LA TIENDA DEL ENCUENTRO

En la soledad de tu cuarto, la Verdad te habla al corazón.


Una sociedad sin Dios es un infierno. Puesto que los apellidos de Dios son Justicia y Verdad, prescindir de Él es someterse a la ley del más fuerte, que, al igual que el Decálogo dado a Moisés, se resume en dos mandamientos: Primero) El Jefe siempre tiene la razón; y, Segundo) Si el Jefe no tuviera la razón, se aplicaría el Artículo Primero. Y en estos principios, ni más ni menos, se basa el Nuevo Orden en el que estamos entrando.
El momento actual es especialmente doloroso para la Iglesia, que, por supuesto, viene sufriendo la misma imposición violenta que el resto de la sociedad, aunque, lógicamente, de una manera mucho más sibilina. Vivimos inmersos en un neo-paganismo. La confrontación París del 68 vs. Roma supuso un punto de inflexión para la cristiandad. En la estela del martirio de todos los papas hasta la conversión del emperador Constantino, Pablo VI fue martirizado en vida por su clara exposición de la moral afectivo-sexual católica; su sucesor duró en el cargo sólo unos días; Juan Pablo II fue tiroteado; y Benedicto XVI, perseguido, y después de su renuncia, muerto en extrañas circunstancias. Pero, ¿qué pasa con Francisco?
Su pontificado se caracteriza por la ambigüedad; y por marcar distancias con la Tradición, la cual, a duras penas logran sus traductores salvar. En todo caso, sus diez años de vicario ya están dando frutos que permiten conocer al árbol... y las ovejas oímos su voz con temor y...
En la diócesis, desde el año 2016, cuando arreciaba la represión de la corrección política, éramos invitados a refugiarnos en las sacristías bajo la nebulosa del Sínodo... Y, al mismo tiempo, oíamos a todas horas, como un mantra siniestro, la llamada a caminar juntos... que en última instancia suponía una velada condena de la disidencia política. 
También en 2016, cuando muchos experimentábamos dolorosamente las tensiones de una vida conyugal hostigada socialmente, apareció Amoris Laetitiae. Hubiera sido un buen momento para robustecer lo edificado en años anteriores, las bases prometedoras de una convivencia verdaderamente humana... pero se dejó pasar. En vez de eso, cobraron protagonismo los temas de moda en la sociedad: el fenómeno migratorio, el deterioro de la naturaleza, etc... una oleada de 'empatía' con 'los sabios de este mundo', que se correspondía con el eclipse de los eximios doctores de la Iglesia, y que tiene ya proporciones de tsunami.  
Se van apagando las luces, empezando por las de borde de pista... A oscuras, pues, ¿quién se atreverá a despegar? Pero el momento es apremiante...(1ª Cor 7, 25) y nos toca avanzar fiándonos del guía interior. Gracias a este Espíritu, que es principio de una vida divina, en Cristo (Rom 8, 14), ya no somos deudores de la carne, destinados a morir, sino hijos de Dios; y, en virtud de esta filiación divina, vencemos el temor a la muerte, que nos paraliza, y nos hacemos capaces de todo. Esto, no obstante, no quiere decir que Dios vaya a permitir cualquier sufrimiento en nuestra vida, pues nos conoce, y sabe lo que nos puede pedir; con todo, no conviene perder de vista la santa y sana advertencia de que seamos astutos (para entregar si hace falta el cuerpo), o la otra, no menos saludable, de que no temamos a quienes sólo pueden matar el cuerpo...
Asusta, aunque se comprende, la extrema cautela con que se diagnostica la innegable deriva de la Iglesia; y asusta aún más considerando la fulgurante ascensión del poder del mal en el mundo. Ambos fenómenos, lógicamente, se corresponden; y nos toca lidiar con ellos.
La vuelta atrás del cristianismo hace más actual la crítica de Jesús a los maestros de su tiempo: '¡Hipócritas! Atáis fardos pesados a la espalda de los fieles, pero vosotros no movéis un dedo para empujar.' Cuando arrecia el poder tiránico del mundo, se nos insta a dar la vida en los caminos, al mismo tiempo que se nos ocultan las verdaderas razones para la esperanza (el corazón ilimitadamente bueno de un Dios vivo); de esa manera se garantiza la esterilidad de nuestras obras, y el sometimiento a los protocolos (eclesiales) humanos de acción; de tal manera que si no estás en algún tinglado oficial de la Iglesia, es dudoso que se te tenga por buen cristiano. Esto, que en sí mismo no es malo, tiene el peligro de que si te centras en esas iniciativas eclesiales puedes estar faltando a la voluntad de Dios para tu vida. Amar y cumplir esta voluntad, que es el cielo (Jn 17, 3), es la realidad que está a punto de ser cancelada ('ni entráis vosotros ni dejáis entrar a otros').
La conciencia, como santuario donde Dios habla con cada uno de sus hijos, está siendo sutilmente desplazada por las interpretaciones humanas de la Palabra, y eso a pesar de que la historia de la Iglesia -y de la Humanidad- desborda de ejemplos de fecundidad de ese diálogo insustituible de Dios con las almas. El resultado es una Iglesia deslucida y desperdigada; un triste remedo de la vigorosa Iglesia Católica, al menos en Occidente.
Especialmente dolorosa está siendo la confusión pastoral en el ámbito de la familia. En medio del más acervo ataque del enemigo hacia ella, se le hace llegar desde el púlpito el mensaje del evangelio, pero, en el día a día, tiene que lidiar sola y a contracorriente. Es más, puesta su actuación en entredicho por la maquinaria política, no sólo no es protegida por su comunidad, sino que suele ésta plegarse al criterio de los 'entendidos' -cada vez más poderosos en la Iglesia- cuyos saberes casan con lo humano como anillo al dedo. Se está dando la paradoja de familias que, queriendo vivir la fe de un modo auténtico, son castigadas por la ley con la colaboración de la Iglesia. 
En el colegio donde estudia nuestra hija se instruye a los niños en concepciones de familia anti-cristianas, sin que pase nada ("Dibuja una familia con dos mamás"). Así las cosas, lo siguiente es que, cuando un alumno encuentre dificultades para conciliar lo que le dice el mundo con lo que le dicen sus padres, su desazón será interpretada por los comisarios políticos de los centros como maltrato, y la familia en cuestión 'cancelada'. En estos casos, el informe cómplice de la Iglesia se disfrazará de razones psicológicas (falsamente) cristianas. Y medrará la injusticia.
Es necesario orar sin desfallecer, porque la oración sincera tiene una respuesta de Dios, en la que Él da a conocer su voluntad. Y no cabe objetar que nos pueda responder un mal espíritu disfrazado de ángel de luz, puesto que al alma sincera, con una conciencia bien formada, la respuesta a su oración le transmite paz, y, aún en la exigencia, le resulta suave. 
Pero, además de orar en lo íntimo, hace falta testimoniar la fe, poner por obra la voluntad de Dios, porque si no, si eludimos cumplir nuestra misión por miedo a la cruz, y callamos, le será más fácil a la mentira pasar por verdad... y, a nosotros, más difícil alcanzar la dicha eterna. Creo sinceramente que no merece la pena salvar el pellejo unos añitos para pasar después la eternidad chamuscándolo...
Y respecto a eso, suscribo la opinión de Chesterton, según la cual, el que no crea en el infierno es porque no ha asistido nunca a las reuniones de una Junta de Vecinos... Buen día, hermanos, y ¡adelante!  
































 

































 


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