EL HOTEL RELASALREVES
![]() |
El edén tendrá que esperar |
Por duro que sea, lo cierto es que vivimos en la peor
de las dictaduras imaginables: con unas leyes sin espíritu, que son papel
mojado y ruina para la gente corriente (el propio Presidente de la nación
delinque contra la Constitución en el Decreto de Alarma y no pasa nada); privados
de formación y de información (las que se nos proporcionan conducen a la servidumbre
en vez de a la emancipación); siendo despojados de salud y de poder adquisitivo
a marchas forzadas mediante mentiras propagadas mundialmente; siendo violada la
Ley Natural impunemente (el padre que quiera educar a sus hijos según esa ley
es encarcelado); siendo silenciado el juicio recto -o sentido común- por el
abuso de la red mediática (con linchamientos incluidos); y siendo alejados a
empujones de los pastos de la verdad por ciertos pastores hipócritas. Un
panorama funesto donde los haya… porque la mayoría del país, reducida a
condición cuasi animal, sigue sin enterarse de que vive en una cárcel.
¿Qué tenemos que hacer, hermanos?, es la pregunta. Traspasados
por la conciencia de la gravedad de la situación, los habitantes de Jerusalén dirigieron
esa pregunta a Pedro después de que él, lleno del Espíritu Santo, les
proclamara el Kerigma: Que acababa de nacer un Mundo Nuevo, gobernado por
Jesucristo, Dios y hombre verdadero; al que nuestra impiedad había asesinado, y
al que el Padre del cielo, por la total obediencia de ese Hijo, había
resucitado, el primer hombre de todos. Sólo Él, por su unión con su Padre,
había resistido al poder del Mal que no cesó en su empeño de empujarle a pecar
(desde las tres tentaciones del comienzo de su vida pública, hasta la noche
fría de Getsemaní), y hombre como era, había vencido el miedo a morir,
convencido de que su vida estaba en manos de su Padre y de que no se acababa
con la muerte física… Ciertamente era Dios, pero era también hombre igual que
nosotros, por lo que en su lucha con el tentador tuvo que usar las mismas armas
que a nosotros nos ofrece la Iglesia hoy; y, de ellas, la principal, la oración,
que nos religa a Dios. Sudando sangre, avanzó con paso firme al calvario, lleno
de la fuerza de lo alto, la que le embriagaba por la conciencia del bien que
estaba a punto de hacer… abrir el camino a la salvación de ingentes multitudes
de almas. Si el miedo le hubiera vencido, habría consentido con alguna
propuesta del diablo, que tendría una apariencia inocente, pero, que, en
realidad, sería perversa. Y su alma hubiera quedado esclavizada por el malo,
mientras durara su vida, y después, durante toda la eternidad. Pero como pudo
más su virtud, y Jesucristo fue resucitado, el diablo perdió para siempre el
imperio sobre las almas que ostentaba, la muerte perdió su aguijón, perdió el
tener la última palabra para obligar a los hombres a pecar. Cuando el pecado
fue vencido el mundo cambió. Jesucristo demostró que se puede vivir sin pecar,
y que si te matan por ello, tú no pierdes nada, ni el que te mata gana nada,
pues tu vida sigue más allá de la muerte, ya que ésta no tiene ya ningún dominio
sobre el que no peca.
Pero para poder vivir esta novedad hace falta
bautizarse y emprender un itinerario de vida diferente, de vida en el espíritu,
que, para que nadie se espante, es la verdadera vida, la que estamos llamados a
vivir con eterna dicha, y que no tiene nada de aburrida sino todo lo contrario;
aunque para comprobar esto hace falta entrar por la puerta estrecha de la fe. Avanzando
por ese camino, cuanto más se acerca uno al ideal de vida pura, más se da uno
cuenta de que es justamente eso lo que anhela su alma, su yo más verdadero.
“¿Qué tenemos que hacer, hermanos?” (Hch 2) fue la
pregunta crucial al comienzo de la Nueva Era Cristiana, y vuelve a serlo ahora,
cuando en Occidente estamos tocando fondo en la increencia. Y la respuesta, por
tanto, es la misma: “Convertíos, bautizaos y poneos en camino con vuestro nuevo
traje. Insistid en la oración en común, en la Eucaristía y el resto de
sacramentos, en el trato asiduo con Dios y el buen obrar”. Y si hacemos eso, el
poder del mal, que opera en las tinieblas, y que hace que parezca que el mundo
está a sus pies, se disipará como una nube que deshace el viento. No hay que ir
de frente al agresor, sino, más bien, dejarlo que siga con sus diabluras, y nosotros
permanecer ahí, fieles al Señor; al Dios de los dioses, que no tiene rival, y
que en su momento soplará con el aliento de su boca sobre la gran prostituta,
la Babilonia de los mercaderes, y la arrojará a la impotencia total, al fuego que
no se acaba.
Comentarios
Publicar un comentario