LUZ DE LUZ

En el centro de la villa del oso y el madroño, en la esencia de España, se conoce y se vive esta verdad. 


Efectivamente, Dios está vivo; es uno de nosotros, y , aunque es cierto que en los últimos veinte siglos está en la gloria, atravesando un largo momento dulce, también tuvo momentos malos, muy malos, los peores que imaginarse puedan. Por esto estamos de suerte, porque "uno" que lo puede todo, y lo entiende todo, y lo penetra todo, vive a nuestro lado mendigando nuestro amor. ¿Será posible una suerte mayor que ésta? Ciertamente, no.
Si yo no soy un cantamañanas, y estoy convencido de estas cosas, y las vivo, y disfruto de ellas como un verderón, ¿qué puede impedir que cualquier otro las viva?
A bote pronto distingo varios obstáculos: la cultura dominante, el miedo, y el rechazo a no ser tú el que lleve las riendas de tu vida.
Cuando nacemos somos "depositados" en un hábitat preexistente, que nos marca, querámoslo o no. Cuanto más reacio sea ese ambiente a admitir que los humanos somos creados por Dios -por desbordamiento de su amor- más difícil tendremos el vivir con arreglo a la Buena Noticia.
El temor a sufrir es otra traba seria; sobre todo si consideramos que el miedo es un recurso básico para dominar, que se ha venido usando desde que el hombre es hombre, y ahora más que nunca. Los poderosos nos cocinan en ese caldo de temores de todo tipo, y nos privan de Dios; porque, ¿qué miedo no se disuelve como un azucarillo en el café si uno se siente protegido por su Todopoderoso Padre? También la machacona insistencia en divulgar razones 'científicas' para todo es un método de inocular miedo; porque refuerza una autoridad -la de 'los expertos'- que uno nunca podrá adquirir del todo. "¿Por qué hablamos del tiempo en el ascensor? Los últimos estudios revelan..."; ¡con qué frágiles cadenas nos esclavizan! ¡una ciencia vasalla de un poder corrupto, tomada por la verdad última! El recurso a la ciencia hoy en día es una forma refinada de eclipsar a Dios, de dejarnos huérfanos de la verdad que nos libera. 
Por otro lado, sea sufriendo o pasándolo bien, queremos ser "nosotros" los que actuemos, los protagonistas de nuestra vida; hay una especie de rechazo, o repugnancia, a no ser "yo" el que salga adelante de tal o cual situación; y nos resulta árido y desabrido ponernos a rezar para resolver un problema, por gordo que sea. 
Y en este punto hago una confidencia (aunque ya lo publiqué en su día en 153 rosas): Yo acepté dejarle a Dios ser mi jefe porque no me quedaba otro remedio; de hecho, veía imposible que funcionase, pero el modo amable en que el Señor me lo planteó, y el hecho de que no tenía mejor alternativa, me animaron a dar el paso.
Tenía entonces treinta y dos años, y he de confesar que todavía hoy, pasados casi otros tantos, aún no me he acostumbrado 'del todo' a reconocer que yo no puedo nada por mí mismo, y que la vida me viene de Él, y por Él,  a borbotones. Pero en todos estos años, de sincera relación con el Resucitado, he ido, a pesar de mis descuidos y reticencias, aprendiendo, sufriendo, a obedecer; y, sin mérito por mi parte, hoy conozco ya el gusto de la felicidad que da el tratar con el Dios vivo ("mi buen Dios", como decía Benedicto XVI).
Esa felicidad es la que Él mismo nos desvela en Proverbios 8: "Mi delicia es estar con los hijos de los hombres"; y, en nuestro caso, "estar con el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo".
Pronto celebraremos solemnemente el acontecimiento de la venida a nosotros del Espíritu de Dios, regalo inmejorable del cielo. Al recibirlo, los apóstoles se transformaron radicalmente: de ser unos ciudadanos más, a ser vanguardia del cambio cultural definitivo; de ser cobardes a morir mártires; y de ser simples hombres a ser los cimientos indestructibles de la nueva humanidad.
Modestia aparte, este texto me ha sido sugerido por ese Espíritu multiforme que todo lo penetra, todo lo conoce, y todo lo ilumina. A Él, la gloria y el honor por siempre. Amén.  La luz vence tinieblas

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