LOS ZAPATOS DE COLOR BURDEOS
Esta mañana hemos despedido al papa emérito en el Vaticano, pero como si solo se tratara de un destacado ciudadano, entre muchos otros. Más que sobrio, el funeral resultó soso, si se me permite utilizar esta expresión.
Salía hoy el ABC al paso de la verdad - o de los que la buscan-, diciendo algo que, ni en la década de retiro del finado, ni en estos cinco días de aluvión de flashes papales, se había dicho (o, si acaso, se había dicho con la boca pequeña, y con tropiezos), a saber: que la relación entre los dos papas no fue tan cordial como se nos contó; pero al mismo tiempo, para enmascarar la dura y terrible verdad de esa desavenencia, que bajo ningún concepto debe conocerse (i), la revestía de tensiones y disensiones light. Esta chapuza periodística me hizo comprender el trasfondo del asunto que, hace poco más de un año, dio un poco que hablar en los corrillos religiosos; me refiero a lo del motu proprio que impide seguir celebrando misas en latín. En realidad, ésta es una cuestión menor, comparado con lo que de fondo se está cociendo, pero a quienes tienen intenciones desviadas sobre el depósito de la fe, les pareció que algo así podía ser un recurso útil para que, cuando el papa emérito se muriera pronto, se pudiera torear el clamor popular de que ambos papas representaban la defensa y el fin de la religión católica. Por eso sale al paso el señero ABC diciendo: “Sí, claro que había disparidad entre ambos… mirad sino lo de suprimir la misa tridentina”… como si nos chupáramos el dedo.
Lo cierto es que no había relación ninguna entre ambos papas. Francisco nunca le consultó al Papa Emérito, y Benedicto nunca se alineó a las claras con las reformas de gran calado de Francisco; aunque, eso sí, fue siempre muy claro en decir que desde su renuncia, él ya no era el Papa.
En el sobrio funeral de hoy se reconoció parcamente la heroica contribución de Benedicto al desarrollo y sostén de la Iglesia, casi como pasando de puntillas sobre ello, siendo que es el tema central, tal y como intento mostrar aquí. Como no podía ser de otra forma, en lo acontecido hoy se observó, básicamente, la misma falta de veracidad que hemos visto estos cinco días en los medios, en los que, de los hitos de Benedicto, se nos recordaron sobre todo sus dificultades, y con escaso relieve o entusiasmo sus gestos, palabras y esclarecedores escritos.
De esta década apartado, los primeros años fueron muy duros para Benedicto, y él mismo, veladamente, lo escribió en 2016, cuando, por no poder decir abiertamente lo que estaba viviendo, lo dijo 'para los suyos', por medio de un texto 'encriptado', totalmente extraño a su prosa límpida habitual:
"Hace sesenta y cinco años, un hermano que fue ordenado conmigo decidió escribir en el recordatorio de la primera misa, además del nombre y las fechas, sólo una palabra, en griego: Eucharistoùmen, convencido de que con esta palabra, en sus muchas dimensiones, ya está dicho todo lo que se puede decir en este momento. Eucharistoùmen dice un gracias humano, gracias a todos. Gracias sobre todo a usted, Santo Padre.
Su bondad, desde el primer momento de la elección, en cada momento de mi vida aquí, me admira, me hace partícipe realmente, interiormente. Más que los jardines vaticanos, con su belleza, es Su bondad el lugar donde vivo: me siento protegido..."
Se guardó muy mucho el querido Papa emérito de explicitar los motivos de su sufrimiento, la naturaleza de su cruz, por la que se sentía necesitado de protección, y tuvo siempre exquisito cuidado en dejar la puerta abierta a que se pudiera interpretar una total sintonía entre él y el Papa Francisco. Y así se nos pasó esta década, sin estridencias vaticanas, con escenificaciones de pacotilla de los muy negros nublados existentes.
Verdaderamente, en la renuncia de Benedicto no hubo ninguna razón personal insalvable, sino obediencia firme y cierta a la voluntad de Dios. Piénsese que, si la razón hubiera sido "Me siento cansado e incapaz", ¿qué sentido hubieran tenido sus reiteradas declaraciones diciendo que cada vez veía más claramente el acierto de su decisión de renunciar? La novedad, pues, de esta renuncia histórica, es que fue una 'operación del Espíritu Santo'.
A principios de 2013 bullía en Europa un fenómeno empobrecedor llamado crisis. En ese caldo insidioso se sucedían los contratiempos y sobresaltos, sobre todo para los que luchaban honestamente por lograr una sociedad más justa; y entre ellos, muy destacadamente, el papa Benedicto: La traición de los cercanos; la explosión mediática de escándalos sexuales y financieros (que era otra traición); y una riada en crecida de propaganda contraria a su pontificado, que no tenía vuelta atrás.
"Hace sesenta y cinco años, un hermano que fue ordenado conmigo decidió escribir en el recordatorio de la primera misa, además del nombre y las fechas, sólo una palabra, en griego: Eucharistoùmen, convencido de que con esta palabra, en sus muchas dimensiones, ya está dicho todo lo que se puede decir en este momento. Eucharistoùmen dice un gracias humano, gracias a todos. Gracias sobre todo a usted, Santo Padre.
Su bondad, desde el primer momento de la elección, en cada momento de mi vida aquí, me admira, me hace partícipe realmente, interiormente. Más que los jardines vaticanos, con su belleza, es Su bondad el lugar donde vivo: me siento protegido..."
Se guardó muy mucho el querido Papa emérito de explicitar los motivos de su sufrimiento, la naturaleza de su cruz, por la que se sentía necesitado de protección, y tuvo siempre exquisito cuidado en dejar la puerta abierta a que se pudiera interpretar una total sintonía entre él y el Papa Francisco. Y así se nos pasó esta década, sin estridencias vaticanas, con escenificaciones de pacotilla de los muy negros nublados existentes.
Verdaderamente, en la renuncia de Benedicto no hubo ninguna razón personal insalvable, sino obediencia firme y cierta a la voluntad de Dios. Piénsese que, si la razón hubiera sido "Me siento cansado e incapaz", ¿qué sentido hubieran tenido sus reiteradas declaraciones diciendo que cada vez veía más claramente el acierto de su decisión de renunciar? La novedad, pues, de esta renuncia histórica, es que fue una 'operación del Espíritu Santo'.
A principios de 2013 bullía en Europa un fenómeno empobrecedor llamado crisis. En ese caldo insidioso se sucedían los contratiempos y sobresaltos, sobre todo para los que luchaban honestamente por lograr una sociedad más justa; y entre ellos, muy destacadamente, el papa Benedicto: La traición de los cercanos; la explosión mediática de escándalos sexuales y financieros (que era otra traición); y una riada en crecida de propaganda contraria a su pontificado, que no tenía vuelta atrás.
En ese contexto, a mí no me cuesta imaginar cómo habrían de ser los capítulos siguientes de esa serie. A raíz de la campaña de calumnias que me dedicó la prensa nacional, pasé a vivir defendiéndome. Y sobreviví, por gracia de Dios, mediante un esforzado y constante ejercicio
de las virtudes. En los cuatro años que siguieron a la apertura de la veda para cazarme, asistí asustado a la utilización, como munición mediática letal, no sólo de mis pecados y errores de juventud, sino también de mis mayores logros personales. El hecho es que, estando yo así, como Benedicto, ante un enemigo muy superior, Dios me sacó
de ese peligro, dándome, en primer lugar, luz para verlo venir, y, en
segundo lugar, la forma adecuada para combatirlo.
Darle a un pobre todo lo ganado
en quince años; meterme en líos; superar una sicosis hasta poder dejar la medicación; limpiar de
inmundicia mi lugar de residencia y mi lugar de trabajo; publicar cinco libros, y
crear una fundación, fueron en su día argumentos golosos para destruirme. Y frente a ellos, contar con la venia del Cardenal de Madrid para desprenderme de mis bienes; retratar el abandono
en que ya se hallaba la juventud de mi tiempo; relatar cabalmentee el proceso de mi sanación personal de la mano de Dios;
desvelar sin tapujos la inmundicia escondida en mis ambientes; y dar los detalles de mi responsable emprendimiento ciudadano, fueron las acciones y palabras inspiradas a las que no pudieron
hacer frente mis adversarios.
Si conmigo, un simple peón, emplearon tanta vileza ¿qué no
estarían dispuestos a hacer con el más destacado trabajador de la viña del Señor? Y si yo fui echado fuera de mi casa, de mi trabajo en la escuela, de mi puesto docente en la
Universidad, del servicio social en la
Fundación por mí creada, y, finalmente, de todos los ámbitos sociales a los que pertenecía; y me vi obligado a vivir oculto, con la única aspiración de cumplir en mi vida la voluntad de Dios de combatir con la moderación a los que me denigraban, ¿qué futuro podría augurársele al papa Benedicto -cooperador eminente de la verdad- de haber permanecido en su cargo? Desde luego, un camino erizado de espinas, un
calvario como el del Maestro…
¿Obedecería entonces su renuncia a que no se veía capaz de afrontar semejante desafío, y por eso tomó la decisión de huir? En principio, el martirio no es una elección personal, sino un regalo de Dios… Pero, en cualquier caso, ¿le fue ofrecido ese don a Benedicto y éste
lo rechazó? Aquí conviene rebobinar: ¿Qué sabemos de cierto del retiro del papa Emérito? Desde el
primer momento, como ya he recordado, él nos hizo partícipes de su gran
sufrimiento en los jardines del Vaticano, y no cabe pensar que no contara con ello en el momento de presentar su renuncia…. Más bien, se puso en manos de Dios, y a
disposición de quienes no iban a pensar como él en lo fundamental, ni le iban a tratar con mimo. Ésta fue la carta que jugó Benedicto,
entendiendo que era la de Dios.
Resumiendo; dijo Dios un día: 'pongámosle a Francisco un guardián humilde, que le mantenga comedido en sus afanes reformatorios; eso servirá para que todos se den cuenta de cuál es la Iglesia que yo quiero'. Y así, decretado por Dios ese plan para bien de su rebaño, y no pudiendo ya la serpiente primordial hacer presa en la excelsa cabeza del mismo, se dedicó a escupir a sus miembros…
Resumiendo; dijo Dios un día: 'pongámosle a Francisco un guardián humilde, que le mantenga comedido en sus afanes reformatorios; eso servirá para que todos se den cuenta de cuál es la Iglesia que yo quiero'. Y así, decretado por Dios ese plan para bien de su rebaño, y no pudiendo ya la serpiente primordial hacer presa en la excelsa cabeza del mismo, se dedicó a escupir a sus miembros…
Cumpliendo, pues, Benedicto, el guión del Autor de todo, en las dos o tres veces que tomó la palabra, iluminó potentemente la verdad que los medios se esforzaban en deformar, a saber: que hay un viejo plan en
marcha para sustituir 'Roma por París'; la verdad por el caos; la vida por la muerte (ii). Y, obviamente, este esfuerzo clarificador del Papa Emérito le acarreó una penosa y lacerante persecución.
Sufrió desde el primer momento los dardos quemantes de la humillación, destinados a despertar su resentimiento: los tortuosos pases de modelos de rojo en su casa, con augurios lúgubres; el incesante hostigamiento: como el de su infame imputación, con 95 años; y, en fin, la abominable intoxicación envolviéndole -como en lo del libro del prelado Avellanado- hasta el extremo…
Pero
ni un solo cabello de vuestra cabeza caerá sin el permiso de Dios; y así, entre el siniestro anuncio: "Está muy enfermo", y el tranquilizador desmentido: "Hoy ha concelebrado Misa y está bien", decidió el Señor poner punto final al gran sacrificio de Benedicto XVI por la Iglesia... Y a las 9:34 de un mariano día, en el
que se proclamaba el comienzo del Evangelio del
discípulo amado, atrajo el Señor a su regazo a este humilde trabajador de su viña, también muy querido. Y en volandas de un cortejo de ángeles cantores, mientras de fondo sonaba para el mundo la imponente sinfonía de la Luz del cuarto evangelio, este santo, cooperador de la Verdad, entró en la Vida: "En el principio existía la Palabra", coreaba la Iglesia en celestial requiem... "en la Palabra estaba la vida; y la vida era la luz de los hombres..."; nota a nota, cayendo mansamente, la divina lluvia ungía la Tierra... Y al llegar al capítulo 9, versículo 34, nos paramos, y nos arrodillamos: "Has nacido todo entero en pecado ¿y nos das lecciones a nosotros? Y le echaron fuera."
Hace
tiempo que tenía pensado regalarles por Reyes el texto de Con el Alma en el Crisol, la segunda parte de las memorias que estoy
escribiendo en una trilogía titulada 153 rosas. En este libro me retrato a mí mismo como un peón del Señor, a la sombra del Papa Benedicto XVI. Ahora, de pronto, llevado al cielo el que me protegía, me he sentido huérfano, y como la magdalena me fui corriendo a su sepelio en Roma, por estar un poco más con él. Llegué al aeropuerto de Fiumicino a las 22:40 h., y cogí el
bus a Términi. En los alrededores de la estación, decenas de almas azotadas por los vientos de la vida yacían
sobre cartones, aspirando tan sólo a despertar al día siguiente entre los vivos. Muchos otros corrían intentando coger autobuses que les llevarían a otro lugar parecido. Yo hice lo mismo que ellos, y
tras coger dos autobuses que no me dejaron donde yo pensaba, me encontré deambulando por calles que no conocía y con una brujumóvil que se negaba a funcionar... Por fin llegué a la posada, a la una y cuarto de
la mañana. Había avisado de que llegaría tarde, pero al tocar el timbre, nadie
respondió. Estaba agotado, y sin opciones, así que me tumbé, tal cual estaba, sobre el felpudo del
zaguán de entrada. A
través del cristal se veía en la recepción un belén, con un letrerito en italiano que ponía: "Dios en nosotros seremos uno en ti". La
humedad de la niebla baja, y los seis grados de temperatura, me tenían aterido, y el duro suelo se me clavaba en los huesos. Traté de rezar, pero no podía. Por fin, a las cinco y veintidós de la mañana, se encendió una luz adentro, y ya pude guarecerme y descansar dos horas sobre
una cama blanda y caliente. Después de desayunar, me puse rápidamente en camino hacia la
Plaza de San Pedro. La recepcionista me había explicado cómo llegar, pero me debió de patinar el traductor del italiano, y en vez de ir directo, rodeé toda la ciudad del Vaticano. Cuando llegué a la Plaza de San Pedro faltaba una hora para que empezara el funeral, y la encontré medio vacía; el día era gris, y el ambiente parecía estar bajo una especie
de hechizo de tristeza. Después del rezo del Rosario, entró el Papa solo, de blanco, llevado en una silla de ruedas por un ayudante.
Se dijo que el difunto había pedido unas exequias sobrias, pero no se dijo dónde ni cómo había dado Benedicto esas instrucciones. ¿Era tal vez contrario a que el pueblo expresara su amor al Vicario de Cristo?
Se dijo que el difunto había pedido unas exequias sobrias, pero no se dijo dónde ni cómo había dado Benedicto esas instrucciones. ¿Era tal vez contrario a que el pueblo expresara su amor al Vicario de Cristo?
Yo había ido en su busca y no le encontraba, y estaba triste en un triste sitio. Y, de pronto, él vino a mi encuentro: En la liturgia de la
palabra, al proclamarse la segunda, se llenó de luz mi interior. Si abrís el libro que os acabo de regalar, veréis que tiene dos pasajes bíblicos a modo de preámbulo; el primero de ellos es de las cartas de San Pablo, sobre la sabiduría misteriosa de los hijos de Dios, y el segundo es de la Carta de San Pedro, en la que presenta la belleza y la meta de una vida probada en el crisol; al comprobar que esta lectura era la misma que se había elegido en la Misa de sufragio por Benedicto, se iluminó mi alma, como digo, y empecé a ver claro... Los momentos finales del funeral los viví en libertad y con verdadera alegría, dando gloria a Dios por el regalo que en la persona de Benedicto nos había hecho, y, rompiendo el hielo ambiental, grité: ¡SANTO SÚBITO!, ¡GRACIAS, BENEDICTO!, y también: ¡ADIÓS, BENEDICTO!, y estas dos palabras, inmediatamente, suscitaron una voz a mis espaldas, como un eco dulce, que repitió: 'A Dio'... Y antes de que desapareciera el féretro tras la cortina, cuando ya se extinguía el mortecino aplauso de la multitud, unos cuantos que estaban conmigo, fijos los ojos bañados en lágrimas en la humilde caja, a la medida de nuestro amado Benedicto, seguimos aplaudiendo, a contracorriente del frío reinante, y lanzando vítores al cielo: ¡Viva Benedicto XVI! ¡Viva el nuevo Esteban!
Post data: En la resaca de este impacto emocional, me senté en un banco de la plaza a descansar y comer algo. Hablé con algún periodista y con algún voluntario, que parecían relajados: - "¿Qué tal?"; -OK, no problem! Y yo: - No problem... but not funny...?; y se rieron conmigo, asintiendo... También hablé con Rosanna, una pobre de solemnidad, rodeada de miseria... y de palomas; la miré con amor, le pregunté de dónde era, cómo se encontraba... y a todo respondía con una abierta sonrisa en la cara; me pidió un euro, y le di cinco... A los pocos minutos volví a pasar por delante de su banco, y estiró la mano hacia mí pidiéndome una limosna, como si no me reconociera...
Entre los asistentes al acto vi por las pantallas a varios sacerdotes de Toledo, y, muy contentos, a los obispos Magán y Munilla. A este último me lo topé cuando se dirigía al photocall a que le hicieran una entrevista, y aproveché para contarle lo que yo sabía sobre el delicado proceso que está aconteciendo en la Iglesia española, pero don José Ignacio me interrumpió, diciéndome que le esperaban, y pidiéndome que olvidara 'esas cosas'.
Pero '¿acaso puede una madre olvidarse de sus hijos?' ¿Puede un católico ver desórdenes destinados a sustituir la Iglesia de Jesucristo por una iglesia vasalla de un falso poder, y mirar para otro lado? Pedirme que olvidara 'eso' fue tanto como pedirme que me olvidara de aquellos cientos de personas sin techo, cuyo dolor me había hecho sentir el Señor aquella noche en mi propia carne. "Todas esas almas que viven en los términis del mundo, en los modernos finishmundi, mi querido Monseñor Munilla, esperan a Alguien que los salve..." ¿Cómo me dice usted que los olvide? El diputado Carmelo pudo decirle a otro diputado eso mismo, y seguir en su escaño como si tal cosa; pero ustedes, nuestros obispos, están al servicio de un amo más celoso que el pueblo soberano español, y Su Dueño les hace una advertencia que no deja lugar a dudas: Necios y ciegos los que no recogen conmigo, porque desparraman.
Pero '¿acaso puede una madre olvidarse de sus hijos?' ¿Puede un católico ver desórdenes destinados a sustituir la Iglesia de Jesucristo por una iglesia vasalla de un falso poder, y mirar para otro lado? Pedirme que olvidara 'eso' fue tanto como pedirme que me olvidara de aquellos cientos de personas sin techo, cuyo dolor me había hecho sentir el Señor aquella noche en mi propia carne. "Todas esas almas que viven en los términis del mundo, en los modernos finishmundi, mi querido Monseñor Munilla, esperan a Alguien que los salve..." ¿Cómo me dice usted que los olvide? El diputado Carmelo pudo decirle a otro diputado eso mismo, y seguir en su escaño como si tal cosa; pero ustedes, nuestros obispos, están al servicio de un amo más celoso que el pueblo soberano español, y Su Dueño les hace una advertencia que no deja lugar a dudas: Necios y ciegos los que no recogen conmigo, porque desparraman.
Monseñor Munilla subió al estrado de los medios, donde le maquillaron y le pusieron un micrófono en las manos; y él, con su salero habitual, habló, tal vez, para millones de personas. Se prestó, sin
él saberlo, al juego que entretiene hoy en día a las masas; ése que de Prada llama, acertadamente, 'los negociados de izquierdas y de derechas', y cuya versión de Iglesia son los negociados de los conservadores y los progresistas.
Estos obispos que desde los medios son nombrados líderes de estos negociados, aceptando ese rol se condenan a vivir una fe mediocre, una fe que no puede salvar, que no ilumina, y que termina conduciendo al caos.
Se difunden las opiniones de unos y de otros en las redes; y éstas las lanzan al mundo convertido en una jaula de grillos, donde no hay forma de entenderse ni de entender nada.
Por ejemplo, cualquiera que haya cogido el periódico en los últimos días del año, se habrá encontrado que, en vez del consabido sumario del año, arrojando el funesto balance del expolio de España perpetrado por el Gobierno al amparo de la complicidad del arco, la actualidad la formaban esos días un mar de datos sueltos, o engañosamente hilvanados, sobre la vida y obra de nuestro querido Benedicto. En mi caso, después de dedicar horas a leer esas informaciones, no encontré en ellas nada sustancioso que no supiera ya, excepto el dato-sorpresa de que Benedicto XVI fuera hijo de una hija ilegítima, María Rieger, fallecida en mil 934 aprox... (los años todos están en la mano de Dios como una gavilla).
Estos obispos que desde los medios son nombrados líderes de estos negociados, aceptando ese rol se condenan a vivir una fe mediocre, una fe que no puede salvar, que no ilumina, y que termina conduciendo al caos.
Se difunden las opiniones de unos y de otros en las redes; y éstas las lanzan al mundo convertido en una jaula de grillos, donde no hay forma de entenderse ni de entender nada.
Por ejemplo, cualquiera que haya cogido el periódico en los últimos días del año, se habrá encontrado que, en vez del consabido sumario del año, arrojando el funesto balance del expolio de España perpetrado por el Gobierno al amparo de la complicidad del arco, la actualidad la formaban esos días un mar de datos sueltos, o engañosamente hilvanados, sobre la vida y obra de nuestro querido Benedicto. En mi caso, después de dedicar horas a leer esas informaciones, no encontré en ellas nada sustancioso que no supiera ya, excepto el dato-sorpresa de que Benedicto XVI fuera hijo de una hija ilegítima, María Rieger, fallecida en mil 934 aprox... (los años todos están en la mano de Dios como una gavilla).
(i) Una vez pasado el funeral, al día siguiente, día de Reyes, la portada del ABC, para no perder ascendencia sobre el sector electoral al que se encarga de camelar, se hizo eco de lo que en los cinco días previos al entierro todos los periódicos habían silenciado: el sentimiento popular de que nos ha dejado un santo. No convenía que este clamor se evidenciara ni antes ni durante el entierro, porque lo que Benedicto XVI representaba es un reproche a la impostura que nos está intentando someter. Reivindicar la santidad de Benedicto XVI a toro pasado es querer quedar bien sin hacer gastos, pero, sobre todo, es una maniobra vil para alejar las miradas de la verdad trágica que esta muerte esconde: que los pasos de Benedicto han ido tras los de Jesucristo hasta el final, y que, por querer borrar sus huellas, hasta los zapatos de color burdeos le han robado al difunto Papa...
(ii) 'París versus Roma' es una expresión que aparece en el texto que Benedicto XVI publicó en abril de 2019, tratando de ayudar a la Iglesia a entender la raíz del problema de la bomba mediática de los abusos.
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