LA VERDAD
Os podéis fiar, Dios no falla. |
Acabo de visitar a una de las personas a las que he contratado para que me defiendan; en concreto, a la que me lleva el asunto de la ex-vecina que declaró ante el Juez que yo me pasaba las noches golpeando intermitentemente su pared para desquiciarla y obligarla a mudarse; parece ser que la documentación que aportó la acusación era tanta que no se la pudieron hacer llegar por LEXNET y se la tuvieron que meter en discos... ¡Ay, Dios mío! Del abogado de la acusación ya os he hablado otras veces. Encumbrado matrimonialista, cuando me enteré de que podía tener que vérmelas con él peregriné a su santuario, al ladito de los canónigos y canonistas, y su brillante placa me deslumbró. Pero, hete aquí, que, en cuanto relaté en FB el escandaloso significado de su intervención en este proceso, el letrado desapareció de su bujío, con placa y todo, como por arte de ensalmo. Me quedé perplejo cuando, en vísperas de la cita en la que me lo iba a encontrar, volví a pasar por su escondrijo y no hallé ni rastro de él… llegué a dudar de mi cordura, pero la vecindad me confirmó que no padecía de alucinaciones; el pájaro había tenido allí su nido, sólo que había levantado el vuelo en cuanto notó que podían ser descubiertos los oscuros secretos de su reputación. La comparecencia ante el juez me confirmaría que no era trigo limpio. Mintió; y, en connivencia con la Juez, me asaeteó con preguntas impropias, no dirigidas a probar la acusación investigada sino capciosas, malintencionadas, encauzadas a encasillarme en un perfil de persona problemática, mientras mi defensa, de oficio y aleccionada para la ocasión, callaba como los muertos. En cuanto a la presidencia de aquel Tribunal, permitió la Providencia que, sin que advirtiera mi presencia, la escuchara aconsejar a cierta letrada, acerca de un caso de género, que instruyera a la mujer para tenderle una trampa al varón de tal modo que, valiéndose de la posición de autoridad que ostentaba, pudiera ordenarse su ingreso en prisión.
Una vez más, denunciar el pecado me ha movido a escribir estas páginas, con gran pesar y dolor.
La Virgen María dijo en Fátima que hay muchas almas que se condenan porque nadie reza por ellas y nos pidió encarecidamente que oráramos y nos sacrificáramos por los pecadores. Pero ¿cuánto tenemos que rezar? o ¿qué sacrificios tenemos que hacer? Y la respuesta es ‘cero’. Una de las grandezas de nuestra religión es que ha abolido todos los ‘tengo que’; y lo ha hecho subsumiéndolos en el mandato del amor. No se es cristiano por cumplir preceptos sino por creer en Uno que es el Amor. A partir de ahí, lo que hagas o dejes de hacer no vendrá escrito ni en revelaciones ni en encíclicas, sino que te será dictado al corazón; lo oirás en tu conciencia. Cada uno de nosotros somos amados de manera personal, del mismo modo que nuestro amor es también personal. Uno podrá ofrecer a Dios el tratar su cuerpo con rigores y otro el soportar las humillaciones con paciencia; pero todo es don de Aquél que nos ama. Nadie conoce un corazón sino Dios; y por eso nos insiste Jesús en que no juzguemos al hermano. El resumen de esto que digo es la frase de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”.
En mi caso, mi acto penitencial es colocar mi lámpara en el candelero, para evitar que otros tropiecen. Porque desde aquel día ya lejano en que acepté peregrinar al sitio que tengo reservado en la morada del Padre, provisto exclusivamente con la pequeña luz de una vela (la fe), he adquirido mucho conocimiento, útil para los demás, acerca de los escollos del camino y de los caminos que no llevan a la casa del Padre.
Cuando te propones vivir sin pecar, y eres sincero, tus ojos se acostumbran a la luz, y advierten rápidamente la falta de ella. Ya va para treinta años que inicié mi peregrinación, y hace diez, más o menos, se agudizó mucho mi mirada al tener que pasar por muchas pruebas. El Señor me permitió ver y sufrir las mañas del malo, me hizo un poquito Job; y en esos trances sentí muchas veces que mi corazón me iba a explotar en el pecho, por la terrible congoja. Antes de comenzar mi viaje de fe vivía mi vida desabridamente, reseco por la falta de gracia; pero después me rescató el Señor para sumergirme de nuevo en la pila. El dia de Navidad de 1961 me llevaron mis padres a ‘cristianar’, pero hace treinta años entré yo por mis propios pies en un camino de renovación bautismal, el Neocatecumenal. Allí, a remojo, me fui esponjando poco a poco, y al cumplir cuarenta y nueve quiso el Señor purificarme con fuego. Desde entonces camino por cañadas oscuras, guiado tan solo por la fe y de la mano de María.
He ido relatando algunos pormenores de esa peregrinación en un blog, con la limitación que supone intentar describir un misterio, en este caso el del mal. En ese tiempo, los acontecimientos personales y los sociales fueron iluminándose mutuamente. Llegué muy pronto a un punto en que ser fiel a mi Dios me exigía poner mi vida sobre el tapete; y por salir indemne muchas veces de esas pruebas, crecieron mucho mi fe y amor a Jesús y a María. En contacto con ese ‘fuego de fundidor’ mis ojos se avezaron en distinguir la presencia del mal y me hice consciente de las graves consecuencias de su acción sobre las almas.
Estamos expuestos a esa acción tanto a nivel individual como colectivo; y me siento obligado a dar a conocer los peligros sociales que nos acechan, y a advertir a los incautos de que no es posible vivir al margen de esa lucha entre contrarios que es la vida. Es preciso tomar conciencia de que el que opta por el mal –tanto individual como institucional o colectivo- se hace enemigo de la vida y más temprano que tarde atenta contra ella. A base de no reconocer la culpa, la conciencia pierde fineza, se hace permisiva y es como si uno se cargara de cadenas que tiran de él hacia una vida miserable.
Los caudillos de esta guerra que libramos –hoy tan intensa- son, de un lado, el Testigo de la verdad y del otro, el padre de la Mentira. Es un hecho histórico que donde ha reinado Cristo ha habido prosperidad, y donde no, miseria y destrucción. Y es también un hecho que en el último decenio se ha ido enseñoreando de nuestro mundo el príncipe de la mentira, apagando progresivamente las luces que, a modo de faros, teníamos elevadas para evitar tropiezos. Corazones y mentes se han ido embotando de la mano del progreso material, dramáticamente ajenos a que el final de ese ‘progreso’ es la muerte en vida.
Después de nuestra guerra civil se vivió un largo periodo de ahorro y crecimiento sostenido, y al cambiar el régimen vino otro, igual de largo, de despilfarro y ruina creciente. Es propio de la mentira presentarse como verdad, y a medida que se nublan las mentes, esa treta causa más estragos. También es propio de ella el ser bullanguera y ruidosa, para atraerse a los inexpertos. Durante siete años relaté muchas de las trampas de que fuimos víctimas los españoles, en un blog con trescientas entradas y treinta mil visitas. Esa voz en el desierto me procuró mucho sufrimiento, porque hacer el bien nunca sale gratis. No hace mucho, eliminé ese sitio durante unos meses, pero luego comprendí que no era esa la voluntad de Dios y lo rehabilité (aprovecho para advertir de que en FB no me dejan compartirlo). El sitio en cuestión – ‘lafundacionfiate’ punto blogspot punto com- contiene una crónica de sucesos políticos, bastante objetiva, que deja ver la intensa acción del mal en España desde los años 2014 al 2021, contextualizada con notas históricas de lo que llevamos de siglo. Ese blog es, al mismo tiempo, narración de mi camino hacia el calvario y del de España.
Desde la crisis del 2013 hasta ahora han tenido lugar constantes ataques a nuestra convivencia, cuidadosamente pensados y trabajados. Se fraguó la ruptura del bipartidismo, abriendo paso al reinado de la confusión; se provocó la implosión social con la cuña del llamado ‘género’, reventando a las familias; mediante cierres de empresas y despidos laborales se inoculó miedo a la población, paralizándola; y con el candado de lo políticamente correcto, se amordazaron definitivamente todos los inconformismos. Este proceso otorgó carta blanca a los gobernantes para actuar sin rendir cuentas, dedicándose por entero a eliminar las garantías democráticas que tanta sangre habían costado, para fabricar una nueva sociedad al servicio de los magnates. Éstos, por el miedo y las prebendas, se ganaron la adhesión a su plan de la inmensa mayoría de los que significaban algo, dejando en un valor testimonial el servicio al bien común. Y todo esto se hizo gracias al emergente y totalitario poder de los medios –monopolio extranjero- que ha pasado ya a ser, de hecho, el primer poder.
El covid fue la gran prueba de fuego de esa subversión encubierta en la estructura del estado, acontecida tras algún ensayo general, como aquel que logró la estigmatización de millones de españoles con la exhumación de Franco.
Justo antes del debut del covid había aumentado tanto el descontento social que los ingenieros del plan vieron necesario abrir el aliviadero político de VOX; y lo gestionó D. Julio Ariza, director de La Gaceta. Este medio vil, actuando bajo capa de católico, había sido el abanderado en el linchamiento de Rajoy, persiguiéndole con saña desde el mismo momento en que subió al poder, por la sencilla razón de que encarnaba la continuidad del proyecto España y era, de hecho, la última garantía de la supervivencia de la Iglesia como autoridad moral en la sociedad. Y obviamente, con la mayoría de los resortes de poder en manos de los enemigos de la Tradición, VOX nació como un aborto político. Muy pronto se pudo ver que la esperanza verde estaba tan hueca como un queso de Gruyere. (El ejemplo más claro de esto fue la aprobación del delicadísimo decreto de los fondos gracias a los votos de VOX).
Una tras otra fueron sucumbiendo en estos últimos años todas las resistencias a ese poder oculto impío y, doblegado hasta el polvo el cuello de España, cayó sobre él el yugo de la opresión-covid. Aun cabía esperar una reacción dentro de la Iglesia, pero la fulgurante legitimación de la impostura por parte del Vaticano conculcó toda esperanza. El covid se extendió como una plaga mortal entre la población de España y de Europa, inane por su falta de fe.
Hacía meses que en nuestro país corría el viento frío del totalitarismo encubierto cuando la muerte empujó nuestra puerta y no halló resistencia. Con el miedo gobernándonos, un plan siniestro asumido por un ‘guapito de cara’ dizque presidente, elegido líder entre villanos metidos a próceres, inició en España la mayor involución cultural de nuestra historia.
Que los poderosos nos oprimen es del mundo a esta parte: Stalin se cargó a ochenta millones; Hitler a veinte… y así sucesivamente, para hacer realidad sueños disparatados. Pero esos terribles antecedentes son nada comparados con lo que ahora tenemos por delante. El actual, es el mayor intento de suplantar a Dios que haya conocido jamás la Historia. Deslumbrados por la potencia de las Matemáticas, unos locos arrogantes han comenzado la mayor sangría humana que imaginarse pueda. Ahora bien, conscientes de la magnitud de su ambición, tratan por todos los medios de ocultarla y hacerla pasar por progreso.
Sobre este particular ¿quién puede no darse cuenta de que un futuro ligado a la exterminación de los más débiles no es viable? Pero no sólo eso, sino que ese futuro va ligado a la supresión de la noción del bien y del mal; y, por tanto, de toda conciencia de culpa. Y lógicamente, en ese mundo que ya ha empezado, medran los menos virtuosos. Pues ¡atención!, el covid es ya el paradigma de esta nueva sociedad.
Para poder ponerlo en marcha, durante los siete años posteriores a la crisis, con la excusa de reforzar la seguridad, se alteraron los organigramas de todas las instituciones, yendo de hecho a muchos puestos estratégicos personas con pocos escrúpulos. Se abordó esa suplantación con vistas a que, llegado el momento, se pudiese ejecutar el plan homicida impunemente. Reinando la confusión, con la coordinación que permiten las técnicas digitales, y con villanos decidiendo lo que conviene hacer, el covid –una ficción- iba a ser el estreno fúnebre de la nueva triste normalidad, la que acontece en el 5G, la única, la virtual.
La objeción –aparentemente insalvable- de que muchas personas han muerto por covid se diluye al confrontarla con la posibilidad, más que probable, de que no hayan muerto, sino que los hayan matado.
El que ignora la realidad moral del ser humano puede considerar escandalosa esta afirmación, y, sin embargo, es la explicación que más sentido tiene de todas las que hasta ahora se han dado del fenómeno covid.
Muchos hemos experimentado, y sabemos muy bien, que sólo Dios puede dirigir nuestras vidas hacia la inocencia, y que si Él no actúa en nosotros resbalamos irremediablemente por la pendiente de la vehemencia de nuestras pasiones. Esto es experiencia, no teoría. Quien no haya acogido a Jesucristo –aunque fuera inconscientemente- en su corazón, muy pronto pecará gravemente, hasta llegar a matar. Matar, sí ¿no les parece que si el ‘no matarás’ está en el centro del Decálogo es porque cualquiera puede caer en él? Hay una gradación en este mandamiento, pero metidos en la espiral del pecado, si Dios no lo remedia, uno se hunde cada vez más en ella. Mata el que desoye los buenos consejos, el que no se cuida, el que fomenta la difamación, el que consiente, encubre o comete injusticias, el que acepta soborno, el que aborta o practica la eutanasia, etc., etc. El asesino empezó siendo un niño maltratado por sus padres y luego un abusador escolar; el ladrón empezó hurtándole el borrador a su compañero, y luego el i-phone. Entre mis alumnos de apoyo tuve varios jóvenes cleptómanos, y no pude hacer mucho por ellos porque Dios, el único que puede sanar las heridas del corazón, está vetado en las aulas. Estas heridas son las que, si no se curan, nos hunden en la violencia. Una vez dañado el corazón, la vida gira en torno a esa herida, ahondándola, haciéndose uno esclavo de ella; y malheridos, intentamos ocupar un sitio en la vida donde no se note mucho nuestra enfermedad. He visto ladrones trabajando donde se mueve el dinero, pederastas donde hay niños y sádicos en la sanidad. Denuncié en la Inspección del SESCAM a un dentista que arrancaba muelas a los niños sin anestesia; ante el CNP a un médico de urgencias dispuesto a matar; y en el Juzgado a autoridades afines a gays que consentían abusos en las aulas y en los programas de acogida.
¿Qué profesión elegiría una persona con instintos criminales? La que se ocupe de los enfermos más graves, lógicamente. En la sanidad, desde que Dios ha dejado de ser respetado, actúan con impunidad muchas personas que padecen esta lacra. Puedo asegurar, porque lo he palpado, que en tiempos de la pandemia actuaron en el ámbito sanitario personas que sabían que se estaba matando. Con el envilecimiento que trae consigo marginar a Dios, la ciencia ha dejado de ser la máxima autoridad en los hospitales, dejando ese lugar a la ambición humana. El sistema sanitario, por su dependencia de la tecnología digital, delega su coordinación en personas a las que no se conoce ni se les puede seguir el rastro, y es perfectamente posible – y más que probable- que, con la complicidad de un cierto número de técnicos corruptos, se hayan perpetrado crímenes en serie.
Todos tenemos experiencia de las dudas que nos dejaron muchas muertes de personas cercanas. Estoy firmemente persuadido de que las víctimas del covid fueron seleccionadas. Con un software potente y una red de siniestros cooperantes hábilmente distribuida en los distintos ‘morideros’, el plan habría diseñado sacrificar en primer lugar a las personas más desamparadas, las más solas; luego a aquellas cuya muerte dejase una buena herencia a los deudos; y, finalmente, a muchos cuya desaparición tuviera un significado estratégico en esta guerra (especialmente aquellos cuya muerte sirviera para acallar la voz de los revoltosos: “Muere por covid fulanito, líder de los anti-vacunas”).
En mi caso, que desde el comienzo expresé dudas sobre la versión oficial, vengo arrostrando dura persecución, y cada vez que, en mi lucha, sin dejarme vencer por los fracasos, he recurrido a personas que pudieran ayudarme, he podido comprobar cómo eran asoladas por el covid. Me pasó cuando, hostigado con multitud de pleitos, me sugirió el Señor hacer partícipe de ese acoso al Juez Decano. Resultó que, en el mismo momento en que de mi mente pasó a mi teclado esa idea, empezó a encontrarse mal esa persona y enseguida fue ingresada por covid, llegando a estar muy cerca de la muerte y necesitando meses para reponerse. Me pasó lo mismo con un experto consejero que me daba cobertura moral para continuar mi lucha… también fue seleccionado y puesto fuera de combate. Y mi confidente más próximo, a quien hacía partícipe de mis íntimos temores, llevó a su padre al médico con una pequeña molestia estomacal y en un abrir y cerrar de ojos lo ingresaron, le diagnosticaron neumonía y se murió; aún hoy, la esposa, el hermano y los hijos del finado, que vieron su repentina agitación en el hospital, siguen sin poder dar crédito a la versión oficial.
Tal y como he dicho, la actualidad política venía sugiriendo desde hacía meses que algo así podía ocurrir, que se estaba fraguando un golpe de estado encubierto. Yo, desde luego, no me sorprendí, y desde el primer momento estuve muy atento al modo de ejecución del plan. Está claro que, introducida la eutanasia, el asesinato de nonagenarios no iba a suponer un gran escándalo; y así empezó el holocausto. Pero el fin del plan era barrer la Tradición, y para ello necesitaba revestirse de terror. El rigor del confinamiento, impidiendo toda comunicación boca a boca, dio cobertura a las muertes selectivas. Los servicios SAMUR o 112, por su especial cercanía a la gente, sufrieron severos recortes e interferencias o fueron clausurados de hecho, neutralizándose así toda posible sospecha. Los hospitales de campaña ¿quién podría controlar lo que se levantó de un día para otro, con una nube de agentes sembrando confusión? Mientras tanto, el vacío legal de una Ley de Registro Civil intencionadamente pospuesta durante años, permitió enterrar a muchos sin certificado forense de defunción, metiendo en un limbo legal a decenas de miles de españoles.
En todo ese tiempo, siendo sociedades avanzadas, no se ofreció en ningún momento una explicación científica ni del fenómeno ni del plan para acabar con él. En vez de eso se nos sentó ante un teatrillo mediático, sensiblero y bullanguero, y se nos entretuvo con una programación televisiva fuera de lo corriente.
Pero el terror que tenía que nublar las mentes exigía algo más que enterrar ancianos. Yo estaba atento, y cuando saltó a la prensa la primera muerte de una persona joven me di prisa en examinar las circunstancias. Un guardia civil, si mal no recuerdo, fue la víctima elegida. La prensa daba su nombre, que no recuerdo, pero sí recuerdo que lo metí en google-imágenes y tan solo encontré una en que la víctima aparecía en un pueblo, de joven, solo, tocando una trompeta. No había ninguna imagen en que se pudiera identificar el sitio ni los acompañantes, ninguna con valor documental de la existencia real de esa persona. Esto se repitió al principio en bastantes ocasiones: “Se ha muerto José Fernández García, que era obrero de la construcción en Gandía”, y ante eso, con la población encerrada en sus casas ¿cómo se podía comprobar que esa información era veraz? Si al menos se dieran un montón de fotos y datos de la vida de esa persona… pero no, todo lo contrario, porque una noticia de esas se tapaba con otra y, además, los nombres solían ser, como el de este ejemplo, de lo más común. Otro de los primeros jóvenes muertos fue un militar del que decían que era de Mieres, Asturias. En este caso, como yo estaba confinado cerca de esa población, me acerqué un día por allí con la excusa de hacer compras, y pregunté a unas cuantas personas si le conocían. Todo lo que pude averiguar fue que, al parecer, su familia había vivido allí, pero que hacía muchos años que se habían ido de la villa.
La importancia de esas primeras muertes de jóvenes era mucha, porque venían a ser como las astillas con las que se inicia una hoguera que, una vez prendida, va a quemar lo que le echen. Como así sucedió.
Hoy se está pasando página de aquella tragedia; pero ya nada va a ser como antes. Porque el tiempo de pandemia se ha empleado para urdir un entramado que impida volver a lo de siempre, a las costumbres, normas, instituciones y mentalidad del pasado reciente. El gran reset es verdad; hay un intento de rehabilitar la civilización dejando en pie solamente la fachada. Intentan parar la locomotora de la Historia y cambiarla de vía, sin que se note, pero como eso no es tan sencillo, como implica muertes porque muchos no estamos dispuestos a dejarnos arrebatar la herencia cultural que, con sangre, sudor y lágrimas, nos dejaron nuestros mayores, se está abordando en fases, valiéndose del ruido, la confusión endémica, la mentira institucional y el avasallamiento de la Prensa y de los centros de poder al vil metal. Esta así llamada ‘guerra o invasión’ es la segunda fase de este plan quimérico y criminal. No es más que otro alarde mediático, arrogante donde los haya, porque hace burla del don sagrado de la paz. El humor bélico de Gila era inocente, pero éste, absurdo también, es repugnante. Compárese aquel “¿Está el enemigo?... que se ponga, por favor”, con “Los rusos ya están a treinta km de la central… si consiguen avanzar veinte o veinticinco más, ya estará el objetivo a tiro de sus misiles de última generación”. Sin comentarios. Repugnante, ciertamente.
Todo el mundo se ha dado ya cuenta de que la política transcurre de espaldas a los verdaderos problemas de la gente y que su dedicación es preparar el terreno para un nuevo orden mundial. Aunque pocos se atreven a decirlo, muchos sospechan que el covid ha sido un crimen de lesa humanidad. Ahora bien, si para instaurar esa nueva civilización ha sido necesario asesinar a millones de personas ¿cómo es posible que se abordara ese plan sin contar con Putin? Absurdo, ciertamente. Tan absurdo como pensar que la cobertura de la actualidad que dan los medios sea veraz (covid, invasión, lucha interna en el PP, bondad de Alberto Núñez, etc.)
Lo más sensato es pensar que esta guerra es otro paripé; y a bote pronto se le ven a esta hipótesis varias ventajas: Prorroga la confusión que impide seguir las huellas de la matanza covid. Los diarios – un vómito sin interés- ciegan con profusión de chismes el acceso a la revisión de los hechos históricos más recientes. Ofenden a posta el sentido común con lo que dicen: en el marco de una guerra moderna iniciada por una superpotencia, el obsceno desfase informativo hace que la gente bienintencionada quede desconcertada y como no le cabe en la cabeza que todo sea una tomadura de pelo, se allana a la explicación de los manipuladores de conciencias, y termina por asumir acríticamente cualquier versión oficial, como la de un Putin abusón y una Ucrania ultrajada. Para más inri, después de rendidos, les inoculan, por la pluma de De Prada, una duda razonable sobre lo que acaban de dar por bueno, y así convierten en papilla la fuerza potencial del bien.
Qué información fiable tenemos de lo que está pasando. Ninguna. Lo único que tenemos son fábulas y propaganda. Y además burdamente fabricados. Hoy mismo publica en portada un gran diario nacional el montaje fotográfico que están viendo (se nota que el primer plano no guarda relación con el fondo, y además se ven a la izquierda unos arbustos que están fuera de lugar en el marco urbano). Y la intoxicación propagandística es también manifiesta: Nos llegan de todos lados expresiones de apoyo a Ucrania, que impiden todo juicio recto sobre los hechos y, saturándonos de sentimentalismo, segregan toda mirada crítica (el texto de la foto es un correo que acabo de recibir).
Esta guerra, en este momento, es un señuelo para despistarnos de lo que verdaderamente se cuece, el intento de encerrarnos para siempre en las mazmorras digitales. Y por citar un efecto concreto del interés que, en aras de ese plan, tiene ahora buscarse un enemigo común contra el que se dirijan los malos humores y que permita seguir intrigando ¿no se acuerdan Vds. de que estábamos pendientes de debatir la distribución de tropecientos mil millones de euros que iban a ser la base de la nueva economía nacional? Sobre esto teníamos que tener fija la mirada y no sobre una caja tonta… y perversa.
Pero volviendo al covid y a sus efectos en la política nacional. El truco de “Este Sánchez, ¡qué malote es!”, ha servido para que el presidente decretara un Estado de Alarma que violaba la Constitución de un modo flagrante sin que pasara nada. En la Ley General de Estados Alarma se dice: “Habrá una Autoridad Única que residirá en el Gobierno de la Nación”, pero Sánchez decretó que habría tantas autoridades como autonomías. Del primero al último de quienes tenían alguna responsabilidad en la buena marcha de la cosa pública, callaron, y llegado el asunto al Tribunal Constitucional, miró para otro lado con la cobertura de la prensa lacaya. En toda la etapa democrática no ha habido otro ejemplo más elocuente de la degradación moral y la descomposición social en que nos hallamos, porque, además, las consecuencias de este hecho se están mostrando gravísimas.
Doña Isabel Díaz, al amparo de esa transgresión, disolvió ilegítimamente, y sin que hubiera motivo conocido que lo justificara, la Asamblea de Madrid. Como consecuencia, y mediando una intensa campaña propagandística sobre una población aturdida, problematizada y con ansias de cambio, Doña Isabel obtuvo un amplio respaldo. Lo siguiente fue que esta dirigente a sueldo, con el marchamo de crack que le otorgó la Prensa, se prestó a fingir un enfrentamiento con Casado para desalojarle de su puesto y abrirle paso al que estaba destinado tiempo ha a introducirnos con mano de hierro en los nuevos tiempos de nuestra vida de esclavos.
A pesar del rodillo social que nos viene machacando implacablemente en los últimos decenios, algunos seguimos pensando por nosotros mismos y abominamos de ese futuro en que nos quieren encerrar; por la sencilla razón de que si en el mundo no reina Cristo reinará la maldad, la ley del más fuerte, y desaparecerá todo lo que amamos y todo lo que hace valiosa la vida. Y por esa obstinación nuestra, nos tratan cada día como a ovejas de matanza, entregando nuestra vida al oprobio. Hoy, como en los primeros tiempos del cristianismo, en medio de la dura persecución sólo la íntima convicción de que la Cruz es el único camino para la salvación, nos permite seguir adelante haciendo el bien.
En una amena autobiografía que publiqué en 2015, cuento cómo el conocimiento de Cristo, y el fiarme de su promesa, fue el quid para aflojar los nudos mentales que me habían tenido postrado al borde del camino de mi vida durante mi juventud. A los diez años de ese encuentro había crecido tanto mi confianza en Él que quise seguirle del todo… Tenía en aquel momento ahorros como para comprarme un piso, y en cierto momento entendí que ese colchón me restaba libertad para el seguimiento de Cristo que mi corazón ansiaba; sin ser del todo consciente, esos ahorros estaban frenando mi crecimiento. Entendí que, como al joven rico, el Señor me pedía que diera ese dinero a los pobres y lo siguiera, y así lo hice. El modo en que tuvo lugar aquel gesto, y sus implicaciones, conforman un capítulo especialmente intenso de mi biografía. Arriesgué mucho, pero acerté. Hoy, al escribir este comprometido artículo, me ha venido a la mente un pensamiento que plasmé en el relato de aquellos momentos cruciales de mi vida, acerca del sentido de aquella decisión, y lo comparto a continuación por reflejar el mismo propósito que me anima en esta publicación.
“Aquella arriesgada jugada supondría la afirmación de mi existencia en el mundo, la inapelable voz de mi ser personal en el concierto de la creación. Si había vivido encarcelado por el engaño durante mucho tiempo, por fin había llegado el momento de recobrar mi libertad.
Con aquel gesto me afirmaba, nada más –y nada menos- que con el apoyo de mi fe, frente al ‘tirano’. Con todas mis fuerzas lanzaba al mundo un grito de victoria:
“¡CREO, LUEGO EXISTO!”; y sé que nadie podrá arrebatarme mi sitio; ahora aquí y luego en la eternidad. ¡Por fin ha caído la venda de mis ojos!; existo y actúo; y en la misericordia de Dios asumo enteramente las consecuencias de mis actos. Proclamo mi absoluta libertad confesándome criatura dependiente de Dios; escapo del cepo de la justicia y sabiduría humanas para acogerme al juicio compasivo de Dios.”
Mi madre, decidida y sensata, al enterarse de lo ocurrido, me llevó a hablar con el Arzobispo de la Diócesis, monseñor que fuera presidente de la CEE, quien, con impecable criterio evangélico, aprobó mi gesto. También mi psiquiatra, un hombre recto y cabal, lo juzgó una opción muy válida, que, según dijo, él mismo practicaba asiduamente. Y poco a poco, aquel acto propiamente ‘mío’ fue demostrando su utilidad como fundamento de una vida nueva en libertad.
Me liberé de un plumazo de pesadas cadenas mentales; de los fantasmas que me impedían crecer y volar. Hoy, veinte años después, vivo también asediado por severas amenazas que intentan hacerme callar. Aunque las de ahora son muy reales, sigo teniendo claro que nada ni nadie podrá apartarme del amor de Cristo; tengo siempre presente que he sido liberado por Cristo para la libertad; que soy verdaderamente hijo de Dios y que no he heredado un espíritu apocado para recaer en el temor, sino un espíritu de hijo para clamar en las dificultades: ‘¡Papá!’.
Yo creo, y por eso hablo. La fe es todo. Vivo entre peligros reales; los padezco en mis carnes; no elucubro. Tratan de eliminarme, de silenciarme para siempre, usando todo tipo de maldades: testimonios falsos; extorsión; acoso físico y psicológico; linchamiento mediático; difamación; violencia, violación, allanamiento… El covid sirve estupendamente para poner fuera de juego a los enemigos molestos: basta un diagnóstico en una pantalla para eliminarlos… El cómo lo hacen es lo de menos; los que lo han inventado son expertos en engañar, en emponzoñar y dañar al inocente. Si tienen la técnica para apagar sin dolor la vida de una persona, la tienen también para crearle complicaciones de salud mortales sin que se note… Del corazón salen todos los males, y el codicioso no se detiene ante nada; intriga, calumnia, soborna, ataca, intoxica…
En 153 rosas cuento cómo Dios permitió en mi vida que al torbellino social que sobrevino a la muerte de Franco se uniese en mi casa la gran enfermedad de mi padre, y cómo eso, estando yo dejando de ser niño, me dejó desorientado y me perdí. Mi naturaleza, sensible y curiosa, y mi pecado de juventud, me jugaron entonces una mala pasada; y durante un par de años vagué, como muchos de mi edad, por bares y recovecos, a la búsqueda de la vida, sin tener ni idea de que allí nunca la iba a encontrar. En vez de vida, probé muerte, como los jóvenes de hoy que acuden al botellón. Otro ambiente de descubrimientos necesita la juventud, que no se les facilita, y enferman. Un ambiente más sano me habría salvado, pero no tuve esa opción. Fumar o beber con los amigos y darle ‘placeres’ a tu cuerpo, como ahora, y probar la droga; no cocaína ni morfina ni esas cosas, pero, aunque contadas las ocasiones con los dedos de una mano, me puse en riesgo alguna vez – Dios ya me ha perdonado- con esas experiencias. Qué perversión poner veneno al alcance de los que están buscando alimento sano para crecer; qué sucia la ambición, que no solamente castiga vidas inocentes, sino que, además, por aumentar la ganancia, ensucia lo que ya de por sí es sucio, haciéndolo aún más nocivo. A la vuelta de los años, tras un sobreesfuerzo laboral, me sobrevino un gran cansancio que provenía de aquella contaminación de entonces. Fue en mi segundo año aquí; una buena médico se dio cuenta y ya me puso sobre la pista del tratamiento. Y sucedió que al abordarlo volví a toparme con la misma falta de limpieza que en mi juventud. Me usaron de conejillo de Indias, junto a unos cuantos más. Aquel tratamiento –Incívico- me fue aplicado sin garantías sanitarias, y a punto estuvo de matarme, lesionándome hasta tres cuartas partes de la piel con terribles eczemas. Creo que era un experimento, y de hecho sólo estuvo vigente unos meses. Los que lo sufrimos coincidimos en la sensación de repugnancia que nos causaba, la insoportable sensación de estar intoxicados, el desquiciante malestar que le acompañaba. Oí decir que era peor que la quimio. Una vez relaté sus síntomas a mi médico de cabecera y completé dos páginas impresas.
Llevo una semana padeciendo un mal físico que no me explico; un dolor agudísimo de garganta; inapetencia; malestar general que va y viene y me envuelve de continuo en algo muy similar a aquella antigua sensación ominosa e insoportable de haber sido envenenado. En el test de covid saltó inmediatamente el positivo. Sin poder dormir, débil, extremadamente dolorido y angustiado, la asombrosa familiaridad de síntomas con aquel antiguo tratamiento me persuadió para no ir al médico… ¡me han intoxicado! pensé. Y por fin, habiendo elaborado este artículo en medio del dolor, hoy ha comenzado a remitir el mal. Ha sido una gran prueba. Tenía yo la experiencia de haber padecido una neumonía hace tres o cuatro años, fruto del agotamiento, y la viscosidad de estos síntomas de ahora guardaban cierta relación con los de entonces: colapso respiratorio, fatiga respiratoria, debilidad general... Pero el íntimo convencimiento de que el covid es un fraude, y la parte de mis síntomas que no se parecía a lo que viví durante la neumonía, me hicieron resistir a la tentación de acudir al médico…
Me la juego a diario: me han hecho la burla de mis conciudadanos, me ponen trampas continuamente, y a poco que resbalara mi pie caería sin remedio… pero el Señor me sostiene. Mi moderación está a la vista de todos, para confundir a los que me acusan de exaltado. Me privan de mis derechos; me ponen denuncias falsas; me hostigan sin descanso; me obligan a gastar dinerales en abogados; hace tres meses que no cobro; no me dejan respirar ni un minuto, con llamadas y mensajes inquietantes, con amenazas expresas y veladas, asaltando mi privacidad continuamente, sembrando de mil tropiezos mi rutina… Buscan aniquilarme, pero el Señor, como fuerte guerrero a mi derecha, me sostiene.
Pretenden ahora hacernos creer que D. Alberto Núñez es un hombre de estado al que mueve el noble sentido del deber y su amor a España… hace falta fe para creerlo. La realidad está en el otro extremo: ha sido elegido por su falta de principios, por sus oscuros métodos y su ambición de poder… porque donde no está Dios, proliferan los ídolos.
Julio, ¡qué bien escribes! Me alegra saber que ya has mejorado y también que sobrevuelas por encima del miedo impuesto como verdad oficial. Un saludo. Sagrario J.
ResponderEliminarY tú, Sagrario, con esta respuesta te pones a mi altura; QDTB. Él lo puede todo.
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