudiera romper, y fuera más accesible la religión encarnada (la que se vive las 24h.), la falsa idea del diablo se desvanecería. 
Las películas difunden una idea distorsionada de lo que es este ser; y el resto de productos culturales también. El santo Cura de Ars, a cuya aldea francesa acudían (hace ciento y pico años) riadas de ricos y pobres a confesar, lo explicó así: “Si uno no choca de frente con el diablo, es porque circula en su mismo sentido.”
Un diario nacional usó ayer el morbo en torno a este asunto como cebo; “yo piqué”… y pinché. A un ciudadano corriente que leyese aquello le quedaría la impresión de que esto del demonio es un cuento chino, pues decía que a muchas personas tocadas por el diablo no les bastaba con un exorcismo, sino que necesitaban que se les practicaran cientos… un choteo, vamos. Todo lo que se difunde sobre esta realidad tiene por fin depreciarla, quitarle importancia. Para ello se la ridiculiza, o se la hace parecer una cosa extraordinaria, algo así como una enfermedad rara, el tipo de noticias que la gente suele procesar como 'esto no va conmigo'. 
Sin embargo, esta realidad no es extraordinaria sino corriente; es el mismo diablo el que promueve que la gente crea que él es 'algo temible' pero que muy raramente anda por ahí. Lo cierto es que, quiérase o no, nos movemos en el mundo obligados a elegir entre opciones marcadas con un signo, positivo o negativo, y nadie está exento de esta condición (moral). Negar esta realidad equivale a encerrarse en una burbuja de arrogancia y violencia de la que uno no puede salir hasta que no se reconcilie con Dios (lo cual conlleva ponerse a bien con el mundo, con las demás personas, y con uno mismo y su pasado -¡qué descanso!). Tanto el espíritu que nos impulsa a amar, como el que nos impulsa a odiar, están siempre presentes; e incluso se les puede 'sentir', y tanto más cuanto más afición se tenga a uno de ellos… También se puede advertir su presencia en las personas por sus obras: mientras que el primero lleva a más orden y belleza, el segundo conduce a lo contrario; asimismo, donde más poder tiene el segundo se va haciendo rutina el mentir… y esto sí que es un signo claro de nuestros tiempos, del gran poder que ha alcanzado el mal en nuestra época.
Cae de cajón que si a la gente se le hace creer que lo de los espíritus es un cuento, se la mete en un problema gordo, porque ni con todos los cursillos del mundo conseguirá evitar seguir hablando consigo misma sobre todo lo que hace o vive, y al estar privada del recurso de arrepentirse y pedirle al ‘santo espíritu’ que la perdone, caerá en culpabilizarse y entristecerse, o, si no, se volverá inaguantable para los demás. Al asumir esa mentira social de que no existen ni Dios ni el diablo, éste encontrará allanado el camino para, con sus trucos y su altísima inteligencia, acusarnos de pecadores en nuestra propia conciencia; de tal modo que, como verdaderamente lo somos, quedamos convictos de culpa y esclavos del mal, obligados a pecar por no tener defensor.
Imaginemos un conflicto conyugal. Se cruzan las acusaciones, y ambos repasan el asunto tratando de, en el mejor de los casos, formarse un juicio recto sobre lo que ha pasado entre ellos. Pero como los dos han hecho cosas malas, se verán obligados a teorizar sobre cuál de los dos ha hecho menos daño. Si no son creyentes, ganará el juicio el que aporte un análisis que, racionalmente, convenza más. Pero si son creyentes, o uno de los dos lo es, aunque la decisión del juez esté muy influida por la mejor o peor defensa de los letrados, el creyente no pondrá en esas razones su descanso, sino en la sentencia de su maestro interior, del que se fía porque sabe que es veraz, y porque siempre le lleva por buenos caminos. En el caso de que uno de los litigantes gane el juicio con fraude, se convertirá inmediatamente en esclavo del mal por su pecado, y su fin puede ser mucho peor que si hubiera salido perdiendo en el proceso. 
También suele suceder, incluso entre creyentes, que se caiga en la red del maligno cuando no se acepta que uno tiene una debilidad. El caso más famoso es el de Lutero, que por sus problemas con el sexo le dio vuelta a la doctrina para justificarse, arrastrando a muchos a la zozobra espiritual por su falta de humildad.   
Por otro lado, vivir como si el diablo no existiera, caricaturizarle en plan simpático, o reducirlo a un mero símbolo, también favorece sus planes; porque, siendo él el más perfecto de los espíritus creados, hasta el punto de que por su perfección antojó suplantar a Dios, su inteligencia es abrumadoramente superior a la humana, con lo que repeler su ataque con nuestras solas fuerzas es tener asegurada la derrota. Y su ataque no se hace esperar cuando uno da pasos hacia la verdad. Si tu búsqueda es sincera tienes asegurada la lucha contra el espíritu del mal. Por eso le interesa mucho al diablo que no se le tome en serio, que el verdadero conocimiento que la humanidad ha acumulado en su historia acerca de él, no trascienda. 
De la misma manera que a lo largo de la historia (personal y colectiva) ganamos conocimiento sobre cualquier ciencia u objeto de estudio, también respecto a Dios y al diablo sucede así. San Ignacio, por ejemplo, dejó preciosas reglas para discernir entre los espíritus. Precisamente porque la inteligencia del malo es tan elevada, esas reglas son de un valor enorme. Personalmente, me han sido tan útiles que guardo profundísima gratitud a este santo. Es una ayuda inestimable disponer de mapas para orientarse, pero en esta época tan virulenta y de tanta confusión -señales inequívocas del Mentiroso- lo es aún más.
En el segundo episodio de ‘Mi historia’ de ayer, di algunas claves sobre el modo de ser y de actuar del maligno, en concreto de lo que hace a través de la prensa, aunque se podría decir que lo que hace a nivel colectivo es muy similar a lo que hace a nivel individual, pues él busca siempre separarnos del amor inoculándonos tristeza, odio o miedo. El que busca con sinceridad la verdad le habrá encontrado mucho sentido a lo que escribí. Como lo habrá encontrado también en el vídeo que con toda intención adjunté al post en el que hablé del Padre Amorth y sus setenta mil oraciones de exorcismo: media un abismo tan grande entre el poder del malo y el nuestro que, forzosamente, será una tarea de por vida aprender a hacerle frente, una tarea altamente exigente, que nunca llega a dominarse y que sólo con la paciencia y la humildad, y todas las demás virtudes que de esas dos emanan, se puede abordar con posibilidades de éxito. Con el truqui del enlace al video de Youtube quise enfatizar este aspecto del trabajo del exorcista: de igual modo que Nick, sin piernas ni brazos, aprendió mucho a base de equivocarse mucho, así pasa en esta lucha por vencer al maligno; y de la misma manera que Nick encontró en Dios su fuerza, todo cristiano debe apoyarse en Él para pelear su combate. No tiene nada de particular que una persona que está bajo la influencia de un mal espíritu necesite que la Iglesia rece muchas veces por ella (en eso consiste la oración de exorcismo), cientos de veces; es casi lo mismo que necesitar acudir al sacramento de la confesión durante toda tu vida para que Dios restablezca en ti la imagen primigenia con la que te creó. Otro ejemplo: el siquiatra con que me traté más tiempo era buen conocedor de las escrituras, y asociaba la sicosis con pasajes de la biblia donde Jesús curaba. En concreto, establecía cierto paralelismo entre el caso del endemoniado de Gerasa y la esquizofrenia. Conjeturas aparte, el geraseno al que Jesús curó en un instante se declaró inmediatamente seguidor de Jesús. Yo estuve veinte años medicándome, y cuidándome -física y espiritualmente- y al final también fui curado, y también me adherí a Jesús. ¿Qué importa si la curación fue o no gradual, si ambos pasamos a vivir esperando la vida eterna? Os hago una confidencia: sucedió en el curso de mi enfermedad que en cierto momento me entró una angustia muy grande y quise quitarme de en medio (tanto la angustia como la solución fueron errores asociados al engaño del maligno); fue una crisis con un pico muy señalado; y justo al año de ese pico, sin causa externa que lo explicara, me agarró de nuevo la angustia y fui inducido a tomar la misma mala solución; pero sucedió también que, esta vez, yendo por ese camino, se me puso en medio el Señor y me pidió que le diera una oportunidad para ayudarme. Esto pasó a los cinco años de estar yo lidiando con esta enfermedad, y no se repitió, porque desde entonces 'renuncié a razonar' lo que me pasaba y me limité a seguir obedientemente las órdenes de 'mi capitán'. 
Quiero detenerme en este punto, que es crucial. Sólo Dios es capaz de salvarnos, sólo la relación personal de amistad con Él. En el camino de la vida llevamos a cuestas el fardo de nuestra limitación: física y espiritual (nuestros pecados o flaquezas). Cuando decidimos caminar apoyados en Jesús, no desaparecen esas trabas, pero no nos son impedimento para seguir caminando, porque contamos con que el Señor ve nuestro corazón, sabe que somos barro y, si somos sinceros con él, siempre nos perdona. En este caso va aumentando nuestra humildad en el camino, y con ella todos los bienes. Pero puede darse el caso de que algo se tuerza en nuestro corazón y nos impida descansar en el perdón incondicional que Dios nos ofrece como bálsamo (el caso de Judas Iscariote); es una situación similar a la de cansarse de comer el maná, 'ese manjar miserable', que se daba en porciones para ir haciendo el camino, pero que sabía a poco porque tenía uno que comérselo en obediencia, o sea, aceptando la propia miseria, aceptando ser un peregrino desamparado y necesitado de ayuda, lo cual nunca es agradable para el ser humano, herido en su centro por el pecado, y puede terminar volviéndose intragable si no vamos educando cada día a nuestro corazón, obligándonos a ser humildes, a pedir perdón, a pedir ayuda, etc. No reconocer nuestro pecado y la necesidad de sanación puede hacer que se nuble nuestro juicio, que perdamos la gracia y, con ella, la luz para caminar; y esto es peligroso porque "el demonio, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar".
Volviendo a mi caso, el día de la Santina de hace trece años terminó de quitarme el Señor la medicación por medio de un buen médico. Y cosa curiosa, al año de ese evento, volvieron los fantasmas de la enfermedad a acosarme furiosamente. De aquella época, que duró unos meses, recuerdo ahora mismo el impacto que me causaba encontrarme a menudo con el grafiti 'ruido' en distintos sitios que yo frecuentaba, incluso en un columpio de los que usaba nuestra hija. Tenía entonces un significado inquietante para mí, no sólo porque el ruido se asocia habitualmente al Malo, sino porque entre los trucos que en aquellos momentos críticos emplearon los fantasmas que me acosaban, uno era el de hacer ruidos por la noche con las cañerías y cosas así. ¿Cómo se explican estas coincidencias de fechas? Sugestión es la respuesta más socorrida... pero, ¿y eso qué es exactamente? En cualquier caso, lo que quiero destacar de esta experiencia, del ataque desesperado del malo para evitar que yo me escapara de su red, y que, lograda la fuga, nunca más en trece años se repetiría, es que me libré de enloquecer poniendo en práctica una regla elemental del discernimiento de espíritus que debemos a San Ignacio, y que recomiendo, ¡encarecidamente!, a todo el mundo, que se la meta bien en la cabeza y la ponga en práctica una y otra vez. A saber: ante cualquier fenómeno (noticia, visión, imagen, pensamiento, persona, situación, texto, gesto, moción interior, etc. etc.) que te cause inquietud, por leve que sea, rechaza inmediatamente dialogar con 'ello'; considera ese diálogo como hurgar en los excrementos. Si ese 'algo' se te pone entre ceja y ceja, no te preocupes, déjalo estar ahí molestándote, pero sigue a lo tuyo, a lo que estabas haciendo, aunque te sea incómodo sicológicamente; "muy pronto se te habrá pasado del entrecejo a la parte de arriba de la cabeza; luego irá descendiendo por la parte trasera, y acabará saliendo de ti por la nuca sin dejar rastro". El diablo siempre intenta inquietarnos; mientras que el lugar que nos preparó el Señor con su venida a este mundo es la paz, la seguridad de que unidos a Él, que es el Amor, nada verdaderamente malo, o sea, destructor de nuestro ser, podrá pasarnos. Junto a esta regla fantástica, hay otra igual de buena: que si permanecemos en el tatami de esa paz que da la fe en Dios Padre Todopoderoso, jamás seremos vencidos; y si por alguna mala jugada del demonio somos echados afuera, con volver en cuanto seamos conscientes del 'desplazamiento' al tapiz del combate, volveremos a ser invencibles.
Es necesario hablar de estas cosas sin tapujos, pues lo contrario es dar munición al enemigo. Ya veis como medran también en la Iglesia personas que no se distinguen por su humildad. Todo guarda relación; y porque nada puede sustituir a Dios, el vacío que queda cuando Él no está en el centro se intenta llenar con palabras huecas... cuando no engañosas. 
Interesa ahora mucho que los sinceros de corazón compartamos el conocimiento verdadero, el que, partiendo de la fe verdadera, se va alcanzando al irla poniendo en práctica. ¿Qué tenemos que hacer frente a la extorsión a que nos someten los medios? Esta es, por ejemplo, una cuestión que apremia abordar. 
La respuesta tiene que ver con vivir más cristianamente. Si uno se siente atacado en el plano personal le aconsejo que se acerque a la Iglesia, porque en ella encontrará, de una manera o de otra, el modo de combatir más adecuado a su situación. Y en cuanto a la afrenta que nos viene del momento histórico que vivimos -la aprobación de leyes malvadas, la falta de respeto institucional a los derechos, la mentira entronizada en los medios-, aparte de ofrecerle resistencia mejorando nuestro modo personal de vivir, encontrará también su mejor respuesta en desestimar siempre la oposición violenta; en aguantar, firmes en la fe, la provocación; y en desoír su insidioso anuncio de desgracias. Para lograr estos fines, es menester, respecto a los medios, evitar tomar en nuestros diálogos los temas que nos sirven en bandeja -covid, Ucrania, cambio climático-, pues lo que parte de la mentira no conduce a nada bueno; también es crucial no exasperarse nunca por su burla y su falsedad; no tener miedo de ir a contracorriente, de opinar sinceramente sobre cualquier tema; y no ceder al desánimo al que constantemente nos inducen. En general, la norma es tener siempre paciencia, anclados en la convicción de que Dios puede más, y, en su momento, con un soplo, destruirá el imperio del dinero, con todos sus vicios y bajezas.


Comentarios