SÍNDROME VATICANO

Hoy, a las 21:00 h, metí en el buscador ‘Georg Gänswein en wikipedia’, y entre muchas otras cosas me encontré con una cita del libro que va a salir mañana (según nos informó ayer Vatican News).
Han anunciado que de las memorias de este obispo nos va a venir ahora la confirmación de que entre el Papa difunto y el actual había una relación fluida y cordial, tema crucial y controvertido tras la muerte de Benedicto. La importancia de este asunto radica en que de la prueba de la firmeza de ese tándem papal se puede derivar después la justificación –incluida la de nivel teórico- de cambios en la doctrina. Esto hace que observar a este monseñor sea en estos momentos un deber inexcusable.
En el funeral, Monseñor Gänswein no estuvo sentado con sus hermanos obispos, sino entre las personalidades asistentes. En una fugaz aparición suya en la gran pantalla donde yo seguí la celebración, a esa anomalía protocolaria correspondía él con un gesto fingido, como el de un mal actor que representara un serio disgusto con el Papa, y que por eso hubiera decidido ‘separarse de los suyos’, despechado. El sentido que le doy a esta farsa es que los medios hablan para un público que se queda en lo superficial, lo cual me lleva a cuestionarme la complicidad del prelado con esta manipulación. La recensión de su vida que he leído en la red es muy poco profunda, resultando escaso el aporte informativo para llegar a conclusiones sobre la carrera que le llevó a su actual protagonismo. Me quedo con la impresión de que accedió al puesto de secretario del Papa Benedicto XVI por el apadrinamiento de poderes cercanos al Opus. Y esto me ha traído a la mente aquel famoso chiste: “Hay tres cosas que ni el Espíritu Santo conoce: Una, cuántas órdenes femeninas hay; dos, qué va a decir un jesuita cuando sube al púlpito; y, tres, qué rayos es el Opus Dei.” Sabemos que la Obra es la parte de la Iglesia que se las ha apañado para llevarse bastante bien con el dinero; y esto no es poco. Quién de nosotros, viendo el declive de la Iglesia Sociológica, no ha soñado con hacer causa común con el Opus, y, de paso que se consigue una promoción personal en el ámbito laboral, remar de forma segura para que la barca de Pedro vuelva a ser la reina de los mares… Pero quién, al mismo tiempo, no ha escuchado, en la caracola que nos trae el sonido de las olas, el eco del Señor: ‘Duc in Altum’, ‘no te asuste naufragar, que el tesoro que buscamos no está en el seno del puerto sino en el fondo del mar’…
Sea como sea, emerge algo claro de lo que se va sabiendo de Monseñor Gänswein: Que su espíritu no era tan afín al de Benedicto XVI, cuyo amor por Jesucristo y su Iglesia nunca le hubiera inspirado un gesto 'separatista' como el del ‘bello Jorge’; ni tampoco la sugerencia de, con el cuerpo aún caliente de su ‘buen señor’, divulgar a los cuatro vientos intimidades suyas que mejor sería que durmieran para siempre en el olvido… Lo de los libros que salen de súbito –como éste, que se esperaba para fin de mes, y ya está a la venta- da que pensar: ¿qué pasa, que ya sabía Mons. Gänswein que se iba a morir su mentor? ¿Cómo se anticipó tanto? ¿cómo se atrevió a darlo a otras personas estando Benedicto XVI aún vivo? Como asimismo da que pensar el comentario en wikipedia de este libro cuando aún no ha sido publicado. Dice, en efecto, esa fuente: “ En su libro de 2022, Nothing But The Truth - My Life Beside Benedict XVI , Gänswein dice que Benedicto XVI estaba "sorprendido" de que Francisco nunca respondiera a una carta pública de 2016 de cuatro cardenales. También dice que Benedicto no estuvo de acuerdo con algunas de las posiciones de Francisco. Después de la entrevista de Francisco con un diario jesuita, Francisco envió el diario a Benedicto para sus comentarios. Gänswein dice que Benedicto, en su respuesta anotada a Francisco, criticó la forma en que Francisco había respondido a las preguntas sobre el aborto y la homosexualidad. También escribe que Benedicto sintió que la decisión de Francisco de restringir el uso de la misa en latín fue "un error". “.
A mí, particularmente, no me cabe duda de que esta celeridad obedece a un fin político, que es la finalidad última y única de todo lo que se publica actualmente en las redes comerciales, y que en definitiva busca hacer realidad lo antes posible esa quimera del poder del Anticristo sobre la Tierra.
Al servicio, pues, de ese fin diabólico, están trabajando legiones en todas las instituciones humanas. A estas alturas, negar que lo hacen también en el Vaticano no es prudencia, ni amor a la Iglesia, sino necedad y ceguera. Antes de que Benedicto XVI sacara a la luz en 2019 una síntesis clarividente del problema de la Iglesia de hoy, entre los romanos, secularmente acostumbrados a ventear los latidos del mundo en el puro centro amurallado de su ciudad histórica, ya se habían formado una opinión clara sobre el significado de este último pontificado. En una tasca donde me paré a restaurar mis fuerzas después del funeral, y donde escribí el anterior artículo de este blog, vi colgado de la pared un cartel que expresaba espléndidamente esa opinión del pueblo de Roma. 




El texto citado del Papa emérito explicaba el mayo del 68 francés como la contestación al ‘aggiornamento’ del concilio: ‘París versus Roma’ era la síntesis de la guerra secular entre los partidarios de Cristo y los de su enemigo. Con un arsenal de armas propagandísticas, y una opción decidida por la violencia, la revolución del 68 fue un torpedo directo al corazón de la Iglesia. Con la negación de la Ley Natural y la falsaria demostración de la falta de fundamentación de toda moral objetiva, unido a la separación de la sexualidad de su función procreadora y sus desastrosas consecuencias, se abrió una brecha devastadora en el edificio secular de la doctrina católica. En el dibujo que estamos comentando, idea, sin duda, de alguna personalidad eclesial señera, esa guerra, que aún colea, se libra en las alturas filosófico-teológicas, representadas por un alto muro de los de la Ciudad del Vaticano.
En ese contexto aparece el Papa Francisco, quien, valiéndose de apoyos vaticanos furtivos, en general de segunda línea, es elevado, y toma parte en esa batalla de titanes que se libra en las alturas, y a la que él no pertenece, y mueve ficha para ganar la partida, hasta ese momento incierta. El dibujo le representa con un pincel en la mano, subido a una escalera que le han puesto infieles servidores de la Iglesia, y trazando el tercer símbolo de la paz (el típico del 68) en línea con los dos que ya estaban puestos, para ganar la partida a los fieles defensores de la tradición y el magisterio, representados en el símbolo de las llaves de Pedro. 

Bien se podría denominar síndrome vaticano al fenómeno que afecta a clérigos y laicos de todo el mundo, que experimentan un quebranto de salud derivado de lo que se decide en el Vaticano. Esta semana, apenas cinco días después de enterrar a Benedicto XVI, se nos ha muerto, también sin avisar, el Cardenal Pell, que pasó 404 días en prisión, condenado injustamente y privado de celebrar Misa.
Pero el precedente más claro de estos casos notables es el de Carlo Cafarra, fallecido en 2017, del que sesudos doctores coinciden en pensar que fue la primera víctima mortal de este peligroso síndrome. Él fue uno de los cuatro cardenales que presentaron las famosas Dubia al Papa Francisco, a propósito de los puntos confusos de Amoris Laetitia, y que quedaron sin respuesta; Cafarra, estando rebosante de salud, enfermó y se murió en poco tiempo.
Todo empezó el día de la Virgen de Lourdes de 2013, cuando, a pesar de los muchos problemas que nos asediaban, subsistíamos en la normalidad de nuestras seguras y milenarias costumbres. Ese día nos sacudió un bombazo, estremecedor, con la renuncia al papado de Benedicto XVI. Y desde entonces fuimos de sobresalto en sobresalto, hasta el momento presente, en que el sobresalto se ha convertido en la norma.
Diez días después de ser elegido papa, los escaparates de las librerías del mundo entero se llenaron con la estampa de Francisco en la portada de un libro; y en muy poco tiempo su nombre empezó a sonar machaconamente en todos los medios. Es de suponer que la celeridad en publicar ese libro obedecía a fuertes intereses, y es de suponer también que esos intereses coincidían con los del dueño de la editorial que en España se encargó de ese lanzamiento masivo, a saber, R. Murdoch, preboste asiduo a Davos, y, junto con Soros, ferviente impulsor de la impostura de Don Dín, la que está a punto de introducirnos en la página más negra de la Historia, con mayúsculas. 




Pensaba yo que el Catecismo no se ocupaba de estas cosas, pero me equivocaba. En los números 675 al 677, se habla abiertamente de un momento histórico que tiene toda la pinta de ser el actual. Me arriesgo al decirlo, pero estos últimos diez años no pueden seguir siendo considerados un período ‘normal’ sin caer en la necedad y la ceguera que el Señor reprocha a los pastores de su época.
Negarse a estas alturas a ver que también la Iglesia camina rápida y directamente a abjurar de la doctrina de su Fundador, es ser un necio, y un ciego que conduce a otros al hoyo.
Como decía en 2019 el difunto Papa, es una inercia del corazón la que impide a muchos hermanos ver a nuestro alrededor testigos de la verdad que, alzándose con su sufrimiento, muestran a Cristo, y dejan en evidencia la impostura totalitaria que intenta eclipsarle.
Como San Atanasio en el siglo IV, cuando con un puñado de obispos y el pueblo llano defendieron la pureza de la fe frente a los arrianos, esos testigos de que hablaba Benedicto XVI, con él en cabeza, han venido manteniendo en alto la bandera del bien, y el depósito de la verdadera fe, en una situación no muy distinta de aquella que provocó la herejía de Arrio. 
No es aventurado pensar que las decisiones del ‘Sínodo mundial’ decretado por el Papa Francisco -en el que la Iglesia viene actuando como uno de esos movimientos políticos asamblearios altamente proclives a la manipulación- servirá de excusa para hacer cambios que afecten a la doctrina.



Hoy se ha muerto también un hermano de la Reina Sofía; desde aquí le doy mi más sentido pésame. No puedo decir mucho de nuestra reina emérita, pero esa cualidad que todos resaltan en ella, la discreción, lo dice todo. Hace falta mucha disciplina para mantener tan alto el listón de esa cualidad, y eso hace pensar que en Sofía se reúnen un buen conjunto de virtudes. Su presencia en el funeral de Benedicto XVI fue un regalo a los españoles, muy de agradecer, máxime en estos momentos en los que la institución que ella representa está tan zarandeada y ultrajada. Por eso, las imágenes de la Reina Sofía en el funeral, tanto la que tenemos de su encuentro con el Papa, como la de su encuentro con Monseñor Gänswein, son también, para el propósito de este artículo, un testimonio muy apreciable del modo en que 'la virtud' contempla y se relaciona con los encargados de custodiarla. Gracias, majestad.





 

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