CHISPAS EN EL CAÑAVERAL

Una sonrisa puede ser el detonante de una gran revolución.

Cierto obispo no católico, doctor, y experto en Biblia, persona honesta y juiciosa, fue al primero al que le oí decir que el cielo y la tierra no están separados, sino entrelazados. Esta gran verdad, que supone poder convivir con muchos que ya han pasado a mejor vida, es casi un tabú para la mayor parte de católicos de hoy, lo cual es un síntoma de la enfermedad de la fe, que, en definitiva,  es la de nuestro mundo.

Hoy mismo me encontré a un amigo católico que me dijo estar experimentando una gran confusión, y que eso le turbaba grandemente. El no poder tener convicciones sólidas es una lacra cada vez más frecuente; de hecho, si algo caracteriza a nuestros tiempos es la falta de claridad, incluso entre quienes se supone que tendrían que tenerla.
Por poner un ejemplo de lo que está sucediendo, hace una semana amanecimos con portadas 'bomba', anunciando que el PP, inesperadamente, rompía el acuerdo con el Gobierno para renovar el CGPJ; y se añadía que ese acuerdo iba a ser imposible mientras permaneciera Sánchez al frente del PSOE. Pero bastaron tan solo veinticuatro horas para que los mismos medios anunciaran que, finalmente, ¡tras cuatro años de bloqueo!, se había abierto una vía de solución. ¿Quién lo puede entender?  La única explicación que se me ocurre es que hayan intentado causar asco en la gente para alejarla y poder perpetrar así su fechoría. 
Hoy ya sabemos algunos nombres de los nuevos miembros del Tribunal Constitucional; y también sabemos que la demora y las desavenencias sobre el CGPJ fueron fingidas (esto explica que a los dos años de iniciado el ‘bloqueo’ se escenificaran un acuerdo y su aborto, para poder tirar otros dos años más). El Gobierno, la oposición y los medios tenían el encargo de arrasar al país, para que el barrido de sus instituciones, y la quema del libro de la Ley, no provocaran un levantamiento. Ahora parece que ya estamos tocando el fondo, y se anuncia el desbloqueo. Lo que nos espera es la etapa más oscura de nuestra Historia, el apagón definitivo de las libertades, revolcarnos en el fango de nuestras bajezas, y ver morir de pena y de asco a nuestros hijos. 
La confusión endémica es también el principal motivo de desasosiego para los católicos. “¿Se puede ser católico y comunista a la vez?” pregunté yo con quince años a un universitario que vino al instituto a darnos una charla; y esa pregunta, actualizada casi medio siglo después, bien podría ser: “¿Se puede estar a favor del aborto y ser católico?”
Con todo, siendo cierto que hay una gran confusión a todos los niveles, el que escucha la voz de Dios, hablándole a su conciencia, tiene menos probabilidad de quedar confundido que el que escucha sólo a otros hombres, por sabios que sean. Por ejemplo, se oye decir “Es un buen padre”, o “un buen sacerdote”, o “un buen maestro”; pero, ¿qué  dice Dios al respecto? Que sólo hay Uno verdaderamente bueno.
Y volviendo al principio,  ¿se puede estar vivo y muerto al mismo tiempo? ¿Qué dice Dios de esto? Por un lado dice que los muertos resucitan, con lo cual uno que ya murió puede estar vivo; pero además, Él, que es Señor de la vida y de la muerte, dice también: “Dejad que los muertos entierren a sus muertos”, lo cual, traducido, es que algunos vivos están en realidad muertos. Hay pues, muertos vivos y vivos muertos; y esto no es nada extraordinario.
Y en cuanto al quién, y cómo, goza, o se aleja, de la vida, Dios nos dice que es imposible que un rico entre en el reino de los cielos… y que esta pretensión es más absurda que hacer que un camello pase por el ojo de una aguja. 
La perplejidad sobre esas dos cuestiones, la del cielo en la tierra, y la de la incompatibilidad entre cielo y dinero, es el quid que explica la confusión actual, pues para superar el dilema hay en marcha un intento muy serio de negar toda trascendencia, y hay algunos dentro de la Iglesia intentando facilitarlo.
Nuestros jóvenes andan como oveja sin pastor. ‘Pescan’ noticias de aquí y de allí intentando orientarse, pero en realidad son pescados por esas noticias. Los jóvenes están, prácticamente todos, recluidos en ‘las redes’, y viven de lo que allí les echan. Y los mayores, algo menos, pero también. El resultado es que, al ser dependientes de amos humanos, y no de Dios – que es el único bueno – sufren en su espíritu la falta de plenitud para la que han sido creados. Los síntomas de ese mal profundo son los desórdenes que todos vemos y sufrimos; una sociedad patas arriba, con situaciones tan graves que resulta escandaloso darlas por normales. Y ese escándalo,  que ya no soporta más mentiras, está desencadenando un movimiento emergente de concienciación, y por eso últimamente la Prensa se vuelca en no comunicar y en disfrazar la causa egoísta que hay detrás de la debacle social.
No se entiende que el Papa Francisco hable de una guerra mundial pero no le ponga este verdadero marco. Estamos en guerra desde el momento en que unos hombres intentan reducir a la condición de animales a otros, o sea, quitarles la vida digna en un sentido real. Y estando soportando tan cruel agresión es de vital importancia que las personas tomen conciencia de la naturaleza de esta nueva guerra; y se preparen de la mejor manera posible.
Esta guerra se ha venido gestando paulatinamente, en las mieles de la sociedad del bienestar… Un cambio de mentalidad, inducido por una ilusión de poder humano, ha sido el caballo de Troya que nos ha metido en este gran conflicto mundial. Al cabo de los años nos encontramos con una sociedad hostil a toda forma de estabilidad, de unión, de razonable continuidad histórica; lo cual es el signo más evidente de que nos gobierna el Príncipe de la División.
Personas inconsistentes, rotas, aisladas, o enajenadas, componen el paisaje urbano de la nueva sociedad. Son los vivos muertos de que hablábamos antes, o aquellos de los que hablaba De Prada esta mañana en “Desenterrar a
los muertos”: los demócratas de España; gentes que han perdido el sentido de lo humano, que es inseparable del sentido de lo divino.

Los que tenemos la suerte de creer en Dios, tenemos acceso directo a la verdad que se nos quiere ocultar en los medios; no se nos puede encerrar tan fácilmente en ‘las redes’; ni se nos puede engañar, por muchos y muy listos que sean los intérpretes de lo que está pasando. Nos basta con ir a misa y escuchar: ‘la muerte es el paso a la vida verdadera; llevar una vida de amor sacrificado es una honra; y morir por esa fe es algo hermoso’; hoy mismo se decía esto en el mundo entero, porque nos aproximamos al final del año litúrgico y se predica lo más importante de nuestra fe.

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