EL CATOLICISMO ZEN (actualizado)
He leído esta semana en IC el siguiente titular: "El Cardenal Zen dice que el Sínodo sobre sinodalidad no fue un verdadero sínodo de obispos; y que Fiducia Supplicans ha sido una sorpresa repugnante"; tal cual, aunque la noticia duró poco, y rápidamente fue trasvasada a la menos ortodoxa IV.
Esta novedad eclesial me ha hecho pensar que, por más que se nos haga duro oírlo, es preciso hacer incisivo el sentimiento de repulsa ante acciones que atacan la supervivencia de nuestra religión y de la vida humana misma.
Si Teilhard de Chardin -Telar del Cardo-,
amonestado por Doctrina de la Fe en los 60, es hoy referencia en Roma, el sacrificio
de la vida de Castellani ya está dando frutos, tal y como corresponde al sacrificio de un testigo. Porque para comprender el escandaloso asunto
eclesial del restablecimiento de Teilhard, nada mejor que revisar la lista de sus errores que elaboró ya en el año 1955 el abnegado sacerdote argentino. En efecto, en el número 27 del blog
del P. Iraburu leemos:
“…queda claro que tenía
razón Castellani cuando entre los errores principales de Teilhard señalaba «la
negación de la Parusía». Si Teilhard «profetiza» la eclosión final histórica y
triunfante de la Evolución, la Iglesia católica, enseñada por Dios, muy por el
contrario, nos asegura que ese advenimiento glorioso del Reino no se dará «en
forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último
desencadenamiento del mal» (Catecismo 677).”
“Disidencia cero”
es un concepto que, siendo inherente al nuevo orden, la prensa lacaya de éste se lo atribuye ladinamente a Putin; y es que esa expresión sintetiza el abismo de mal que precede a la
Parusía. Es equivalente a “Fin de la libertad; fin de la religión verdadera; fin
de la Humanidad”. Y eso, claro, no puede estar sucediendo en nuestro "Occidente, paraíso de la libertad"...
Escribo esto con el corazón encogido por el recrudecimiento de la persecución que sufro; y mi dolor es doble por comprobar hasta qué punto ha penetrado el mal en mi amada Iglesia. Debo decir, no obstante, y por encima de todo, que Dios me sostiene; y al respecto ya saben ustedes la teoría: que la Cruz, necedad para los griegos y escándalo para los judíos, es para los creyentes fuerza y sabiduría de Dios. Y con este escrito doy fe de que así es; como doy fe también de la cruel represión que está ya actuando entre nosotros, más destructiva que nunca, por encubierta.
Los más siniestros artificios de ingeniería social se ensayan hoy sin pudor. Con una población avasallada por las golosinas tecnológicas, se ejerce ya un control de masas que raya la ficción. Y en este sentido es, cuando menos, cándido, valorar positivamente un suceso mediático que tenga buena acogida en la audiencia; como una película de moda, por ejemplo. La explicación de que no pocas veces nos metan ese gol a la Iglesia es en el fondo la turbiedad ambiental en que nos obligan a vivir.
Escribo esto con el corazón encogido por el recrudecimiento de la persecución que sufro; y mi dolor es doble por comprobar hasta qué punto ha penetrado el mal en mi amada Iglesia. Debo decir, no obstante, y por encima de todo, que Dios me sostiene; y al respecto ya saben ustedes la teoría: que la Cruz, necedad para los griegos y escándalo para los judíos, es para los creyentes fuerza y sabiduría de Dios. Y con este escrito doy fe de que así es; como doy fe también de la cruel represión que está ya actuando entre nosotros, más destructiva que nunca, por encubierta.
Los más siniestros artificios de ingeniería social se ensayan hoy sin pudor. Con una población avasallada por las golosinas tecnológicas, se ejerce ya un control de masas que raya la ficción. Y en este sentido es, cuando menos, cándido, valorar positivamente un suceso mediático que tenga buena acogida en la audiencia; como una película de moda, por ejemplo. La explicación de que no pocas veces nos metan ese gol a la Iglesia es en el fondo la turbiedad ambiental en que nos obligan a vivir.
La crítica positiva de Nefarious en círculos católicos es un buen ejemplo de esta visión borrosa que nos afecta a todos. La cinta empieza
con un suicidio de manual de psiquiatría: “La persona sicótica no puede entender
lo que le está pasando”, a saber: “que tiene la impresión de que alguien lee su
mente”. En el caso del eminentísimo Dr. Pescador (en alemán ‘Fischer’), está
convencido de que el reo de muerte al que está peritando no está en sus cabales,
pero a él mismo le pasan cosas que no puede explicar con su ciencia, fenómenos
como que el retrato que preside su despacho se tuerza una y otra vez sin que
nadie lo toque. Finalmente, mantiene su diagnóstico de ‘enfermo’ para el condenado,
pero él se quita la vida. (Ver nota al pie)
Una persona acosada por
un demonio no puede subsistir con su sola inteligencia, por mucha que ésta sea,
pues la del Maligno es siempre muchísimo mayor. En tales batallas sólo se puede
salir victorioso si se combate en calidad de hijo de Dios, del Dios
omnipotente.
El Dr. Pescador, a diferencia de 'Pedro, el Pescador de Hombres', no era creyente, y sucumbió a la astucia del Maligno. Por otra parte, el siquiatra que le sustituyó en la peritación del reo tampoco era creyente, pero sin embargo no pereció. Pues, ¡atención!, porque justamente en este hecho se pone de manifiesto el verdadero propósito -súper-interesado y dañino- de esta película.
Ciertamente, entrar en diálogo con el demonio es una temeridad, máxime si no se es persona creyente, o de recta conciencia... y nuestro joven médico ya cargaba en sus espaldas con dos tristes acciones que habían adelantado la muerte de sus más estrechos prójimos: su madre y su hijo. Y por si esto no fuera suficiente para dejarle en extrema vulnerabilidad frente al Gran Mentiroso, transgredirá gravemente una vez más en el curso de la película la ley moral que prohíbe matar, firmando, a sabiendas de que era falso, el informe médico de aptitud psíquica que condenaba a muerte al acusado.
El Dr. Pescador, a diferencia de 'Pedro, el Pescador de Hombres', no era creyente, y sucumbió a la astucia del Maligno. Por otra parte, el siquiatra que le sustituyó en la peritación del reo tampoco era creyente, pero sin embargo no pereció. Pues, ¡atención!, porque justamente en este hecho se pone de manifiesto el verdadero propósito -súper-interesado y dañino- de esta película.
Ciertamente, entrar en diálogo con el demonio es una temeridad, máxime si no se es persona creyente, o de recta conciencia... y nuestro joven médico ya cargaba en sus espaldas con dos tristes acciones que habían adelantado la muerte de sus más estrechos prójimos: su madre y su hijo. Y por si esto no fuera suficiente para dejarle en extrema vulnerabilidad frente al Gran Mentiroso, transgredirá gravemente una vez más en el curso de la película la ley moral que prohíbe matar, firmando, a sabiendas de que era falso, el informe médico de aptitud psíquica que condenaba a muerte al acusado.
James Martin (etim.:
de Marte, el dios de la guerra) niega, al igual que el fallecido Dr. Fischer,
la existencia de espíritus, pero, a diferencia de su predecesor, no declara
loco a Edward. Por esta razón, el primer forense es acosado por el demonio hasta hacerlo decidir quitarse la vida, mientras que el segundo, que
mata injustamente a personas inocentes, se libra de la muerte. En esta paradoja está, como decíamos, la clave para entender correctamente la película.
Con la injusta ejecución del reo, el
demonio, ávido de almas, ya tenía la del joven médico en el bolsillo, pues uno que mata, reincide, y no se arrepiente, no actúa como amigo de Dios. Por tanto, lo de volver a él, como vemos que sucede en la última escena de la película, está fuera de lugar, y es la evidencia de que hay gato encerrado. Se trata, en definitiva, de hacer inútil el seguimiento de Cristo, de dejar sin efecto la Salvación, que únicamente Él puede proveer; y de hacerlo disimulada pero muy eficazmente, a saber, mostrando sin que a nadie le parezca raro que uno que se pliega a la mentalidad inmoral dominante (aborto, eutanasia, colaboración con la injusticia institucional) sigue siendo objetivo del Maligno; lo cual, dándole la vuelta, viene a ser tanto como decir que se puede estar con Dios y con el mundo... Pero, piénsese un poco, ¡para que va a acosar el Malo a uno de los suyos!
El final deja abierta la puerta a una segunda parte en que se seguiría exprimiendo esa feliz falacia del guionista, la cual quedó magistralmente grabada en la mente del espectador con la escena de la ejecución: En una insólita y súper-realista representación de un brutal ajusticiamiento en silla eléctrica, a la que asiste un 'grupito selecto' de observadores, el demonio asalta violentamente al joven médico; éste, privado del control de su cuerpo -¡excepto del de sus cuerdas vocales!- intenta matarse, aun cuando desea vivir -en ese momento, el espectador empatiza de forma espontánea con el 'pobre hombre asaltado por el mortífero espíritu', y asume como suya la invocación automática que pronuncian sus agraciadas cuerdas vocales cuando el poseído dirige el cañón de la pistola a
su cabeza: “Dios mío, ayúdame”. Los espectadores, consternados, le seguimos en su angustia, y le vemos disparar, ¡pam,
pam, pam!... tres veces, tres que oímos al percutor golpear la bala... sin que ésta salga de la cámara.
La sutil referencia religiosa en el momento del aprieto es triple, en referencia a un Dios Trinidad, cuyo vago reconocimiento sería suficiente para
salvarse. Más tarde le preguntarán a Martin en la televisión si se considera un hombre
bueno, a lo que él, haciendo un mohín, responde que eso espera (o algo así). De
esta manera, por empatía, se sitúa al espectador ante alguien semejante a él mismo, que, en definitiva, es uno que no
necesita seguir las huellas del Crucificado para salvarse, sino que obtiene refugio en la mentalidad buenista dominante, en el clásico pensar 'como todos', del cual, la sabiduría popular ya nos advierte que es el consuelo de...
Nótese que, en Nefarious, el desenlace del hombre de recta conciencia,
representado por el esforzado psiquiatra de la vieja escuela, del que intencionadamente se da una imagen de rígido, es aparentemente peor que el del
joven Martin, de conciencia mucho más laxa. La oposición entre ambos es total: uno aparece sólo fugazmente al comienzo, envuelto en sombras, y sombrío de aspecto él mismo; el otro, por el contrario, con ser peor persona (permítaseme la expresión, que no es un juicio) luce un aire atractivo, juvenil, desenfadado, exitoso, etc. Y este contraste hace de marco de referencia para toda la película, para que el protagonista resulte simpático. Ahora bien, respecto de esto, conviene señalar que el primero, por su rectitud de conciencia, está mejor posicionado para ir al cielo, mientras que el segundo lo tiene más difícil. Y desde este enfoque creyente de la película -el más relevante de los que cabe aplicar a una película sobre el demonio- no sólo se descubre ese truco del personaje bueno, sino que se destapa la verdadera razón de que James no muera, la cual no puede ser, de ninguna manera, un milagro, pues no sólo no era creyente, sino que tampoco era de recta conciencia. Más bien, en su caso, del mismo modo que el diablo movía el retrato de su enemigo Fischer para empujarlo a desear la muerte, el diablo 'impediría' la salida de la bala, para que uno de los suyos pudiera seguir extendiendo su reino (con minúsculas) por el mundo.
El objetivo de esta película es justamente apuntalar la fragilidad psicológica del nuevo ciudadano medio, que, renunciando a la verdad, y a la moral, para disfrutar de los beneficios de un Estado alcahuete, queda expuesto al infierno de una continua zozobra interior (Ver nota 2). La película pertenece, ciertamente, a la corriente mediática que arrincona como un trasto inútil lo que viene enseñando durante
siglos la Iglesia, que es la necesidad de hacer importantes esfuerzos en la vida, además de implorar del cielo la gracia, para
alcanzar la integridad personal -la entereza humana- y, con ella, la vida plena y verdadera (y eternamente dichosa). Y esa corriente está llamada a manar durante toda la vida del ciudadano del nuevo orden, como matraca propagandística destinada a protegerle del asalto continuo de su conciencia; los medios en general, intentarán persuadirle a todas horas -deformando siempre la realidad- de que puede dejarse llevar tranquilamente por la mentalidad (inmoral) de los nuevos tiempos, "la cual se ajusta mejor a la verdad que la antigua".
Mírese por donde se mire,
la imposición de la Agenda lo invade todo. Y cuando en círculos católicos se
toma en serio un dato extraído de los medios, se está practicando la misma
simulación que San Pablo reprochó en su día a San Pedro. Porque los datos que
circulan por los medios, sin excepción, son ruido, acción del Maligno, que no puede
ser tomada en serio sin incurrir en temeraria imprudencia, dado que es materia de fe la realidad
de que el Malo es como un león rugiente, que busca con su ruido asustar, para marear y hacer así perder el buen sendero al incauto, pero que nada puede si no se le hace caso, como al perro que ladra atado a una cadena.
Desgraciadamente, muchos se mueven en la Iglesia intentando legitimar el relato oficial anti-cristiano. ¡Insensatos y ciegos! ¿De qué les sirve ganar el mundo si arruinan su vida? La Agenda 2030 es un mundo sin Dios, otra quimera más, algo imposible. Es una elucubración insensata de hombres con el corazón embotado, que han perdido el norte. Manejan ideas enajenadas de lo que es el hombre, y se niegan a ver los signos que denotan su extravío.
El rostro de Dios que ilumina la vida del hombre -Jesucristo, el manso cordero que quita el pecado del mundo- les afrenta, e intentan deformarlo con todos los medios a su alcance. A la par que un plan civil, han preparado una plataforma de asalto a la Iglesia para suprimir el escollo del Dios-hombre: un ejército de 'cristianos sin Cristo', una avalancha de fieles que no necesitan del Buen Pastor porque ya tienen quien les apaciente. Se presentan en la Iglesia como renovación en la continuidad, pero han surgido de repente; y reclaman el protagonismo, añadiendo a su persuasiva ‘bondad’ una insidiosa amenaza: ¡engreído y arrogante el que no nos abra paso! Pero lo cierto es que aceptar esa carta de presentación suya es entregar la herencia de Jesucristo a quienes quieren acabar con Él.
Tienen el monopolio de los medios, y se exhiben en ellos como 'disidentes’, con distintas poses y trampas, para crear la apariencia de una sana diversidad y de una estable libertad católica. Y mientras inoculan esos calmantes a la grey, sufragan la apostasía de hecho al amparo de la confusión que fomentan, y nos van apretando más y más el cuello con el lazo de esa opinión pública manipulada.
Ante el avance imparable de esta marea, la Iglesia española, en lo que va de siglo, le habló a la sociedad cuatro veces: en 2002, a propósito del terrorismo; en 2006, para dar orientaciones morales; y en dos ocasiones más sobre la familia.
Desgraciadamente, muchos se mueven en la Iglesia intentando legitimar el relato oficial anti-cristiano. ¡Insensatos y ciegos! ¿De qué les sirve ganar el mundo si arruinan su vida? La Agenda 2030 es un mundo sin Dios, otra quimera más, algo imposible. Es una elucubración insensata de hombres con el corazón embotado, que han perdido el norte. Manejan ideas enajenadas de lo que es el hombre, y se niegan a ver los signos que denotan su extravío.
El rostro de Dios que ilumina la vida del hombre -Jesucristo, el manso cordero que quita el pecado del mundo- les afrenta, e intentan deformarlo con todos los medios a su alcance. A la par que un plan civil, han preparado una plataforma de asalto a la Iglesia para suprimir el escollo del Dios-hombre: un ejército de 'cristianos sin Cristo', una avalancha de fieles que no necesitan del Buen Pastor porque ya tienen quien les apaciente. Se presentan en la Iglesia como renovación en la continuidad, pero han surgido de repente; y reclaman el protagonismo, añadiendo a su persuasiva ‘bondad’ una insidiosa amenaza: ¡engreído y arrogante el que no nos abra paso! Pero lo cierto es que aceptar esa carta de presentación suya es entregar la herencia de Jesucristo a quienes quieren acabar con Él.
Tienen el monopolio de los medios, y se exhiben en ellos como 'disidentes’, con distintas poses y trampas, para crear la apariencia de una sana diversidad y de una estable libertad católica. Y mientras inoculan esos calmantes a la grey, sufragan la apostasía de hecho al amparo de la confusión que fomentan, y nos van apretando más y más el cuello con el lazo de esa opinión pública manipulada.
Ante el avance imparable de esta marea, la Iglesia española, en lo que va de siglo, le habló a la sociedad cuatro veces: en 2002, a propósito del terrorismo; en 2006, para dar orientaciones morales; y en dos ocasiones más sobre la familia.
La última de éstas fue en diciembre del 2022, con un texto de
Monseñor Argüello que hizo suyo la Conferencia Episcopal. Surgiendo como un oasis en el desierto postcovid por el que vagábamos, y dada la
gravedad del tema, que además era especialmente sangrante para mí, hice el esfuerzo de leerlo.
En cerca
de treinta mil palabras, con un estilo moderno, la carta pone el dedo en todas las llagas
sociales, y hace el diagnóstico de sus causas, atribuyendo a la ausencia de
Dios el gran desorden que describe. Es un texto abigarrado, con muchas
referencias, y que abarca muchos frentes en los que resalta la necesidad de
Dios. Tan solo la parte final, la de soluciones, se queda floja; y el importante
esfuerzo clarificador previo no se remata con una valiente propuesta del seguimiento
y la imitación de Cristo como remedio. En vez de eso, unas pinceladas sueltas, apelando a la unión de pueblos y al diálogo con todos, reducen a un indefinido y desangelado boceto la esperanza cristiana para los próximos tiempos. Se rompe así, tristemente, con la fecunda historia pastoral que ha dado origen al espléndido paisaje de la tradición cristiana; la cual, en las grandes
encrucijadas de la Historia, siempre supo señalar caminos de progreso. A este
respecto, resulta muy esclarecedor comparar la escasa relevancia que se da a la figura de
nuestro Salvador en este texto respecto al de hace apenas dos décadas: frente a
las noventa y tres veces que los nombres de Jesús, Jesucristo, o Cristo aparecen en 'La Familia, Esperanza de la Sociedad', esos nombres tan sólo se mencionan en ocho ocasiones en 'El
Dios Fiel que mantiene su Alianza' (con los que guardan sus preceptos).
Catolicismo 'Zen' o 'Zona Cero' católica
El dulce nombre de Jesús
se pronuncia con miedo en los grandes púlpitos. ¡Qué abismo, pues, en la
predicación, nos separa del apóstol de los gentiles!: “Para mí la vida es
Cristo, y una ganancia el morir”. ¡Qué vacío de doctrina se abre ante el hombre
de este siglo! Y, como no puede ser de otra forma, el espacio libre lo van
llenando los okupas… y se les hace sitio sin rechistar; sin cuestionar la
legitimidad de su origen, la improbable fortuna de que de donde no había se
haya podido sacar, la increíble fábula de que de una Iglesia acobardada surja
de repente -sin purificación martirial previa- una Iglesia vigorosa y creativa.
Se acepta, finalmente, su mayoría de edad sinodal, sin que nadie se atreva a decir que
una cosa es la fe y otra el marketing; que una cosa es un cristiano, y otra, bien distinta, un forofo.
Pero, claro, la trampa rescampla, como decimos en Asturias, y asoma ya el engaño obscenamente: En las asambleas cristianas cada vez rige menos la ley del amor y la libertad, pues está amordazada; y por eso se intentan salvar las apariencias de vida nueva en el espíritu a base de ardides, señuelos, intrigas, técnicas de dominación psicológica -la nociva culpabilización, la difamación, y hasta la calumnia- y abusos varios cada vez más destructivos.
La situación es apremiante: Catolicismo Zen o Zona Cero Católica. O se pone en pie la Iglesia en medio de las plazas, levantándose testigos que hablen palabras como espadas ante los jueces, o vendrá el Señor definitivamente. Vendrá en forma de un fuego de fundidor que nos purifique de nuestras idolatrías y apegos mundanos, o vendrá en forma de Juez que nos examine del Amor; pero ciertamente, Jesús vuelve, como decía Castellani hace ya setenta años… Y entonces, ¡que Él nos dé fuerzas para resistir, o que nos pille bien confesados y arrepentidos!
(1) Uno de los más señeros catedráticos de Filosofía de la segunda mitad del S. XX, D. Gustavo Bueno, vio muy acrecentada su fama con el ascenso del felipismo, por haberse significado en la etapa previa a ese boom como intelectual de izquierdas. Asiduo en las tertulias televisivas, le oí decir en cierta ocasión que cuando tenía alguna duda conceptual acudía a la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino. (D. Gustavo fue coherente durante toda su vida, y, a pesar de las represalias de los que antes habían sido sus valedores, criticó acerbamente la deriva de Zapatero. Hacia el final de su presencia pública, ya se declaraba abiertamente ateo católico). En cuanto al aquinate, con ser monumental el impulso que dio a la filosofía en el siglo trece, recibió antes de morir revelaciones tales en torno a la verdad que le llevaron a declarar que todo lo que había escrito en su vida no eran más que pequeñeces. Pues bien, una de esas menudencias suyas nos aclara muchas cosas respecto a la naturaleza de los ángeles, y, por tanto, de los demonios.
En la clásica estructura de la Summa, el teólogo presenta asuntos controvertidos de fe sobre los que él toma postura y aporta su punto de vista. En la cuestión 51, dice: «Ahora hay que tratar sobre los ángeles en su relación con lo corporal. En primer lugar, su relación con lo corpóreo; después, con el lugar; luego, con el movimiento local.
La cuestión referente a la relación de los ángeles con lo corporal plantea y exige respuesta a tres problemas:En relación al tercero de estos problemas, leemos:
Objeción 6: “Engendrar a un hombre es una acción vital. Pero esto le corresponde a los ángeles en los cuerpos que toman, pues se dice en Gen 6,4: Después que los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres, y éstas tuvieron hijos, éstos son los poderosos de la antigüedad, varones famosos. Por lo tanto, los ángeles ejercen acciones vitales en los cuerpos asumidos.”
Contra esto: los
cuerpos que asumen los ángeles no son cuerpos vivos, como dijimos anteriormente
(a.1 ad 3). Por lo
tanto, tampoco por medio de ellos pueden ejercer acciones vitales.
Respondo: Hay
unas determinadas acciones vitales que tienen, con otras que no lo son, algo en
común. Ejemplo: Hablar pertenece a los seres vivientes, y, sin embargo,
coincide con otros sonidos de seres inanimados en cuanto sonidos. Andar también
coincide con otros movimientos en cuanto tales movimientos. Por lo tanto, en lo
que respecta a lo que hay de común a una y otra acción, los ángeles pueden
ejercer acciones vitales en los cuerpos que toman. Pero no con respecto a lo
propio de los seres vivientes, pues, como dice el Filósofo en el libro De
Somn. et Vig., "a quien tiene la capacidad, a éste pertenece la
acción". Por ello, no puede tener acción vital lo que no tiene vida,
que es el principio potencial de la acción.
Como dice Agustín en
XV De Civ. Dei: Muchos de los que experimentaron, o que lo oyeron de
los que lo habían experimentado, confirman que los silvanos y los faunos,
vulgarmente llamados íncubos, muchas veces han exigido mujeres y se han unido a
ellas. Por lo tanto, negar eso es una torpeza. Pero bajo ningún concepto los
santos ángeles de Dios pudieron tropezar de este modo antes del diluvio. Por
eso, por hijos de Dios son entendidos los hijos de Set, que eran buenos. Y por
hijas de los hombres la Sagrada Escritura designa a las nacidas de la estirpe
de Caín. No hay que extrañarse, pues, que de ellos pudieran nacer gigantes. Ni
todos lo fueron, pero antes del diluvio hubo muchos más gigantes que después. Pero,
aun suponiendo que alguna vez nazcan hombres de una unión habida con los
demonios, no son engendrados por un principio vital del demonio o por el cuerpo
que lleva unido, sino que ha sido tomado de algún hombre para tal objetivo.
Esto es lo que sucedería, por ejemplo, si el demonio se hace súcubo ante el
hombre, e íncubo ante la mujer, ya que también toman las semillas de algunas
cosas para engendrar cosas
distintas, como dice Agustín en III) De Trinitate (*). En
este caso, el hijo que nace no es hijo del demonio, sino hijo del hombre del
que tomó el ser.»
(*) “Dada mi capacidad, creo haber discutido y probado suficientemente cuanto en este libro me había propuesto. Consta, pues, por argumentos probables de razón, en cuanto son al hombre, y mejor a mi flaqueza, asequibles, y por la autoridad firme de los testimonios divinos, sacados de las Santas Escrituras, cómo aquellas voces sensibles y aquellas formas corpóreas con que se vieron favorecidos nuestros vetustos Padres antes de la encarnación del Salvador, cuando Dios se les aparecía, eran obra de los ángeles; ora hablasen y actuasen en nombre de Dios, según probamos ser costumbre entre los videntes; ora tomasen de la creación una apariencia disconforme con su naturaleza, apariencia en la que Dios se manifestaba simbólicamente a los mortales. Y este género de apariciones tampoco lo silenciaron los profetas, como nos lo enseñan múltiples ejemplos de la Escritura.” [Como, por ejemplo, una zarza que arde sin consumirse; o, también, un cuadro que se inclina sin que nadie lo empuje… El caso de Dorotea ilustra de manera simple y analógica lo que realiza el diablo cuando mueve objetos; su inteligencia superior le permite aprovechar las variaciones que acontecen naturalmente en el mundo físico para lograr efectos semejantes a los que sólo puede conseguir una persona viva.]
Pero, claro, la trampa rescampla, como decimos en Asturias, y asoma ya el engaño obscenamente: En las asambleas cristianas cada vez rige menos la ley del amor y la libertad, pues está amordazada; y por eso se intentan salvar las apariencias de vida nueva en el espíritu a base de ardides, señuelos, intrigas, técnicas de dominación psicológica -la nociva culpabilización, la difamación, y hasta la calumnia- y abusos varios cada vez más destructivos.
La situación es apremiante: Catolicismo Zen o Zona Cero Católica. O se pone en pie la Iglesia en medio de las plazas, levantándose testigos que hablen palabras como espadas ante los jueces, o vendrá el Señor definitivamente. Vendrá en forma de un fuego de fundidor que nos purifique de nuestras idolatrías y apegos mundanos, o vendrá en forma de Juez que nos examine del Amor; pero ciertamente, Jesús vuelve, como decía Castellani hace ya setenta años… Y entonces, ¡que Él nos dé fuerzas para resistir, o que nos pille bien confesados y arrepentidos!
(1) Uno de los más señeros catedráticos de Filosofía de la segunda mitad del S. XX, D. Gustavo Bueno, vio muy acrecentada su fama con el ascenso del felipismo, por haberse significado en la etapa previa a ese boom como intelectual de izquierdas. Asiduo en las tertulias televisivas, le oí decir en cierta ocasión que cuando tenía alguna duda conceptual acudía a la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino. (D. Gustavo fue coherente durante toda su vida, y, a pesar de las represalias de los que antes habían sido sus valedores, criticó acerbamente la deriva de Zapatero. Hacia el final de su presencia pública, ya se declaraba abiertamente ateo católico). En cuanto al aquinate, con ser monumental el impulso que dio a la filosofía en el siglo trece, recibió antes de morir revelaciones tales en torno a la verdad que le llevaron a declarar que todo lo que había escrito en su vida no eran más que pequeñeces. Pues bien, una de esas menudencias suyas nos aclara muchas cosas respecto a la naturaleza de los ángeles, y, por tanto, de los demonios.
En la clásica estructura de la Summa, el teólogo presenta asuntos controvertidos de fe sobre los que él toma postura y aporta su punto de vista. En la cuestión 51, dice: «Ahora hay que tratar sobre los ángeles en su relación con lo corporal. En primer lugar, su relación con lo corpóreo; después, con el lugar; luego, con el movimiento local.
La cuestión referente a la relación de los ángeles con lo corporal plantea y exige respuesta a tres problemas:En relación al tercero de estos problemas, leemos:
Objeción 6: “Engendrar a un hombre es una acción vital. Pero esto le corresponde a los ángeles en los cuerpos que toman, pues se dice en Gen 6,4: Después que los hijos de Dios se unieron a las hijas de los hombres, y éstas tuvieron hijos, éstos son los poderosos de la antigüedad, varones famosos. Por lo tanto, los ángeles ejercen acciones vitales en los cuerpos asumidos.”
(*) “Dada mi capacidad, creo haber discutido y probado suficientemente cuanto en este libro me había propuesto. Consta, pues, por argumentos probables de razón, en cuanto son al hombre, y mejor a mi flaqueza, asequibles, y por la autoridad firme de los testimonios divinos, sacados de las Santas Escrituras, cómo aquellas voces sensibles y aquellas formas corpóreas con que se vieron favorecidos nuestros vetustos Padres antes de la encarnación del Salvador, cuando Dios se les aparecía, eran obra de los ángeles; ora hablasen y actuasen en nombre de Dios, según probamos ser costumbre entre los videntes; ora tomasen de la creación una apariencia disconforme con su naturaleza, apariencia en la que Dios se manifestaba simbólicamente a los mortales. Y este género de apariciones tampoco lo silenciaron los profetas, como nos lo enseñan múltiples ejemplos de la Escritura.” [Como, por ejemplo, una zarza que arde sin consumirse; o, también, un cuadro que se inclina sin que nadie lo empuje… El caso de Dorotea ilustra de manera simple y analógica lo que realiza el diablo cuando mueve objetos; su inteligencia superior le permite aprovechar las variaciones que acontecen naturalmente en el mundo físico para lograr efectos semejantes a los que sólo puede conseguir una persona viva.]
(2) Tal y como dice la encíclica Redemptor Hominis, en su número 10:
"El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. Por esto precisamente, Cristo Redentor, como se ha dicho anteriormente, revela plenamente el hombre al mismo hombre."
Por esa razón, excluido Cristo del horizonte humano, excluido el amor desinteresado, el hombre queda sumido en la ignorancia de sí mismo y del mundo, y experimenta ansiedad y angustia.
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