¿QUÉ HACEN LOS NIÑOS?...NO SE LES OYE

 


Que un hombre se vaya de picos pardos no está tan mal visto como que lo haga una mujer; y esta situación refleja una diferencia cultural importante entre los sexos.
Pero tal vez si no hubiera tenido lugar la revolución sexual del 68, que por el uso de la píldora separó la sexualidad de la procreación, nadie se escandalizaría ahora por la diferencia antes señalada.

San Pablo prohibió explícitamente a las mujeres enseñar doctrina a los varones; y les señaló, también explícitamente, la maternidad –iluminada por la fe- como su lugar de vida fecunda en el Espíritu.

Aparte de las razones teológicas con que San Pablo apuntala su interpretación del papel de la mujer, refuerzan su visión las muchas penalidades que él sufrió por el Evangelio. Pero su separación de roles resulta confiable, sobre todo, por venir de quien ha puesto en el Matrimonio la excelencia por antonomasia de la vida cristiana. ¿Qué, si no, significa equiparar el amor entre los esposos al de Cristo y su Iglesia?

En estos momentos, la pista más clara de la influencia del Anti-Cristo en una realidad humana es el modo en que ésta aborda la distribución de roles en el Matrimonio: Lo que se separa de “el varón, que esté dispuesto a dar la vida por su esposa, cuidándola como cuida de su propio cuerpo”, y “la esposa, que se someta a su marido, invitándolo, con trato suave, a abrazar el Evangelio”; lo que se aleja de ese ideal, es la impronta del Anti-Cristo.

Éste, especialista en dividir, niega toda diferencia esencial entre ambos sexos, y haciendo ese ‘mix’ de churras y merinas, saca pingües ganancias para su negocio: la mujer, al abandonar su rol, deja a la prole desprotegida; y por esa brecha entran al hogar en tromba todos los enemigos imaginables de la unidad, la paz y el amor. Haría falta una segunda venida de Jesucristo para restañar semejante herida… por la que, uno tras otro, todos los miembros de la sociedad pierden.

De los limos de aquella revolución mentirosa –que abrazó la violencia disfrazándose de paz- vienen estas avalanchas de lodo… y se abalanzan las madres abrazando a sus hijas contra el asfalto…

Revolución y muerte van de la mano; porque niegan el camino de la Cruz, senda luminosa que esquiva las tinieblas del pecado.

Nunca es triste la verdad. Si piensas “Mi varón me maltrata; no hay derecho; no tengo por qué aguantar esto; y quien diga lo contrario miente”, no te sentirás muy feliz, y te sentirás obligada a tomar medidas contra tu maltratador. Pongamos que te ayudan y logras ‘deshacerte’ de él… Ya está. Ya puedes ser feliz; y, en teoría, has conjurado la tristeza. Pero si la tristeza persiste… algo ha fallado.

¿Eres tú mejor persona que tu pareja? ¿Quién sabe? ¿Te crees realmente capaz de juzgar a una persona? Hoy está en el banquillo, acusado de odio, uno que se atrevió a dudar de la bondad de esta revolución ‘enfrentadora de sexos’. Por hacer su trabajo en conciencia cayó el peso de la ley sobre él y su familia. Con cincuenta años le privaron del sustento y le cubrieron de ignominia; y no satisfecho el Gran Acusador, pretende meterlo en la cárcel. El proceso es kafkiano; los agentes que intervienen en la acusación son animados a mentir, y si lo hacen, son recompensados. En el banquillo vuelve a estar Jesús solo… mientras su madre reza por él.

¿Qué vale más, un rolex o un martillo? La mujer es más frágil, pero no menos valiosa. Uno puede darle la vuelta a su silla y sentarse apoyando los brazos en el respaldo; pero a la larga se quejará su espalda. El modo de usarla está incluido en el ser de la silla, y todo lo que existe tiene igualmente un modo propio de existir. Puede uno no estar de acuerdo con San Pablo en su forma de entender el matrimonio, pero eso no quiere decir que ambas opiniones sean igualmente válidas. El quid está en cuál de las dos se ajusta más a la verdad, esto es, al bien del ser humano. Y por lo que vamos viendo… ¡virgencita, que me quede como estoy!

Nos piden confianza y paciencia los SancherLeyen y compañía… ‘que todo va a salir bien’, dicen. Lo siento, pero no; puestos a confiar y esperar, prefiero esperar en Dios. Como aquellos de Jehová que intentaban convencer a uno; y les dice: “No creo en mi religión, que es la verdadera, ¡cómo voy a creer en la vuestra!”.

El domingo pasado colgué en la red un texto de unas treinta páginas, fruto de mis vivencias y de mi amor por la verdad. Por ese origen, tiene detrás mucho sufrimiento, y por lo que atañe a su composición, mucho trabajo. Su valor subjetivo es el que se le quiera dar al fruto maduro de una vida orientada por el faro de la verdad. Conviene decir que, por contar hechos de mi vida, y revelar su significado, me expongo a ser castigado; lo cual es el precio por el bien que quiero hacer. En los últimos doce años he publicado seis libros y he escrito unos cuatrocientos artículos de blog. Éste tiene un contador de visitas que yo no visito, pero hace poco miré una entrada al azar y vi que tenía mil doscientas visitas. Era una en la que elogiaba la labor del cuerpo policial, en general; y digo el tema porque puede ser la explicación de su éxito comparado con el del artículo del domingo, que sólo suma catorce visitas, y en el que no hay elogios sino una denuncia muy seria de graves sucesos que nos afectan a todos.

Volviendo al tema de la mujer, si no añadiera nada más a lo ya dicho, les bastaría a muchas personas para decir que soy… ¡qué se yo! ¡el diablo en persona!... ¡Qué cosas!

La discusión acerca de la verdad está hoy en día envuelta en mentiras y amenazas… y, sin embargo, no hay otro tema más importante sobre el que merezca la pena hablar. Obviamente, la factura en salud y entierros, por la alteración de esa discusión, es muy abultada. (¡Claro que hay víctimas!)

Tratar de discernir un asunto social prescindiendo de su anclaje en un sistema de pensamiento respetable es una temeridad. Y no digamos si el asunto afecta al núcleo de la célula social, a la unión entre varón y mujer. Pero una fuerza descomunal pugna por ocultar el camino del recto discernimiento.

Hemos sabido que, estando una tromba de violencias a punto de llevarse por delante a Benedicto XVI, la mano de Dios la frenó, como hiciera con el Mar Rojo o el Jordán, para bien de su Iglesia y del mundo. Pero ese mar tempestuoso, sigue levantándose ahora, amenazador, sobre quienes se esfuerzan en llamar a las cosas por su nombre. 

'Salvado de las aguas', y llevado al dique seco el Papa Emérito, llama la atención que las únicas dos veces en que tomó la palabra fuera para esclarecer los términos de la discusión sobre el matrimonio, crucial para la sociedad de hoy. En la primera de ellas puso el marco, y en la segunda, pintó el cuadro:

1. “Hoy, la acusación contra Dios es sobre todo menosprecio de Su Iglesia como algo malo en su totalidad, de lo que, por tanto, conviene distanciarse. La idea de una Iglesia mejor, hecha por nosotros mismos, es de hecho una propuesta del demonio, con la que nos quiere alejar del Dios viviente usando una lógica mentirosa en la que fácilmente podemos caer. No, incluso hoy, la Iglesia no está hecha solo de malos peces y mala hierba. La Iglesia de Dios también existe hoy, y hoy es ese mismo instrumento a través del cual Dios nos salva.” (…)

2. “Hace cien años a todo el mundo le hubiera parecido absurdo hablar de matrimonio homosexual; hoy, todo el que se oponga a él (lo que equivale a no profesar el credo del anticristo) queda excomulgado socialmente.
La cuestión no se puede responder con un poco de moralismo o incluso con algunas referencias exegéticas. Este problema es más profundo y por lo tanto debe ser respondido en sus términos fundamentales. El concepto de matrimonio del mismo sexo es una contradicción con todas las culturas de la humanidad que han llegado hasta ahora, y esto significa una revolución cultural que es opuesta a toda la tradición de la humanidad hasta hoy. La certeza básica de que la humanidad existe como varón y mujer, y que la transmisión de la vida sirve a la tarea de una existencia tal; y que, en esa transmisión de la vida, más allá de toda otra diferencia, consiste esencialmente el matrimonio, es una certeza original que ha sido obvia para la humanidad hasta ahora.

Porque ahora se pone en duda el hecho de que la existencia como hombre, varón y mujer, esté orientada a la procreación, y que la apertura a la transmisión de la vida determina la esencia de aquello que llamamos matrimonio.

La convulsión de esta certeza humana original tiene que ver con la introducción de la píldora anticonceptiva, que trajo consigo la separación de la sexualidad y la fecundidad. La relevancia de la cuestión de la píldora no está en la casuística que la acompaña, ni en el cómo y el cuándo el uso de la píldora está moralmente justificado, sino en la novedad que ha significado: la equiparación de todas las formas de sexualidad; un mensaje nuevo que ha transformado profundamente la conciencia de los hombres.

De eso se sigue un segundo paso: si la sexualidad puede ser separada de la fecundidad, entonces, al contrario, la fecundidad puede ser pensada sin la sexualidad. Detrás de una fecundidad planificada encontramos una idea de hombre que ya no es un don recibido, sino un producto planificado. Por otro lado, aquello que se puede hacer se puede también destruir. En este sentido, la creciente tendencia al suicidio como fin planificado de la propia vida es parte integrante de la situación descrita.

No se trata de ser un poco más abiertos, sino de la pregunta ¿Quién es el hombre? ¿Es una criatura de Dios, o un producto que él mismo sabe crear? Cuando se renuncia a la idea de Creación, se renuncia a la grandeza del hombre, a su dignidad que está por encima de cualquier planificación.

El movimiento ecológico ha descubierto el límite de aquello que se puede hacer y ha reconocido que la naturaleza establece para nosotros una medida que no podemos ignorar impunemente. Asimismo, también el hombre tiene una naturaleza que le ha sido dada, y violarla o negarla conduce a la autodestrucción. Por esto, la creación del hombre como varón y mujer es ignorada en el postulado del 'matrimonio homosexual' (…)”.


Suprimir la maternidad -esfera inabarcable- como lo específico de la mujer, supone el fin de la familia y del hogar como células de la sociedad; y ese cambio del rol femenino es el epicentro de la revolución inédita que nos ha descrito Benedicto XVI, asociada a una idea de hombre emancipada de un Dios creador, en la que la vida pierde su condición de don sagrado, intocable. Esta revolución es, pues, una locura, un camino hacia el abismo.
La discusión sobre la situación de la mujer tiene ese marco, de la misma manera que la discusión sobre la Iglesia -cuerpo y esposa de Cristo- tiene el marco de una tensión permanente entre la tentación de romper con la tradición y la obediencia. En general, en ambas discusiones, no se trata de ‘cambiar de vía’, sino de ‘perfeccionar’ la que hay, limpiándola de tropiezos: la verdadera catequesis pendiente centrada en Jesucristo ayer, hoy y siempre.
La inabarcable tradición católica contiene en sí luces para cualquier contingencia histórica; tan sólo hay que profundizar en ellas. Es, como mínimo, pueril, asumir sin más esas consignas que hablan de 'un nuevo espíritu' en la Iglesia, puesto que la Iglesia se define precisamente por ser 'un solo cuerpo y un solo Espíritu' (Ef 4, 4).
Cuando hace cuatro o cinco años me invitaba el párroco a acudir a las 'reuniones sinodales', aquel nuevo lenguaje me sonaba extraño, pero en todo caso, yo estaba atrapado, por mi fidelidad al Evangelio, en un zarzal de persecuciones que me imposibilitaba asistir. Sin embargo, desde esa 'desventaja' mía, me era fácil ver que aquella ‘nueva vida' de la Iglesia no era muy católica… Así y todo, extendiéndose paulatinamente la nube sinodal, alguna vez me alcanzó su sombra, y en cierta reunión de ésas, asistí a un desafío entre dos mujeres afectas, que veían razonable medir su fe por el número de minutos al día que dedicaban a la oración… También podrían haberla medido por el tiempo que dedicaban a cuidar de sus hogares, y hubiera podido ser, incluso, una medida más fiable. 
La silla que mencioné antes, la perdí yo por irme a Sevilla, a invertir mis talentos, y no podré hablar ni votar en Roma. Otros, con otros méritos, lo harán. A la hora de identificarlos, se tendrá que tener en cuenta no sólo su cultura general y prudencia, sino también sus conocimientos, tanto teóricos como prácticos, así como su participación en diversas capacidades en el proceso sinodal (…) Abordarán la «sinodalidad» en la Iglesia católica, es decir, la común responsabilidad de todos los bautizados en su gobierno.”
Yo no voy a resultar elegido por el Papa, ni mi opinión sobre cómo se construye la Iglesia contará para nada; tendré bastante con librarme de la cárcel, y rezar por los elegidos; los cuales, obviamente, estarán a favor de decidir 'sinodalmente' qué piensa Dios sobre cualquier asunto… 
La última vez que vi a los sinodales toledanos estaban sentados... repartiendo dorsales para una carrera a favor de la mujer y la vida; me dieron uno, y me lo puse con alfileres; y a las cinco de la tarde me lancé a la carrera de cinco kms, con un sol de justicia. Llegué el último, de la mano de un hermano al que me encontré por el camino... de la vida.  A estos otros hermanos, con silla, no se les oye, aunque hace ya una semana que les dieron su buena noticia. Y la Prensa canalla también calla…
 
                 EL ÚLTIMO SÍNODO
 
 
   
  
Me fui corriendo detrás del Buen Pastor...


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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