EN BUSCA DEL ALMA PERDIDA

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¡Oh, MAR!... las mismas letras que AMOR tienes, pero revueltas...   

Todos llevamos inscrito en el corazón un ansia de amor eterno; y, cuando el alma navega, ignorante de Dios, por este mundo, experimenta una nostalgia tumbativa. ¡Sólo Dios!, diría nuestra santa abulense. Porque, en efecto, sólo Dios puede llenar esa ansia infinita de amor que nos acompaña siempre.
Hoy es Santo Tomás, el famoso apóstol que dijo aquello de "Si no meto mi dedo en el agujero de los clavos..."; y aquél también que, resuelta su duda, pronunció la más espléndida declaración de fe de todo el Evangelio: "¡Señor mío, y Dios mío!", confesando que el hombre que tenía delante era Dios en persona...

Tomás predicó en Irán...




En Tomás estamos representados todos, con nuestras dudas a la hora de creer. Y en su persona obtenemos también la certeza de que para los momentos de oscuridad hay una respuesta luminosa, porque como a él, también a nosotros, al vernos dudar, Jesús nos coge de la mano y nos la acerca a su costado... a la fuente de la vida... 

Homilía de San Jerónimo, donde explica en pocas palabras el quid de la alegría.

Ciertamente, gracias a Santo Tomás no nos espantamos de nuestras dudas, y gracias a su vida de testigo, y a la de los demás apóstoles, encontramos una vía para caminar seguros y confiados por esta existencia. Como cosa curiosa de ese itinerario, llama la atención que la lanzada que buscaba certificar la muerte de Jesús, en vez de ir directa al corazón, eligiera el costado opuesto para entrar, obligándonos con ello a transitar por el cuerpo de Cristo para llegar a la fuente; y Tomás sería precisamente el abanderado de todos los que habrían de pasar de la duda a la confesión de la fe 'abriéndose camino' por esa llaga... En la cual, por cierto, hay otra feliz metáfora, muy oportuna, además, para esta época que nos está tocando vivir.
Cuando las aguas claras de la verdad son agitadas y enturbiadas, perdemos las ganas de beber de ellas. Deambulamos entonces buscando otros manantiales que nos sacien... sin encontrarlos, claro; y, como consecuencia, nos abandonamos... y languidecemos, abatidos por el peso de nuestros infortunios. Pues ¡atención!, porque la Iglesia recomienda para esos momentos no alejarse del barro... A pesar de que, por estar débiles, nos cause rechazo lo espiritual, no se debe abandonar la oración. Aunque estemos sucios por el pecado, y extenuados por la falta de agua viva, Dios quiere que 'sigamos hurgando en nuestro barro' -tal y como la Virgen le pidió a la pobre Bernardita de Lourdes. Desde el barro de nuestra pobreza, al orar se irá limpiando de impurezas nuestra alma, por la Misericordia del que todo lo puede; y fluirá cada vez más pura nuestra plegaria  restaurando en nosotros, muy rápidamente, el deseo de Dios que las cosas del mundo habían apagado. 
Esas cosas, como muy bien explica San Jerónimo, tiran de nosotros 'hacia abajo', obligándonos a 'fijar los ojos en el abismo... y a arrastrarnos por el cieno', pero a poco que bebamos el agua de la vida, recuperamos el pálpito de la verdadera existencia, que tiende hacia Dios.
Es interesante también la vida de San Jerónimo, Padre de la Iglesia. Nació en el año 340, apenas iniciada la era de la cristiandad, por la conversión del emperador Constantino. A los setenta años de ese suceso, San Jerónimo tradujo la Biblia, del hebreo y el griego al latín, y su Vulgata ('versión para el pueblo') fue el faro de la fe en el mundo hasta hace bien poco, siendo reconocida en Trento como la versión oficial católica. 
Es asombroso y admirable que un solo hombre haya podido realizar una empresa tan gigantesca como ésa; y, sin duda, su educación tuvo mucho que ver en ello. En este sentido, merece la pena reflexionar sobre un detalle de su biografía: 

Es justamente la alegría del Evangelio lo que impulsa el alma a las mayores conquistas; es el ansia de corrientes de agua pura lo que, como a cervatillos, nos mueve... Las motivaciones humanas no son lo bastante poderosas para alimentar una búsqueda grandiosa, se quedan cortas; y en educación, como fue el caso del pequeño Jerónimo, y de tantos, se hace evidente que el principio de todo es el amor, la alegría, el bienestar del alma. Dicho sea de paso, en este aspecto fundamental de la tarea educativa, y de la renovación pedagógica pendiente, se inscribe el nacimiento de la Fundación Fíate, tal y como recoge este recorte del ABC:
 
El poder milagroso de la alegría


La presión que sentimos a diario es un ataque directo al centro impulsor de nuestra vida, al ánimo alegre que subyace a nuestras mejores realizaciones humanas. Por eso urge combatir, desde la conciencia de esta realidad, todo aquello que huela a desánimo, a tentación... Y cuanto mayor es la capacidad de hacer el bien de determinada empresa humana, más fuertemente se presenta esta contraempresa desalentadora.
Así le sucedió a San Jerónimo, cuyas tentaciones fueron a lo largo de los siglos motivo para pintores y filósofos...

Tentaciones de San Jerónimo (Valdés Leal, 1672)

En cierto momento de su intensa vida, Jerónimo, el "doctor máximo", depuso el capelo cardenalicio para dedicarse a la oración, recluido en una cueva. De sobra sabía él que el logro de su vida era estar con Jesús, y que es en la humildad de vida donde se le encuentra. Y ahí, en la imitación de la pobreza de Jesús, de sus soledades y asperezas, se presentó el tentador para arrancarle la alegría, lo que a todas luces no consiguió. 
A otro no menos grande que él, al Rey David, le atacó precisamente en la mayor exhibición de alegría que de este rey nos cuenta la Biblia: cuando recién elegido Rey de Israel procesionó con el Arca de la Alianza camino de Jerusalén, tapado tan solo con un *roquete de lino, y danzando como un niño. A otra mujer usó el astuto enemigo, a la hija del difunto rey Saúl, para 'morderle': -¡Oh, el gran David, haciendo el ridículo ante sus criadas... Pero tampoco picó el anzuelo este santo, que la despachó ensalzando la fe de las criadas, y dejándola tan sola en su soberbia que ni hijos tuvo en toda su vida.
En fin, es tan grande el don de la alegría del Señor que bien merece la pena dar la vida por él. Está muy mal visto -y perseguido- pensar y vivir así, pero es el único camino de paz. Por la fe accedemos a Cristo, y Él mismo nos certifica que vamos bien; y una vez que se ha experimentado esa amistad no se cambia por nada, porque con ella lo tenemos todo.

*Vestidura eclesiástica de lino parecida al alba pero más corta y que se lleva sin ceñir al cuerpo. 


                                                      






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