NI INDIGNADO, NI RESIGNADO; YO, PERSIGNADO (actualizado)

En el centro, la Inmaculada pisando la cabeza de la serpiente; en las periferias, los perseguidos por persignados.
(8-XII-2023; San Juan de los Reyes)


Cuando llegué a la Gran Vía, riadas de gente caminaban animosas hacia Sol. Le pregunté a un señor 'qué era lo que pasaba', y me explicó, muy convencido, que se movilizaba el pueblo contra la amnistía; al pedirle que me concretara, me dijo que unos señores que estaban juzgados y condenados, por crímenes graves, iban a ser perdonados, lo cual equivalía a un Golpe de Estado. Vi en aquella multitud a mucha gente normal, y, en el acceso desde Cibeles, a muchos de la clase media, que, lógicamente, estarían temiendo por su estatus, con toda la razón del mundo. 
Hubo en esta cacareada convocatoria, por decirlo suavemente, pocas ganas de cambiar nada. En vez de convocar a toda España en las anchuras del Ministerio de Agricultura, se dividió la contestación (todo un síntoma de mala fe) en placitas recoletas de nuestra geografía, como Sol. Y por si eso no fuera suficiente, dificultaron lo que pudieron los accesos, como en el caso de Alcalá, que mantenía el tráfico rodado hasta el Círculo de Arte. Esta anomalía -una oposición que no ejerce- tiene una única explicación: el sometimiento de todo el espectro político a un único amo, tiránico, y no español; o, mejor dicho, anti-español. Esta es una clave crucial en el análisis de lo que está pasando. 
En los votantes a partidos dizque 'de izquierdas' ha habido siempre gente honesta, personas de buena fe, que es imposible que no estén también sacudidas por lo que está ocurriendo. Dada la mentira y la corrupción reinante, y el descarado intento de meternos en una sociedad contraria a toda tradición, la razón impone decantarse por una de las dos opciones siguientes: primera, que nos han mentido, y en realidad España eligió el 23J despachar a Sánchez; y, segunda, que la gente violenta, o que no sabe donde tiene la mano derecha, son mayoría en España. Yo me niego a asumir que no haya en nuestro país una mayoría social contraria a otra edición de un gobierno monstruoso; y, por ello, mantengo que ha habido un gran fraude electoral (vía Indra, la cual, para confirmar esta hipótesis, está de mudanza desde las elecciones, cambiando objetivos y accionistas, y, sin duda, quemando toda huella comprometedora). Del mismo modo que los timadores crean altercados para distraer al incauto, el carácter escandaloso de la campaña electoral, con todo un gobierno azuzando el odio entre los ciudadanos, encaja a la perfección con una trama infame que se estuviera ejecutando. 
Otra clave igual de esclarecedora es la del vasallaje total del tráfico de bytes informativos al mismo perverso tirano. En la víspera de la liquidación de la soberanía de la grande España, sólo uno (o tal vez dos) de los principales diarios, informaba de que la investidura era inminente, de que la Alta Traición perpetrada contra España iba a culminar al día siguiente...  
Pasado aquel trágico lance, estamos asistiendo a la bochornosa puesta en escena de una oposición 'indignada', que se manifiesta en las calles. Ésta ejecuta una protesta sin fuelle, testimonial, e intencionadamente desviada -"Sánchez, HP". Y es desviada porque, al contrario de lo que pueda parecerle a no pocos, la salida de este caos no es otra guerra civil, por la sencilla razón de que existe un enemigo común que causa nuestros males: Europa, o, mejor dicho, el grupo de magnates que la tiene secuestrada; éstos son los verdaderos responsables de la debacle que vivimos.
La condena a muerte social que se nos ha impuesto ha venido dictada por poderes extranjeros, deslumbrados digitales. Y es contra éstos contra quienes tenemos que resistir. Esta lucha coincide, aunque esto me llevará más tiempo explicarlo, con la defensa de nuestras creencias más arraigadas, de modo que renunciar a ella equivale a renunciar a ser quienes somos.
Ayer, paseando, tuve la impresión consciente de que nuestra gente trasluce un aire de familia, un algo que hemos mamado, a saber, un modo común de ver el mundo -razones para vivir y morir- y una misma fuente de esperanza.
Una vez arrasado el código escrito que, desde hace siglos, venía ordenando nuestra convivencia, el poder extranjero se enfrenta ahora a borrar su presencia de nuestros genes; y sabe perfectamente que esto le va a costar más, y que no podrá evitar tener que derramar sangre... 
Respecto a este negro porvenir, lo que resulta crucial es asumirlo. No importa cómo hayamos llegado hasta aquí; lo único importante es enfrentarlo con fe y confianza firmes, convencidos de que Dios está de nuestro lado y nos dará la victoria.
Es verdad que estremece pensar cuántas personas en las que confiábamos han abrazado el mal; pero es necesario sobreponerse al sentimiento y seguir adelante. A partir de ahora, toda vez que los nexos institucionales ya no existen, y si lo hacen son bastardos, nuestras aspiraciones han de ser a la fuerza humildes. Pero no por modestos serán menos decisivos nuestros logros. Estamos, por así decirlo, comenzando de nuevo la Reconquista; aunque en un kronos muy distinto, por lo que es impredecible su duración. Hay que batirse por cada palmo de terreno, y cada plaza reconquistada es vital. Los sueños de progreso han volado (¡ojo con los sucedáneos!), y se impone vivir el día a día. Esto nos dará ocasión de reconfigurar nuestros esquemas erróneos, por los que perdíamos tanta vida buena. El presente actualiza así su valor de salvación: "serenamente asentados en él, ninguna fuerza podrá persuadirnos de que estamos perdiendo la guerra...".
Me viene a la memoria un episodio del asedio del Alcázar, cuando les cortaron la luz a los que resistían, y la radio empezó a divulgar que se habían rendido. Era necesario que alguien fuera a Madrid a decir que no era verdad, y que necesitaban refuerzos. Y un toledano, el Capitán Alba, se ofreció. Se deslizó en la noche por calles y caminos, pero al amanecer fue descubierto y asesinado. Terminada la guerra, su viuda, con sus hijos, visitaría al asesino en su casa, para testimoniarle su perdón cristiano. Ellos son un ejemplo de ese presente que, en las duras y en las maduras, hace crecer; de esa verdad vivida contra la que ningún poder tiene fuerza; la única que nos puede salvar... Merece la pena dar la vida por ella, pues dándola, se recupera.



Desde la Transición se ha venido haciendo realidad el vaticinio de Franco: una descomposición moral imparable; y esto viene a ser la ruina de la 'calidad de vida'. Pocos entienden la correlación entre esos dos hechos, pero es obvia.
El bienestar humano no está, ni mucho menos, como se nos quiere hacer creer, exclusivamente en el disfrute de los bienes materiales. "Es tan pobre que sólo tiene dinero", reza el dicho popular; y es verdad. Das una vuelta por ahí y lo ves. Muchos pobres -inmigrantes- se reúnen en los parques, siempre en grupo, con su música y su merienda, practicando deportes, mientras que nosotros vamos, como mucho, del brazo de otra persona, tristes, o intentando parecer alegres. 
Esta pincelada, a modo de flash, deja ver un poquito el misterio que es la vida, y el engaño que es pensar que todo se resume en tener dinero. A lo largo de la historia siempre late la tensión entre esos dos polos; y las conciencias que se hacen preguntas se topan con el "Si quieres ser feliz como me dices, no analices, muchacho, no analices"; pero no es tan fácil poner en práctica este consejo. Sólo vivimos una vez, y sabemos que vivir no es un juego. Todo el mundo percibe la ley interior del bien y el mal, todos sabemos que se nos pedirán cuentas.
Desde la Transición, que dejaba atrás unos años propicios para el "ora et labora", el movimiento social de España, y del mundo en general, pasó por unos hitos, o etapas, que claramente apuntaban a un final de recorrido sin conciencia de pecado... o sea, a una quimera, y más trágica que las peores de la Historia.
Para preparar la extirpación de un órgano tan esencial como nuestra conciencia, lo primero fue anestesiarnos, con barra libre de cosas y de vicios. En esa molicie dimos por bueno el peor de los crímenes, asociado a un ataque despiadado a la célula básica de la sociedad; y en un efecto cascada sucedieron a aquella transgresión otros muchos grandes males: Económicos, como la destrucción de la iniciativa privada, la mercantilización del trabajo (cuyas condiciones cada vez envilecen más al individuo), el sometimiento a los potentados, la consagración de la amoralidad como forma de ascenso; culturales, como la suplantación de la educación por la contra-formación de las redes, la adulteración de la Historia, la clausura del acceso al conocimiento, ligada a la de las Humanidades, y la expansión y promoción de toda forma de corrupción de las costumbres; sociales, en especial la devastadora implantación sistemática del enfrentamiento entre los sexos; políticos, cuyo resumen es el vaciamiento de las instituciones, la subversión del orden legal, y el desprecio a la soberanía popular.
El punto en el que nos encontramos es el de una sociedad muerta, cuya única viabilidad es una resurrección. En este cadáver medran los hongos: ilusiones de vida, que sólo engañan a los crédulos. Todo ha cambiado. La potencia creadora de la vida ha sido sustituida por el poder hediondo de la muerte. Si antes tenían prestigio los sabios doctores, hoy mandan los envidiosos. Si antes se respetaba a los virtuosos, hoy se les martiriza. 
La dinámica interna de este proceso es perversa: todo conduce a matar el alma del individuo; he aquí la respuesta a la pregunta de qué importancia tiene la pérdida de la moral. Si en una sociedad sana todo empuja al crecimiento, en ésta todo sirve a la muerte, a la aniquilación. 
Al mismo tiempo que se afanan los mandamases en implantar su poder usurpado (puesto que la excelencia de la inteligencia natural va unida a la vida virtuosa, ellos han optado por la inteligencia artificial); en el ágora corrupto de las redes ya afloran los solemnes cantos de los embajadores de la muerte; y pongo dos ejemplos: el primero es del debate sobre la eutanasia, y, el segundo, de la moda de la 'antropología forense', que es el eufemismo en boga para empoderar a la nueva casta matarife.




¡Medidas innovadoras, amigos!

'O incluso la religiosa', dice taimadamente el oráculo, como si no fuera ésa la perspectiva central del tema. Nótese que se introduce abiertamente el debate del asesinato de las personas con dificultades anímicas -la depresión y todas las enfermedades mentales. ¿Cómo se atreven? ¡Atención! 
La depresión es el mayor problema de salud de las sociedades avanzadas, declarado "Emergencia Mundial del S XXI" por la OMS, y luego estratégicamente sustituido por el gerontocidio covid disfrazado de "Emergencia sobrevenida". Es un mal estrechamente ligado a la mentalidad dominante de los países ricos; y brota directamente de la conciencia personal. En general,  las enfermedades mentales son la evidencia de que tenemos alma. Los que las sufren son seres humanos que intentan vivir correctamente ('las serpientes nunca se deprimen', decía la película) pero chocan en su empeño con los errores que impregnan nuestra cultura ('si no eres el mejor no vales nada', por ejemplo), y en ese tropiezo se precipitan en un pozo del que les suele costar salir. Una conciencia bien formada mantiene a raya esos errores, pero requiere siempre de largos procesos de depuración de esquemas e intenciones. El desánimo persistente -y cualquier dolencia síquica crónica- es fruto del error, pero un error de tal naturaleza que el que lo padece lanza un grito a los cuatro vientos, aun sin pronunciar palabra, manifestando que él, o ella, tiene una conciencia. 
Por eso, en el nuevo orden, en el que "es pecado" plantearse la moralidad de nuestros actos, a estas personas se les pone ante la tesitura de elegir entre abandonar todo escrúpulo de conciencia y darse al placer, o bien ser declarados reos de muerte. En realidad, se nos empuja a la locura, a la autodestrucción; porque,  querámoslo o no, somos una unidad indivisible de cuerpo y alma, y no se puede prescindir de una de esas dos partes sin que desaparezca también la otra.
Y en este punto enlazamos con el segundo ejemplo. Un nuevo grupo de poder está emergiendo en la sociedad de la muerte: los comisionados para dirimir quién merece el beneficio de la vida y quién no. Éstos empiezan 'protegiendo a los tocados' con una curatela, que es la vía para hacer que el desafortunado aborrezca vivir, y así poder pasarlo a la fase de eutanasia.
En Toledo, acaba de ser nombrada directora del nuevo Palacio del IML* una joya de mujer, divina de la muerte, exponente 'glorioso' de la casta emergente del nuevo poder. Ya nos venían preparando los medios para este nacimiento; Templanza, llamaron a la protagonista de la famosa serie Bones, para que la frialdad del ídolo de la razón, que ella encarna, se disimulara con un ropaje de virtud. Pero aunque la mona se vista de seda... Y así, la encarnación toledana de Bones nos da una magnífica ocasión de comprobar el viejo refrán en la siguiente entrevista de 2018:




Se la ve como molesta por tener que comparecer ante las cámaras, pero al mismo tiempo monísima y encantada de estar allí... Esta aparente paradoja se resuelve, sin embargo, al final de la entrevista, cuando el sentido de autoridad y responsabilidad que tanto parecen pesarle, le juegan una mala pasada y ella solita, sin presión alguna, desvela la clave del peliagudo asunto en el que anda metida, que no es otro que el que venimos comentando. Se la ve desde el comienzo haciendo aspavientos, en el rol de impedir que sus dos compañeros digan lo que no conviene; y llega incluso a patear por lo bajini a su colega varón, 'para que no meta la pata'. En la primera de estas ocasiones, él estaba anunciando que el Congreso trataría temas de Derechos Humanos, y el golpe en la canilla le secó de repente la garganta dejándonos con la intriga... Pero, ¡qué cosas tiene la vida!, terminando la entrevista, habiendo girado toda ella en torno a las clásicas cuestiones, del tipo '¡Cómo diantres se sabe de quién son estos restos calcinados!', toma la palabra la estrella de la noche, y va y nos suelta de repente la frase del millón: "Diez años tardó mi equipo en traer a los forenses de España a nuestro terreno". 
¡Vaya! resulta que, nada menos que diez años, le llevó al equipo mallorquín preparar un congreso de medicina forense cuyo tema principal fueron aspectos de derechos de la persona que no se pueden contar. Se deduce, pues, que, en 2008, momento de explosión de aquella negra Crisis, verdadero pistoletazo de salida del reset, se le dio a nuestra flamante directora, y a su equipo, la orden de preparar al cuerpo de forenses para su nueva y delicada misión de ser los árbitros de la vida en la nueva España. Lo que cuentan las series de la tele sobre el trabajo de estos profesionales son, obviamente, memeces; y su verdadero rol en nuestros días es lo que este congreso, lidiando con los Derechos Humanos, hubo de tratar en secreto.
La pregunta que surge es: ¿Qué aspectos del Derecho han cobrado relevancia con los últimos cambios de la sociedad? Y la terrible, siniestra respuesta, es que, una vez abolida la Ley Natural, que consagra el Derecho a la Vida como don inalienable de todo ser humano, procede instaurar un nuevo corpus legislativo, basado en los principios de Groucho Marx, para dilucidar, cuando convenga, quién merece vivir y quién no; quién merece crédito, y quién no; quién es afecto al régimen, y quién molesta...
Ese corpus abarcará la nueva salud en sentido amplio: higiene o prevención, terapia, y término; y son convocados a implementarlo -a desgana de la mayoría- los técnicos que tradicionalmente bregaban con la muerte. 
Pues sí, hermanos, procede ante estos hechos hacerse cruces, y decir aquello de: ¡Que Dios nos coja confesados!, si bien tampoco este terreno es ya seguro, y va quedando exclusivamente para Dios y los que le obedecen la salida de este laberinto mortal... Sí, sí, como lo oyen; el otro día, como en el chiste de aquel que va a confesarse y dice: "Blablablá con jamón, tiruliru con perdón, tantomonta montatanto,..", y le interrumpe el cura diciéndole: ¡Chsss, cuidao, que el cura sordo es el del confesionario de al lado!; pues sí, de esta manera, digo, el otro día, en el momento de recibir yo la absolución -que procuro vivir con especial recogimiento- quedé desconcertado, porque el sacerdote emitió unos breves sonidos inaudibles con los que quiso despacharme... Y ya conté también lo de aquel domingo en la Parroquia de Fátima, cuando tuve que salir a la palestra a pedirle al sacerdote oficiante que nos leyera el Evangelio a las más de trescientas personas que allí estábamos; y también conté lo de aquella Primera Comunión sin Eucaristía, y lo de... y lo de... Y lo digo para que no se me tache de exagerado ni de cosas peores; ni tampoco de catastrofista... Al contrario, no me rasgo las vestiduras, porque tengo fe, y sé que el final de la Iglesia y del mundo será el triunfo del Reino de Dios. Éste, por cierto, ya está operante entre nosotros, y lo puede disfrutar cualquiera que, con corazón contrito, se acerque al altar de Dios. Pero no basta con decir ¡Señor, Señor!, sino que estaremos acercándonos al altar de Dios cuando, sin acritud, y con conciencia limpia, tratemos de iluminar para los demás la realidad que antes ha iluminado Dios para nosotros. Por eso no me arredro de decir en público estas cosas que digo -aún cuando no es plato de gusto ser despreciado y perseguido- sino que, encomendándome a Dios, sigo adelante, con el Padre Nuestro y el Ave María en los labios y en el corazón, y el ¡Gloria, Gloria, Gloria!, por los siglos de los siglos. Amén. 
Tiene la Santa Madre Iglesia una buena papeleta encima: contemporizar con quienes quieren acabar con Dios, o enfrentarse a ser pasto de las fieras. Yo insisto en que para acabar votando qué es pecado y qué no lo es, o quién merece ser obispo y quién no, no he hecho yo tan largo viaje dentro de la Iglesia, ni me he esforzado en llenar bien mis alforjas para eso; y soy de la opinión de que si hay que morir se muere, pero sin hacer el ridículo... porque si la sal se vuelve sosa, sólo sirve para tirarla a los caminos helados y que la pisoteé la gente. Toda la vida hemos visto películas de héroes que dan la vida por una causa noble, ¿y vamos nosotros a ser menos? ¿Es que nos va a salvar alguien distinto a Cristo, que murió en una cruz por nosotros? No, por cierto. Por otra parte, no surge mi opinión de que yo sea muy valiente, ni tampoco, espero, de que lo sea de piquillo pero a la hora de la verdad me vuelva atrás; lo que pasa es que tengo mucha experiencia de lo buenísimo que es Dios, y tengo la certeza -aunque a menudo me cueste vivirla- de que Él es muy capaz de llevarme hasta el final de esta historia de amor que mantenemos, muy capaz de hacerme pasar por el fuego sin quemarme, de ponerme duras pruebas y hacerme salir de ellas más fuerte, y sin permitir nunca que las pruebas superen mis fuerzas. Por todo esto, digo como San Claudio de la Colombière, en su esclarecido y audaz Acto de Confianza.

*[Cien días después de publicado este artículo volví a echarle un vistazo; y me encontré con que el video final estaba capado -los modernos hablan así de la censura digital. Ya van siendo muchas las veces que me encuentro textos saboteados; a los que aún creen que Internet es como el agua de la fuente les recomiendo que se despierten antes de que se caigan del guindo de mala manera. He vuelto a editar esta entrada, con el vídeo original. La paz.]





*Instituto de Medicina Legal

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