Nada nuevo bajo el sol.
Emaús va de boca en boca, y se pronuncia con la misma sonora seguridad con la que se comenta la buena marca de un producto que uno disfruta. Pero no hay más que eso: un producto espiritual de diseño, que se aprovecha del prestigio de una marca firmemente asentada. Se puede decir que Emaús y sus Comunidades de Vida son disfraces que ocultan realidades poco católicas. Nos insta San Pedro a "acatar, por amor del Señor, a quienes nos gobiernan buscando el bien común; porque Dios quiere que, haciendo el bien, le tapemos la boca a la estupidez de los ignorantes" (...) Y sigue: "Mostrad consideración a todo el mundo, amad a vuestros hermanos, temed a Dios, honrad al Rey." Al escribir esto me viene al recuerdo otra carta apostólica, en este caso de San Pablo, concretamente un pasaje en el que nos exhorta a rezar por el Rey y los gobernantes, para poder llevar una vida tranquila y apacible con toda piedad, a propósito del cual comentan algunos biblistas que San Pablo decía eso porque barruntaba un futuro socialmente complicado. Ese futuro, yo no tengo duda, ya ha llegado, y es fácil que lo haya hecho por no seguir la recomendación del apóstol. Con esta preocupación elaboro yo este blog, y al lado de los textos anteriores, me ha salido también al paso el del libro de los Macabeos que se refiere al celo de Matatías, que mató a un judío cuando estaba a punto de dar culto al ídolo del invasor. Su levantamiento arrastró a otros y consiguió expulsar de Israel al impostor; pero su recurso a la violencia quedaría con el tiempo deslegitimado por la Cruz de Cristo; y aunque un Jesús celoso, o zelote, sería fuertemente reivindicado en los años 60, la teología (de la liberación) que lo defendía acabaría también desacreditada. Hoy no parece posible atraer el Reino con postulados belicistas; aunque la urgencia en anunciarlo es cada vez mayor. Estamos ante un dilema... ¿qué se puede hacer? "... es cosa hermosa -sigue diciendo San Pedro en su carta- si, por la experiencia que cada uno tiene de Dios, soporta que lo maltraten injustamente." "Él no cometió pecado... en su Pasión no profería amenazas... se ponía en manos del que juzga justamente". Al hilo de lo anterior, he leído en el Catecismo el texto sobre el quinto mandamiento; y, en buena conciencia, digo: "La sociedad española está sufriendo una brutal agresión de parte de potencias extranjeras, que intentan someternos por codicia. Este ataque está teniendo lugar, y está siendo posible por, el uso masivo 'y científico' del engaño y la mentira. Por esta razón, aunque hay muchas muertes a diario desde hace ya tiempo, no se atribuyen a un enemigo violento, por lo que la acción destructiva de éste sigue avanzando. Es difícil, y llevaría mucho tiempo, detallar los procedimientos por medio de los cuales está teniendo lugar este ataque sin precedentes (ese relato detallado he intentado abordarlo en mi blog a lo largo de los últimos siete años), pero una imagen puede ayudar a atisbar la clase de ofensiva que el invasor está llevando a cabo sobre nosotros: Mientras la muerte asola a la sociedad, extendiéndose por sectores de debilidad cada vez más amplios (el económico, el cultural, el de la población de más edad...), el retorcido artificio criminal que nos mata es capaz de dirigir nuestra mirada inquieta hacia 'otra guerra', la cual, como el toxicovid, es maquinación de la misma nueva manera de someter países. El letal invento responsable de nuestro derrumbe moral y material se podría describir como "las TIC articuladas según los saberes de la psicología social para imponer un gobierno totalitario de concentración de capital, y que avanza mediante la eliminación de la propiedad privada, la familia, la moral, la libertad económica y política, y, en último término, el Estado mismo". Lo que ve hoy el ciudadano corriente a su alrededor son fachadas de instituciones, apenas una caricatura de lo que fue un día el Estado. Todo ha sido adulterado y sistemáticamente suplantado; y tenemos un ejemplo expresivo de esta estafa en la ridícula reglamentación de un derecho tan fundamental como el de la información, que, lejos de subsanarse, se viene prolongando en todo el período democrático, a pesar de ser pieza clave en la subversión que se está perpetrando. Repasando los setenta y dos puntos del Catecismo en que se explica el "No matarás", se encuentra que la acción política actual atenta contra todos ellos, con lo que estamos ante una situación histórica inédita, por la que el pueblo colabora, sin él saberlo, a su propia destrucción. Y esto, a cada cual según el discernimiento que Dios le haya concedido, nos pone ante un desafío moral. Porque, en cuanto responsables de la conservación de nuestra propia vida, y de otras que por nuestras relaciones nos conciernen, no podemos no hacer nada. Todos, pero especialmente los católicos, somos interpelados en nuestras conciencias -ese lugar donde 'el conocer y el deber' se tienen que poner de acuerdo ante Dios para movernos a la acción. En la actualidad, cada cual va componiendo muy penosamente esas acciones responsables, a partir de los retazos deslavazados de la realidad que se escapan a la onda expansiva de la confusión que el enemigo hace explotar continuamente. Cabría esperar que dentro de la Iglesia se alzaran voces que ordenaran y tranquilizaran el pensamiento de la grey; pero esto tampoco está ocurriendo. La Iglesia está también dentro del radio de acción del artefacto criminal. Obvio decir que el borrado de la Verdad en la Iglesia es mucho más grave que en el mundo civil, por cuanto queda sin luz el faro moral que orienta al mundo, y eso conduce a la entronización del ídolo abominable, bajo cuyo mandato sólo hay violencia y desesperación. El proceso de ocultación de la Verdad, de falseamiento de la Doctrina católica, aunque ha estado presente en toda la era cristiana, y con momentos muy difíciles, en la actualidad, por la sofisticación de los métodos usados, está en un punto crítico. Benedicto XVI situaba en el 68 un ataque sin precedentes contra Roma, contra su autoridad moral, usando de argumentos falaces y de una decidida opción por la violencia. Y del dinero también, añado yo; tanto es así que, donde la Iglesia se presenta hoy al mundo con medios ricos, se puede asegurar que allí no hay verdadera vida en el Espíritu. Y esto se puede constatar mismamente en las Iglesias locales, en las que se expande una religiosidad que hace simbiosis con la cultura, con esas formas de vida inútil a las que tendría que resultar tan incómoda como la sal a la herida; hace piña con ellas tanto en la forma como en el fondo, a costa, claro está, de la desaparición del principio curativo que debería aportarles. Así vemos que pasado mañana actuarán Hakuna y Effetá en Cibeles, y que en Toledo vamos a cortar la arteria principal de la ciudad durante unas horas, para, a continuación, tomarnos unas cervezas mientras miramos algún evento escenográfico. En el retiro de Emaús llegaron a decirnos que la Iglesia debería sustituir el signo de la Cruz por la imagen del resucitado; y que contar lo vivido allí era pecado grave. ¡Fíjate tú!, ¡cuando Emaús es precisamente el icono del volver corriendo a la brecha a contar las maravillas que Dios te ha hecho vivir y comprender! Al Opus Dei, en proximidad tan delicada con el dinero, se le ha quitado por ley la obligación que San Juan Pablo II le había impuesto de estar regido por un obispo, y pierde así la protección frente a la seducción de la riqueza que le daba el estar supervisado por un apóstol de la Iglesia; se trata de un primer signo de descomposición, y coincide con otros, como el outlet que ya se ve en los muros de sus colegios. Esta misma deriva de 'puertas abiertas' a Don Dinero se observa en todo. Por ejemplo, antes íbamos de ejercicios espirituales a humildes casas de religiosas, y ahora nos llevan a buenos hoteles; o, mismamente, en mi fin de semana con Emaús, desde el primer momento, y hasta el final, nos regalaron con ricas viandas. Y a propósito de esa experiencia con el famoso Emaús, personalmente me ha servido para calibrar hasta qué punto la guerra sucia de la que hablé al principio está también en su entramado; y he visto confirmados mis temores de que el enemigo ha penetrado a fondo en el ámbito restringido de la fe del pueblo. No es casual que la coordinación del encuentro estuviera a cargo de cinco mandos militares, o ex; y que hubieran seguido para su trabajo un plan meticuloso, detallado en cinco apretados folios, por ambas caras y con letra pequeña, que vimos mi esposa y yo con nuestros propios ojos. Este plan preciso iba, sin duda, dirigido a provocar "grandes señales y prodigios, capaces de engañar incluso a los mismos elegidos, si esto fuera posible (Mt 24, 24)". Doy fe de que consiguieron sobradamente su propósito, suscitando un asombroso fervor religioso en apenas dos días que duró el encierro. Y también yo salí exultante, aunque por una influencia paralela a la planeada. Al principio del encuentro, la sensación de estar atado por invisibles lazos de fuerza, y la escucha obligada de testimonios impostados, me causaron tanto desagrado que quería irme; pero, una vez aguantado ese tirón, el 'humano diseño' de lo que allí se cocía me facilitó quedarme; y los mismos vicios del plan propiciaron la intervención divina a mi favor que me consoló. Allí todo sucedía de un modo muy distinto a las suavidades de los encuentros fraternos a los que muchos estábamos acostumbrados; y en cierta dinámica extraña noté en algún hermano la misma inquietud espiritual que a mí me afectaba. A este respecto, doy gracias a Dios por haberme dado luz y fuerza para zafarme de la dominación psicológica, y pedir que me eximieran de completar aquella dinámica, pues, como después pude ver, era trasunto de la desviación doctrinal que antes he señalado. En la misma línea de una atmósfera carente de libertad espiritual, recibí también la amonestación de uno de los mandos, que juzgó mis prevenciones como una actitud de desconfianza impropia. En cuanto a cómo Dios me consoló, y me aseguró en mi comprometida posición espiritual, sucedió que, en otra dinámica, viéndome envuelto en cierto lance embustero, y amenazado por la confusión, 'Dios mismo tomó la Palabra públicamente', y, poniendo en mis manos una biblia (repito que esto no estaba en el guión), me hizo leer ante los noventa y nueve presentes (no es posible saber cuántos de éstos estaban in albis, como yo) un versículo al azar, el cual debió de caer como un mazazo sobre la conciencia punzante de algunos, pues traía al recuerdo que Dios ve en lo escondido, y distingue de lejos al traidor. Los prodigios obrados, de los que Mateo 24 ya nos previene que serán cada vez más frecuentes en los últimos tiempos, son mayormente obtenidos a partir de técnicas psicológicas y trucos, pero consiguen provocar un estado de euforia que, aunque efímero, permite difundir la imagen de una nueva corriente evangelizadora eficaz. En realidad, este artificio está sirviendo para que tomen posiciones en la Iglesia los enemigos de la Cruz, tal como estamos viendo. Es obvio que es ese escaso aprecio de la cruz el responsable de la fragilidad y esterilidad de esta aproximación a la fe, y que ésta casa muy bien con la voluntad de conciliar lo humano y lo divino prescindiendo del sacrificio de Jesucristo, y, por tanto, de la verdad central de nuestra religión: la venida de Dios al mundo y su presencia viva entre nosotros. Si a este singular movimiento eclesial le aplicamos el certero 'Dime de qué presumes y te diré de qué careces', salta a la vista que las expresiones 'Emaús' y 'De verdad ha resucitado', recitadas continuamente por el grupo, son invocaciones de una marca espiritual de prestigio, pero no realidades vividas por sus miembros. Esa voluntad de aunar lo humano y lo divino por caminos distintos al de la cruz es cada vez más frecuente en una parte de la Iglesia, que se solidariza con el escándalo del mundo ante ese gran misterio, y conforma otro trágico intento de hacer una nueva Iglesia, distinta a la instituida por Jesucristo. Muchos movimientos, órdenes, congregaciones, y decisiones eclesiales van en esta línea: en vez de corregir los errores doctrinales ahondando en la formación de los fieles, prescinden o falsean la doctrina, llevando a los fieles a un callejón sin salida. Pero los líderes de esa tendencia llevan en su conciencia la marca de su error; y lo traslucen en forma de rigidez y de carencia de verdadera alegría, que intentan suplir con sucedáneos. Todo esta pobreza y confusión eclesial ya la estamos viendo en nuestros templos parroquiales, donde la liturgia (que es para el cristiano la verdadera vida, participación del cielo) languidece, o bien, en casos puntuales, por esa alegría impostada que comentábamos, experimenta un florecimiento, que, como la vida misma de las flores, está destinado a ser breve, por no estar injertado en el verdadero tronco secular. Esta situación de fervores pasajeros, originada en el error, tiene el peligro de hacer bascular las decisiones eclesiales hacia una contaminación doctrinal, buscada por quienes desean librarse, por interés propio, de los frenos de la moral natural. En este sentido, se palpa una doble acción: se socavan los apoyos mutuos de los que permanecen fieles al Evangelio; y se promueven estas otras espiritualidades erróneas. Al igual que sucede en el ámbito civil, estas acciones son soterradas y sistemáticas; y utilizan los mismos mecanismos de dominación: la confusión, la mentira y el abuso. Ciertamente, también en nuestros días, el redil de Dios se encuentra expuesto a la acción de asalariados que se han aproximado a él para causar estragos. En Fátima, nada menos, asistí yo, en un recinto inmenso que forma parte de la moderna Basílica de la Santísima Trinidad, a la celebración eucarística más tediosa y sin vida que yo pueda recordar. La ocultación del Espíritu Santo de las celebraciones cristianas viene siendo una característica cada vez más frecuente, con la pobreza participativa como principal síntoma. Esto se hace especialmente visible en los cantos, en los que, de suyo, sería propio expresar una profunda alegría y agradecimiento por la salvación recibida, y que, sin embargo, suenan mortecinos la mayor parte de las veces. Junto con esto, curiosamente, es muy común una desviación litúrgica por la que el canto del pueblo, hecho oración sentida, se sustituye por una 'amenización del culto', más o menos virtuosa. No es raro que alguien pueda experimentar esto con dolor, como me pasó a mí en esta última Vigilia Pascual, en la que, llegado el momento de mayor efusión gozosa, por la unión con el Resucitado hecho Eucaristía, vi frustrado mi deseo de alabar a Dios con cánticos inspirados, al no tener ni idea de los que en ese momento desgranaba el grupo de salmistas. Ya había pasado yo por eso anteriormente en otras misas, y hasta con canciones del culto protestante; pero esta vez -creo yo- el complicado Aleluya que se resistió tercamente a mis intentos de pillarle el tranquillo debía de ser de Hakuna, ese fenómeno de las redes vinculado al Nuevo Opus Dei, que la señora Dª Isabel Díaz Ay... va a promocionar este sábado desde la Plaza de(l) Madrid urbi et orbi. Y, por cierto, con transacciones así, cualquiera saca mayoría absoluta; ya te digo... |
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