COMO DECÍAMOS AYER

A menudo usa Dios nuestras manos para el bien, si le dejamos. ("Manos que oran", de Albrecht Dürer) 

Leo en el ABC que la AN retira la acusación de terrorismo a Puigdemont. La transgresión violenta de un dirigente -por la que casi ocho millones de personas vieron suspendida y amenazada su soberanía y sus derechos- investigada durante siete años con dinero público, ha sido enviada al garete por pesar menos en la balanza de la Justicia que el menoscabo de unas horas en el derecho de defensa de una reo involucrada. No hay derecho.

Hace siete años también, aprovechando un mal momento familiar, se abrió una causa contra mí acusándome de poner en peligro la vida de personas. Por esa misma razón se me declaró incapaz para trabajar, y se me llevó al juez con la intención de incapacitarme para el uso y disfrute de mi condición de ciudadano. Pero lo cierto en todo ese asunto es que soy perseguido por mi adhesión a la Verdad.

Al contrario que a Puigdemont, al que invitan a merendar macarons un día sí y otro también, a mí no me han eximido de culpa; y la he tenido que pagar muy cara, sin tenerla.

Por decir que unos poderosos ejercen violencia sobre el mundo entero por llenar el vacío de su corazón, y justifican la destrucción de las familias, la economía y el Derecho con la excusa de hacer un paraíso en la tierra; por decir eso, vivo calumniado y perseguido;  y si aún no he sucumbido es porque Dios está de mi lado.

Un tsunami perfectamente democrático barrió mis posesiones y mis afectos; y sólo agarrado a 'un madero' conseguí salvarme yo y salvar a mi familia. Angustias y aprietos incontables; una tortura de catorce años. 

El último episodio fue la comparecencia ante una juez acusado de herir a una persona, con la petición fiscal de tres años de cárcel. Esa persona se codea con gente muy influyente, mientras que yo 'estoy solo con Dios y con este triste blog', y calumniado. Para probar mi inocencia llevo haciendo equilibrios inimaginables desde hace años -no en vano Dios me concibió Arlespín- y en los momentos de mayor peligro me rescata ese buen Dios con un conejo de su chistera. Así me mostró, por ejemplo, que el suelo de nuestro apartamento estaba partido de obra y habían camuflado el punto de quiebra bajo un armario, por lo que pude salvar el pellejo de la acusación de loco temerario con la que tramaban encerrarme. Y ahora, hace unos días, se reabrió el proceso, preparándolo con muchas trampas y violencias. 

Ya conté cómo una abogada, dizque católica, que engañó en su día al buen sacerdote que me la recomendó, evitó avisarme de la celebración de la vista oral en la que yo probaría mi inocencia con el Acta Notarial en que se delataba el fallo de obra escondido. Con ése y muchos otros ardides me habían ido empujando a tener que abandonar mi domicilio; aunque gracias a Dios junto con mi familia, de la que no habían conseguido separarme aún habiéndolo intentado a conciencia, con toda clase de maldades, mentiras y testimonios falsos.       

En el pasado mes de junio dispusieron su nueva embestida. Sin dejar de hostigar en mi entorno -desde el próximo hasta el lejano- me sentaron de nuevo en el banquillo. La maraña de tropiezos con que habían sembrado mi camino, me había hecho llegar allí cansado; y por eso acepté sus condiciones "de paz". Mi defensa me animó a ello: 'Es mejor pagar que arriesgarse a ir a la cárcel'. Treinta mil euros y aceptar no acercarme a menos de 500 m de donde se encuentre la vecina; en la práctica, tener que vender nuestras dos viviendas. 

Ya habíamos dado la conformidad, e iba a celebrarse el juicio donde la firmaríamos, cuando aconteció que, tratando de salvar los muebles de nuestras propiedades, me abordó por la espalda una mujer y, golpeándome con un palo varias veces, me dijo: "Eres hombre muerto". Esa tarde fui al hospital y obtuve un parte de lesiones; el médico me burló y no describió las heridas.




Tampoco me dijo mi abogado qué hechos se darían por probados de entre el cúmulo de disparates que constituían la acusación; tan sólo me detalló las penas. Cuando los leí, quedé consternado, pues los hechos que la jueza consideraba probados me dejaban convicto de ser "el loco de la radial". Leí con el corazón encogido, pero haciendo de tripas corazón, pasé por alto la tremenda injusticia que se hacía conmigo para quedarme tan sólo con un dato: que los apellidos de la denunciante estaban alterados. 

Solicité la corrección inmediata del documento de la sentencia, y en el 'Auto de Rectificación' dictado por la Magistrada se evidencia su intención prevaricadora, pues, después de corregir y fijar bien la identidad de la acusadora, tilda el hecho impugnado de detalle, y afirma haberse 'equivocado' sólo en uno de los apellidos, y justo en el que la deformación era menor. Tratándose de una causa por lesiones, que nos infringió un castigó familiar tan severo (desahucio, desprestigio, saqueo, tortura psicológica... por la que la causa se puede prolongar con más mentiras y que ya nos ha bloqueado otros doce mil euros), estimar como cosa nimia la imposibilidad de identificar a quien promovió tal atropello, es de por sí indicio de parcialidad. Pero, además, reducir esa traba a 'un error material' por el que 'simplemente' se cambia una 'a' por una 'o', sin mayor trascendencia que la de un tropiezo lingüístico, sin considerar que un apellido de quien Su Señoría estima sujeto lesionado no es un dato secundario sino esencial, y sin querer reconocer tampoco que  del otro apellido se borraron tres de sus cuatro palabras, constituye un claro testimonio de culpa, pues la jueza no sólo reconoce su error en un asunto esencial sino que lo desfigura para quitarle gravedad.

Al comentarle mi caso a un notable Juez de la ciudad, reconocido católico, versionó mi persecución como un conflicto de intereses en el que, a pesar de tener yo a mi alcance los medios para hacer valer mis derechos, había optado por conveniencia propia por renunciar a mi defensa. La urdimbre del perverso acoso institucional que sufro, pagada con nuestros propios impuestos, sobrepasa tan abrumadoramente mi capacidad de gestión, que resulta grotesco que un eminente miembro de la judicatura, con visión católica, no llegue ni siquiera a atisbar la desproporción abismal de fuerzas que en determinados casos pesa sobre el ciudadano corriente.

Esa miopía tiene mucho que ver con la batalla que el nuevo orden libra en el frente de la Iglesia. El marco es que, sembrando confusión por doquier, la flaqueza humana -los respetos humanos y el miedo- y la falta de fe, inducen incluso a la jerarquía eclesial a aceptar criterios de autoridad basados en el saber humano, y no en el conocimiento verdadero propio de los creyentes. Esta tesitura propicia una ceguera progresiva en los fieles, pero, lo que es peor, priva al mundo de la luz de Cristo. 

Hace poco fui testigo de un ejemplo singular de este oscurecimiento, o mejor, de dos. Una charla formativa trajo a colación de la audiencia el caso de un converso ruso; detallaba él mismo las circunstancias de su conversión, y en un momento dado confesó la sin par intercesión de cierta advocación de la Virgen, a la que por tanto tenía especial devoción; al hacerle ver un oyente que la mesa de la ponencia tenía justo detrás esa imagen, se giró el testigo y se felicitó por el hallazgo, pero no acababa de hacerlo cuando uno de entre el público dejó en evidencia su impostura al aclarar, inocentemente, que la imagen aludida no era la del Socorro sino la de Częstochowa. La explicación de que medren en la Iglesia agentes de iniquidad es que muchos de ellos, cargados de ciencia humana, dan soporte a la soledad y acoso que experimentan nuestros obispos y cargos de la curia. Y aunque este hecho es del mundo a esta parte, no por eso debemos intentar hacerle frente y poner los  medios para que no suceda.

El otro ejemplo es más prosaico; se trata del penalti contra España no pitado. Todo el mundo lo vio y no pasó nada. Hubo tongo, naturalmente; convenía que ganara España*, y ganó. Obviamente, el guion era otro, pero la mano de Dios movió la de Cucu, porque Dios todo lo puede y nadie le hace sombra; y dejó dicho que el poder de las tinieblas no tumbará a la Iglesia. Amén.

*[Salió Sánchez en la tele diciendo que aquello era una final; así que "su selección", y él mismo, su maltrecha imagen, que frena el avance del nom, habrían de salir reforzados; lástima que al conejo se le vieran las orejas. Así las cosas, mi predicción es que Francia va a ganar la Eurocopa, para que los gabachos no hablen del fraude electoral que acaba de encumbrar a Francestein, primo hermano de Franky, llamado asimismo a rematar la demolición de la vecina Galia.]









  

Comentarios