UN CURSO A CUENTA DE LA VIRGEN
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Santa María de los Infantes, ruega por nosotros. |
Entre los sufrimientos que tengo, uno no pequeño es el
que proviene de ver cómo el rodillo social destroza a la juventud, y en
concreto a mi hija.
Desde el curso 2019-20 empezaron a ser más incisivas
las presiones en el cole para que accediera a contenidos escolares vía on-line.
Yo era muy consciente de que el maravilloso potencial de las TIC se está usando
de manera inadecuada, y hace más mal que bien a los chicos; y me resistí todo
el curso a dar carta blanca en ese tema a mi hija. Al mismo tiempo, el encierro
de la Alarma nos pilló en el pueblo, con una televisión muy básica; esas
limitaciones liberaron mucho tiempo a nuestra hija, que tuvo que llenar usando su
creatividad. Dibujó muchísimo, leyó, escribió, se volcó en trabajos manuales
(decoración de camisetas, composición de collages, etc), juegos (guerra de miniglobos
de agua, juegos de mesa, dardos…), bailes de salón (conmigo de pareja), deportes
(aprendió a patinar, practicó el fútbol, el baloncesto, la bicicleta, hizo
tablas de gimnasia, etc.).
Al curso siguiente, el 20-21, las circunstancias familiares
me obligaron a ceder en un aspecto: la televisión. Ya teníamos que compartir
nuestro tiempo con ese aparato; aun así, sus hábitos le permitieron ‘vivir de
rentas’ y pudo continuar dibujando mucho, escribiendo sus cuadernos íntimos,
disfrutando con actividades de movimiento, etc. De hecho, ganó el concurso de
Vistahermosa con una postal navideña espectacular, que, según me dijeron, puede
ser que esté adornando aún el salón de la alcaldesa.
Pero al curso siguiente, ¡ay amigo!, no pude resistir
la presión del colegio y tuve que facilitarle a nuestra hija una conexión
(medida, eso sí) a internet. Y como mañana empieza otro curso, voy a intentar
hacer balance. Y digo intentar porque, como hijo de Satanás que se está
mostrando el uso que se les permite hacer a los chicos de este instrumento,
tratar de hablar del mismo es repugnante, por lo viscoso y resbaladizo que es.
Como resumen diré que perdí el control de su desempeño
escolar. A la de por sí difícil tarea de enterarse por boca de una adolescente
de qué es lo que hace o deja de hacer o vivir, sobreponía el invento de marras
un filtro insalvable. Más de una vez, superado, me dieron ganas de volver a
cerrar el grifo de la conexión, pero se impuso mi prudencia, por lo de llegar a
ser peor el remedio que la enfermedad. En otras varias ocasiones, contacté con
el profesorado para que me aclarase dudas respecto a ese uso que se nos imponía,
pero me daban cita para resolvérmelas por teléfono, con lo que también tuve que
desistir. En definitiva, todo empuja a que le des a tus chicos rienda suelta en
la red, como si eso fuera imprescindible para su educación. Pero una cosa es
que tengan que saber manejar las nuevas tecnologías porque están en todas
partes; y otra muy distinta que tengamos que fomentarlas como una panacea. No olvidemos
que estamos hablando de educación; porque en la vida privada, allá cada cual.
Sobre todo, aspiramos los padres a que los muchachos
adquieran criterios firmes para manejarse en la vida; para que no los engañen;
para que puedan en cualquier circunstancia desenvolverse y solucionar
problemas; y para que sean mejores personas que nosotros, si es posible. Pero
para eso hace falta algo más que dejarlos solos con una maquinita, sea cual sea,
y tenga el software que tenga.
En primer lugar, se necesita crear hábitos de trabajo,
hábitos de pensamiento, habilidades sociales básicas que actúen como andamios
para ir levantando su edificio personal (entre ellas el diálogo constructivo en
primer lugar: saber hablar y escuchar; y en segundo lugar la empatía, que
consiste en considerar al otro semejante a ti en cuanto a sentimientos, capacidades,
dignidad, derechos, etc.), y una amplísima serie de virtudes que sumadas entre
sí permiten al sujeto llevar una vida ordenada y satisfactoria (tales como
responsabilidad, esfuerzo, reconocimiento de la verdad como árbitro, pedir
perdón, etc.), y, en fin, para no alargarme, todas aquellas competencias que
nadie mejor que un adulto bien formado y bien dispuesto puede enseñar si cuenta
con el ambiente adecuado.
Desgraciadamente, la sociedad ha llegado a un punto en
que este ambiente adecuado brilla por su ausencia hasta en los colegios
religiosos, que cada vez se distinguen menos de los públicos en lo que de
verdad importa: personas comprometidas con el bien común desinteresadamente, por
amor a Dios y al prójimo. Me duele mucho decir esto, pero es así. No por
casualidad, en el valiente y luminoso texto que publicó hace un par de años
Benedicto XVI acerca de la situación social y de la Iglesia, recoge como tarea
más urgente de los cristianos de hoy crear hábitats donde se vivan de verdad
los valores evangélicos, y si eso no es posible, al menos buscar afanosamente
los que ya existan. Porque sin esos ambientes adecuados es muy difícil que se
formen bien las jóvenes generaciones.
Como ejemplo de la presión que la modernidad ejerce en
sentido contrario de ese ideal educativo está la Fundación Fíate, que nació con
esa idea de crear hábitats cristianos, ambientes propedéuticos (o sea, que
favorezcan la aparición de esas personas completas que aspiramos a que sean
nuestros hijos), y que a día de hoy sigue sin poder desarrollar su actividad; aún
cuando los hechos y las cifras hablan claramente de la necesidad de destinar
más recursos a combatir las trabas poco conocidas de los jóvenes, que en muchos
casos les impulsan a tomar decisiones equivocadas.
El móvil es un sucedáneo de los instrumentos que
proporcionarían experiencias verdaderamente significativas a los chicos (experiencias
y relaciones sanas, bien orientadas, y con adecuado acompañamiento para integrarlas
eficazmente en la vida, y que hagan crecer); en realidad, dar un móvil a un
niño es entregarlo a una jungla en la que, como mucho, aprende a endurecerse
para sobrevivir. Pero queremos otra sociedad; y da mucha pena verlos
desenvolverse en esa pobreza… y saber que con su sufrimiento se están enriqueciendo
otros.
No obstante, lo dicho no es una queja, ni un desahogo,
ni un lamento; he escrito este texto como una exhortación para caminar hacia
delante; convencido de que muchos pensáis esto mismo y de que entre todos, con
un diálogo sincero, podemos hacer mucho, muchísimo, para que las cosas cambien.
Mañana empieza un nuevo curso. Coincide con la fiesta
de la Natividad de la Santísima Virgen María, por cuya mediación nos han venido
todas las cosas buenas que existen; excelente ocasión, pues, para encomendarle
a ella el cuidado de nuestros hijos, de los cuales es la Madre providente, que,
como al Cardenal Silíceo, es capaz de sacarlos de cualquier pozo, o, en todo
caso, de llevarlos directamente al cielo.
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