COSA DE NIÑOS

 

"El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno
de mis discípulos, por serlo, no dejará de recibir su paga." (Mt 10, 42)
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El que fuera gran pecador, Mateo el publicano, nos dice que el que hace algo en nombre del Bien no dejará de tener recompensa (y eso que él había sido uno de esos que optan por buscarse por su cuenta las recompensas). Este pecador se dejó encontrar por el dueño de todas las prebendas, y de todos los bienes; en aquel encuentro suyo, bastó que Jesús le dijera "Sígueme", para que lo dejara todo y le siguiera. 

Mateo aún no acaba de creerse que sea a él, y no al de al lado, al que está llamando Jesús ("Vocación de Mateo", de Caravaggio)

¿Cómo supo Mateo que Jesús traía algo nuevo y por demás valioso a su vida? La respuesta está en la historia íntima de su corazón; no muy distinta, por cierto, en lo fundamental, a la de cualquiera de nosotros. El que busca tesoros y ve el brillo de un diamante rojo sabe sin duda que ha encontrado la gema de su vida. ¿Y quién no busca la riqueza de este mundo y lo que ésta representa? Ahora bien, hablando de bienes, si estimamos la opinión de los que nos han precedido, hemos de convenir que la libertad es el mayor de los tesoros:
"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres."
Un brillo refulgente de libertad pura, preciosa, indestructible -que el genio de  Caravaggio pintó como un haz de luz que acompañaba a Jesús- deslumbró a Mateo, haciéndole ver, definitivamente, que el tesoro que él buscaba no estaba en el dorado metal. De alguna manera misteriosa, los valores del Evangelio brillaron más ante Mateo que la vida lujosa que afanaba (él y sus 'amigos' vivían defendiéndose y aislados - espadas al cinto y ropas que los distinguían- mientras que Jesús y San Pedro, en su simplicidad, eran libres).
En la euforia desatada por la victoria de España en la Eurocopa, los jóvenes de Toledo estuvieron paseando la bandera patria durante horas por las calles de la ciudad. Iban y venían en sus coches con flamear de enseñas y pitidos, contentos de tener un motivo incuestionable para sentirse orgullosos. Sentados en el paseo de la Vega, mi esposa y yo contemplamos ese espectáculo tranquilamente, sin que ninguna estridencia nos molestara. En el par de horas que nos expusimos al júbilo de los jóvenes, tan sólo escuchamos una expresión altisonante, de uno de a pie: "¡Me cago en mi libertad!". Dios mismo debió de nombrarle portavoz para nosotros del estado de ánimo de nuestra juventud.
Siguiendo a Cervantes, aquel grito equivalía a desear el mayor mal que puede padecer el hombre. Probablemente aquel joven no era consciente de lo que estaba diciendo, y podría simplemente estar repitiendo 'algo que había oído en las redes'; en cualquier caso, nos daba noticia del drama que está padeciendo nuestra juventud.
En general, hacerse adulto -adulterium- es siempre algo penoso; pero hoy en día lo es aún más. Porque el molde de persona mayor, de suyo siempre deficitario, ofreció durante siglos unos contornos de estabilidad (un marco de respetabilidad, hecho de virtudes socialmente aceptadas), pero actualmente ya no está disponible esa opción; el viejo molde 'adulto' está hecho polvo. El ejemplo más claro de esto es que los roles esposo y esposa, papá o mamá, vinculados tradicionalmente a la condición de adulto, han pasado a ser residuales en el último medio siglo, meros ingredientes entre muchos del turbio caldo de posibilidades de la vida moderna. No sólo está hecho añicos el espejo mínimamente veraz en que podían mirarse los jóvenes, sino que ha desaparecido también el marco que rodeaba ese espejo: una forma social digna de referencia. 
Al suprimirse el respeto al orden natural, que consagra la vida humana como el bien superior en torno al cual se hace posible el consenso y el orden, el marco legal que amparaba nuestras sociedades se ha desvencijado. Destruidos o viciados los códigos escritos, se va imponiendo la ley del más fuerte, y el Derecho resiste sólo atrincherado en bastiones individuales, o inoperante en reductos clausurados de nuestras conciencias.
Si pudiéramos reabrir esos cofres recónditos podríamos provocar la reacción necesaria para hacer frente al avance del mal, pero eso es muy difícil por la maraña de monstruos que vigilan los accesos a esos santuarios, deformidades de la razón intencionalmente generadas. Partiendo de la inalienable dignidad humana la propaganda oficial declara, torticeramente, iguales en dignidad cualesquiera pareceres, sentimientos, o elecciones; y se consagra por tanto como dogma incuestionable la decisión de la mayoría (el derecho positivo) y como herejía castigada con la muerte el promover la búsqueda de acuerdos humanos basados en la bondad presente en nuestra naturaleza.  
En lo concreto, este marco general cobra el aspecto de una reivindicación popular de la sin-razón individual, que dinamita de hecho toda posibilidad de convivencia, desde la más básica, que es la familiar, hasta la más elevada, que es la comunidad de fe.
El abanderado que se ciscaba en su libertad mancillaba, sin darse cuenta de ello, su propio pasado personal y colectivo, su lengua y su cultura, y hasta su propio país (el que le había proporcionado -paradójicamente- la fuerza anímica necesaria para proferir su exabrupto). El mozo exponía a los cuatro vientos la lamentable contradicción en que se desenvuelve su vida, el lacerante sin sentido en que se ve obligado a vivir, digno de toda compasión y lástima.
Es muy grave, pues, contribuir a la permanencia de ese estado de cosas, aunque hay que comprender que cuesta hacerles frente, por la tremenda violencia que ejercen sus promotores. De hecho, hay sólo un modo de acometer esa tarea, y es el que ha inaugurado para nosotros el amor misericordioso de Dios. Él, consciente de nuestro desvalimiento frente a las fuerzas del Mal, quiso recrear nuestra naturaleza herida mediante el sacrificio eterno de su Hijo. La imitación de la pasión, muerte en cruz, y resurrección de Jesucristo, es el único camino practicable para esa lucha a la que estamos llamados.
"Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis vuestro descanso; porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera." En este manifiesto fundamental se esboza el principio de acción triunfador: la relación personal con Jesucristo, y la mansedumbre; justo lo contrario de lo que nuestra naturaleza herida nos sugiere. El que tenga oídos, que oiga...

Sancho mira burlón la bacía de barbero que su amo toma por el yelmo de oro del legendario Mambrino. (Foto en el Alcázar de Toledo, con motivo del grabado de Gustavo Doré)

Elegida por Dios punta del iceberg, la juventud española, que sufre como ninguna otra la esquizofrenia de vivir en el fango mientras una voz le cuenta que está en el cielo, se cuece en el caldo de esta dolorosísima contradicción con riesgo de inflamarse, y avisados los grandes magnates de este peligro, acordaron insuflarle un balón de oxigeno copero que templara sus ánimos. El resultado fue una Eurocopa en versión nini. El mejor niño: un hijo de inmigrantes marroquíes; la mejor niña: la infanta. Un cuento de hadas políticamente correcto. Lo único malo: el desprestigio del deporte. 
Hace años que los medios son el catering de las emociones que conviene servir; el maestre-sala es muy exigente, y filtra hasta el último tropiezo para obtener el más depurado producto. Nada de lo que aparece en pantalla es casual. A mí, que soy antiguo, me llamó la atención el novedoso estilo visual de esta eurocopa, muy similar a los partidos que yo les veía jugar en la play a mis sobrinos: el público, tan difuminado y anodino que se diría que no está; los locutores, semejantes a alienígenas; y la visión técnica, a cargo de una voz ronca femenina, y además gallega, calculado paradigma de la ambigüedad. Todo aséptico, virtual, transhumanizado; irreal e inquietante hasta el punto de robarle a Alemania el pase a la final sin que se alborotara nadie... Es lo que hay.
Pero ¿es eso todo, realmente? ¿En verdad no hay escapatoria? ¡Qué más quisieran los que nos oprimen! Tienen nuestra hacienda y nuestra vida, ciertamente, pero el honor... "el honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios", como bien dijo Calderón.
Ahí está la piedra de tropiezo, el punto débil de esta distopía en marcha. Para que se pudiera lograr el desquiciado sueño de estos nuevos tiranos haría falta que esta realidad intangible del sentido de pertenencia a Dios, firmemente arraigada en la conciencia de muchos de nuestros paisanos, se desclavara para siempre de sus corazones. Pero tal cosa -creo y por eso hablo- no llegará nunca a suceder, aunque corra la sangre por nuestras calles. Diosidencialmente, pronuncio estas palabras hoy, en el 88° aniversario del 'alzamiento español en favor de los derechos de Dios', pero lo hago sin ningún ánimo revanchista ni revolucionario, sino en la paz de saberme un hijo muy querido de ese buen Dios. 
Esto que acabo de decir no es un brindis al sol. El apóstol Tomás, en vísperas de la Pasión, llegaría a decir: "Vamos también nosotros a morir con Él", y sólo unos días después de fallecer Jesús ya estaba faltando a las reuniones de los discípulos. Pero bastó que el resucitado se le presentara, le cogiera la mano, y se la introdujera en Su costado, para que el corazón de Tomás recuperara, para siempre, el vigor, la alegría de vivir y la salud. Ciertamente, nos hace falta un encuentro personal con Jesucristo, pero, por suerte, Él lo está deseando y buscando, y es cosa de tiempo que suceda. Cuando llegue ese feliz momento, transcurrirá de un modo tan personal e íntimo que dejará fuera de duda su autenticidad, y, como a los millones de Tomases y Mateos a lo largo de la Historia, marcará el comienzo de nuestra transformación en testigos valientes de la buena noticia de que hay vida más allá de la muerte. Pero, repito, será Él, viviendo en nosotros, quien manifieste esa verdad ante los poderosos de este mundo.
Pasado ese Rubicón ya nada nos podrá tumbar, nada nos podrá engañar... ni el caduco Trump reinventándose Lincoln, ni Von der Leyen poniéndose la permanente a diario, ni mucho menos los fantoches a sueldo que nos encasquetan como presidentes. La indubitable presencia del Todopoderoso a nuestro lado nos capacitará para hacer lo que Él nos pida, hasta dar la vida incluso si ése fuera su deseo, tal y como sucedió con Tomás y Mateo y los millones de testigos del poder de la Cruz que han jalonado nuestra Historia. 
Ese poder transformador de Jesucristo, crucificado y vivo entre nosotros, es el verdadero cimiento del mundo, la Verdad inmutable que permanecerá para siempre, depositada en los humildes vasos de barro de los corazones católicos; y el poder del infierno no prevalecerá sobre esta pequeña grey.


"¿Queréis agua? ¡NO! ¿Queréis vino? ¡NO! ¿Qué queréis? ¡LA CABEZA DEL ÁRBITRO!" (Dicho popular)


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