ANO HORRIBILIS

 

Aunque la mona se vista de seda...

Un día de este verano dejé a mi esposa ocupada en una de sus aficiones y me di una escapadita por mi 'Oviedín del alma'. Fui directo al casco antiguo; pasé por Porlier y me senté en uno de sus bancos, frente a los turistas que se fotografiaban con Mr. Arrensberg; luego compré un hojaldre en Rialto y me fui comiéndolo hasta la Escandalera. Allí había un grupo de personas con un guía, que les estaba hablando de otra famosa escultura urbana de Úrculo: el Culis Monumentalibus, situada a unos pasos de donde estábamos. El cicerone se explayaba a gusto, reivindicando normalizar el uso del nombre vulgar que designa la parte del cuerpo que la estatua en cuestión ensalza, y terminaba diciendo: "...Ahora vamos a verlo, y pueden ustedes hacerle fotos, tocarlo, acariciarlo, olerlo (no, perdón... esto creo que no lo dijo)...". 
Culis monumentalibus = Ano horribilis
Al llegar esta primavera, no uno, sino cinco años horribles llevábamos los españoles sufriendo calamidades. El gobierno, en ese lustro, dictó sin parar leyes contra el común sentir de la nación. Y cuando, por fin, esperábamos que la pesadilla se terminara, cayó sobre nosotros el mazazo de un posible agravamiento de la situación.
En el marco de la confusión endémica que todos padecemos, en el que la desinformación y la falta de información veraz hacen imposible defender cualquier punto de vista distinto del oficial, se puede, sin embargo, afirmar, sin temor a equivocarse, que la vida del ciudadano medio en España se desenvuelve en un clima de tensión y estrechez cada vez más grave. 
Lo más propio, lo que se mantiene constante, a lo largo de toda esta época anómala que nos está tocando vivir, es la descomposición social. Las junturas, nudos, articulaciones, y tejidos de todo tipo, que hace cuarenta años conformaban un organismo social sano, hoy son un despojo. Bien se puede decir que España está formada por un archipiélago de millones de islotes, habitados cada uno de ellos por un individuo que lucha por comunicarse con los de alrededor para no perecer. La identidad nacional se reduce a momentos puntuales de enaltecimiento patrio con ocasión de competiciones deportivas, y poco más. En realidad, no sabemos en qué país vivimos; qué piensan, cómo viven, a qué aspiran los cincuenta millones de compatriotas que tenemos; podemos suponerlo, pero está cambiando todo tan rápido, que no tenemos seguridad de criterio. Siguen publicándose estudios, pero es tal la presión política, que los hace poco fiables.
¿Qué podemos hacer? Si se enciende una cerilla en una cerrada oscuridad, su luz llega muy lejos; y cada uno de nosotros puede ser esa luz que disipe las tinieblas en torno. Basta con que nos planteemos seriamente algunas cuestiones fundamentales. Si somos sinceros con nosotros mismos –condición imprescindible para no malograr la propia vida- nuestra respuesta a esos interrogantes básicos será útil para los demás. 
Por ejemplo: ¿existe una ley moral no escrita que nos obliga a todos, o, por el contrario, la única ley válida es la del más fuerte? Si elijo lo segundo, afirmo que el mundo está mal hecho, y que, ciertamente, mejor hubiera sido no haber nacido.
En España, allá por el año 580, se promulgó un marco legal conforme a la verdad revelada del catolicismo, dando unidad a la península ibérica. Es incalculable el bien que trajo al mundo ese acuerdo: los ríos de verdad, bondad, belleza y alegría que brotaron de él. 
Considerando ese pasado, la debilidad y parálisis que afectan hoy a nuestra sociedad son producto del desprestigio y distorsión, sembrados por la propaganda, de nuestras más profundas convicciones. Así, hemos llegado a un punto en que la mayoría de los españoles consienten en que haya leyes como el aborto o la eutanasia, dando por buenas las justificaciones ‘piadosas’ al uso; y conforman una mentalidad dominante que es usada como coartada por quienes defienden que Sánchez siga en el poder, al frente de esa pretendida ‘mayoría social de progreso’. Así mismo, escudándose en ella, justifican que el PP no pueda gobernar; y, vistiendo a Abascal con el uniforme del tópico-Franco, conjuran la alternancia en el poder.
Pero, si bien el argumento moral social (el bien que traen esos males) tiene su fuerza, hay algo que les rechina a los mismos que conforman esa mayoría que llaman de progreso. Esta disonancia es lo que explica que la prensa esté desde el 23J bailando entre dos aguas: que nos aplasten con la seguridad de un nuevo gobierno impostor, y al mismo tiempo mantengan viva la esperanza de un cambio. En realidad, la España progresista no es más que la España engañada.
Lidiar a diario con la estrechez: las mil gaitas, banalidades y cacharros, que te reclaman a todas horas, cuando tú ni has elegido ni quieres ese tipo de vida, y cuando, mientras estás así enredado, ves que tus seres queridos se van alejando de ti, y que el remedio para atajarlo supone una inmolación inasumible…; vivir en esa angostura, digo, no es como para sentirse contento. Y eso sin tener en cuenta la limitación del cuerpo, que nos pide descanso a todas horas porque apenas lo consigue cuando lo intenta. 
Pero si nuestro devenir diario es ese roce continuo, esta aspereza se hace casi insoportable por el ambiente hostil en que prensa y política nos hacen vivir. Tienen la sartén por el mango, y nos fríen en ella. La mentira, en sus muchas formas, es el único alimento que cocinan, sin que les cause rubor alguno estar dos semanas dándole vueltas a una necedad mientras el país se consume entre el miedo y la ansiedad.
En todo el mes de agosto la principal sequía de España fue la informativa, que caía sobre la que ya es endémica. En esa aridez, apenas unas gotas, como de lluvia ácida, regaron el ágora de la política, ávida de noticias: provocaciones en boca de Sánchez y sandeces en los labios de Núñez; y burla contumaz hacia esa mayoría de españoles consternados por el desastre nacional.
Ya se echa mucho de menos la alegría, pero más vamos a echarla. Este es el tesoro que nos están robando, y esta es la batalla que tenemos que librar.
Aunque lo parezca, la rivalidad entre españoles –la tan cacareada polarización- es falsa: la gran mayoría de los españoles, llegado el momento, se alistarían en el bando que defiende la alegría. Porque en ese estado -de lo que es claro y noble- se resume todo lo que a los españoles nos parece digno; y en el proyecto de su consecución, durante siglos, se ha hecho posible la convivencia entre nosotros. 
Si esta mayoría 'alternativa' verdaderamente existe, y esto es algo que no hay que dudar, el fraude electoral escénico que nos tiene otra vez con el corazón encogido, ha de ser destapado y perseguido, a fin de que, desplazando lo sano a lo enfermo, España recupere las riendas de su destino, y se dé a sí misma el gobierno que se merece.
Un ex-alumno mío, un joven de claro entendimiento, me decía ayer que "él no era anti-sistema, sino que el sistema era anti-ellos, los humildes"... la mayoría de España, hoy por hoy. Hace falta fe para creer que las elecciones de este primaverano no fueron un fraude. Desde el golpe de Estado que desalojó a Rajoy y humilló a la España trabajadora, pasando por el toxicovid, el decreto de Alarma ilegal, la disolución nula de la Asamblea de Madrid, el voto de VOX a la extorsión con fondos europeos, la exhumación de Franco, el silencio del PP ante los desmanes legislativos y los abusos de gobierno, la desinformación sobre los procesos electorales, y, ahora mismito, la trivialización de la grave coyuntura política, son todo sartenazos, uno tras otro, lo que venimos recibiendo a diario de la prensapolitic, el brazo ejecutor de la Agenda 2030.
El engaño que nos tiene atenazados es algo así como el gas pimienta, humo tóxico que paraliza. Lleva como componente principal el miedo, y actúa a nivel subcortical, en la parte del cerebro donde se fabrican las imaginaciones. No es más que humo, pero nubla el entendimiento.
Si a esos millones de personas que se muestran hoy condescendientes con el aborto, la eutanasia, la equiparación de las uniones homosexuales al matrimonio, etc., se les pudiera mostrar que esas concesiones suyas llevan a la pérdida de la libertad y a la disolución del Derecho, atravesando antes por un dolorosísimo estado de esclavitud y de desesperanza; más aún, si pudiéramos hacerles ver a esos compatriotas que todo lo que verdaderamente estiman es incompatible con la normalización de esos fenómenos sociales, rápidamente darían marcha atrás en su aceptación de los mismos. En otras palabras, si se pudiera desenmascarar el engaño que opera en la configuración de esa 'mayoría social de progreso', se vería con claridad que el pensamiento social en España sigue siendo mayoritariamente cristiano, ajeno y contrario a las costumbres bárbaras que se nos quieren imponer.
Pocos años después de la caída del muro de Berlín tuve la oportunidad de viajar a una de las repúblicas de la órbita soviética: Bulgaria. En cuanto aterricé pude comprobar el estado de abandono y el deterioro en que se hallaba el país, pero muy por encima de la impresión que me produjo ese deterioro material, fue la expresión de tristeza en los rostros lo que me impactó sobremanera. La falta de alegría que  denotaban aquellas gentes era el resultado de años de sometimiento al error; y, desgraciadamente, nuestra querida España ya lleva tiempo caminando por esa vía. El enranciamiento de nuestra vida social, y la pérdida de vigor que la invade, son los síntomas evidentes de la falta de verdad y del fingimiento impuestos. Porque mentira y alegría son incompatibles.
La adulteración de la realidad, presente en todos los ámbitos, prospera gracias a la hipocresía y a su hermana la violencia, que sellan, mediante el miedo, los labios de 'los prudentes'. Este silencio se hace cómplice de la crueldad; y van cayendo, en primer lugar, los más débiles, pero, progresivamente, todos los demás miembros de la sociedad.
La mayoría de España aprecia la amistad, la generosidad, la sinceridad, la vida hogareña, el buen humor, el trabajo bien hecho, y, en definitiva, todo aquello que es patrimonio común de una humanidad renovada por el amor desinteresado. Nadie en su sano juicio cambiaría todas estas cosas por las falsas consideraciones `piadosas' de la mentalidad moderna, que tan astutamente se nos venden como avances; la mayoría de los españoles arriesgarían su vida para defender este patrimonio si fueran conscientes de que está en peligro. Y, verdaderamente, lo está. Lo que la prensa de agosto ha venido disfrazando de avatares políticos peculiares, es, en realidad, el asalto definitivo de los oligarcas del mundo a ese tesoro inmaterial que España posee, y que es un obstáculo para sus planes totalitarios. 
No podemos seguir callando ante las injusticias flagrantes que la ley consagra; no hacemos la voluntad de Dios mostrando sumisión a la impostura. Hoy, como hace cien años, lo que está en juego es la paz; esa condición de los pueblos que procura dar a cada uno lo que le pertenece, para una convivencia pacífica y decorosa. Callarse ahora es negarle a Dios su hegemonía, por la cual recibe el hombre su dignidad y sus derechos (ciertamente, sacudirse el suave yugo de Dios es, en definitiva, lo que buscan las fuerzas bárbaras que nos agreden).
Ante la perspectiva de perder la vida por una causa justa hay también mucho engaño. Los que buscan su propio interés dicen de eso que es una necedad; pero los necios son ellos, porque no hay mayor pobreza que pasar por la vida sin una razón última que dé sentido a todo. Ir de placer en placer, sin más horizonte que el disfrute de unos pocos años, que se desvanecen como una neblina mañanera, va dejando en el alma un poso de tristeza abrumador; mientras que decidir luchar por una vida mejor enardece las potencias personales, y da vigor y alegría inquebrantables al alma. Esta es la clave del porvenir de los pueblos; y más de España, si cabe, que abunda en ejemplos de heroicidad por la defensa de sus ideales.
En la prensa nunca se hacen eco de lo que se oye en la calle, del desencanto, la frustración, la fatiga, la angustia de las gentes. Porque si lo hicieran tendrían que dar respuesta a ese malestar; tendrían que abordar el sentido de la vida; y no están por la labor. De resultas de esa dejación, llenan el vacío con morbo a raudales, estimulando los bajos instintos y lo más innoble de nuestra condición; hasta unos niveles que asustan.
Tal parece que, intencionadamente, se promueve el enfrentamiento civil -sabe de sobra el invasor que el odio nos debilita- y se está armando la bolera para que nos enzarcemos los unos contra los otros. Echando leña al fuego mediante un criminal encarecimiento de la vida (conflictos y desastres inventados, manipulaciones financieras,... claro que sí), en el contexto de una rivalidad ideológica ficticia, agitan el fantasma de la guerra civil para echarnos encima la red del nuevo 'orden': ¡quietos! ¡pactos antes que guerras! ¡un gobierno único!
Sí, la Agenda del Nuevo Orden ha de imponerse por la vía de la persuasión... y el engaño es el mediador siempre presente: "O nosotros, o el caos", dice el mentiroso.
Todo está a punto; España está al borde del abismo; la Constitución es pisoteada y la voz del pueblo silenciada. Esta gran nación, expoliada durante los últimos cinco años por sus propios dirigentes, ha sido ultrajada en las (sacrosantas) urnas por adinerados que la quieren someter. Y, obnubilado en las municipales el noble pueblo herido, en cosa de horas saltaron a la arena una nube de monosabios para marearlo, ponerlo de rodillas y clavarle la puntilla: que si el impresentable de Sánchez ganaba de nuevo; que si el muy falso Núñez volvía a meter la pata; que si lo mejor es un pacto entre ellos...  y siempre con la sombra de los payasos-toreros-payeses como siniestra comparsa.
Lo cierto es que España agoniza, atacada por fuera y por dentro, y la prueba de que está grave es que, a pesar del drama que vive, la prensa se sigue burlando del pueblo, tratando como tema principal, desde hace dos semanas, las pifias de un pícaro. Si no estamos ante un calamitoso ANO, que venga Dios y lo vea...
"Ahora, muy pronto, vamos a verlo todos, y podrán ustedes tocarlo, acariciarlo, y, por qué no... lamentarse por no haber olfateado a tiempo la descomposición."





































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