Todavía de peregrino en Fátima, estoy viviendo todo con gran intensidad, en la presencia continua de Jesús y de María, dando gracias y pidiendo favores. En mi mente se agolpan las impresiones, emociones e ideas, y me veo obligado a un permanente ejercicio de higiene mental. Mi fe me ayuda a perseverar en esta ascesis, y me procura un crecimiento tan hermoso que no puedo no comunicarlo a los demás.
Hace unos instantes he asistido a Misa con cientos de peregrinos, presididos por un obispo español. Ya retirados los concelebrantes, la asamblea entonó, como siempre, el "Todo tuyo soy, María", pero, por sorpresa, irrumpió en medio del canto un acompañamiento de palmas, impropio del momento litúrgico. Me entristeció la novedad, y abandoné el templo para expresar mi desacuerdo con los promotores de la iniciativa.
Son frecuentes en los últimos años los 'asaltos' a la liturgia, y cuando soy testigo de alguno de ellos me siento obligado a hacer lo posible para evitarlos. La importancia de la liturgia es máxima; y así lo explica un experto:
"En la conciencia de los hombres de hoy las cosas de Dios, y con ello la liturgia, no se muestran en absoluto urgentes. Hay urgencia para cualquier cosa posible. Las cosas de Dios nunca parece que sean urgentes. Pero si Dios no es más importante que todo lo demás, se trasmutan los criterios para establecer qué es lo importante. El hombre, al dejar de lado a Dios, se somete a sí mismo a las constricciones que lo hacen esclavo de fuerzas materiales y que, por tanto, se oponen a su dignidad.
En los años que siguieron al Concilio Vaticano II he vuelto a ser consciente de la prioridad de Dios y de la Liturgia Divina. La malinterpretación de la reforma litúrgica, que se ha extendido ampliamente en la Iglesia Católica, llevó a poner siempre cada vez más en primer plano el aspecto de la instrucción y de la propia actividad y creatividad. El hacer de los hombres hizo casi olvidar la presencia de Dios. En esta situación se hace cada vez más claro que la existencia de la Iglesia vive de la correcta celebración de la liturgia y que la Iglesia está en peligro cuando el primado de Dios ya no aparece en la liturgia y, por tanto, en la vida.
La causa más profunda de la crisis que ha derruido a la Iglesia reside en el oscurecimiento de la prioridad de Dios en la liturgia. Todo esto me llevó a dedicarme al tema de la liturgia más ampliamente que en el pasado, porque sabía que la verdadera renovación de la liturgia es una condición fundamental para la renovación de la Iglesia. (...)"
[Benedicto XVI; Prólogo a su Opera Omnia en ruso; Ciudad del Vaticano; San Benito 2015]
Con enseñanzas así de enjundiosas hemos ido creciendo en la fe los de mi generación, y nuestra desolación es grande cuando al señalar algún atropello a la liturgia, o a la pureza de la doctrina, se nos margina o persigue. Pero es necesario perseverar en las buenas obras a pesar de todo, porque en la conciencia limpia es donde nos habla Dios, y nos hace crecer.
Benedicto XVI practicaba sin duda ese diálogo interior con Dios, y de él sacaba la fuerza para dirigir, contra viento y marea, la barca de la Iglesia. Por su fidelidad a la Verdad que habitaba en él, tuvo que sufrir persecución, e incluso tuvo que renunciar a llevar el timón; pero la prueba de que también esa renuncia fue en obediencia a Dios es que la luz de la verdad no se apartó de él en los años de su retiro. Y fue a los dos de haberse iniciado éste cuando escribió esas palabras tan claras y serenas que acabamos de leer sobre la Iglesia y el mundo: "(...)La crisis que ha derruido a la Iglesia".
Su diagnóstico es inapelable, y sería deseable que fuera asumido y estudiado por nuestros obispos para empezar la reconstrucción debida. Sin embargo, no parece que esto esté sucediendo, con el peligro subsiguiente de construir sobre arena, o, peor aún, de construir lo que no se desea.
El oscurecimiento de la prioridad de Dios en la liturgia no ha decrecido en los diez años transcurridos desde que Benedicto XVI escribió sobre ello. Los abusos siguen siendo frecuentes, y las medidas que podrían frenarlo no parecen estar próximas. Antes, al contrario, el deterioro parece ir a más.
El papado de Benedicto terminó sin que pudiera lograr su largamente trabajado proyecto de promover una formación más profunda de los fieles. De haberlo conseguido se hubiera podido frenar y enderezar la confusión actual que relega a Dios en la liturgia y en la vida de los fieles. El síntoma más claro de esta deformación, que amenaza con sustituir la Iglesia por una 'nueva iglesia', es la invasión de un falso Dios, reducido a idea, con atributos de misericordia impersonal, y designios inquebrantables de bondad, que se adapta perfectamente al protagonismo de los hombres, el cual situaba Benedicto como causa de la ruina actual.
A difundir este engaño sobre 'quién es el más importante' contribuyen masivamente los medios de comunicación, y en especial el cine. La presencia de Jesucristo, en series como Chosen, bascula hacia su lado humano, vaciando de contenido la Revelación; su divinidad queda reducida a ser el portavoz autorizado de esas ideas intemporales identificadas como el Sumo Bien: bondad absoluta, perdón incondicional, etc. Desaparece para las nuevas generaciones el Dios encarnado, Jesucristo, que, vivo para siempre, se da como alimento cotidiano a quienes creen en Él, renovando su vigor en el camino, hasta alcanzar la perfección de una vida santa.
Esa nueva visión de 'Dios' va ganando adeptos entre quienes son remisos a aceptar que el ser humano sea capaz de perfección; y luego entran en un bucle, porque cuanto más escépticos se hacen, más se alejan del Dios cristiano y más difícil se les hace creer. En esa falta de fe en el hombre gana terreno en sus mentes el dios-idea, el dios que, no pudiendo ser 'malo', y siendo inaccesible a nuestro pensamiento, se las apañará para salvarles, junto con toda la creación, independientemente de sus debilidades.
El doble peligro para la Iglesia es que estos 'nuevos fieles' han surgido de dentro de sus filas, y se han vuelto muy activos en propagar sus ideas; y no siempre con juego limpio. Conducidos por influyentes líderes, se organizan al margen de los cauces habituales, y van ocupando "las tierras de labor que ya no cultivan los propios católicos". Puede sorprender esta afirmación, pero se entiende mejor si añado que, eliminados los frenos éticos que introdujo en el mundo la muerte por amor de Jesucristo, ya que propiamente no creen en Él, la difusión de esa nueva iglesia va acompañada de amenazas y presiones sobre quienes la denuncian.
No digo esto por mí, exclusivamente, sino que lo he visto en otros católicos más ilustrados. El hecho de que los dispositivos electrónicos sean ya imprescindibles en nuestro desenvolvimiento diario, y hayan pasado a ser, junto a otras formas de vigilancia masiva, un verdadero "Gran Hermano", da otra dimensión al tradicional acoso psicológico. El abuso es consustancial con la red comunicativa, y ésta constituye un arma refinada de control social. En este sentido es, cuando menos, cándido, animar a evangelizar en la red, siendo la eliminación de Jesucristo el primer objetivo de los dueños de ese invento.
Así de bien pertrechados, y con las espaldas cubiertas, no tiemblan los 'nuevos católicos' al sentarse como uno más entre los fieles con intención de dañar. Esta mañana teníamos una charla del obispo a la que estábamos convocados unos trescientos matrimonios. La alegría de ese encuentro, y del ambiente en general, nos envolvía de camino a la cita. Cuando entré en el auditorio ya estaba bastante gente sentada, sobre todo en la parte delantera del alargado salón; en ese momento había lío en el escenario y alguien instaba por megafonía a instalarse rápido, aunque su tono festivo añadía excitación al feliz pero fugaz reencuentro entre hermanos que estaba aconteciendo. El aforo estaba medio completo, y el locutor repitió varias veces que en las primeras filas había sitios libres, por lo que me puse a buscar dos plazas empezando por la fila uno. Fue desagradable la operación porque los ya sentados me miraron todo el tiempo, y mi nivel de estrés se disparó a medida que, retrocediendo, no encontraba los sitios anunciados. Por mi inocencia fui incapaz de pensar que lo de los huecos en la cabecera podía no ser cierto; y llegado a la fila diez volví a la primera, ya medio mareado, por si hubiera mirado mal. En la inspección había visto una silla vacía, y ya me lancé a por ella por salvar la situación, pensando que con un poco de suerte podría negociar otro asiento. Gracias a Dios lo logré, pidiéndole a un ex-compañero que él y los suyos se movieran para permitirme meter otra silla; y me senté, turbado, a esperar a mi esposa. No me había recuperado aún del estrés de verme como un tonto cuando ella apareció urgiéndome a ir hacia la parte de atrás, donde un matrimonio con el que habíamos compartido mesa varias veces nos había guardado dos sitios. La 'contraorden' me vino a contrapelo, ciertamente; y durante un rato bien amargo me resistí a perder los sitios privilegiados que con tanto esfuerzo había logrado; pero cedí. La nueva ubicación era en el ultimo tercio de la sala, que estaba hasta arriba también, con bastante gente sentada en el mismo suelo.
Empezó la charla, yo bastante contrariado todavía; y con la charla empezó un 'concierto de tísicos': persistentes toses secas molestísimas que acompañaron sin dar tregua los primeros diez minutos de la ponencia. Mi ánimo estaba inestable, y mi creatividad, como siempre, bulliciosa. Acababa de ofrecernos aquel matrimonio una pastilla refrescante, que mi mujer había aceptado pero yo no (la verdad es que ya no me sentía cómodo con ellos porque al sacar algún tema espiritual desviaban la conversación), mientras la comparsa de los 'alérgicos' no cedía lo más mínimo y se me iba haciendo insoportable. Le dije entonces a nuestra anfitriona que finalmente sí que iba a cogerle una pastilla, y me pasó la cajita. Yo la tomé, me levanté, y me fui recorriendo el pasillo central hacia el fondo ofreciendo alivio a los atribulados 'tosicómanos' de diestra y siniestra, alivio que, por supuesto, rechazaron -mi cara de póker, y la de ellos, de chupaos de la cabeza, hubieran merecido un corto de arte y ensayo. Terminado mi recorrido volví a mi sitio, y, como era de esperar, en cuanto quedaron a mis espaldas, retomaron 'los músicos' su acompañamiento instrumental. Entonces yo, ya lanzado, me levanté de nuevo, con mi cuaderno de notas en la mano, y me fui discretamente a la última fila de la sala; y entonces ¡ay amigo! Ahí sí que los atrapé como a ratones, de tal modo que ya no me tosió ni uno, pero sobre todo ni una; algún valentón carraspeaba de vez en cuando, pero de un modo puramente residual. Sin perder el control en ningún momento, gracias a Dios, vi de Éste adoptar una postura menos beligerante, y más beneficiosa para mi salud. Y de nuevo volví a mi sitio, por segunda y definitiva vez. En el turno de preguntas tuve ocasión de plantear mis inquietudes sobre la imagen de Dios que nos transmitía la última encíclica del Papa, en el sentido antes expuesto de un Dios que ni siente ni padece. Y el ponente contestó algo así como que, si bien nuestro Dios no nos rechaza por pecar, no podemos pretender que nuestro pecado le sea indiferente. Dijo también que el Espíritu Santo está suscitando ahora en Occidente movimientos de primer anuncio, y que los obispos tenían por delante la tarea de pensar cómo 'rentabilizar' lo sembrado en 'esas tierras'. Tuve ocasión después de cruzar unas palabras con él, y me dio la impresión de que mis opiniones sobre cosas de la Iglesia le incomodaban, lo cual, verdaderamente, me apena, porque no es en absoluto mi intención molestar a nadie, sino promover el desarrollo adecuado de la Iglesia, secundando la sana doctrina.
Me llevé una alegría cuando, en otra charla, expuso el sacerdote orador el mismo sentir que yo tengo respecto a lo que está ocurriendo en la Iglesia; concretamente, en cuanto al fenómeno del 'buenismo' de autoridades y fieles, que allana el avance de la impostura. Debo decir que también el obispo expresó abiertamente la idea de que no podemos sustraernos a la obligación de preservar la Verdad cuando es atacada, lo cual es de agradecer. Por contra, fue dar munición al 'enemigo' el declarar como única o principal manifestación actual del Espíritu Santo los movimientos de 'primer anuncio', en cuyo diseño se aprecia claramente la impronta de 'lo que el hombre puede hacer por dios', con toda la esterilidad que esto conlleva.
Obviamente, han sacado pecho los partidarios del dios universal, que no compromete pero tampoco salva, y hemos perdido otra oportunidad de tomar conciencia del extravío a donde nos ha conducido la falta de autenticidad, de fidelidad al Evangelio. Otra consecuencia de esta deriva de la Iglesia es que empieza a arrastrarnos a ceder la responsabilidad del discernimiento moral a los 'expertos', arrumbando con esto un poco mas la fe de los sencillos en un Dios personal que nos salva, y perdiendo terreno frente a quienes todo lo confían a la potencia de sus inteligencias...
En este 'nuevo' estado de cosas permea escandalosamente la mentalidad del mundo con la vida de los creyentes, para desgracia de éstos. Se debilitan así las defensas de la Iglesia frente a la agresividad del mundo, y se adelanta la ruina de ambos.
Queda como solución la radicalidad en la opción por el Evangelio, empezando por promover pequeñas comunidades en que la primacía del culto a Dios, y en definitiva de Dios, restaure el orden necesario para que resurja una cultura de la vida, y brille así la luz en las tinieblas. Esas comunidades pueden empezar a partir de las familias -iglesias domésticas, configuradas como pequeños monasterios en los que se trabaja y se reza. Porque cualquier primer anuncio, para que no caiga en el vacío, necesita de la existencia previa de un sustrato, de una Iglesia que haga creíble el kerigma con el testimonio de sus miembros. Sólo así cabe esperar que el anuncio tenga continuidad con una vida religiosa fecunda, que alumbre a los demás y reafirme la primacía de Dios.
O sea, que la tarea actual de los obispos, de dotar de eficacia evangelizadora a estos movimientos de primer anuncio, no debería perder de vista a la familia, basada en el matrimonio, basado en la diferencia sexual, basada en el misterio de Jesucristo, Dios y hombre verdadero, desposado con la Iglesia.
Un abrazo a todos desde el corazón de Fátima
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