MI CORAZÓN SE REMONTÓ COMO UN GAVILÁN
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Ahí lo tenéis; todo lo que buscáis. Ese muerto está vivo; o mejor dicho: es la Vida. ¿Hay algo mejor que la vida? |
Me siento muy bendecido, mucho, y profundamente agradecido a todos; y muy especialmente a quienes se han esforzado en configurar su vida a imagen de la de Jesucristo. Jamás de los jamases me he sentido abandonado por Él, ni confundido ni avergonzado por creer en su Palabra. Sus promesas han superado con creces mis expectativas; y los maravillosos 'mundos' prometidos no se han hecho esperar en mi vida y me van llegando sin demora, haciéndome cada vez más feliz. Descubro sin cesar el pozo sin fondo de su bondad, la pureza sin mácula de su ley, la belleza inefable de su amor. Y desbordo de gozo con Él, mi Señor, por fiarse de mí, por poner en mis manos sus tesoros y por responder a mis llamadas con sublime y estremecedora delicadeza, fidelidad y caridad.
Podría decir muchísimas más cosas, entonar sin fin himnos y cánticos elevados a nuestro buen Dios, pero pensando en vosotros me contengo; porque querréis saber el motivo de mi encendida alabanza.
Tengo un asunto difícil entre manos; estoy metido en una especie de zarzal, donde las prisas -que el miedo azuza-, el cansancio, o la fragilidad, me pueden hacer tomar decisiones erróneas que me hagan daño. Esta mañana me veía en ésas, y decidí, a pesar del frío y de lo temprano de la hora, irme a buscar ayuda a la Capilla de la Adoración.
Han sido cientos, miles, las veces que en el Cuerpo de Cristo hecho Eucaristía he encontrado la salida que buscaba; el auxilio oportuno. Ya con esto podéis entender bastante acerca del motivo de mi acción de gracias. Cuando en medio de algún problema hallas la solución por medio del rezo, se enciende dentro de ti un fuego de amor hacia Aquel que, escondido, te socorre sin pedirte nada a cambio. Y en estas experiencias aumenta tu conocimiento de Dios, que es certeza de su existencia... y del poder de la oración.
Eucaristía es Dios que se hace hombre para que tú te hagas Dios. Una vez que Dios se encarna y, por el sacrificio eterno de su pasión, muerte y resurrección, se instala para siempre entre nosotros, tenemos las puertas de la Vida, de la Verdad, del Amor, y de todo, abiertas para pasar por ellas a esa otra dimensión donde la Esperanza brilla cual lucero inextinguible... hasta que el propio Dios hecho Uno en nosotros nos ilumine sin sombra alguna.
Es Jesucristo Eucaristía el centro de todo, lo celeste y lo terrestre... "El cielo y la Tierra están llenos de su Gloria"... y todas las criaturas están llenas de Sus perfecciones... Si uno cree en esto, las sombras y misterios de nuestra existencia se desvanecerán uno tras otro, en su momento, para llevarnos finalmente a la vida eternamente dichosa.
El maestro que nos irá explicando todo es el Espíritu Santo. Conviene mucho invocarle frecuentemente, porque acude presto a nuestra llamada, para sacarnos del hoyo.
Llegué a la Capilla cuando el sacerdote estaba hablando del Espíritu Santo, del Defensor, de la iluminación que procede de Él para darnos a conocer la Verdad. Las palabras del predicador cayeron sobre mí como un bálsamo suave, una unción divina, transformándome, en presencia de Cristo Eucaristía. Luego me quedé solo con Él, y le presenté mis dificultades del momento, confiadamente.
Solemos decir que Dios existe pero no usa whatsapp... Yo no estaría tan seguro. Es más, creo firmemente que la fe todo lo puede; y una súplica confiada atraviesa los cielos, derribando todas las fronteras terrestres.
Yo fui a la oración con un problema humano, pero resultó que salí de ella con un problema espiritual -de mucho mayor calado que el otro- resuelto. Me sucedió al terminar la oración matinal de la Iglesia, las laudes. En las peticiones, una de ellas decía: "Cristo, Rey de la gloria, sé nuestra luz y nuestro gozo; haz que sepamos descubrir cómo todas las criaturas están llenas de tus perfecciones, para que así, en todas ellas, sepamos contemplarte a ti."
En ese momento sentí como si un hueso, que yo tenía dislocado desde hacía tiempo, volviera a su sitio. Y en mi interior sentí la suavidad de Cristo; sentí que, viendo mi sufrimiento y la sinceridad de mi oración, me enviaba su consuelo con su sanación.
Algunos santos han destacado por su amor a la Iglesia; y la liturgia de hoy nos hablaba de uno: San Ignacio de Antioquía. Estando en la cárcel, esperando a ser echado a las fieras, escribía a cierta Iglesia rogándoles encarecidamente que se unieran a sus presbíteros y a su obispo en perfecta armonía, tal y como están templadas las cuerdas de una lira para que suene bien. Ya no era la primera vez que ésta y otras exhortaciones semejantes de este santo me inquietaban; y no porque hubiera en mí desafección a la Iglesia, sino porque mi naturaleza no acababa de encontrar en ella su sitio.
Había tocado distintas teclas con el fin de hallar solución a este problema, sin éxito. Y no sólo sin éxito, sino que incluso cierto prelado me había abierto un poco más la herida... Pero fue dándome el Señor el modo de soportarla, y en alguna ocasión llegué a pensar que no la tenía; pero sí que estaba ahí... y era grave. Y así fue pasando el tiempo, hasta hoy.
Esta mañana en la capilla, al rezar el Oficio de Lectura, leí las palabras de Moisés al pueblo, recordando el momento en que, por haberse hecho tan numeroso, tuvo que delegar funciones, y nombró jueces que impartieran justicia, instándoles a dejarle a él los casos difíciles. Como yo tenía entre manos un tema humano complicado, recé así: "Señor, no tengo un Moisés a quien dirigirme con mi tema, así que te lo encomiendo a ti". Estaba mi espíritu, como ya he dicho, bien dispuesto, con lo que, una vez formulada mi súplica, pasé a la segunda lectura.
Entonces llegó el de Antioquía 'con la rebaja': Esa encomienda humilde, sentida y grave a mantenerse unidos a los obispos respectivos, y, a través de ellos, a toda la Iglesia. Repito que tenía esta espina clavada desde hacía tiempo; porque quien exhortaba era un cristiano íntegro, que en la más venerable ancianidad, para no ser escándalo a los jóvenes, había abrazado el martirio con elevadísima virtud; y estando esperando el tormento de las fieras dirigía a su Iglesia esta exhortación a la unidad sin fisuras... ¿Qué diría San Ignacio si en vez de una fisura, viera en un cristiano un hueso dislocado?...
Una vez más, tragándome la pregunta y la respuesta, pasé adelante en la oración. Y después del Benedictus recé las preces. Llegando a la tercera me encontré con ese otro tropiezo antiguo, de los que no tenía más remedio que tragar y callar: "haz que sepamos descubrir cómo todas las criaturas están llenas de tus perfecciones"...
Me paré ahí una vez más, y me zambullí en la meditación, por ver si descubría el sentido de la frase: ¿Cómo puedo yo ver llenos de perfecciones a según que individuos? Pero la oración decía "Haz que sepamos..." Y en éstas, lo pillé. Una vez que Dios visitó la Tierra y se quedó en ella, la transformó totalmente: "Quitó definitivamente lo que la afeaba: el pecado". Desde su sacrificio ya nada es lo mismo; la tierra está llena de su gloria porque donde está Dios no puede estar el mal. Pero entonces, si Dios llena a las personas de sí mismo, ¿de dónde procede el mal que hacen? Se puede decir que el mal no le quita nada a Dios pero aleja al pecador de sí mismo, de su verdadero ser, que está lleno de Dios; y así lo va llevando a la nada. El pecador es un caín errante, pero al que nadie puede hacer daño, porque es propiedad de Dios, que lo ganó con su sangre... Nuestra vida es vida de hijos de Dios, del Padre que siempre espera.
Esta reflexión me llevó a entender que se pueda dar gracias a alguien por todo; entendiendo que al nombrar a ese alguien se está nombrando también a Dios, pues en Él vive esa persona, de Él recibe en cada instante la vida... Y entendí que, puesto que 'bueno' sólo es Dios, se puede hablar de la bondad de una persona refiriéndonos al don de Dios que ha recibido, y nombrándolo con mayúscula: Su bondad, pues ésta es siempre propiedad del Padre aunque la haga presente por el hijo -en qué medida, si mucho o poco, no nos compete discernirlo, y además da igual, porque habiendo un poco (y siempre lo hay), por ínfimo que sea, Dios mismo, entero, está en ese átomo. Y al portador de esa presencia le debemos el máximo respeto y honra; y, si el Espíritu Santo así lo ha dispuesto, también acogida y amor.
Debo decir que, una vez restablecida la unidad de mi ser filial, mis otros problemas perdieron la mordiente que me había llevado a buscar su solución a los pies del santísimo; no desaparecieron, pero decayeron en intensidad y tono en mi interior. La luz que se encendió en mi alma hizo huir a los enemigos que me rodeaban. Cuando Jesucristo se me acercó, me tocó la herida, y me dijo: "Vete, tu fe te ha curado", mi corazón se remontó como un gavilán... y ahora veo, aún mejor que antes, que Jesucristo es la solución a todos nuestros males, sin excepción. Él está vivo, y ansiando sanar nuestras heridas y hacernos enteros; hombres y mujeres con entereza, para enfrentar los desafíos de un mundo en tinieblas.
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