CRISTO Y QUINO
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Jesús vive hoy; vive en Carlos, en Francisco, en Miguel... y en Quino |
Estoy escandalizado. No sé si tendrá algo que ver con que hoy es San Mateo, que era muy amigo del dinero ajeno, el caso es que he oído que los correligionarios de Sánchez están propagando que Jesucristo murió de muerte natural, por la mala vida que llevaba (frecuentar ladrones y mujeres adúlteras, no casarse, no trabajar, aislarse de los demás, dormir poco y mal, no hacer caso de la familia, codearse con gente de mala reputación, etc. etc. etc.). Dicen que por esa mala vida le dio un infarto, que estaba cantado, que se lo ganó a pulso... ¡Cómo se puede ser tan necio y tan ciego!
Pero ¿es que no se dan cuenta de que todo eso que dicen que hizo, formaba parte del sacrificio de su vida? ¿Alguno de nosotros puede envidiar la vida que él llevó? En realidad, si, según dicen, su salud era tan mala por su propia culpa, aguantar treinta y tres años con 'su enfermedad' a cuestas, él solito, sin más apoyo que el de su madre, tiene mucho mérito.
¿Alguno de los coetáneos del difunto perdió sus bienes, o dejó de trabajar para sí mismo con el fin de ayudarle? Convertir su calidad humana en un reproche supone un juicio ruin, y, desde luego, inmerecido. Y eso, sin tener en cuenta que todos tenemos muchos motivos para avergonzarnos; y sin mencionar el mandato bíblico de no enjuiciar a los demás, que es tarea para lo que se necesita una justicia que no está a nuestro alcance.
Hay quien le denigra todavía más, diciendo que estaba mal de la cabeza, y que a su madre le hizo la vida imposible. ¿Cómo se puede ser tan ciego y tan torpe para entender? Él amaba profundamente a su madre, y su madre le correspondía. ¿Podría una madre buena -condición ésta que nadie niega- darse tanto a un hijo si éste fuera un desalmado? Pero, ¡si hasta la madre le consideraba mejor que ella misma!... Incluso ha llegado a saberse, por los más cercanos, que, cuando estaba ella para morir, mostrando máxima humildad le confesó a su hijo su pequeñez... ¡Admirable, ciertamente!
Esta gente que cambia la historia en función de sus intereses, no quieren ni oír hablar de que resultan patéticos en sus rebuscadas versiones; ni acceden a considerar, sensatamente, el daño que hace torcer la verdad por conveniencia propia.
Se les ha tratado de frenar con las fotos del difunto, o sea, con las huellas de su muerte violenta conservadas en la sábana con que lo envolvieron; pero nada, totalmente inútil. Se ha recurrido asimismo a las fuentes primigenias, que recogen toda la historia concerniente al suceso, con pelos y señales, para que los expertos que avalan esa tesis disparatada se avergüencen... pero no hay nada que les saque de su empecinamiento, y siguen erre que erre desafiando al buen juicio.
En su desvarío, que está a la vista de todos, añaden que nadie pudo ver sus heridas, ni ser por tanto testigo de que fue asesinado, porque, en cuanto murió, en vez de enterrarle ¡le incineraron rápidamente! Así que nada de violencia en su pecho, manos y cara... ¡ni rasguños siquiera!
Esta manía que tienen ahora de reescribir la historia está desmadrada... ¡Incinerado, dicen! Y tienen un elenco de expertos fantástico para defenderlo... que actúan como feudales; ellos, que son tan democráticos... ¡Auténticos Señores de su Castello...!
Tan desaforados están los tiranuelos, tan ensoberbecidos, que dicen que de ahora en adelante van a prohibir enterrar a los muertos... Que los cadáveres serán reducidos a polvo, y se acabarán todas las pesquisas sobre las muertes que no estén claras... que cada vez son más... como los infartos...
Otro asalto al buen sentido, complementario de éste, es la noticia de última hora de la reaparición de Hitler, la descabellada historia de que no está muerto, y de que, si lo estuvo alguna vez -cosa que nadie sabe, proclaman- ahora está vivo...
Hay testigos que dicen haberle visto entre las llamas de la Última Cremá, dando instrucciones a los suyos para hacer un buen fuego, y para consumir en él cualquier vestigio de vida piadosa. Es un desquicie, el mundo al revés...
Han salido en tromba los plumillas, y los expertos de los think-tanks, a dar explicaciones... Y muchos se dejan ganar por su extravío. Es de tal envergadura la confusión reinante, que empiezan a difuminarse los contornos de la realidad... La razón, desasistida de virtudes que la templen, desvaría, y justifica lo injustificable... hasta el punto de dar miedo. Es mejor no tratar de entenderla, porque se arriesga uno a entrar de su mano en un laberinto mortal...
Hitler ha resucitado... y Jesucristo está muerto y reducido a polvo... ¡Pues estamos buenos!
Hoy me ha venido a la cabeza un personaje de mi juventud, uno de esos que, cuando tienes quince años, te asombran por su singularidad: Quino, un hombre bueno.
Muchas veces, a lo largo de toda mi vida, me ha venido a la mente esta persona, y últimamente más. Era unos siete años mayor que yo; tenía buen tipo, y un hermoso rostro varonil; su aspecto, allá por mediados de los setenta, era el de un ser libre, un hippie sencillo, sin pretensiones ni artificio; y sus modales, suaves como los de un noble caballero. Brillaba Quino entre sus congéneres por su bondad; parecía que no conociera el pecado. Era uno más, y, sin embargo, era único. Le interesaban las cosas propias de su edad, época y condición, pero trataba todos sus asuntos con un mimo y una delicadeza de otro mundo. Me parece recordar que también las espinas le alcanzaron en algún momento, y en el ágora bulliciosa que frecuentábamos, le pudimos ver sufriendo, con su alma tranquila agitada por la malicia humana. Diseñaba pegatinas con mensajes de paz, que repartía a cambio de algo, o de nada. Contrastaban su figura y presencia con las del resto de nosotros, tocados todos, más o menos, por una cierta aspereza, producto de un modo de vivir a trompicones.
Nueve o diez años después volvió a cruzarse en mi vida el buen Quino. ¡Qué alegría recuperar esa presencia! ¡presencia de paz y de esperanza!
Era mi segundo año como maestro, y estaba en la enseñanza de adultos, por las tardes. Un buen día apareció Quino sentado entre mis alumnos. Ya la vida había estrechado nuestros horizontes, y oprimía más nuestros pechos, dejándonos chicas las emociones... Su persona parecía ahora mucho más sufriente, como machacada por los golpes de un mundo en el que no caben almas tan grandes, y que, incómodo con ellas, intentara empequeñecerlas por la fuerza. Acusaba el deterioro de tratar de ser coherente con su ideal de paz; había perdido frescura. A fuerza de turbaciones y desamparos se había ido apagando su expresividad y su vigor; pero después de hablar un rato a solas con él, comprobé que latía en su interior la misma bondad de siempre, la misma humildad, la misma increíble inocencia. Decía que quería aprender, aunque se sabía muy limitado... y que haría lo que pudiera.
¡Inmenso Quino! ¡Qué grandeza en tan sencilla apariencia! Su recuerdo me conmueve... He de decir que Quino es lo más parecido a Jesucristo que yo haya visto en mi vida. Me detengo en este instante para rezar un Ave María por él... Donde quiera que estés, amigo, hermano Quino, que Dios te bendiga, y que premie con el cielo el heroico ejemplo de humanidad que diste al mundo.
Ahora que lo pienso, Jesucristo murió, sí, pero, si no resucitó, ¿de dónde han sacado los siervos dolientes como Quino, o como Carlos de Foucauld, su deslumbrante humildad, su profundo conocimiento del bien, la verdad y la belleza?
*[Este texto lo empecé el 21 de septiembre, día de San Mateo, y lo dejé estar, hasta hoy]
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