¡QUÉ FLACA ESTÁ LA NOVIA!

 
Como un tronco desnudo y seco... así de deslucida queda
 la familia entre la Consejería de Hacienda y la Comisaría.

 

A la manera que crece un árbol, tan lentamente que no podemos verlo, así crecemos nosotros, en cuerpo y alma. A la vista de todos está el cambio de nuestro cuerpo, y a menudo sirve de comentario; la evolución del alma, en cambio, suele pasar inadvertida, como si esa parte nuestra no existiera. Sin embargo, todo el mundo tiene un alma, y va con ella a todas partes, y en ella vive deleites o pesares. Su presencia se hace sentir por medio de una voz, llamada conciencia, aunque a fuerza de no escucharla, muchos nieguen su existencia. Únicamente se le presta atención en momentos puntuales, cuando algún problema nos causa inquietud, pero, en esos casos, viene sucediendo que la gente se pliega a lo que dicta la moda al respecto, y pasa página del asunto. En esta opción, la vida consiste en ir de disfrute en disfrute, y a la conciencia se la trata como a un trasto viejo. Lo malo es que, actuando así, comprometemos nuestra felicidad, nos privamos de ella. Porque no existe el cuerpo sin el alma, ni al revés. Simplemente, no hay vida humana sin vida del alma. Cabe preguntarse cómo hemos llegado a este punto, y a quién beneficia esta situación.
Obviamente, la existencia de Dios no depende de que uno la crea o no. Si existe, da igual que no se crea, porque Él tiene algo que decir en tu vida, y lo dice; y si no estás atento, peor para ti. ¿Qué puedes ganar si tienes fe y Dios existe? La vida eterna. Y si no existe ¿qué puedes perder? Unos pocos placeres pasajeros, si es que la lotería de la vida te permite tenerlos… La ventaja de creer es obvia.
En cualquier caso, lo cierto es que Dios existe –hay infinidad de testigos que lo dejan claro- como también existe el diablo. El uno quiere tu vida eterna; el otro, tu destrucción eterna; y la vida es un combate para salvar tu alma. ¿De qué le sirve a uno triunfar en la vida si arruina su alma y se pierde la dicha eterna?
Tres enemigos tiene el alma: la tristeza, el odio, y el miedo. Y la vida es una pelea cuerpo a cuerpo contra ellos. Sabemos que la única forma de ganar es contando con Dios (no digo que haya que ser católico, pues Dios, una vez hecho hombre, puede ‘llamar’ a cualquier conciencia, y quedarse a vivir en ella si se le abre). Y la práctica de las virtudes teologales –fe, esperanza y caridad- es la base de la instrucción militar para ese combate. 
La fe es la espita que abre la barrica de roble de la esperanza. Y ese buen caldo aleja de nosotros la tristeza, y nos capacita para ejercer una acción de caridad perfecta y fecunda, en medio de un mundo tenebroso.
Del mismo vientre noble que la esperanza, brota la paz, con la que vencemos fácilmente al enemigo. La paz es la seguridad de que tenemos un padre todopoderoso, que no permitirá que nos ocurra nada ‘verdaderamente malo’ (nada que nos impida alcanzar la vida eterna). Y esta paz tiene mucho que ver con la paciencia, que es la placenta en donde se desarrollan todas las virtudes.
El conjunto de éstas, bien engranado, es fundamental para vencer al tercer enemigo del alma: El miedo, esa reacción natural ante lo que percibimos como una amenaza. La sensación del miedo puede llegar a ser un enemigo terrible, y es, de hecho, insuperable, para las solas fuerzas humanas. Pero para el que vive de cara a Dios, se convierte en una ocasión de crecimiento. Mediante la fe –con obras-, la práctica de las virtudes, y la protección de la madre Iglesia, se puede vencer el miedo. Es verdad que, en ciertas ocasiones, hace falta un acto de confianza ciega en la Divina Misericordia del Señor para vencerlo; pero estas pruebas –puntuales y proporcionadas a nuestra capacidad- son para alcanzar una mayor intimidad con Dios, ya que dan lugar a un profundo agradecimiento, y, por tanto, a un gran gozo espiritual.
He llegado a saber estas cosas por propia experiencia, y podéis ver hasta qué punto es así si leéis las dos partes de mi vida que ya he publicado, y colgado en ‘alcielo.es’ (‘Nuevo ciclo, nuevo blog”; y “Los zapatos color burdeos”). Partiendo de la fe, he llegado a entender muchas cosas que antes tenía veladas. Porque Jesucristo, con su cruz, es la luz. En concreto, se me ha iluminado ampliamente cuál es el camino que conduce a la vida verdadera y feliz, y cuáles no lo son.
El día 9-M, abrimos muchos el periódico esperando ver a grandes titulares que a Sánchez ya le toca irse a su casa, por estar sembrando España de muerte y destrucción. Pero no; en vez de eso, la prensa matinal nos dio taza y media: chismes acerca del gobierno, mentiras sobre el 8-M, provocaciones a los católicos, chulerías en el hemiciclo… y otras malas hierbas por el estilo. Y por si no estuviéramos bastante heridos, los retorcidos ingenieros del 2030 eligieron La Razón de las 8:00 para poner una foto de Sánchez y sus mujeres a la puerta de la Moncloa –monísimas ellas, con su jefe guapetón. Pero como me dijo una vez el Padre Mendizábal: “¡Déjalos, que hagan lo que quieran!” Y su consejo era sabio por demás… pues Dios pone a cada uno en su sitio. Lo cuento solamente por avisar a quienes hayan podido sentirse desanimados por estas y otras pifias semejantes, para que no hagan caso, y sigan atendiendo con diligencia y amor a sus cosas, pues de las exhibiciones humanas de fuerza se ríe a carcajadas el Señor. Él da a cada uno según sus acciones, y al malvado sabe irlo castigando.
En relación a la luz para entender cómo actúan los sabios de este mundo, y cómo intentan apartarnos del buen camino, hay una serie de pistas que nos pueden orientar. Pero antes de hablar de eso, les diré que hay quien se ha molestado mucho conmigo por mi opinión sobre VOX, y me han retirado el saludo; pero el Señor me manda estar alegre...
En general, los medios, que están al servicio de los adinerados, transmiten mentiras.  Una norma elemental de prudencia es acercarse a ellos como el que sabe que le están intentando engañar. La brújula para orientarnos en su lectura es el principio de radical incompatibilidad entre Dios y el dinero; y a partir de ahí tener claro que, desde la primera letra a la última, todo en los medios va dirigido a apartarnos de Dios. La confusión que los caracteriza; la desvergüenza con la que hacen burla de las críticas de la ‘gente de bien’; la ración diaria de quesito rancio: ‘quesi la izquierda, quesi la derecha’, que no hay quien se lo trague; los cromos de armas de guerra para coleccionar, y los comodines de ‘los expertos dicen’; las vomitivas inmersiones en las cloacas del sistema; las fotos sosas de l@s ministr@s más ranci@s; la ración doble de Sucesos; la triple de amorlíos; y la cutre maquetación: un batiburrillo científicamente pensado para desanimar, desorientar, y frenar la reacción social a base de meter culpa, miedo, resentimiento y asco.
La mala baba con la que tratan los temas de la Iglesia es otro tropiezo gordo del caldo. Uno sobre el que conviene pensar, pues de la Iglesia nos ha de venir la salvación.
A propósito de esto, como todos los años desde hace dieciséis, en torno al 19 de marzo, que es el día del Seminario, el de Toledo organizó unas charlas formativas, y esta vez trataron el tema de ‘La alianza esponsal como clave de lectura de la Sagrada Escritura’. Además de seminaristas, asistieron personas consagradas, sacerdotes, profesores y algún que otro laico como yo. En el turno de preguntas intervino una mujer, que dejó entrever una queja acerca de la falta de presencia femenina en aquel lugar, lo cual, siendo la víspera del 8-M, resonó como una reivindicación mundana. Curiosamente, otra mujer se hallaba sentada muy cerca de mí, a la cual le oí decir que llevaba veintisiete años trabajando allí, ayudando a los seminaristas con sus conflictos y trabas sicológicas, con la integración de los distintos aspectos de su personalidad.
Por mi parte, como la charla era en torno a San Pablo, pregunté acerca de sus textos sobre la mujer; y saqué en conclusión que, puesto que varios ponentes y profesores manejaban al respecto la categoría “códigos domésticos”, debía ser ése un lugar común para disolver las críticas a este controvertido aspecto de la doctrina de San Pablo: una especie de reducción por la que las afirmaciones sobre el papel de la mujer son consideradas como recomendaciones para la buena marcha doméstica –la mujer, que sea modesta en el vestir… que críe y eduque bien a los niños, etc.
Sin embargo, en 1Tim 2, 12, San Pablo dice: “No permito que la mujer enseñe ni domine al hombre. Que se mantenga en silencio.” Y en el versículo anterior había dicho: “La mujer oiga la instrucción en silencio, con toda sumisión”. El marco en que el apóstol habla así es en los primeros compases de una carta a un hijo suyo en la fe, obispo, llamado a esa dignidad con claros signos del cielo. Tras el saludo inicial, San Pablo le recuerda a Timoteo el ruego que le había hecho de que frenara a algunos que, descuidando vivir santamente, se habían extraviado, y extraviaban a los demás, dándoselas de maestros de la Ley. Repasa luego su propia conversión, interpretándola como ejemplarizante, pensada por Dios para facilitar la penetración del Evangelio entre los (pecadores) gentiles.  Y, tras esto, le insiste a Timoteo en que ponga en el centro de su lucha el conservar la fe y la conciencia recta; dos cosas que, si no van unidas, se pierden. Y bien fijado ese asunto, eleva su discurso a recomendaciones litúrgicas; y dice:
“Ante todo recomiendo…” que se hagan oraciones por todos los hombres y por quienes los gobiernan, para que se pueda tener una vida tranquila y apacible con toda piedad (tal vez, según nota al pie de la Biblia de Jerusalén, esas palabras reflejen su temor respecto del futuro). Justifica esa petición como apta, y acepta a Dios, para alcanzar la salvación, y el conocimiento pleno de la verdad, al que todos están llamados, y que lleva aparejado el vivir santamente. Y aquí explica que la vida de Jesús, entregada como rescate por todos, es el testimonio que ha de ser creído en el mundo como verdad central de la historia. Y añade:
“ Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar elevando hacia el cielo unas manos piadosas, sin ira ni discusiones.
9 Así mismo que las mujeres, vestidas decorosamente, se adornen con pudor y modestia, no con trenzas ni con oro o perlas o vestidos costosos, 10 sino con buenas obras, como conviene a mujeres que hacen profesión de piedad. 11 La mujer oiga la instrucción en silencio, con toda sumisión.”
En el elevado tono de la carta, estando tratando de algo central en nuestra fe, como lo es el contenido del misterio que celebramos en la liturgia, ¿cómo es posible que se diga que el versículo 12 refiere al buen gobierno de los hogares?
Pero, por si persistieran las dudas, lo que sigue al doce es lo siguiente:
“ 13 Porque Adán fue formado primero y Eva en segundo lugar. 14 Y el engañado no fue Adán, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión. Con todo, se salvará por su maternidad mientras persevere con modestia en la fe, en la caridad y en la santidad.”  Respecto de la maternidad, la Biblia de Jerusalén comenta en una nota lo siguiente: “La vocación de la mujer es ante todo dar la vida y criar a los hijos. Quizá haya aquí una puntada contra los falsos doctores que proscribían el matrimonio.” Y respecto a éstos, escribe San Pablo, un capítulo más adelante, que “El Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos algunos apostatarán de la fe entregándose a espíritus engañadores y a doctrinas diabólicas, por la hipocresía de embaucadores que tienen marcada a fuego su propia conciencia [que les delata, como a los esclavos fugitivos los delataba la marca de su piel].”
Hoy también son ‘últimos tiempos’, y también actúan esos embaucadores, que se auto-engañan, y engañan a otros, apartándoles del buen camino de la fe verdadera y de la vida santa.
Justo en el 'día violeta', fui testigo de una conversación en la que un hermano en la fe le preguntaba a una hermana que quién había pecado primero, a lo que ella contestó que nuestros primeros padres. La que así respondió era una católica de siempre, madre de cinco hijos, y, curiosamente, esquivó con su respuesta la objeción de San Pablo a que las mujeres enseñasen en el orden litúrgico. Volví a rememorar este curioso suceso a la mañana siguiente, cuando al leer La Razón me sobresaltaron unas aberrantes declaraciones sobre la mujer en la Iglesia atribuidas al Papa Francisco. Menos mal que, un poco después, las busqué otra vez, y ya no las encontré.
Por lo que parece, confluyen en la tergiversación paulina doctores, mujeres... y más. Pero en esto no vale decir, como Pilatos, ‘yo me lavo las manos...’, porque los dolores de mis hermanos son los míos. Aquella tarde del día de la mujer, mi esposa y yo estuvimos rezando ante un abortorio toledano, con el corazón encogido ante la posibilidad de ver en vivo el drama del aborto. Vi a algunas mujeres entrar –nerviosas- en la tienda de al lado, y salir con una carpetilla blanca, y me monté la película de que era un modus operandi del negocio, aunque luego nos acercamos y vi que la tienda era de repro-grafía... Sea como fuere, aquel tiempo en aquel lugar reviví el sufrimiento de las falsas soluciones a los problemas de la vida, el drama de tomar atajos, de no contar con Dios en todo momento, especialmente en los problemas más graves. Acto seguido nos fuimos a misa, y después, al supermercado. En el aparcamiento nos cruzamos con unos padres que llevaban en una silla de ruedas a una hija de unos diecisiete años, con anorexia; y otra vez se me encogió el corazón ante la penosa realidad de convivir con imposiciones ideológicas que conducen a los jóvenes a la desesperación.
Insiste San Pablo, en su grave carta a Timoteo, en el gran peligro del auto-engaño, el peligro de decir ‘Yo creo’ con los labios, pero no con la vida. Y lo dice con gran dolor en el corazón, porque varios de los creyentes que él mismo había engendrado para la fe, ya se habían extraviado, y da incluso los nombres de algunos. Acompaña San Pablo su exhortación con la advertencia de que una vez que se pierde la fe, por desoír la propia conciencia, se abre ante el pecador un abismo de sufrimiento.
En la resaca del 8-M, proclamó la Iglesia el evangelio del pobre Lázaro y el rico Epulón. Cuenta que éste va al infierno por su dureza de corazón, por no compadecerse del mendigo que solía pedir en su portal, cubierto de llagas supurantes; y, viéndose torturado por la sed, pide auxilio, pero no encuentra quién se lo preste. Acongoja asistir a su drama, que es el de la existencia humana. Al oír el relato, me llamó mucho la atención el hecho de que este condenado, después de fracasar en su intento de obtener alivio para su sed, se pusiera a interceder por sus hermanos vivos; y daba el evangelista el número exacto de ellos, cinco, como para hacernos patente la trascendencia de este asunto. Epulón le pide a Abrahán que envíe al pobre Lázaro a casa de sus hermanos, para que enmienden su mala conducta y eviten el tormento que él padece. Se imaginaba que si se les aparecía un muerto se convertirían de su mala vida; pero Abrahán le desengañó, diciéndole que, si no creían en la Palabra de Dios, ni aún con la visión de un resucitado creerían. (La salvación es cuestión de fe).
Lo que me impactó fue que el conocimiento del castigo eterno movió a Epulón a tomar conciencia del peligro que corrían sus hermanos, y a interceder por ellos; y, curiosamente, esa misma experiencia, la contemplación del infierno, fue la que transformó de golpe a los pastorcitos de Fátima, y, ya en su tierna edad, les movió a entregarse en cuerpo y alma a la tarea de interceder por los pecadores. De estos ejemplos se sigue que, si uno da fe a la Palabra de Dios, no sólo evita ser condenado, sino que por su fe accede al deseo de salvación para sus hermanos, y a la acción efectiva para animarlos a creer.
En nuestras comunidades cristianas, todos somos responsables de todos, y pensar que tenemos fe cuando al mismo tiempo tenemos descuidada la caridad, es un engaño, y un peligro que siempre está presente. Conocí en una comunidad a una mujer que había abortado, y que, a pesar de la predicación, se vio empujada al suicidio. ¡Quién sabe si una mayor sinceridad entre los hermanos hubiera podido salvarla! Y lo mismo ocurre cuando somos tibios al interpretar los signos de los tiempos, o al transmitir las enseñanzas de nuestra religión: ¡Anorexias, angustias, fobias, adicciones… y tantas y tantas enfermedades del alma, que la verdad vivida en comunidad hubiera podido ahuyentar!
Y, por supuesto, el testimonio dado con mansedumbre ante los alejados, ¡cuántas heridas puede cerrar, y cuántas evitar! A veces es heroico vivir la fe en medio del mundo, pero estoy convencido de que Dios habla en las conciencias, y sabe qué puede decirle a cada alma para hacerla progresar, y qué le puede pedir. Y sucede que, en el cuerpo vivo de Jesucristo, que es la Iglesia, ocupamos cada uno un sitio y una función, y en la diversidad de tejidos, junturas, tendones, articulaciones, y órganos, funcionando todos en armonía, tiene lugar un crecimiento de todo el cuerpo hacia Dios, sin que seamos conscientes de cómo se produce. Y es un descanso para el alma pensar que esto es así, cuando, inmersos en el mundo, contemplamos las apabullantes manifestaciones del mal a nuestro alrededor.
A propósito de éstas, tenemos en carne viva la herida infligida a nuestros jóvenes desde la perversa cátedra del género. Una acción deleznable destinada a corromper desde la raíz nuestra sociedad.
Sucedió una vez en mi instituto que, tal día como el de ayer, intentaron dar oficialmente adoctrinamiento ideológico a las niñas de doce años, diciéndoles barbaridades tales como que en lo sexual no había nada que entender, que todo era cosa de dejarse llevar, y que tenían todo el derecho del mundo a desinhibirse sexualmente con cualquier varón, irse con él, y dejar su compañía cuando les pareciera, aunque estuvieran a punto de completar el acto sexual. Les dirigían el mensaje de que la ley las respaldaría siempre [y también las ayudaría a abortar, claro, si algo fallaba, como así suele suceder]. El panfleto carecía de todo rigor científico, empezando por emplear un lenguaje ofensivo para los varones (pesados, chulitos –como se ve en la foto-, creídos, etc. …), un trato proclive a la confrontación, que, usando de la adulación (a las chicas) y del castigo (a los chicos), daña a unos y a otros, y nos empobrece a todos.


El panfleto era una injerencia en nuestra labor educativa, pero, además, muy burda. Desgraciadamente, el modelo social que nos rige ha provocado que este grupo de edad arrastre ya un lastre enorme de heridas en sus cortas existencias, junto con una amenaza constante a su ánimo, y un desbarajuste emocional verdaderamente preocupante. Y, lógicamente, su capacidad de juicio está muy comprometida. Padecen, más que la mayoría de la sociedad, las consecuencias de la privación del sentido de la vida, que es últimamente un objetivo político de primer orden, y, muy especialmente, educativo.
Un editorial de El País -¡Qué lindo!- insiste hoy en este aberrante despropósito: que el sexo es barra libre, y cuanto más mejor. Fomentar estos dislates es la dedicación principal de la prensa, pero si uno busca la verdad, ya se encarga ésta de salirs. Casualmente, cruzaba yo del parque a mi casa el viernes night, cuando un grupito de señoras, de chincuetanto y cuidado aspecto, caminaba cansinamente de retirada, y en esto, haciendo la típica pausita, para mirarse y escucharse, alcancé a oír cómo una versionaba el ‘sexo lindo’ de El País: "... y ahora el finde, chicas... cenar y follar". Y, bajando la cabeza, todas respaldaron su descarnado desencanto. Qué horror.
 
Que la Administración utilice el lastimado ánimo de las niñas de doce y trece años, para asentar en sus frágiles esquemas la peligrosa simplificación de que en lo afectivo-sexual no hay normas, y que, si hay problemas, ellas son siempre las víctimas, es un desatino, y un grave abuso de autoridad; por el cual, por cierto, pagamos todos una factura altísima.
Hoy, 8-M, en horario escolar, vi a unos chicos sentados en un banco y les pregunté por qué estaban allí y no en el instituto; y me dijeron que había una charla sobre feminismo, y que no se encontraban cómodos en ella -basta con salir a la calle para palpar la realidad. En ese mismo paseo, al ir a doblar una esquina, llegó a mis oídos una frase de una conversación: “Hay que vivir la vida”; y una vez pasado el seto que nos separaba, vi a tres chicas de unos diecisiete años, que hacían pellas y fumaban. Esta escena nos da una idea del grado de desorientación que sufren los chicos, inducido por la inoperancia del sistema formativo, y por la colonización ideológica que estamos comentando, de la que ninguna persona de esa edad se escapa. Como resultado, tenemos una juventud con mala salud mental, expuesta a traumas vitales gravísimos –como el que deja el aborto-, y con un síndrome de desánimo endémico.
La impostura digital, que malévolamente encierra a los chicos en un universo de superficialidad, machacando su inocencia, y asfixiando su natural aspiración a nobles ideales de vida, es el ariete con el que se devasta la tradición moral que daba consistencia a nuestra civilización. Y el resultado es la desolación social, por la que somos presa fácil de todo tipo de calamidades.
En medio de este panorama, cobra un tinte dramático el silencio de los cristianos; y conviene que unos a otros nos corrijamos, con cariño fraterno, y que nos exhortemos a seguir adelante, en medio de las dificultades. Nos conviene insistir a tiempo y a destiempo; corregir, exhortar, denunciar… con la mirada puesta en el premio que nos espera al final de la jornada, en la que aquél que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada. 
 
 

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