LA GRAN CUESTIÓN

 

Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado. 
(Miguel Hernández.- Elegía a Ramón Sijé)

Ramón -un católico de verdad- y Miguel crecieron juntos; ambos amaban la palabra, la verdad y la alegría. Por eso, la repentina muerte de Ramón, con veintidós años, dejó desolada el alma del poeta, herida por la punzante orfandad de la verdad. Algo parecido experimentó España el 11M de 2004: una violenta sacudida de sus cimientos amasados con verdad. De las varias explosiones que hubo, fue la mayor la que aconteció una vez ya enterrados los muertos, aquella que levantó la densa nube que impidió ver las huellas de los asesinos. Pero por sus frutos los conoceréis... Y aquella matanza y sus consecuencias han ido trayendo la pobreza, enfermedad, miedo, ignorancia, soledad y muerte que padecemos hoy. 
Hace ya dos años que nos dejó Benedicto XVI, en quien estuvo altamente representada la armonía entre Razón y Fe. Estuvo siempre abierto a dialogar con los saberes del mundo desde la Teología; y a pesar del sufrimiento que esto le causó, no se calló, y cuando se hizo a un lado no fue por debilidad sino en obediencia a Dios, de lo cual es prueba el hecho de que a día de hoy, doce años después de su renuncia, siguen sus enseñanzas iluminando nuestro presente, orientando a la Iglesia por las tinieblas del mundo. Anteayer traje a este blog unas palabras suyas sobre la situación de Europa, y hoy vuelvo a ellas para comentarlas. A la pregunta sobre si pueden los católicos occidentales dialogar con la modernidad desde la fidelidad al depósito de la verdad que les fue confiado, el Papa alemán respondió que ésa era la gran cuestión, y que exigía la previa definición de la identidad de Europa.
"El problema de Europa para encontrar su identidad creo que consiste en el hecho de que hoy en Europa tenemos dos almas: una de ellas es una razón abstracta, anti-histórica, que pretende dominar todo porque se siente por encima de todas las culturas. Una razón que al fin ha llegado a sí misma, que pretende emanciparse de todas las tradiciones y valores culturales en favor de una racionalidad abstracta. Pero así no se puede vivir."
No se puede vivir en guerra contra uno mismo y contra el pasado; además, se correría el riesgo de estar remando para descubrir de nuevo el Mediterráneo. ¿Acaso no es un delirio el prescindir absolutamente del pasado? Haría falta arrancarle la piel al mundo entero, borrar la memoria, entendimiento y voluntad de todos los habitantes del orbe; hacerles "nacer de nuevo", como zombis, a una vida ignota, extraña y desconocida... Pero no es posible habitar en el caos (sostenidos únicamente por la promesa de llegar a un pretendido paraíso que está sólo en la imaginación de algunos); no se puede vivir en el caos, ni aunque sea por un breve tiempo. Una mujer que, mucho más víctima que culpable, aborta, queda interiormente malherida; y como su mal no va a dar la cara casi nunca, se agravará y afectará a muchos. Un niño que es abusado en su hogar crecerá deforme en su interior, y tampoco su mal dará la cara, produciendo asimismo un daño social. Un matrimonio que, víctima del caos reinante, se separa, queda incapacitado para formar una nueva unión basada en la entrega y el sacrificio, y su infelicidad repercutirá en la de su entorno. Una persona esclava de adicciones o vicios contribuye a crear un ambiente patológico. Y así sucesivamente, de tal modo que, sumando un caso con otro, nos sale una sociedad enferma, en peligro de muerte; y de ahí que haya tanto dolor y temor social.
Benedicto XVI escribió el texto que estamos comentando unos meses antes de decidir su renuncia: él mismo fue víctima del caos que describió como amenaza. Y tal día como hoy, de hace doce años, el cielo de Roma recibió el humo blanco de la fumata del Vaticano. Al hacer aquel diagnóstico de Europa, no se podía imaginar Benedicto la rapidez con que 'los promotores del caos' iban a intentar imponerse, y su vertiginoso ascenso. Si en el felipismo era grande la aflicción por la violenta 'política correcta', con los bombazos del 11M pasamos a la política insultante moderna del Sr. Rodríguez, y de ella al tenebrismo de la crisis, que introdujo en la vida pública la confusión actual, que es puro crimen organizado; y en esas sombras fue despeñado Rajoy, y perpetró Sánchez el expolio de España. Si aquí no se ve un itinerario que conduce al caos, apaga y vámonos.
La reflexión de Benedicto XVI sobre Europa, ajeno a lo que estaba por venir, concedía un generoso margen al posible diálogo entre cristianos y partidarios de la razón pura, del que pudiera emerger un nuevo humanismo apto para todas las culturas, basado en la unidad fundamental de los valores (la cual es posible por 'la imagen y semejanza de Dios' con que hemos sido creados); pero, en vez de ese diálogo abierto, desde su renuncia, y sobre todo desde su muerte, ha cogido el micrófono la impostura y no lo ha soltado; de vez en cuando imita otra voz, para simular que dialoga, pero ni por asomo lo hace. Es tan inviable su proyecto que no le queda más remedio que meterlo a base de engaño; a base de untar a unos y de matar a otros...  
Ante el azote de la barbarie que sufrimos, es grave culpa moral quedarse callados, ya que en cosa de meses estarían nuestros hijos pagando con su vida nuestra inacción. Cada cual debe examinarse y ver qué le pide Dios al respecto. En este sentido, he enviado la siguiente carta a varios directores de periódicos y a la Magistrada de Catarroja:
 
Muy Sr(a) Mí@:
Aún no habían transcurrido 24h desde que empezaran las fuertes lluvias de Valencia, de finales de octubre pasado, cuando los diarios españoles, los grandes y los pequeños, publicaron esta foto o una similar: 


Sobrecogidos por el significado de esa imagen -de violencia extrema- los españoles quedamos en suspenso, y asistimos consternados al incesante goteo de muertes que en los siguientes días se nos fueron comunicando.
Se supo luego que la foto en cuestión era un montaje, dado que aparecían los coches arrastrados de mar a tierra (la calle Gómez Ferrer tiene orientación este/oeste, y "esta riada” fluye del este). Este hecho insólito, asociado a un balance de 227 muertos, no ha sido todavía explicado públicamente.
Se comprende que en una situación de emergencia, ante la imposibilidad de ofrecer reportajes reales, los medios de comunicación puedan recurrir a la simulación en su misión de colaborar en la salvaguarda de la seguridad ciudadana. Ahora bien, no es admisible bajo ningún concepto, ni en su noble profesión ni en ninguna otra, valerse del engaño. 
Los españoles creemos que, por respeto a los muertos, es necesario que los medios y la justicia den una explicación de lo ocurrido. Y por esa razón me dirijo a Vd., con la esperanza de que su respuesta aporte al caso la luz necesaria para disipar cualquier duda.
Atte.,
D. Julio Manuel Espina Fernández (DNI 09353073P)

Al compartir en este blog tantos datos escabrosos, me procuro enemigos poderosos, y me expongo a inquietantes sobresaltos, pero estoy firmemente persuadido de que este precio resulta ridículo comparado con el premio que me espera. Por otro lado, yo no me atrevería a meterme en este combate si Dios mismo, y nuestra Madre María, no me aseguraran su protección. 
Ha habido en la Historia muchos Aldo Moro torturados, muchos "piccionis" abatidos, y cientos de obispos o papas mártires. Si me paro a pensar en lo que podrían hacerme a mí o a mi familia aquellos que emplean la crueldad para sus fines, quedaría paralizado por el miedo; pero en esa tentación miro a la estrella, invoco a María, y oigo su voz diciéndome, como al indiecito Juan Diego: "¿No soy yo tu Madre...?"; y confiado en mi Dios asalto la muralla, fiado en mi Dios me meto en la refriega...


Anteayer compartí en FB Cimiento Profundo, y a los siete segundos saltó este mensaje.

 
Pulsé en 'motivos', ¡y no había ninguno!


Volviendo a Benedicto XVI, "La otra alma de Europa es la que podemos llamar cristiana, que se abre a todo lo que es razonable, que ha creado ella misma la audacia de la razón y la libertad de una razón crítica, pero sigue anclada en las raíces que han dado origen a esta Europa, que la han construido sobre los grandes valores, las grandes intuiciones, la visión de la fe cristiana."
Esta afirmación enlaza con las razones que antes había dado para su esperanza; la verdad que custodia el cristianismo, reverdece en la Historia sin cesar, y es la obsesión de los partidarios de esa razón emancipada. No pudiendo eliminar al que vive para siempre, quieren invalidarlo haciendo desaparecer a sus seguidores, silenciándolos o matándolos. Lo peor de las crisis de este siglo (económicas, de salud, migratorias) está siendo para los países de raíces católicas profundas. Pero, ¡atención!, nuestra lucha no es contra la carne, sino contra las potencias del mal, contra los espíritus que sobrevuelan la Tierra al acecho de las almas. Respecto de los hombres tenemos los cristianos la encomienda de amarlos, y de bendecir a los que nos persiguen. Puede la persecución ser muy cruel, pero tenemos la seguridad de que Dios no nos abandona si vivimos como hijos suyos. El quid de la victoria es combatir a la sombra del Omnipotente; y así cabe esperar un futuro mejor. Pero, entretanto, ¿es ésta la esperanza que predican nuestros obispos?
El papel de la mujer en la Iglesia; dar la comunión a los divorciados vueltos a casar; bendecir a las parejas homosexuales; conferir estatus de Iglesia evangelizadora a grupos de poder separados por sexos, dirigidos por advenedizos, y adoradores en Gericim; reforzar la labor asistencial; obedecer consignas; contemporizar con el poder; plegarse a los saberes humanos (muy corrompidos); malbaratar la fuerza del anuncio cristiano a los jóvenes, hurtándoles la radicalidad, profundidad y belleza de su mensaje, y sobre todo en cuanto a la verdad del amor humano; todo este despropósito absorbe las mejores energías de la mayor parte de nuestro episcopado, y se resume en dos palabras: buenismo inducido por el miedo. La impronta del malo en la Iglesia se ve en que los sacerdotes soportan el yugo de la amenaza ("¡A ver qué vas a decir!"), porque los partidarios de una religión sin Dios (a la razón abstracta corresponde un dios abstracto) se han metido hasta los confesionarios. Medran entre nuestros pastores los asalariados; llevan piel de cordero y se portan mansamente (sobre todo cuando les vienen mal dadas), y esperan a que llegue el momento propicio para merendarse a dentelladas al rebaño.
El descuido de éste se ve ya en la calle: los maridos tienen miedo a sus esposas; las mujeres son asediadas por las tentaciones; los hijos se vuelven apocados o se desequilibran... se resquebraja el cimiento de nuestra sociedad, y el edificio entero se tambalea. Sin el firme anclaje de los valores seculares, de los que la familia fundada en el matrimonio es el principal, la mentira y la violencia crecen, los encargados de impartir justicia se inhiben; los líderes se acomodan; los que velan por la educación, la salud, la información, la cultura... se pliegan a 'lo correcto', a lo que dicta la Agenda, a ese proyecto 'iluminado' por la 'pura razón', donde todo cuadra al milímetro ...y donde hasta DonDín se quita el bombín.



















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