UN SOLO SEÑOR, UNA SOLA FE
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Este ábside del S. XIII representa la pura diversidad en la unidad que es la Iglesia |
Anoche me acosté a
las once y pico porque me encontraba muy cansado; y, sin embargo, no conseguí
dormir bien. Me sentía intoxicado, muy afectado de una sensación extraña, dolorosa, y muy desagradable,
acompañada de un fortísimo dolor de cabeza. Creo que a eso le llaman estar
enfermo de covid. Pero yo por covid entiendo otra cosa, o más bien, otras tres cosas:
1.- Cóctel Opresor a base de Venenos e Inmuno – Depresores; 2.- Cañón de Odio, Violencia, Injusticia y Dolor; y 3.- Cruz Obligada en la Verdad Inmutable que es Dios.
Empecé a sentirme mal el miércoles de ceniza. Habíamos estado afuera cinco días, y al volver me puse a escribir este artículo, sintiéndome ya mal; han pasado cuatro días y sigo enfermo, a base de pastillas para el dolor. Recordad que cuando comenzó esta plaga te contagiabas tan solo con mirar a la calle, y, de repente, se acabó. Recordad también la pesadilla mediática que acompañó todo el proceso: algo muy parecido a una intoxicación informativa, en la que no había forma de ver nada claro. Justamente eso es lo que define el covid: la confusión; la misma confusión que, hoy día, lo invade todo. Da igual que haya elecciones o que se carguen la Constitución. Abres los diarios y ves siempre lo mismo: la famosa guerra, con datos que no nos dicen nada; los líos de Villarejo and Company; la propaganda ideológica del enfrentamiento; deportes; chismes; aburridos comentarios; y poco más. Y todo eso con la incomodidad de tener que rebuscarlo en el lado izquierdo de la pantalla, entre un enrevesado collage de pequeñas fotos insulsas; porque el lado derecho, que es el principal en comunicación visual, se reserva para los anuncios. Envenenado, pues, aunque asumiéndolo por Amor, os escribo estas cuatro letras.
Un artículo que corre como la pólvora por las redes dice que la nueva política ha roto con la clásica, y que ya no busca la convivencia en paz de las personas sino implantar una libertad de pega, una en la que cada cual pueda hacer lo que quiera, pero de tal manera que lo que haga no influirá en absoluto sobre el orden totalitario establecido; algo así como si se pretendiera encerrarnos en una película… En último término, se podría hasta dar la vida por una causa sin que al orden impuesto le afectara lo más mínimo. Y si esa fuera la verdad, nuestra vida sería “una vida de mentira”…
Pero no; la verdad no es esa. Esa teoría me hace pensar que los actos libres sólo existen si promueven “la vida de verdad”; mientras que la libertad para hacer el mal, o que tiende al mal, no existe, pues no puede darse el nombre de algo bueno, como es la libertad, a lo que conduce al caos y a la destrucción.
La paz con vosotros, amigos; porque no hay bien mayor que gozar de paz. Es fundamental aceptar que, a veces, hacemos daño a otras personas, porque, aunque no nos demos cuenta, la culpa nos quita la paz. A menudo dormimos mal y no sabemos la causa. Y es que hay una vida en nosotros que no controlamos, procesos que nos afectan profundamente, más allá de la consciencia; procesos que apuntan a la existencia de una realidad extracorpórea, a la que generalmente llamamos alma.
El mundo puede dar muchas vueltas, pero lo que nunca cambiará es que cada cual tiene que vivir con lo que piensa de sí mismo. Esto supone a menudo una molestia, ‘un peso en el alma’. De hecho, y no pocas veces, esa carga puede llegar a ser muy pesada, y hasta ‘insoportable’; y podríamos sucumbir bajo su peso si no encontráramos ayuda a tiempo para ese agobio. Afortunadamente, hace siglos que la religión nos facilita el remedio mediante el sacramento de la confesión.
Un amigo mío, lleno de dones, pero también con muchas penas en su vida, se apoyó siempre en un sacerdote que Dios le puso al lado, aunque tuvo que tratar también con muchos siquiatras. Uno de éstos le preguntó un día que de qué hablaba con el sacerdote, a lo que mi amigo contestó: “De lo mismo que con usted, pero él no me cobra”.
Al comienzo de la Cuaresma, mediante el rito de la ceniza, los católicos expresamos nuestro reconocimiento de estar necesitados del perdón de Dios, y así nos ponemos en disposición de avanzar por el camino que lleva a un mayor conocimiento del Amor infinito de Dios, que se nos reveló en la Pasión, Muerte, y Resurrección de su Hijo.
[El que hizo las maravillas de la Naturaleza –un Ser sin duda superior, de mente inabarcable- viendo nuestra incapacidad para encontrar la paz, decidió que su Hijo Único –Dios como Él- se hiciera hombre como nosotros, y nos mostrara el camino que no atinábamos a encontrar. Esa senda nos estaba vedada porque pasaba por la muerte, y ésta nos echa para atrás, rehusamos ante el dejar de ser; pero comoquiera que el camino de la plena libertad pasa por sobreponerse al miedo a morir, tan sólo Dios podía abrírnoslo: únicamente el que es la Vida podía morir sin perderla, morir voluntariamente, dar la vida por amor, sin ceder al odio, que es la muerte del alma… Jesucristo, pues, vino, y abrió el camino nuevo que conduce a la vida nueva, y eterna. Ese camino pasa por aceptar que somos criaturas, y que, al darle la espalda a nuestro creador, hemos quedado desvalidas y necesitadas de una religación con Él. Por ésta, quedamos uncidos a su yugo y los problemas de la vida no nos aplastan, porque Él va con nosotros, y sabe cuánto puede poner sobre nuestros hombros.
El triunfo final del plan de Dios empezamos a celebrarlo hoy, ‘cubriéndonos’ de ceniza, y terminaremos dentro de noventa días, en Pentecostés, cuando el Espíritu Santo – que también es Dios – desciende en forma de llamas sobre los apóstoles, y sobre nosotros, reunidos en torno a María. Porque para realizar su plan quiso Dios contar con la colaboración de esta mujer única, la cual, traspasada de dolor al pie de la Cruz, se convirtió en madre de todos los creyentes.
El recorrido de la muerte a la vida (del fuego muerto al fuego vivo, como dice el P. Enrique) no se puede hacer sin la Virgen María, y menos hoy, con la que está cayendo. Hay por ahí una serie sobre los apóstoles que ejemplifica bien la intrincada etapa que nos está tocando vivir. Esa ficción televisiva envuelve las realidades históricas de la aparición de Cristo en la Tierra en un halo de oscuridad y confusión; y ya esto, por sí solo, chirría, por cuanto lo que vieron, tocaron y oyeron los escogidos, era la Luz misma, sin sombras. Pero ese despropósito va aún más allá, fundiéndose con los signos de los tiempos: la endiablada obstrucción al anuncio de la salvación que nos llegó por Jesucristo. Ya desde la cabecera de la serie, cuando aparecen los títulos, queda perfilado el marco de la confusión: Se ve una animación de peces nadando en fila, y se ve como uno de ellos se da la vuelta, y, tras él, otros, que siguen su ejemplo. Este boceto nos predispone favorablemente para la contemplación de la serie, pues nos lleva a pensar en el mensaje salvífico de nuestra religión, cuya realización nos exige nadar a contracorriente. Sin embargo, una vez confortados con esta introducción, y justo antes de que la historia dé comienzo, la toma coge distancia y se ve fugazmente como todos aquellos peces – tanto los que iban a favor de la corriente como los que la tenían en contra- estaban en realidad nadando en círculo, o sea, sin salida…
Continuamente se nos está intentando convencer, por las buenas y por las malas, de que no hay verdad, de que todo es relativo, y de que la actitud más sabia es la de dejarse llevar. Y ciertamente que lo es; ‘dejarse hacer’, sí, pero por Dios. A pesar de las muchas asechanzas, los creyentes sabemos que, aunque el mundo se empeñe en no dejarnos escapar, la trampa ya no nos retiene. Y año tras año revivimos en la liturgia –ese espacio y tiempo reales en que la Iglesia peregrina se une con la celeste- los hechos de nuestra liberación, de la cual gozamos ya, aunque no tan plenamente como en el cielo. Partiendo del arrepentimiento, nos purificamos durante cuarenta días mediante la limosna, la oración y el ayuno, para disponernos a saborear el misterio de la Pascua: el gozo de haber sido liberados de la esclavitud del pecado, y haber sido llevados a la vida verdadera.
La triple preparación penitencial de la Cuaresma consiste en socorrer ‘al huérfano y a la viuda’; en hacer saltar los cerrojos de las prisiones (vicios, miedos, complejos, etc.); y en sofocar la fuerza del pecado… En resumen, en seguir el consejo evangélico: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto, el cual hace caer la lluvia sobre justos e injustos… y es cariñoso con todas sus criaturas.
Estos cinco días previos a la Cuaresma hemos peregrinado a Fátima unas mil setecientas personas, para adorar a Dios. El lema del encuentro era “Por tu Amor”: ‘Sufriré este mal por tu amor; gozaré este bien por tu amor… todo por tu Amor, por el gran amor con que hiciste el mundo y nos hiciste a nosotros para que disfrutáramos de él.’
Ese Amor lo hemos conocido por la persona de Jesús, Dios hecho hombre, por cuyo sacrificio se nos han abierto las puertas de la cárcel en que penábamos, custodiados por el miedo a la muerte, que nos empujaba continuamente a pecar. Ahora ya sabemos que la muerte no tiene la última palabra; y hay una nube ingente de testigos que desde hace dos milenios nos confirman en esa verdad.
En 1917, cerca de Lisboa, tres niños, de seis, nueve y once años, fueron visitados por un Ángel; y mediante visiones del infierno, y del ‘sufrimiento’ del Corazón de Dios por sus hijos más necesitados, fueron preparados interiormente para acoger el encargo que la mismísima Virgen María les iba a hacer días más tarde: el de rezar y sacrificarse por la conversión de los pecadores. El ‘conocimiento’ de las realidades sobrenaturales infundido en ellos, les transformó, haciéndoles madurar muy rápidamente en la Verdad. Dos de ellos, San Francisco y Santa Jacinta, murieron enseguida, y la tercera, Sor Lucía, vivió hasta la ancianidad, y durante un tiempo siguió recibiendo revelaciones de inestimable valor para nuestra vida espiritual.
La grandeza de Dios, su inabarcable benevolencia, es el misterio que se da a conocer en Fátima al alma bien dispuesta; y una vez recibido uno se siente urgido a darlo a conocer. Todo se resuelve en el amor de Dios. Y vivir por, y para ese Amor, es la solución a todos nuestros males. Qué dice Dios en Fátima
La mutilación, el asesinato, y el suicidio de los más vulnerables de nuestra sociedad, son los síntomas más claros de que la enfermedad del mundo de hoy es la falta de Dios, la falta de esperanza. Y la prueba de que esa carencia es buscada y promovida por una voluntad opuesta a la Vida, es la persecución que sufren quienes intentan vivir como vivió Jesucristo.
Él, en los tres años de su vida pública, se vació por completo, dividiendo su tiempo entre sus seguidores, las autoridades y los necesitados; y este sigue siendo hoy el programa de vida de quienes lo imitan. Y en el afán por vivir como Él, y de esa manera ser luz para otros, también hoy nos damos de bruces con el poder (con los poderes) y somos perseguidos como Él lo fue.
En el curso 2015-2016 obtuve plaza de profesor de apoyo en el IES Universidad Laboral, y disputé el cargo de director frente a una rival con menos posibilidades que yo. Estuve a punto de ganar, pero, en contra de la norma, en septiembre del 2016, la dirección provincial nombró a dedo a otra persona que no estaba en la pugna. Para entonces, yo ya había sido declarado persona ‘non grata’.
El curso 16-17 experimenté esa dificultad de distintas maneras, de las cuales fue la más dolorosa el ser rechazado por quienes años atrás habían sido correctos compañeros míos. Por poner un ejemplo, en abril elaboré un proyecto didáctico por el que ofrecía parte de mi tiempo libre para ayudar a los alumnos; y, para mi asombro, no sólo no fue bien acogido, sino que me trajo el disgusto de un agrio rechazo del director, compañero de departamento de mi esposa y, hasta ese momento, amigo. Los poderes ocultos en la educación
En septiembre de 2017 se acentuó el acoso sicológico sobre mí. Había accedido al cargo de Jefe de Estudios de primero y segundo de la ESO un profesor con tan solo un año de antigüedad en el centro, el cual, con una seguridad que se notaba que venía de un círculo que lo amparaba, hizo cambios drásticos en los modos que durante años se emplearon en su cargo; entre otras cosas, suprimió el apoyo educativo a un grandísimo número de alumnos, en base a una interpretación muy restrictiva de la ley. Al mismo tiempo que con esta decisión me dejaba casi sin trabajo, esta persona, como supe por mis alumnos, continuó durante todo el curso malmetiendo contra mí, con calumnias, llegando incluso a hacer llamadas telefónicas en fin de semana.
Esta repentina hostilidad vino acompañada del vacío que me hicieron varios compañeros de Departamento, poniéndome en no pocos aprietos legales. Así las cosas, envié a la inspección una plantilla, que me había sido ‘facilitada’ por la dirección del departamento, con unos setenta casos de apoyo, y los rasgos de cada uno. Además, mandé un escrito en el que exponía que, de todos aquellos alumnos, el centro me había asignado tan solo cinco, que resultaban insuficientes para cubrir horario. Y, pásmense Vds., porque la respuesta a ese comunicado me llegó ¡cinco meses más tarde!
Hace unas cuantas semanas me enteré de que uno de los alumnos para quienes yo había pedido a las autoridades mejoras escolares, sin conseguirlas, se había quitado la vida con apenas veinte años.
Por eso conviene decir que, en aquella lista de alumnos necesitados de apoyo, figuraban varios alumnos cuyos padres habían dado el visto bueno a que yo les apoyara, y que bien avanzado noviembre aún seguían desatendidos; y también aparecía en el listado un caso de inadaptación complejo, de un alumno con un íter prolongado de inadecuada atención, el cual, en poco tiempo, iba a provocar una grave disfunción en el centro, acarreando molestias y penalidades severas para muchas personas. Sin embargo, como ya he dicho, nada cambió con mi escrito, sino al contrario, pues durante todo aquel curso no cesó el acoso contra mí.
La no aceptación de nuestras culpas hace que progrese el mal en la sociedad; y aquel jefe de rudos modales no reconocía sus errores. Le corregí públicamente por hablar con desprecio de los alumnos; y no sólo no lo admitió, sino que dio a entender que el verdaderamente ofendido era él. Reaccionó enojándose, y reclamando el derecho que ‘ellas’ tenían a expresarse con libertad, con lo que agregaba a ciertas compañeras a su incorrección, y violentaba al resto del profesorado al identificarse como mujer cuando su apariencia era de hombre, lo cual sucedía antes de que la ley cambiara en este aspecto. Como se empecinara en su error, tratando de vagos, o de raros, a ciertos alumnos, me pareció necesario dar parte a las autoridades; y entonces intentó encubrir su falta incurriendo en otras más graves; por azar lo descubrí y presenté una denuncia en los juzgados. Entonces volvió a hacerse evidente que la arrogancia de aquel jefe –que te gritaba, no te contestaba, te soltaba una fresca, etc.- tenía que ver con un círculo de poder que le protegía. Más de una vez expresó el punto de vista de que el apoyo educativo era un regalo que recibían ciertos alumnos, y no un derecho constitucional. Y se consideraba legitimado para juzgar a los alumnos, opinando a menudo sin mucho criterio sobre ‘quién estaba en el lado oscuro y quién merecía aplausos’. Supe que tenía especial animadversión a la fe católica, y que amenazaba a los alumnos que portaban signos de esa fe.
1.- Cóctel Opresor a base de Venenos e Inmuno – Depresores; 2.- Cañón de Odio, Violencia, Injusticia y Dolor; y 3.- Cruz Obligada en la Verdad Inmutable que es Dios.
Empecé a sentirme mal el miércoles de ceniza. Habíamos estado afuera cinco días, y al volver me puse a escribir este artículo, sintiéndome ya mal; han pasado cuatro días y sigo enfermo, a base de pastillas para el dolor. Recordad que cuando comenzó esta plaga te contagiabas tan solo con mirar a la calle, y, de repente, se acabó. Recordad también la pesadilla mediática que acompañó todo el proceso: algo muy parecido a una intoxicación informativa, en la que no había forma de ver nada claro. Justamente eso es lo que define el covid: la confusión; la misma confusión que, hoy día, lo invade todo. Da igual que haya elecciones o que se carguen la Constitución. Abres los diarios y ves siempre lo mismo: la famosa guerra, con datos que no nos dicen nada; los líos de Villarejo and Company; la propaganda ideológica del enfrentamiento; deportes; chismes; aburridos comentarios; y poco más. Y todo eso con la incomodidad de tener que rebuscarlo en el lado izquierdo de la pantalla, entre un enrevesado collage de pequeñas fotos insulsas; porque el lado derecho, que es el principal en comunicación visual, se reserva para los anuncios. Envenenado, pues, aunque asumiéndolo por Amor, os escribo estas cuatro letras.
Un artículo que corre como la pólvora por las redes dice que la nueva política ha roto con la clásica, y que ya no busca la convivencia en paz de las personas sino implantar una libertad de pega, una en la que cada cual pueda hacer lo que quiera, pero de tal manera que lo que haga no influirá en absoluto sobre el orden totalitario establecido; algo así como si se pretendiera encerrarnos en una película… En último término, se podría hasta dar la vida por una causa sin que al orden impuesto le afectara lo más mínimo. Y si esa fuera la verdad, nuestra vida sería “una vida de mentira”…
Pero no; la verdad no es esa. Esa teoría me hace pensar que los actos libres sólo existen si promueven “la vida de verdad”; mientras que la libertad para hacer el mal, o que tiende al mal, no existe, pues no puede darse el nombre de algo bueno, como es la libertad, a lo que conduce al caos y a la destrucción.
La paz con vosotros, amigos; porque no hay bien mayor que gozar de paz. Es fundamental aceptar que, a veces, hacemos daño a otras personas, porque, aunque no nos demos cuenta, la culpa nos quita la paz. A menudo dormimos mal y no sabemos la causa. Y es que hay una vida en nosotros que no controlamos, procesos que nos afectan profundamente, más allá de la consciencia; procesos que apuntan a la existencia de una realidad extracorpórea, a la que generalmente llamamos alma.
El mundo puede dar muchas vueltas, pero lo que nunca cambiará es que cada cual tiene que vivir con lo que piensa de sí mismo. Esto supone a menudo una molestia, ‘un peso en el alma’. De hecho, y no pocas veces, esa carga puede llegar a ser muy pesada, y hasta ‘insoportable’; y podríamos sucumbir bajo su peso si no encontráramos ayuda a tiempo para ese agobio. Afortunadamente, hace siglos que la religión nos facilita el remedio mediante el sacramento de la confesión.
Un amigo mío, lleno de dones, pero también con muchas penas en su vida, se apoyó siempre en un sacerdote que Dios le puso al lado, aunque tuvo que tratar también con muchos siquiatras. Uno de éstos le preguntó un día que de qué hablaba con el sacerdote, a lo que mi amigo contestó: “De lo mismo que con usted, pero él no me cobra”.
Al comienzo de la Cuaresma, mediante el rito de la ceniza, los católicos expresamos nuestro reconocimiento de estar necesitados del perdón de Dios, y así nos ponemos en disposición de avanzar por el camino que lleva a un mayor conocimiento del Amor infinito de Dios, que se nos reveló en la Pasión, Muerte, y Resurrección de su Hijo.
[El que hizo las maravillas de la Naturaleza –un Ser sin duda superior, de mente inabarcable- viendo nuestra incapacidad para encontrar la paz, decidió que su Hijo Único –Dios como Él- se hiciera hombre como nosotros, y nos mostrara el camino que no atinábamos a encontrar. Esa senda nos estaba vedada porque pasaba por la muerte, y ésta nos echa para atrás, rehusamos ante el dejar de ser; pero comoquiera que el camino de la plena libertad pasa por sobreponerse al miedo a morir, tan sólo Dios podía abrírnoslo: únicamente el que es la Vida podía morir sin perderla, morir voluntariamente, dar la vida por amor, sin ceder al odio, que es la muerte del alma… Jesucristo, pues, vino, y abrió el camino nuevo que conduce a la vida nueva, y eterna. Ese camino pasa por aceptar que somos criaturas, y que, al darle la espalda a nuestro creador, hemos quedado desvalidas y necesitadas de una religación con Él. Por ésta, quedamos uncidos a su yugo y los problemas de la vida no nos aplastan, porque Él va con nosotros, y sabe cuánto puede poner sobre nuestros hombros.
El triunfo final del plan de Dios empezamos a celebrarlo hoy, ‘cubriéndonos’ de ceniza, y terminaremos dentro de noventa días, en Pentecostés, cuando el Espíritu Santo – que también es Dios – desciende en forma de llamas sobre los apóstoles, y sobre nosotros, reunidos en torno a María. Porque para realizar su plan quiso Dios contar con la colaboración de esta mujer única, la cual, traspasada de dolor al pie de la Cruz, se convirtió en madre de todos los creyentes.
El recorrido de la muerte a la vida (del fuego muerto al fuego vivo, como dice el P. Enrique) no se puede hacer sin la Virgen María, y menos hoy, con la que está cayendo. Hay por ahí una serie sobre los apóstoles que ejemplifica bien la intrincada etapa que nos está tocando vivir. Esa ficción televisiva envuelve las realidades históricas de la aparición de Cristo en la Tierra en un halo de oscuridad y confusión; y ya esto, por sí solo, chirría, por cuanto lo que vieron, tocaron y oyeron los escogidos, era la Luz misma, sin sombras. Pero ese despropósito va aún más allá, fundiéndose con los signos de los tiempos: la endiablada obstrucción al anuncio de la salvación que nos llegó por Jesucristo. Ya desde la cabecera de la serie, cuando aparecen los títulos, queda perfilado el marco de la confusión: Se ve una animación de peces nadando en fila, y se ve como uno de ellos se da la vuelta, y, tras él, otros, que siguen su ejemplo. Este boceto nos predispone favorablemente para la contemplación de la serie, pues nos lleva a pensar en el mensaje salvífico de nuestra religión, cuya realización nos exige nadar a contracorriente. Sin embargo, una vez confortados con esta introducción, y justo antes de que la historia dé comienzo, la toma coge distancia y se ve fugazmente como todos aquellos peces – tanto los que iban a favor de la corriente como los que la tenían en contra- estaban en realidad nadando en círculo, o sea, sin salida…
Continuamente se nos está intentando convencer, por las buenas y por las malas, de que no hay verdad, de que todo es relativo, y de que la actitud más sabia es la de dejarse llevar. Y ciertamente que lo es; ‘dejarse hacer’, sí, pero por Dios. A pesar de las muchas asechanzas, los creyentes sabemos que, aunque el mundo se empeñe en no dejarnos escapar, la trampa ya no nos retiene. Y año tras año revivimos en la liturgia –ese espacio y tiempo reales en que la Iglesia peregrina se une con la celeste- los hechos de nuestra liberación, de la cual gozamos ya, aunque no tan plenamente como en el cielo. Partiendo del arrepentimiento, nos purificamos durante cuarenta días mediante la limosna, la oración y el ayuno, para disponernos a saborear el misterio de la Pascua: el gozo de haber sido liberados de la esclavitud del pecado, y haber sido llevados a la vida verdadera.
La triple preparación penitencial de la Cuaresma consiste en socorrer ‘al huérfano y a la viuda’; en hacer saltar los cerrojos de las prisiones (vicios, miedos, complejos, etc.); y en sofocar la fuerza del pecado… En resumen, en seguir el consejo evangélico: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto, el cual hace caer la lluvia sobre justos e injustos… y es cariñoso con todas sus criaturas.
Estos cinco días previos a la Cuaresma hemos peregrinado a Fátima unas mil setecientas personas, para adorar a Dios. El lema del encuentro era “Por tu Amor”: ‘Sufriré este mal por tu amor; gozaré este bien por tu amor… todo por tu Amor, por el gran amor con que hiciste el mundo y nos hiciste a nosotros para que disfrutáramos de él.’
Ese Amor lo hemos conocido por la persona de Jesús, Dios hecho hombre, por cuyo sacrificio se nos han abierto las puertas de la cárcel en que penábamos, custodiados por el miedo a la muerte, que nos empujaba continuamente a pecar. Ahora ya sabemos que la muerte no tiene la última palabra; y hay una nube ingente de testigos que desde hace dos milenios nos confirman en esa verdad.
En 1917, cerca de Lisboa, tres niños, de seis, nueve y once años, fueron visitados por un Ángel; y mediante visiones del infierno, y del ‘sufrimiento’ del Corazón de Dios por sus hijos más necesitados, fueron preparados interiormente para acoger el encargo que la mismísima Virgen María les iba a hacer días más tarde: el de rezar y sacrificarse por la conversión de los pecadores. El ‘conocimiento’ de las realidades sobrenaturales infundido en ellos, les transformó, haciéndoles madurar muy rápidamente en la Verdad. Dos de ellos, San Francisco y Santa Jacinta, murieron enseguida, y la tercera, Sor Lucía, vivió hasta la ancianidad, y durante un tiempo siguió recibiendo revelaciones de inestimable valor para nuestra vida espiritual.
La grandeza de Dios, su inabarcable benevolencia, es el misterio que se da a conocer en Fátima al alma bien dispuesta; y una vez recibido uno se siente urgido a darlo a conocer. Todo se resuelve en el amor de Dios. Y vivir por, y para ese Amor, es la solución a todos nuestros males. Qué dice Dios en Fátima
La mutilación, el asesinato, y el suicidio de los más vulnerables de nuestra sociedad, son los síntomas más claros de que la enfermedad del mundo de hoy es la falta de Dios, la falta de esperanza. Y la prueba de que esa carencia es buscada y promovida por una voluntad opuesta a la Vida, es la persecución que sufren quienes intentan vivir como vivió Jesucristo.
Él, en los tres años de su vida pública, se vació por completo, dividiendo su tiempo entre sus seguidores, las autoridades y los necesitados; y este sigue siendo hoy el programa de vida de quienes lo imitan. Y en el afán por vivir como Él, y de esa manera ser luz para otros, también hoy nos damos de bruces con el poder (con los poderes) y somos perseguidos como Él lo fue.
En el curso 2015-2016 obtuve plaza de profesor de apoyo en el IES Universidad Laboral, y disputé el cargo de director frente a una rival con menos posibilidades que yo. Estuve a punto de ganar, pero, en contra de la norma, en septiembre del 2016, la dirección provincial nombró a dedo a otra persona que no estaba en la pugna. Para entonces, yo ya había sido declarado persona ‘non grata’.
El curso 16-17 experimenté esa dificultad de distintas maneras, de las cuales fue la más dolorosa el ser rechazado por quienes años atrás habían sido correctos compañeros míos. Por poner un ejemplo, en abril elaboré un proyecto didáctico por el que ofrecía parte de mi tiempo libre para ayudar a los alumnos; y, para mi asombro, no sólo no fue bien acogido, sino que me trajo el disgusto de un agrio rechazo del director, compañero de departamento de mi esposa y, hasta ese momento, amigo. Los poderes ocultos en la educación
En septiembre de 2017 se acentuó el acoso sicológico sobre mí. Había accedido al cargo de Jefe de Estudios de primero y segundo de la ESO un profesor con tan solo un año de antigüedad en el centro, el cual, con una seguridad que se notaba que venía de un círculo que lo amparaba, hizo cambios drásticos en los modos que durante años se emplearon en su cargo; entre otras cosas, suprimió el apoyo educativo a un grandísimo número de alumnos, en base a una interpretación muy restrictiva de la ley. Al mismo tiempo que con esta decisión me dejaba casi sin trabajo, esta persona, como supe por mis alumnos, continuó durante todo el curso malmetiendo contra mí, con calumnias, llegando incluso a hacer llamadas telefónicas en fin de semana.
Esta repentina hostilidad vino acompañada del vacío que me hicieron varios compañeros de Departamento, poniéndome en no pocos aprietos legales. Así las cosas, envié a la inspección una plantilla, que me había sido ‘facilitada’ por la dirección del departamento, con unos setenta casos de apoyo, y los rasgos de cada uno. Además, mandé un escrito en el que exponía que, de todos aquellos alumnos, el centro me había asignado tan solo cinco, que resultaban insuficientes para cubrir horario. Y, pásmense Vds., porque la respuesta a ese comunicado me llegó ¡cinco meses más tarde!
Hace unas cuantas semanas me enteré de que uno de los alumnos para quienes yo había pedido a las autoridades mejoras escolares, sin conseguirlas, se había quitado la vida con apenas veinte años.
Por eso conviene decir que, en aquella lista de alumnos necesitados de apoyo, figuraban varios alumnos cuyos padres habían dado el visto bueno a que yo les apoyara, y que bien avanzado noviembre aún seguían desatendidos; y también aparecía en el listado un caso de inadaptación complejo, de un alumno con un íter prolongado de inadecuada atención, el cual, en poco tiempo, iba a provocar una grave disfunción en el centro, acarreando molestias y penalidades severas para muchas personas. Sin embargo, como ya he dicho, nada cambió con mi escrito, sino al contrario, pues durante todo aquel curso no cesó el acoso contra mí.
La no aceptación de nuestras culpas hace que progrese el mal en la sociedad; y aquel jefe de rudos modales no reconocía sus errores. Le corregí públicamente por hablar con desprecio de los alumnos; y no sólo no lo admitió, sino que dio a entender que el verdaderamente ofendido era él. Reaccionó enojándose, y reclamando el derecho que ‘ellas’ tenían a expresarse con libertad, con lo que agregaba a ciertas compañeras a su incorrección, y violentaba al resto del profesorado al identificarse como mujer cuando su apariencia era de hombre, lo cual sucedía antes de que la ley cambiara en este aspecto. Como se empecinara en su error, tratando de vagos, o de raros, a ciertos alumnos, me pareció necesario dar parte a las autoridades; y entonces intentó encubrir su falta incurriendo en otras más graves; por azar lo descubrí y presenté una denuncia en los juzgados. Entonces volvió a hacerse evidente que la arrogancia de aquel jefe –que te gritaba, no te contestaba, te soltaba una fresca, etc.- tenía que ver con un círculo de poder que le protegía. Más de una vez expresó el punto de vista de que el apoyo educativo era un regalo que recibían ciertos alumnos, y no un derecho constitucional. Y se consideraba legitimado para juzgar a los alumnos, opinando a menudo sin mucho criterio sobre ‘quién estaba en el lado oscuro y quién merecía aplausos’. Supe que tenía especial animadversión a la fe católica, y que amenazaba a los alumnos que portaban signos de esa fe.
El inspector del
centro debía ser uno de sus protectores, porque, ignorando las irregularidades cometidas
por él, obstaculizó todo aquel curso el cumplimiento de la ley; y al siguiente
me mandó, por sorpresa, de vuelta a mi plaza en primaria.
Pero un poco antes, en jornada tal como la que celebraremos en diez días, causó gran disgusto a las autoridades mi actuación, cuando, por cautela, retiré la propaganda ideológica que se pretendía repartir, sin conocimiento del director, entre las niñas del centro. Y el asunto trajo cola, hasta el punto de que a los ocho meses vendría la avanzadilla de los operarios de esa ideología a traerme la orden de mi expulsión de la enseñanza.
Pero un poco antes, en jornada tal como la que celebraremos en diez días, causó gran disgusto a las autoridades mi actuación, cuando, por cautela, retiré la propaganda ideológica que se pretendía repartir, sin conocimiento del director, entre las niñas del centro. Y el asunto trajo cola, hasta el punto de que a los ocho meses vendría la avanzadilla de los operarios de esa ideología a traerme la orden de mi expulsión de la enseñanza.
Ni qué decir
tiene que, desde marzo a septiembre, en que a traición me devolvieron al
colegio, el referido jefe de estudios jugó un papel de lo más activo en el plan
para mi desahucio. A pesar de haber sufrido de su parte mil perrerías, con las que pretendía hacerme perder el control, él y su círculo no lo consiguieron; y a finales de curso se
inventaron unas acusaciones, y me citaron en la Inspección para un trámite de
audiencia; aunque en vano.
La inspectora que lo dirigió fue, eventualmente, por baja del titular, ¡la misma que resultaría asignada a mi colegio en el curso siguiente!, la cual era de la misma selecta añada que el inspector del instituto. Y se prestó, sin duda, a colaborar con él para echarme de la profesión. Abusó de su autoridad desde el principio, imponiéndome estériles y abrumadoras tareas burocráticas, y me humilló a conciencia, metiendo destempladamente vigilancia en mis clases, y no sólo de compañeros y directivos, sino hasta de padres, y sin más base legal para todo ello que la de burdas mentiras y difamaciones urdidas. Pero aún más grave fue que me negó el derecho a ser escuchado, y desatendió sistemáticamente mis comunicados oficiales, con lo que me causó flagrante indefensión.
Por su parte, la directora del centro se saltó las normas de su cargo impunemente, porque su esposo tenía gran influencia en el ayuntamiento, y, por tanto, sobre el concejal que por aquellas fechas habían hecho Consejero de Educación. Por eso éste, al notificarle yo una grave agresión sufrida por mí, por las mismas fechas en que él salía en los medios pidiendo medidas judiciales para la madre agresora de Ocaña, no se dignó contestarme; y por eso, en el protocolo de acoso laboral abierto en abril del 19 a instancia mía contra mi directora, hicieron un paripé, facilitando a los comisionados información falsa, como supe al escuchar de labios de la representante de CSIF que mi expulsión de la enseñanza era debida a mi historial de bajas por mala salud mental, cuando la realidad era que llevaba 27 años sin faltar a mis clases por esa causa.
La influencia del preboste citado alcanzaba también, sin duda, al concejal de transparencia, por cuya falta de honor perdí mi trabajo de docente en la Facultad de Educación.
Si exceptuamos a los políticos, que mandan en la cosa pública cuando los eligen, los cargos fijos más veteranos y reputados en el Ayuntamiento son, o eran, tres: el citado en primer lugar, el Arquitecto Municipal, de desgraciada memoria, y un técnico superior que resultó ser el hermano de la vecina por cuyo falso testimonio hemos tenido que salir huyendo de nuestro domicilio, y por el que me veo soportando el peso de una acusación con pena de cárcel de tres años.
Si se observa la carrera del esposo de la directora, por la cual gozaba ella de un estatus de privilegio, se observan sucesos que solo se entienden si se da por hecho una cierta inviolabilidad de este señor en el ejercicio de su cargo. Cosas tales como que, después de haber sido anunciado concurso para proveer su plaza, por haberse jubilado, y habiendo sido designado nuevo ocupante para ese puesto, el susodicho siguió en el mismo varios años más, como si tal cosa.
En cuanto al hermano de la vecina, él mismo me informó, terminando 2020, de que (desde inspección) de la Delegación Provincial de Educación le dieron muy, pero que muy mala opinión de mí... de lo peor. Así mismo, me habló del poder que él tenía en la Corporación, por el cual podía ordenar a la Policía Local que viniera a hostigarme en cualquier momento.
Por permisión de Dios, pues, me vi yo durante mucho tiempo como un conejillo acosado por mastines; y especialmente dolorosa fue la dentellada que el uno de marzo de hace cuatro años me clavó la prensa: MAESTRO APARTADO POR PELIGROSO.
Pero aquel grupo
de presión que me tocó en suerte, se cebó tanto en mi precariedad coyuntural,
que mordieron más de lo que podían digerir. Y el diseñador de aquel patíbulo
mediático, creyéndose seguro en su oficio, resbaló en la trampa que había
construido:
“El maestro había estado alejado del centro varios años. La consejería le cambiaba periódicamente de destino… ‘pero en todos terminaba igual porque esta persona necesita un tratamiento médico’, aseguran fuentes anónimas, ‘Y él nos da pena’, lamentan (Punto y aparte). El profesor comenzó este curso de baja médica. Luego, durante el primer trimestre, se incorporó a su destino ante el asombro y la preocupación de sus compañeros y de padres de alumnos que conocen sus antecedentes.”
El primer gazapo
del calumniador fue esa ficción de que en mi caos mental tuve que empezar el
curso de baja; cuando lo cierto es que una contusión casual al final del verano
me había obligado a guardar reposo durante un par de días, incorporándome al
tercero; de donde resulta evidente que el relato era una versión retorcida de
la realidad para ejecutar mi linchamiento.
La inspectora que lo dirigió fue, eventualmente, por baja del titular, ¡la misma que resultaría asignada a mi colegio en el curso siguiente!, la cual era de la misma selecta añada que el inspector del instituto. Y se prestó, sin duda, a colaborar con él para echarme de la profesión. Abusó de su autoridad desde el principio, imponiéndome estériles y abrumadoras tareas burocráticas, y me humilló a conciencia, metiendo destempladamente vigilancia en mis clases, y no sólo de compañeros y directivos, sino hasta de padres, y sin más base legal para todo ello que la de burdas mentiras y difamaciones urdidas. Pero aún más grave fue que me negó el derecho a ser escuchado, y desatendió sistemáticamente mis comunicados oficiales, con lo que me causó flagrante indefensión.
Por su parte, la directora del centro se saltó las normas de su cargo impunemente, porque su esposo tenía gran influencia en el ayuntamiento, y, por tanto, sobre el concejal que por aquellas fechas habían hecho Consejero de Educación. Por eso éste, al notificarle yo una grave agresión sufrida por mí, por las mismas fechas en que él salía en los medios pidiendo medidas judiciales para la madre agresora de Ocaña, no se dignó contestarme; y por eso, en el protocolo de acoso laboral abierto en abril del 19 a instancia mía contra mi directora, hicieron un paripé, facilitando a los comisionados información falsa, como supe al escuchar de labios de la representante de CSIF que mi expulsión de la enseñanza era debida a mi historial de bajas por mala salud mental, cuando la realidad era que llevaba 27 años sin faltar a mis clases por esa causa.
La influencia del preboste citado alcanzaba también, sin duda, al concejal de transparencia, por cuya falta de honor perdí mi trabajo de docente en la Facultad de Educación.
Si exceptuamos a los políticos, que mandan en la cosa pública cuando los eligen, los cargos fijos más veteranos y reputados en el Ayuntamiento son, o eran, tres: el citado en primer lugar, el Arquitecto Municipal, de desgraciada memoria, y un técnico superior que resultó ser el hermano de la vecina por cuyo falso testimonio hemos tenido que salir huyendo de nuestro domicilio, y por el que me veo soportando el peso de una acusación con pena de cárcel de tres años.
Si se observa la carrera del esposo de la directora, por la cual gozaba ella de un estatus de privilegio, se observan sucesos que solo se entienden si se da por hecho una cierta inviolabilidad de este señor en el ejercicio de su cargo. Cosas tales como que, después de haber sido anunciado concurso para proveer su plaza, por haberse jubilado, y habiendo sido designado nuevo ocupante para ese puesto, el susodicho siguió en el mismo varios años más, como si tal cosa.
En cuanto al hermano de la vecina, él mismo me informó, terminando 2020, de que (desde inspección) de la Delegación Provincial de Educación le dieron muy, pero que muy mala opinión de mí... de lo peor. Así mismo, me habló del poder que él tenía en la Corporación, por el cual podía ordenar a la Policía Local que viniera a hostigarme en cualquier momento.
Por permisión de Dios, pues, me vi yo durante mucho tiempo como un conejillo acosado por mastines; y especialmente dolorosa fue la dentellada que el uno de marzo de hace cuatro años me clavó la prensa: MAESTRO APARTADO POR PELIGROSO.
“El maestro había estado alejado del centro varios años. La consejería le cambiaba periódicamente de destino… ‘pero en todos terminaba igual porque esta persona necesita un tratamiento médico’, aseguran fuentes anónimas, ‘Y él nos da pena’, lamentan (Punto y aparte). El profesor comenzó este curso de baja médica. Luego, durante el primer trimestre, se incorporó a su destino ante el asombro y la preocupación de sus compañeros y de padres de alumnos que conocen sus antecedentes.”
Y un segundo error de bulto fue atreverse a decir que me presenté repentinamente en el centro cuando no se me esperaba; porque lo cierto era justo lo contrario, como la Providencia me desveló. El primer día de clase, mientras paseaba entre los pupitres, pasó ante mis ojos mi nombre, escrito en la agenda de una niña, y, fijándome bien, pude ver que se trataba de un mensaje que la madre de la alumna dirigía a la tutora, en el cual se decía: “Tenemos que hablar del ‘Caso Julio’”. En aquel momento caí en la cuenta de que había sido devuelto a aquella plaza para una encerrona, para la represalia definitiva.
Hice entonces todo lo que pude para demostrar a las autoridades que ésa, y no otra, era la verdad del alboroto que se había formado en torno a mí. Empecé por la directora, pero demostró tener tomada una firme determinación para ejecutar sin contemplaciones su parte del plan de acoso y derribo, y fue del todo punto inútil enfrentarla con aquel renuncio, que era la prueba evidente de la existencia de una confabulación para castigarme.
Y lo mismo sucedió con la inspectora, y con el Consejero, que cerraron filas como un solo hombre y prosiguieron con su plan hasta lograr mi expulsión del cuerpo.
Entretanto, poco antes de aquella embestida mediática, tuvo lugar un incidente cuyo protagonista en la sombra fue el jefe de estudios de la ESO del que antes he hablado. Él había hecho su parte para echarme del instituto, y en el colegio ya estaba lanzado el plan para derribarme. Allí, sin defensa, como ya he dicho, me pusieron ante el tribunal de valoración de incapacidades para jubilarme, en noviembre; y, como no lo consiguieron, volvieron a hacer lo mismo en junio, con el mismo resultado. Y todavía habría una tercera, pues no hay dos sin tres, y a la tercera va la vencida.
Aquel curso 18-19 estaba siendo muy duro para mi esposa, que, afectada, como no podía ser de otra manera, por mi persecución, capeaba el temporal como podía. El alumno con grave desadaptación del que hablé al principio, largamente privado de medidas extraordinarias, estaba siendo este año un auténtico flagelo para mi esposa, cuyas clases, de Artes Plásticas, de por sí más movidas, se tornaban ingobernables por el desajuste del muchacho. En razón de su cargo, era el jefe de estudios de la ESO quien tenía que aconsejarla y ayudarla, pero cada vez que acudía a él, salía frustrada. Y, así las cosas, no tardaría en producirse un desafortunado incidente con el chico, por el que el jefe de estudios y el inspector susodichos, sin moderación ni consideración ninguna hacia la impecable carrera de mi esposa, se abalanzaron sobre ella con tal saña, que le hicieron perder el ánimo por una buena temporada. Obvio decir qué duro resultó aquello para nuestra familia, que ya llevaba mucho sufrimiento a sus espaldas. Y como del arbolito caído todo el mundo corta leña, la cosa fue a peor.
Gente influyente sigue intentando hacernos desistir de nuestro compromiso cristiano; de expresar libremente nuestra fe. Como al principio, siguen difamándonos, a ver si poniendo cerco a nuestro corazón consiguen su propósito. Pero está claro que el Señor les hace frente; y, a trancas y barrancas, seguimos adelante en nuestro caminito espiritual. Ahora hemos estado en Fátima con dos mil personas (¡incluidos sesenta bebés!) y aunque verse señalados por los hermanos duele mucho, es por Dios que soportamos las afrentas con paciencia, sin renunciar a estar presentes y a sentirnos en comunión con la Iglesia. Nuestra biografía pone en evidencia que hay una dura persecución contra el matrimonio y la familia. No es fácil vivir esta vocación hoy día; pero también es cierto que nadie nos dijo que lo fuera a ser. Otra cosa es que, con cruz y todo, merezca mucho la pena defender su existencia, lo cual es tanto como dar testimonio del Amor en medio de un mundo descreído y en sombras. Dios ha vencido al mal, y nos capacita para hacer nosotros lo mismo. Mi esposa y yo no guardamos rencor a las personas que nos hicieron daño; antes bien, le pedimos a Dios frecuentemente por ellas, por su conversión; pues nos conmueve pensar en la rigurosa condena a la que se enfrentan si no se arrepienten de sus faltas y delitos, y se vuelven con corazón humilde al Señor, implorando su misericordia.
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