EL HOY, EN DOS PALABRAS: ¡ELOI, ELOI!
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España, tierra de María, que has sabido dejarte guiar en las encrucijadas por el Resucitado. |
Queridos lectores de Al Cielo: El gozo pascual sea nuestra fortaleza; Jesucristo ha resucitado y nos ha abierto las puertas del cielo. ¡Aleluya!
"En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!; yo he vencido al mundo". Así habló Jesús a los apóstoles cuando, cumplido el tiempo de su misión, se reunió con ellos por última vez para cenar. Habiendo salido Judas del cenáculo, y los demás reconocido, por fin, a Jesús como Hijo de Dios, vió éste necesario aclarar su fe: 'Seréis atacados; pero recibiréis un Defensor que, dándoos a conocer el Nombre del Padre, os mantendrá a salvo...' Entremedias, Jesús había orado por la Iglesia de los creyentes que iba a ser reunida por el testimonio de los apóstoles, para que su unidad suscitara la fe en la misión que Él estaba a punto de completar. Ya los judíos habían intentado matarle unos meses antes, en la fiesta que celebran en invierno, por haberles dicho que hacía falta ser oveja del rebaño -tener afinidad espiritual con la Verdad- para 'distinguir su Palabra de buen pastor y seguirla'; porque sólo de esa manera se aseguraría la unidad de todas las ovejas y que nadie pudiera arrebatarlas de la mano del Padre... Quisieron matarle, en definitiva, por haberles dicho ¡que el Padre y Él eran uno!
Cuando me vine a vivir a Toledo, mi mujer frecuentaba 'la iglesia de los jesuitas'. Enseguida conocí al Padre Mendizábal y empecé a confesarme con él. Cada vez que me veía acercarme a su confesionario se le iluminaba el rostro y me decía: ¡Julio!; y con eso y sus palabras me iba metiendo cada vez más en el Corazón de Jesús. Después, la misma cálida acogida me dispensaron siempre sus hermanos, los padres Ceferino, Máximo, Tejerina, Rodrigo e Iglesias. Todos se alegraban de poder aliviar mis heridas y de verme caminar con el rebaño.
Esa misma actitud amorosa, la vi en la franca sonrisa del Papa San Juan Pablo II, y en el gesto sincero y agradecido de Benedicto XVI cuando, nada más ser elegidos, salieron al balcón de la Plaza de San Pedro a mezclarse con las ovejas. Y esa actitud no pude evitar echarla de menos en el Papa Francisco en su primera aparición, cuando, en vez de 'abrazar' al rebaño, se quedó inmóvil un buen rato mirándolo desde arriba; ese dolor del primer día permaneció en mí durante doce años, sin interrupción.
A su muerte, ya lo sabéis, sentí vivamente la necesidad de rezar por el desarrollo del cónclave; y asistí con máxima expectación al saludo inicial de nuestro nuevo papa. León XIV salió a escena tremendamente agarrotado, sin dejar traslucir sentimiento alguno, pero en cierto momento pudimos ver el vendaval que llevaba en su interior, porque le entró un tic en la cara, y empezaron a temblarle las manos.
¿Por qué en vez de alegrarse se estremeció el nuevo Papa? ¿Acaso se sentía a sí mismo 'desnudo ante el cuerpo de Cristo'?
En medio de un mundo convertido en espectáculo siniestro, el Papa Francisco desapareció de pronto de nuestra vida en extrañas circunstancias. Inmediatamente, todos a una -como cuando despeñaron a Rajoy con engaño- los medios extendieron una manta sobre el muerto y, con el cuerpo aún caliente, se pusieron a hablar 'alegremente' de 'quién podría ser el sucesor'. Y antes, durante, y después del cónclave, no hablaron de otra cosa.
Desde la Humanae Vitae de San Pablo VI, los papas habían sido objeto constante de acerbas críticas por parte de la Prensa; y eso duró hasta la elección de Francisco, cuando la inercia se invirtió totalmente e hicieron del Papa un ídolo popular. El cambio fue espectacular, y no sólo continúa con León XIV, sino que sus alabanzas en estos días se han vuelto desmesuradas. Hoy mismo, sin ir más lejos, el ABC y El País de la mañana no hicieron otra cosa que ensalzar al nuevo pontífice. Se trata de un hecho llamativo por demás, y no seríamos prudentes pasándolo por alto; antes bien, esa aprobación por parte del mundo debe ser vista como la clave de la actualidad política, y una señal de alarma para la Iglesia de siempre.
En la elección de Benedicto XVI había 115 cardenales en el cónclave; y el Papa Francisco elevó ese número a 133, de los cuales 108 -Miserando atque eligendo- fueron nombrados por él mismo.
Curiosamente, en 'las quinielas' más divulgadas por la Prensa no aparecía el asesor del papa en materia de obispos y cardenales como favorito; y, una vez elegido, están siendo contradictorias las versiones sobre el proceso de su elección. Il Corriere de la Sera, el diario más próximo al Vaticano, informaba ayer de que antes de la última votación iba como favorito el Cardenal Parolin, con 49 votos, seguido del Cardenal Prevost, con 38... mientras que el ABC desmentía pocas horas después esa información, diciendo que, desde el principio, había sido mayoritario el apoyo al actual Papa. La confusión al alza... signo elocuente de turbiedad.
Confirma mi sospecha de falta de juego limpio el modo en que se han intentado restañar rápidamente las fisuras que dejó la presentación del Papa en el sentir del pueblo. Todo el mundo sabe cuánto importa la primera impresión, y cómo en los momentos exaltantes le sale a uno lo que lleva en el corazón. Qué consuelo habríamos tenido si el representante de Dios en la Tierra nos hubiese recordado las bienaventuranzas, si nos hubiese elevado la mente y el corazón al cielo, si hubiera enaltecido la belleza de la Cruz que devuelve la esperanza al mundo; también nos habría hecho felices que nos confesara que Jesucristo es su único amor, su único Señor, al que le debe todo... Pero en vez de eso nos habló de los problemas del mundo, que nos pesan tanto en el alma... y nos dio a entender vagamente que, de algún modo, por obra de alguna santidad misteriosa, la Iglesia haría volver a su cauce las aguas desbocadas de la Historia. Supimos más tarde por la Prensa que, para esa gran tarea social, nuestro Papa confía solamente en un 'Único', misterioso señor -In illo uno unum- un 'único' que da miedo...
Lo que comenzó con la renuncia del Papa Benedicto XVI continúa; y se agrava: Una violenta embestida contra la tradición, contra el depósito de la fe de la Iglesia, que amenaza la Verdad, y, con ella, la Vida misma. Tanta calamidad sólo Dios podrá frenarla; sabemos, desde luego, que puede alargarse un tiempo pero no mucho, y que después Dios mismo le pondrá fin. ¡Maran athá!
En la resaca informativa montada para mejorar la imagen del pontífice tras su debut, salieron al ruedo ibérico una cuadrilla de monosabios para despistar al toro; y cada uno llevaba puesto un 'traje de cruces'. Porque, sin duda, el mayor olvido que tuvo León XIV fue el 'no llevar la Cruz en el pecho'... En mi regreso a la fe, durante bastantes años, recé yo en mi cuarto ante una imagen del Papa San Juan Pablo II aferrado a la Cruz de su bastón, abrazando a un Cristo que, de puro realista, inspiraba lástima.
¡Gracias, Santo Padre! ¡Gracias, Jesús! |
En la misma operación rescate, dicen que dijo el Papa León XIV al segundo día: -'Vaya faena me hizo Pedro cargándome con esta cruz'. Pero, o no es verdad que lo haya dicho, o no rige bien el Papa... ¡pues no hace años ni nada que se murió Pedro!, ¡como para haber tenido él algo que ver en su nombramiento! Aunque también pudiera ser que se estuviera refiriendo a otro Pedro... ¡A lo mejor hablaba de Sánchez!... y ahora que lo pienso, tiene su sentido... un Papa medio español, y prójimo de cierta distinguida señora de Sotillo... no sé, no sé. Bromas a medias aparte, lo de enmendar la falta de aprecio por la cruz -signo del Dios vivo, maestro de vida y amor- tiene mal arreglo. Porque a poco que se la valore, hace milagros, y si se la orilla, claman las piedras por ella. Así que, últimamente, lo que se ve por ahí son cruces-amuleto, que sirven al fin de evocar a un dios que da siempre el visto bueno. Y pongo dos ejemplos: uno de la prensa de anteayer, y otro de una película del año pasado.
El día que siguió al discurso papal se pusieron los periodistas todo lo píos que pudieron, pero les delató el subconsciente, porque tocaron el tema de la cruz como lo haría el mismo Conde Drácula, tan de lejos 'como si del mismo Jesucristo se tratara'. Por el contrario, el modo en que 'los de la Cruz vemos ese objeto' es radicalmente distinto. Se parece a aquella campesina gallega al que los de la tele le preguntaron: - ¿Cómo se imagina usted el cielo? Y ella contestó: "Ten que haber vacas". Para un cristiano 'ten que haber cruces', porque a Jesucristo nunca se le encuentra sin la cruz. Pero entonces, si el Papa es, como nos dijo desde el balcón, 'cristiano con nosotros', ¿por qué no mencionó nuestro tesoro?
La cruz da grima al mundo, y, si después de dos milenios de intentar erradicarla, no se ha conseguido, su vigencia actual sólo se explica como parte del engaño que practican los medios: la desfiguran para que, vacía de contenido, caiga en el olvido.
En este puente pasado, mi esposa y yo vimos "Daddio", de Christy Hall, con Dakota Johnson y Sean Penn. Pasado un buen trozo de película me di cuenta de que la protagonista llevaba una cruz tatuada en la mano, y volví a verla hacia el final; mi esposa no reparó siquiera en ese detalle. El signo cristiano por excelencia pasa desapercibido durante toda la película, y, cuando al final cobra sentido, lo hace de una manera muy peculiar. No voy a contarlo aquí, obviamente, para no estropear la película, pero eso que acontece confirma lo que estoy intentando explicar en este artículo.
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