DE PIES Y MANOS

Veo aquí a un anciano de buen aspecto. Y veo cuatro manos 'que hablan', y que, de izquierda a derecha, dicen: una, 'No se acerquen, sí, es el Papa, pero está muy malito'; dos, 'Está para que le hagan todo', tres, 'Esta foto es real, todo lo que en ella se ve está ocurriendo', y, cuatro, 'No puedo más, pero os bendigo'. D.E.P. el Papa Francisco.

Prensa y política han pasado a ser los grilletes que nos atan, de pies y manos, a una realidad cada vez más oprobiosa, si bien todos los oficios tienen ya esa impronta del vasallaje.  
Hace quince años, siendo Profesor Asociado de la UCLM, con un cuarto de siglo de docencia a las espaldas, la Editorial Académica Española me propuso publicar un libro sobre innovación docente. Mi esposa me animó y salió El Quid del Éxito Académico



                                                     
De  aquella estábamos sufriendo el azote de la crisis, y yo aún no había caído en la cuenta de que aquel fenómeno formaba parte del plan de reset social que el covid dejó completamente al desnudo. Presenté, pues, como contexto de la publicación, un colapso socio-económico debido a la fragilidad de los recursos humanos, para cuya recuperación tendría mucho que decir la educación. Esta posibilidad innovadora, no obstante, la contemplé en competencia con otra (que finalmente se impuso) y que consistía en dar una vuelta de tuerca más a nuestro ya tensionado modo de vivir. Ahora ya sabemos todos que la famosa 'crisis' no fue más que otro eslabón de la cadena que, con el señuelo del bienestar de los ochenta (zanjado en el 11-S), se empezó a enrollar en torno a nuestro cuello.
En estos quince años transcurridos, la educación cambió a peor, hasta un punto que da miedo. Considerando sólo el aspecto académico del currículum, el imparable deterioro constatado deja patente el propósito de hacer imposible el aprendizaje de contenidos 'librescos' por parte de los alumnos. 
Los días previos a vacaciones tuvo mi hija algunos exámenes (¡la pobre!); en concreto, uno de Matemáticas. Me pidió ayuda y me puse a repasar el tema de funciones (¡después de cincuenta años sin tocarlo!). Lógicamente, cogí su libro de texto (carísimo, por cierto), y entonces empecé a vislumbrar el drama que viven nuestros jóvenes bajo capa de normalidad: ¡el libro está encriptado! Es imposible que un alumno normal siga ese libro con aprovechamiento. Si ya de por sí son áridas las matemáticas, con ese manual es imposible que accedan a los conocimientos exigidos, ¡porque está sembrado de errores y de trampas! Para empezar, su exposición de la materia parte de un nivel de conocimientos que los alumnos no tienen (toma por contenidos los del BOE, cuando todo el mundo sabe que eso es pura fantasía... pura farsa), y, desde ese engaño, y por si algún alumno hubiera que, en un acto de obediencia heroica, se dispusiera a sacar provecho del sacrificio económico de sus padres, retuerce la explicación y zancadillea la comprensión de tal manera que, no sólo impide adquirir conocimiento, sino que deja al alumno convencido de su ineptitud, lo cual es, en realidad, el objetivo buscado por nuestros planes 'educativos'. 


La mayor parte del libro son textos impenetrables;
y si se busca ayuda en la IA, sale uno aún más confundido.

Esta anomalía casa perfectamente con el tipo de sociedad que ya estamos viviendo. Como consecuencia de ese 'logro educativo', a día de hoy los políticos y la prensa se dirigen sin ningún rubor a un público analfabeto y burdo (ahí está Trump para darme la razón); actúan, se podría decir, con temerario desprecio, no ya a la verdad, sino a la más elemental cordura, disparatando sin pudor: "Trump amenaza a Putin con iniciar una guerra nuclear si no retira inmediatamente los dos tanques que llevó al frente burlando a los drones". Parece cosa de locos, pero encierra una lógica; perversa, ciertamente, pero matemática. Se podría pensar que se conducen como si les importara un bledo lo que piense la gente, pero no es así. Los periódicos digitales -que en realidad son uno solo- cuelgan todos a diario la misma bazofia en sus páginas, y la dejan ahí todo el día, como si fueran diarios de papel. Ese repugnante mejunje que nos suministran machaconamente -Ábalos, Ayuso, Begoña, Ortiz, Puigdemont, crímenes machistas y magazine- al que añaden de vez en cuando un hueso para roer -gasto militar, aranceles, muerte del Papa, etc.- lo visten como periodismo serio (Premios Vocento: una sociedad es su Prensa), de tal manera que la gente corriente, por no dudar de todo, se pliega a su engaño, atrofiándose. Ese 'nuevo género' literario busca en realidad hundir el ánimo de la población, que, no encontrando cauce para enfrentarse al abuso, se repliega y entristece.
El lunes de Pascua miré los diarios a las 8:30, como tantos otros días, por responsabilidad ciudadana. Un día más me tapé la nariz y tragué, junto con mi desayuno, el jarabe amargo del KoldonovioAyuso..abuso diario. Al fin y al cabo, mejor eso que un pildorazo. Pero, de pronto, recibí un breve mensaje de grupo que me sobresaltó: ‘Recemos por el alma del Santo Padre’. Pensé que era una extraña forma de pedir oraciones por su salud, tal vez inspirada en el salmo 'Alegra el alma de tu siervo', de modo que escribí: “Sí, pidámosle al Señor que alegre su alma”. Pero nada más publicar esa nota, otro miembro del grupo escribió ‘D.E.P.’, y ya salí de mis dudas. Eran las 10:17 cuando abrí de nuevo el inventor de noticias (ése que en vez de informar da órdenes versionándolas como noticias; y que sigue siendo Prensa porque presiona y aplasta, aunque no letras de plomo sino cerebros).
La Prensa, pues, decía que la muerte del pontífice había ocurrido el Domingo de Resurrección, unas horas después de impartir la bendición ‘Urbi et Orbi’, pero no daba detalles de la causa del fallecimiento. Al día siguiente nos 'aclaró' que la muerte no había sido el domingo sino el lunes a las siete y media de la mañana, a consecuencia de un ictus.
¿Por qué mintió la Prensa? Pudiera ser que el espíritu de la Bestia (la IA) hubiera pronunciado un oráculo: ‘Nos conviene que muera un hombre…’ Lo propio de este momento histórico es la demolición de lo auténticamente humano, y hacer que ‘los cristianos’ la aprueben, para evitarle al mundo un tsunami de sangre martirial (lo cual sería un borrón horrible en la Agenda); y en orden a lograr eso es imprescindible que la verdad contradiga a la verdad, o sea, que el Papa –garante supremo del depósito de la verdad- comulgue con ruedas de molino; pero en vista de que el finado ya no daba más de sí, que el crédito de la Prensa es cero, y que la terca verdad asoma de nuevo la cabeza... 
El viernes de dolores los tuvimos bien fuertes viendo al Papa en ropa interior pululando por el Vaticano. Y, lógicamente, aquella sacudida anticipaba un desenlace: “el Santo Padre ha demenciado”... Fuera como fuese, estamos en un pavoroso contexto. Uno en que a los católicos nos conviene estar interiormente preparados para la acción.  
El sentido (de la vida) tiene que ver con el sentir; y pasa con esto algo muy curioso: que si el sentido se pierde ya no merece la pena vivir. Cuando vivimos sólo para darnos gusto -cuando vivimos sin un sentido- perdemos hasta el gusto por las cosas. Y esto tiene unas implicaciones terribles. 
Si la vida tiene un sentido -y lo tiene- siempre se puede sentir; de modo que, si empezamos a ver que ya no disfrutamos como antes, es, o bien porque estamos esclavizados, o bien porque estamos hartos de ‘lo que nos apetece’. Socialmente tenemos libre acceso a 'cualquier apetencia', las cuales suelen coincidir con lo más bajo de nuestro ser; pero dando rienda suelta a nuestros apetitos nos hacemos como animales, y vivimos para el alimento, el sexo, y otras anomalías propias de animales -adicciones, vicios, o conductas asociales de uno u otro tipo; y nada de esto nos satisface. 
En nosotros, los humanos, el sexo y la comida, aunque se quiera negar, tienen un sentido superior -algo así como expandir el amor- y, privadas esas actividades de su sentido dejan de ser fuente de vida y alegría y se convierten en tiranos. Ahora bien, si por el pecado de Adán y Eva pasamos todos a ser esclavos, con el segundo Adán y la segunda Eva -Jesús y María- todos fuimos hechos de nuevo libres. Después de Cristo, por el bautismo rompemos con el pecado; pero si abandonamos la vida de gracia viviendo sólo para nosotros mismos, perdemos de nuevo la libertad. Por su actitud reverente, la sangre de Uno hizo que todos venciéramos al pecado, recuperando así lo que, por la rebeldía de otro, habíamos perdido (en obedecer al que es infinitamente bueno está la verdadera vida en libertad).
La paz tiene que ver con la justicia; y la justicia no consiste en no robar o no matar, sino en procurar que no haya nadie privado de lo que por ley natural le corresponde. O sea, que no basta con que yo administre bien lo mío, sino que tengo también la obligación de socorrer al que está necesitado. Y en tanto esto no se practique de una manera ordinaria, y no como algo que me hace merecedor de honores, la paz no estará asegurada. Si recorremos la historia de España, del siglo XX hasta el presente, vemos ya en el comienzo grandes diferencias sociales, grandes injusticias; y ya en 1936 se produce un estallido de violencia que tiene en la falta de caridad su origen. El período que  siguió a esa guerra fue un lento y doloroso tiempo de reconstrucción, y de acercamiento a un orden más igualitario. La potente clase media que se formó en esa etapa es la evidencia de la mayor justicia alcanzada (y su destrucción actual, lo contrario). Lo que se dio en llamar democracia y sociedad del bienestar tuvo por fundamento esa amplia base humana con buena formación que emergió del trabajo de aquellos años; pero, según fue avanzando el último tercio del siglo XX, se fue manifestando en la España moderna una carencia y una deriva notables, que han desembocado en la grave regresión que hoy padecemos. 
En el origen de esta involución está la negación del Derecho Natural. La vida del hombre en la Tierra está ordenada a un fin superior, que viene dado por el carácter sagrado de la vida (recibida de un creador cuya bondad es infinita). Este fin último es el que da sentido a todo, y el no tenerlo en cuenta es el origen de las desavenencias entre quienes habitamos el planeta. Porque, si nuestra vida tiene un sentido, emergen inmediatamente razones para vivir, y cuando existen razones no vale todo, y tenemos que dar cuenta de nuestros actos. Entonces, en la libertad de atender o no a nuestras obligaciones y responsabilidades, se abre el abismo del mal, por el cual existe la injusticia en el mundo. Y no se puede suprimir el sentido, la obligación, y la responsabilidad, sin suprimir la libertad. Decir que somos libres y negar que existe la conciencia moral es un fraude, y permanecer en él significa renunciar a lo que nos hace humanos; y significa también permitir que la 'ley' que impere en la sociedad sea la de la violencia, y que la vida en esa sociedad tenga sólo dos caras: el desenfreno, que supone dar rienda suelta a los instintos, y la angustia, que es el malestar que va generando el vivir sin sentido, y sin perspectivas de dar fruto y de disfrutar.
Este terror social se concreta en este siglo con una élite que ejerce violencia y engaño sobre la gran mayoría, la cual, entretenida con la satisfacción de apetencias, va acumulando gran frustración y sufrimiento sordo, al mismo ritmo que va perdiendo el gusto por esos placeres que en un principio le satisfacían. Las personas, reducidas a individuos aislados, a sujetos de consumo, están privadas de dignidad, de aquello que las hace únicas e insustituibles. Este proceso es gradual, y en ese recorrido se va perdiendo la capacidad de comunicarse, de pensar, de tener iniciativa, de dominar los impulsos, de sobreponerse al vaivén de las emociones, de discernir entre el bien y el mal, y, finalmente, de ser libre. 
Esto es, en definitiva, lo que está en juego en la presión ejercida sobre la Iglesia para que declare lícito el desorden mundano. La maquinaria prensa-política está volcada en crear una opinión social hostil a la verdad eterna que custodia la Iglesia, y este es un momento delicadísimo para los católicos porque es finísima la línea que nos separa de ser declarados asociales, ser proscritos por la Ley, y perseguidos. 
En este contexto, es de suma importancia lo que digan los obispos; pero ellos también están en el mundo, y les afecta como a todos la confusión reinante, y, concretamente, la que rodea a la muerte y sucesión del Papa. 
Se puede palpar la intensa propaganda que se está haciendo entre los jóvenes, dando por bondadoso el ambiguo mensaje de acercamiento al mundo que caracterizó el pontificado de Francisco. Fácilmente les hacen creer a los chicos que señalar con claridad lo que destruye al hombre es dañino, y viceversa, que lo bueno es acoger, sin facilitar su superación, las conductas que hieren el corazón humano.
Pero también entre los adultos está sembrada la desorientación y la duda respecto al legado del difunto Papa. Por el manido y errado esquema cultural de elogiar a los muertos, ha llegado a escribir algún recto prelado que los últimos doce años de papado no han dado pie a desviaciones doctrinales. Sin embargo, el Papa Francisco ha tendido constantemente la mano a colectivos y doctores cuya empañada vida y doctrina hacen razonable pensar que, además de la mano, le han tomado al Papa también el pie...

El templo convertido en un mercado... y nadie para empuñar el azote de cordeles.

Urge, pues, poner a punto las armas espirituales. Y en este tiempo que resta hasta que el nuevo sucesor de Pedro sea elegido, propongo a mis hermanos en la fe practicar la oración, la piedad, y el ayuno, pidiéndole a Dios consejo sobre el tipo de ayuno que más nos convenga. Es doctrina segura que si sufrimos con Él reinaremos con Él, que si confesamos su nombre llegaremos a verle cara a cara; y en estos momentos es obra de la mayor de las caridades rezar por la elección del Papa. Me viene a la mente el testimonio del Padre Sayés, cuando nos contaba que, estando en Roma, lloró de alegría al ver salir al balcón de la Plaza de San Pedro a Benedicto XVI, recién elegido, "por quien tanto había rezado". Imploremos, pues, la intercesión de los santos, para que el Señor nos dé un pastor según su corazón; pidámoslo con fe, y esperemos con confianza de hijos de Dios ese milagro. ¡Feliz Pascua de Resurrección! Un fuerte abrazo.











   


Comentarios