UN CURSO A CUENTA DE LA VIRGEN

Santa María de los Infantes, ruega por nosotros.

La oración de Vísperas terminaba hoy así: “Llegue a tus oídos, Señor, la voz suplicante de tu Iglesia, a fin de que, conseguido el perdón de nuestros pecados, con tu ayuda podamos dedicarnos a tu servicio y con tu protección vivamos confiados. Por nuestro Señor Jesucristo.” Espléndido compendio de actitudes cristianas, sin duda. Me ayudó muchísimo encontrármela esta tarde, en mi especial momento. Reconocerme pecador y dirigirme con humildad al Señor, pedirle ayuda y esperarla sin medida, y renovar mi confianza en el Poder de su Sagrado Corazón; eso necesitaba y el Señor, que lo sabía, me lo dio. A menudo me siento obtuso, y entonces le digo: “Señor, reza tú por mí”; porque soy consciente de que es Él quien lo hace todo.

Entre los sufrimientos que tengo, uno no pequeño es el que proviene de ver cómo el rodillo social destroza a la juventud, y en concreto a mi hija.

Desde el curso 2019-20 empezaron a ser más incisivas las presiones en el cole para que accediera a contenidos escolares vía on-line. Yo era muy consciente de que el maravilloso potencial de las TIC se está usando de manera inadecuada, y hace más mal que bien a los chicos; y me resistí todo el curso a dar carta blanca en ese tema a mi hija. Al mismo tiempo, el encierro de la Alarma nos pilló en el pueblo, con una televisión muy básica; esas limitaciones liberaron mucho tiempo a nuestra hija, que tuvo que llenar usando su creatividad. Dibujó muchísimo, leyó, escribió, se volcó en trabajos manuales (decoración de camisetas, composición de collages, etc), juegos (guerra de miniglobos de agua, juegos de mesa, dardos…), bailes de salón (conmigo de pareja), deportes (aprendió a patinar, practicó el fútbol, el baloncesto, la bicicleta, hizo tablas de gimnasia, etc.).

Al curso siguiente, el 20-21, las circunstancias familiares me obligaron a ceder en un aspecto: la televisión. Ya teníamos que compartir nuestro tiempo con ese aparato; aun así, sus hábitos le permitieron ‘vivir de rentas’ y pudo continuar dibujando mucho, escribiendo sus cuadernos íntimos, disfrutando con actividades de movimiento, etc. De hecho, ganó el concurso de Vistahermosa con una postal navideña espectacular, que, según me dijeron, puede ser que esté adornando aún el salón de la alcaldesa.

Pero al curso siguiente, ¡ay amigo!, no pude resistir la presión del colegio y tuve que facilitarle a nuestra hija una conexión (medida, eso sí) a internet. Y como mañana empieza otro curso, voy a intentar hacer balance. Y digo intentar porque, como hijo de Satanás que se está mostrando el uso que se les permite hacer a los chicos de este instrumento, tratar de hablar del mismo es repugnante, por lo viscoso y resbaladizo que es.

Como resumen diré que perdí el control de su desempeño escolar. A la de por sí difícil tarea de enterarse por boca de una adolescente de qué es lo que hace o deja de hacer o vivir, sobreponía el invento de marras un filtro insalvable. Más de una vez, superado, me dieron ganas de volver a cerrar el grifo de la conexión, pero se impuso mi prudencia, por lo de llegar a ser peor el remedio que la enfermedad. En otras varias ocasiones, contacté con el profesorado para que me aclarase dudas respecto a ese uso que se nos imponía, pero me daban cita para resolvérmelas por teléfono, con lo que también tuve que desistir. En definitiva, todo empuja a que le des a tus chicos rienda suelta en la red, como si eso fuera imprescindible para su educación. Pero una cosa es que tengan que saber manejar las nuevas tecnologías porque están en todas partes; y otra muy distinta que tengamos que fomentarlas como una panacea. No olvidemos que estamos hablando de educación; porque en la vida privada, allá cada cual.

Sobre todo, aspiramos los padres a que los muchachos adquieran criterios firmes para manejarse en la vida; para que no los engañen; para que puedan en cualquier circunstancia desenvolverse y solucionar problemas; y para que sean mejores personas que nosotros, si es posible. Pero para eso hace falta algo más que dejarlos solos con una maquinita, sea cual sea, y tenga el software que tenga.

En primer lugar, se necesita crear hábitos de trabajo, hábitos de pensamiento, habilidades sociales básicas que actúen como andamios para ir levantando su edificio personal (entre ellas el diálogo constructivo en primer lugar: saber hablar y escuchar; y en segundo lugar la empatía, que consiste en considerar al otro semejante a ti en cuanto a sentimientos, capacidades, dignidad, derechos, etc.), y una amplísima serie de virtudes que sumadas entre sí permiten al sujeto llevar una vida ordenada y satisfactoria (tales como responsabilidad, esfuerzo, reconocimiento de la verdad como árbitro, pedir perdón, etc.), y, en fin, para no alargarme, todas aquellas competencias que nadie mejor que un adulto bien formado y bien dispuesto puede enseñar si cuenta con el ambiente adecuado.

Desgraciadamente, la sociedad ha llegado a un punto en que este ambiente adecuado brilla por su ausencia hasta en los colegios religiosos, que cada vez se distinguen menos de los públicos en lo que de verdad importa: personas comprometidas con el bien común desinteresadamente, por amor a Dios y al prójimo. Me duele mucho decir esto, pero es así. No por casualidad, en el valiente y luminoso texto que publicó hace un par de años Benedicto XVI acerca de la situación social y de la Iglesia, recoge como tarea más urgente de los cristianos de hoy crear hábitats donde se vivan de verdad los valores evangélicos, y si eso no es posible, al menos buscar afanosamente los que ya existan. Porque sin esos ambientes adecuados es muy difícil que se formen bien las jóvenes generaciones.

Como ejemplo de la presión que la modernidad ejerce en sentido contrario de ese ideal educativo está la Fundación Fíate, que nació con esa idea de crear hábitats cristianos, ambientes propedéuticos (o sea, que favorezcan la aparición de esas personas completas que aspiramos a que sean nuestros hijos), y que a día de hoy sigue sin poder desarrollar su actividad; aún cuando los hechos y las cifras hablan claramente de la necesidad de destinar más recursos a combatir las trabas poco conocidas de los jóvenes, que en muchos casos les impulsan a tomar decisiones equivocadas.

El móvil es un sucedáneo de los instrumentos que proporcionarían experiencias verdaderamente significativas a los chicos (experiencias y relaciones sanas, bien orientadas, y con adecuado acompañamiento para integrarlas eficazmente en la vida, y que hagan crecer); en realidad, dar un móvil a un niño es entregarlo a una jungla en la que, como mucho, aprende a endurecerse para sobrevivir. Pero queremos otra sociedad; y da mucha pena verlos desenvolverse en esa pobreza… y saber que con su sufrimiento se están enriqueciendo otros.

No obstante, lo dicho no es una queja, ni un desahogo, ni un lamento; he escrito este texto como una exhortación para caminar hacia delante; convencido de que muchos pensáis esto mismo y de que entre todos, con un diálogo sincero, podemos hacer mucho, muchísimo, para que las cosas cambien.  

Mañana empieza un nuevo curso. Coincide con la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María, por cuya mediación nos han venido todas las cosas buenas que existen; excelente ocasión, pues, para encomendarle a ella el cuidado de nuestros hijos, de los cuales es la Madre providente, que, como al Cardenal Silíceo, es capaz de sacarlos de cualquier pozo, o, en todo caso, de llevarlos directamente al cielo.

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