LA LLANA Y LA ESPADA
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¿Es un hombre?, ¿es Dios?, ¿o es ambas cosas a un tiempo? |
“Dábale arroz a la zorra el abaD” es un famoso palíndromo (del griego “volver atrás, recorrer a la inversa“) que nos provee con una metáfora útil: para que la zorra no se coma las gallinas del monasterio, el abad la alimenta con arroz... Gallinas y abad, ovejas y pastor, da igual; el caso es que hay un guardián que, lo mires por donde lo mires, es bueno; y fiable. Como el abad, en nuestros pueblos, antaño, los lugareños ponían los graneros a disposición de los mendigos para dormir, y les daban sustento, para evitar que robaran. ¿Cuál es hoy la amenaza a nuestro modo ordenado de vivir? El olvido de Dios; de tal modo que se impone convivir con esa lacra utilizando a un tiempo la llana y la espada; la construcción del futuro con amor, y la defensa de lo propio con verdad. Hace falta mirar al Buen Pastor, al abad, y una y otra vez “volver atrás, recorrer a la inversa” el camino que nos ha apartado de Él, de sus enseñanzas, de su verdad definitiva, sin perder de vista que es una verdad amenazada, pero confiando en que el Guardián mantiene siempre la promesa hecha a los fieles.
Finalmente, volvemos a necesitar monasterios y abades que sean modelos de caridad inteligente, acorde con la verdad del amor. Y hace falta recordar que esta verdad perenne descansa en dos acontecimientos históricos: la Creación y la encarnación y sacrificio de Jesucristo. El primero nos remite a un jardín en que un varón y una mujer inseparables gozaban de la compañía de Dios. Y el segundo nos dice que Dios, en su misericordia infinita, viendo la incapacidad de los hombres para ser felices, se despojó de su rango y, hecho hombre, nos dio testimonio de cómo vivir en el Espíritu, para nuestra salvación. La cadena de santidad que inauguró Jesucristo es impresionante, y atarse a ella es la libertad. Para esto es necesario aceptar la verdad del amor: que dando se recibe; que entregar por amor el cuerpo -y toda su actividad- es dar el alma, y que en eso reside todo bien imaginable. La potencia de este mensaje ha conquistado el mundo, aunque no sin lucha, pero su verdad queda probada por el superior desarrollo cultural del mundo cristiano. De hecho, la impresionante realidad técnica de hoy no hubiera sido posible sin los fundamentos del saber que se fraguaron a la sombra de esos modos de vida inspirados en el Evangelio. Lo que está sucediendo actualmente, el intento de que esa técnica suplante a la ‘fuente originaria de todo ese bien’, viene a ser una recaída - otra más - en la ya larga historia de infidelidades del pueblo de Dios; algo así como volver a construir aljibes agrietados; o, lo que es peor, cambiar el agua viva de la fuente por el agua muerta del pozo. Pero por Jesucristo hemos recibido un espíritu de hijos, y no de siervos para recaer en el temor. Ahora gritamos ¡Abbá! -¡Papá!- y somos auxiliados.
La promesa de felicidad que inunda nuestra vida cuando el amor nos sale al encuentro estará siempre vigente para el que elija creer; una promesa de dicha eterna y fructífera, que ilumina hasta las estancias más profundas del ser... La gozan el varón y la mujer que se enamoran y responden generosamente a esa llamada a la plenitud. Su matrimonio será un santuario, su casa un monasterio; y con la ayuda de Dios fecundarán la tierra de nuevo. El sacramento que los une será sacramento -signo- de salvación para ellos y para quienes les rodean. Solo necesitan respetar la ley del amor, la verdad que está expuesta en la Cruz de Cristo: que la nueva medida del amor humano es el amor sin medida. En la Cruz encontrarán a Jesucristo, siempre dispuesto a ayudarles, pero rechazando la Cruz, nunca lo encontrarán.
Se puso de moda un crucificado sin Cruz hacia el año 2000, por la misma época en que todos hablaban del Código da Vinci; y ahora está de moda un Jesucristo tipo ibicenco, sonrosadito, cuyo corazón parece un adorno y cuyas llagas son como marquitas de la infancia. En realidad, éste y los otros, son placebos con los que calmar la inquietud que causa el vacío del amor, que está siendo cruelmente atacado. A ese Jesucristo vaporoso lo han vestido con las ropas más ligeras que han podido, pero el verdadero fue despojado de sus vestiduras, y nadie puede revestirlo adecuadamente sin caer en la falsedad.
La representación más actual de la figura de Jesucristo le fue revelada a Santa Faustina kowalska hacia 1935: un varón con larga túnica, de cuyo corazón mana un doble caudal: agua y sangre -perdón de los pecados y salvación renovada. La imagen es, pues, simbólica: Yo soy el Camino ('por pura misericordia me he hecho uno como vosotros'), soy la Verdad ('me he ofrecido en un bautismo de sangre y he vencido a la muerte'), y soy la Vida ('la cual doy en abundancia al que comulga conmigo y con mis padecimientos -Eucaristía'). En este Jesucristo está todo; en su Divina Misericordia nos indica el buen sendero de la vida. Pero hay además en el cuadro una jaculatoria a modo de luz -"Jesús, confío en ti"- la cual, en palabras de Benedicto XVI, resume la fe cristiana: fe en la omnipotencia del Amor Misericordioso de Dios, la cual va acompañada de una gran paz, la que Cristo ha ganado al precio de su sangre y que comunica a quienes confían en Él, la paz y la alegría que brotan del acontecimiento Pascual y calman el ansia del corazón creyente. La potencia virtual de este lema es que, al tratarse de una noticia inmejorable, actúa como palanca que nos mueve a unir nuestra vida con la de Jesús, desde el arrepentimiento y la fe.
El otro día, al acabar de confesarme, el canónigo me regaló una visita guiada por la Catedral; al mostrarme al Jesucristo del expolio, me dijo: '¿Te das cuenta de que tal parece que la túnica está sobrepuesta al cuerpo, que está como flotando?' El vestido fue consecuencia del pecado, y Jesucristo fue en todo como nosotros menos en el pecado. Por más que se suavice el atuendo impuesto al Señor, no va con él, no le es propio. Como tampoco es de Dios esa versión de su misericordia según la cual no es necesario nuestro arrepentimiento para acceder a la verdadera vida; eso de “Te espero, confía en mí” saca al fiel de su necesidad de corresponder al amor de Jesús. Además, quien dice esas palabras es un extraño, porque ni ellas ni la figura del cuadro remiten al Jesucristo verdadero; el dulce nombre de Jesús no aparece, y en su lugar hay una voz que se atribuye a sí misma todo el protagonismo: “Te espero”, y luego una orden: “Haz esto”. Esta supuesta ‘misericordia’ no se abaja para inclinar nuestro afecto sino que nos mira desde arriba, con autocomplacencia... Nos confesó una de mis cuñadas, coetánea mía, que tiene un retraso, que sentía que ese Jesucristo le sonreía, lo cual era justo lo mismo que me pasaba a mí. Me ayudó a caer en la cuenta del engaño, y desde entonces ya no miro a ese decorado, sino que dirijo mis ojos a la pequeña cruz que hay a la derecha del altar, o a la que sostiene San Juan como un escudo con el que frenar los dardos incendiarios del maligno.
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El Expolio, pintado por El Greco |
En Bolonia, dos semanas después del consistorio sobre la familia, el cardenal arzobispo de Bolonia, Carlo Caffarra, abordó en una entrevista con Il Foglio los temas del orden del día del Sínodo extraordinario que se iba a celebrar al mes de octubre siguiente, así como los del ordinario del 2015: matrimonio, familia, doctrina Humana Vitae, penitencia. Hela aquí:
La "Familiaris Consortio" de Juan Pablo II está en el centro de un fuego cruzado. Por un lado se dice que es el fundamento del Evangelio de la familia, por otro, que es un texto anticuado. ¿Es concebible una actualización?
Si hablamos de género y del llamado matrimonio homosexual, es cierto que en la época de la Familiaris Consortio no se hablaba de ello. Pero todos los demás problemas, especialmente los de los divorciados vueltos a casar, han sido discutidos extensamente. Soy testigo directo de ello, porque fui uno de los consultores del Sínodo de 1980. Decir que Familiaris Consortio nació en un contexto histórico completamente diferente al actual no es cierto. Hecha esta aclaración, digo que en primer lugar la Familiaris Consortio nos ha enseñado un método con el que debemos abordar las cuestiones del matrimonio y de la familia. Con este método se llegó a una doctrina que sigue siendo un punto de referencia ineludible. ¿Qué método? Cuando se le preguntó a Jesús bajo qué condiciones era lícito el divorcio, no se discutió en ese momento la licitud como tal, Jesús no entra en el problema casuístico del que surgió la pregunta, sino que indica en qué dirección había que mirar para entender qué es el matrimonio y, en consecuencia, cuál es la verdad de la indisolubilidad matrimonial. Era como si Jesús dijera: "Mira, hay que salir de esta lógica casuística y mirar en otra dirección, la del Principio". Es decir: hay que mirar donde el hombre y la mujer llegan a existir en la plena verdad de su 'ser hombre' y su 'ser mujer' llamados a formar una sola carne. En una catequesis, Juan Pablo II dice: "cuando el hombre se sitúa por primera vez frente a la mujer, la persona humana surge en la dimensión del don mutuo, cuya expresión (que es también expresión de su existencia como persona) es el cuerpo humano en toda la verdad original de su masculinidad y feminidad". Este es el método Familiaris Consortio.
¿Cuál es el significado más profundo y actual de Familiaris Consortio?
"Tener ojos capaces de mirar la luz del Principio", la Familiaris Consortio afirma que la Iglesia tiene un sentido sobrenatural de la fe, que no consiste única ni necesariamente en el consentimiento de los fieles. La Iglesia, siguiendo a Cristo, busca la verdad, que no siempre coincide con la opinión de la mayoría -'escuche a la conciencia y no al poder'- y en esto defiende a los pobres y a los despreciados. La Iglesia también puede apreciar la investigación sociológica y estadística cuando resulta útil para comprender el contexto histórico; pero esta búsqueda en sí misma no debe ser considerada una expresión del sentido de fe (FC 5). La verdad del matrimonio no denota una norma ideal de matrimonio; denota lo que Dios con su acto creador ha inscrito en la persona del hombre, varón y mujer. Cristo dice que antes de considerar los casos, debemos saber de qué estamos hablando. No estamos hablando de una regla que admita excepciones o no, de un ideal al que aspirar; estamos hablando de lo que son el matrimonio y la familia. Mediante este método, la Familiaris Consortio identifica qué son el matrimonio y la familia y cuál es su genoma, en el sentido usado por el sociólogo Donati, que no es un genoma natural, sino social y comunitario. Es en esta perspectiva que la Exhortación identifica el significado más profundo de la indisolubilidad conyugal (cf. FC 20). La Familiaris Consortio representó, por tanto, un grandioso desarrollo doctrinal, posible también gracias al ciclo de catequesis de Juan Pablo II sobre el amor humano. En la primera de estas catequesis, del 3 de septiembre de 1979, Juan Pablo II dijo que tenía la intención de acompañar, como desde lejos, los trabajos preparatorios del Sínodo del año siguiente. Y así lo hizo, pero no abordando directamente los temas del sínodo, sino dirigiendo la atención a las raíces profundas. Es como si hubiera dicho: "Yo, Juan Pablo II, quiero ayudar a los padres sinodales. ¿Cómo les ayudo? Llevándolos a la raíz de los problemas". De este regreso a las raíces nació la gran doctrina sobre el matrimonio y la familia dada a la Iglesia por la Familiaris Consortio. Y no ignoró los problemas concretos; también habló del divorcio, de la libre convivencia, del problema de la admisión a la Eucaristía de los divorciados vueltos a casar. La imagen, por tanto, de una Familiaris Consortio que pertenece al pasado, que no tiene nada que decir en el presente, es caricaturesca; o bien es una consideración hecha por personas que no la han leído.
Muchas conferencias episcopales han subrayado que de las respuestas a los cuestionarios en preparación de los dos próximos sínodos se desprende que la doctrina de la Humanae Vitae ahora sólo crea confusión. ¿Es así o fue un texto profético?
El 28 de junio de 1978, poco más de un mes antes de su muerte, Pablo VI dijo: "Por la Humanae Vitae daréis gracias a Dios y a mí". Ahora, después de cuarenta y seis años, si repasamos brevemente qué pasó con la institución del matrimonio, nos damos cuenta de lo profético que fue ese documento. Al negar la conexión inseparable entre sexualidad conyugal y procreación, es decir, al negar la enseñanza de la Humanae Vitae, se ha abierto el camino a la desconexión mutua entre la procreación y la sexualidad conyugal: del 'sexo sin bebés', a 'bebés sin sexo'. El fundamento de la procreación humana en el terreno del amor conyugal se ha ido oscureciendo gradualmente y poco a poco se ha ido construyendo la ideología de que cualquiera puede tener un hijo. El hombre o la mujer solteros, el homosexual, la maternidad subrogada. Así, hemos ido pasando constantemente de la idea del niño esperado como un regalo a la idea del niño planeado como un derecho: se dice que el derecho a tener un hijo existe; véase la reciente sentencia del tribunal de Milán que afirmó el derecho a la paternidad, es decir, el derecho a tener una persona. Esto es increíble. Tengo derecho a tener cosas, pero no personas. Progresivamente se ha ido construyendo un código simbólico, tanto ético como jurídico, que ahora relega a la familia y al matrimonio al puro afecto privado, indiferente a los efectos sobre la vida social. No hay duda de que cuando se publicó Humanae Vitae, la antropología que la sustentaba era muy frágil, y un cierto biologicismo no faltaba en el argumento. La enseñanza de Juan Pablo II tuvo el gran mérito de construir una antropología adecuada basada en la Humanae Vitae. La pregunta que hay que plantearse no es si la Humanae Vitae es aplicable hoy y en qué medida, o si, por el contrario, es una fuente de confusión; en mi opinión, la verdadera pregunta que hay que plantearse es otra.
¿Cual?
La Humanae Vitae, ¿dice la verdad sobre el bien inherente a la relación matrimonial?, ¿dice la verdad sobre el bien que está presente en la unión de las personas de los dos cónyuges en el acto sexual? De hecho, la esencia de las proposiciones normativas de la moral y del derecho se encuentra en la verdad del bien que en ellas se objetiva. Si no nos ponemos en esta perspectiva, caemos en la casuística de los fariseos; y nunca sales de allí, porque entras en un callejón al final del cual te ves obligado a elegir entre la norma moral y la persona; si uno se salva, el otro no se salva. La pregunta del pastor es, por tanto, la siguiente: ¿cómo puedo guiar a los cónyuges a vivir en verdad su amor conyugal? El problema no es verificar si los cónyuges se encuentran en una situación que los exime de una norma, sino cuál es el bien de la relación conyugal; cuál es su verdad íntima. Me sorprende que alguien diga que Humanae Vitae es confusa. ¿Qué se quiere decir con eso?, quienes así hablan ¿conocen la fundamentación de la Humanae Vitae por Juan Pablo II? Agrego una consideración. Estoy profundamente sorprendido por el hecho de que, en este debate, incluso cardenales muy eminentes no tengan en cuenta las ciento treinta y cuatro catequesis sobre el amor humano. Ningún Papa había hablado nunca tanto de esto; ¡y todo ese Magisterio es ignorado, como si no existiera! ¿Es confusa la Humanae Vitae? Pero, ¿son conscientes quienes dicen esto de lo que se ha hecho a nivel científico basándose en la regulación natural de las concepciones?, ¿saben ustedes de la existencia de innumerables parejas en todo el mundo que viven con alegría la verdad de la Humanae Vitae?
El cardenal Kasper también subraya que en la Iglesia hay grandes expectativas con vistas al Sínodo y que, si no se cumplen, se corre el riesgo de sufrir una terrible decepción. ¿Se trata de un riesgo concreto, en su opinión?
'No soy profeta ni soy hijo de profetas'; sin embargo, sé que sucede un evento maravilloso: Cuando el pastor no predica sus propias opiniones ni las del mundo, sino el Evangelio del matrimonio, sus palabras golpean los oídos de los oyentes, pero al mismo tiempo el Espíritu Santo entra en acción en sus corazones y los abre a las palabras del pastor. Entonces, respecto al Sínodo, me pregunto ¿sobre las expectativas de quién estamos hablando? Una importante cadena de televisión estadounidense llevó a cabo una investigación sobre las comunidades católicas repartidas por todo el mundo; y retrata una realidad muy diferente de las respuestas al cuestionario registradas en Alemania, Suiza y Austria. Por dar sólo un ejemplo: El 75 por ciento de la mayoría de los países africanos están en contra de la admisión a la Eucaristía de los divorciados vueltos a casar. Entonces, repito de nuevo: ¿de qué expectativas estamos hablando?, ¿de las de los occidentales?, ¿es entonces Occidente el paradigma fundamental según el cual la Iglesia debe anunciar? ¿Estamos todavía en este punto? Vamos a escuchar un poco también a los pobres. Quedo perplejo y pensativo al oír que, o vamos en una determinada dirección, o si no hubiera sido mejor no celebrar el Sínodo. Pero, ¿qué dirección?, ¿la dirección que supuestamente indicaron las comunidades centroeuropeas? ¿Y por qué no la dirección indicada por las comunidades africanas?
El cardenal Müller dijo que es lamentable que los católicos no conozcan la doctrina de la Iglesia, y que esta falta no puede justificar la necesidad de adaptar la enseñanza católica al espíritu de los tiempos. ¿Falta pastoral familiar?
Ha faltado. Es una responsabilidad muy seria de nosotros los pastores reducir todo a cursos prematrimoniales. ¿Y la educación emocional de adolescentes y jóvenes? ¿Qué pastor de almas habla todavía de castidad? Hay un silencio casi total, desde hace años, que yo sepa. Miremos el acompañamiento a las parejas jóvenes: preguntémonos si realmente hemos anunciado el Evangelio del matrimonio, si lo hemos anunciado como lo pidió Jesús. Entonces, ¿por qué nos preguntamos por qué los jóvenes ya no se casan? No siempre es por motivos económicos, como suele decirse; me refiero a la situación en Occidente. Si se hace una comparación entre los jóvenes que se casaron hace treinta años y los de hoy, las dificultades que tenían hace treinta o cuarenta años no eran menores que las de hoy. Pero estaban construyendo un proyecto, tenían esperanza. Hoy tienen miedo y el futuro da miedo. Pero si hay una elección que requiere esperanza en el futuro, es la elección de casarse. Estas son las preguntas fundamentales hoy. Tengo la impresión de que si Jesús apareciera de repente en una conferencia de sacerdotes, obispos y cardenales que estuvieran discutiendo los graves problemas del matrimonio y de la familia, y le preguntaran, como hacían los fariseos, "Maestro, dinos ¿es o no indisoluble el matrimonio?; ¿hay casos, después de la debida penitencia...?", Él respondería del mismo modo que a los fariseos: "Mirad el principio". El caso es que ahora queremos curar los síntomas sin abordar seriamente la enfermedad. Por lo tanto, el Sínodo no podrá evitar tomar posición ante este dilema: El modo en que la morfogénesis del matrimonio y de la familia ha evolucionado, ¿es positivo para las personas, para sus relaciones, y para la sociedad, o constituye por el contrario una decadencia de las personas y de sus relaciones que puede tener efectos devastadores en toda la civilización? El Sínodo no puede eludir esta cuestión. La Iglesia no puede considerar que estos hechos (jóvenes que no se casan, convivencia libre en aumento exponencial, introducción del llamado matrimonio homosexual en los ordenamientos jurídicos, etc.) sean derivaciones históricas, procesos históricos de los que deba tomar nota y, por lo tanto, adaptarse sustancialmente. No. Juan Pablo II escribió en el Taller del Orfebre que "crear algo que refleje el ser y el amor absoluto es, tal vez, la cosa más extraordinaria que existe. Pero se va tirando sin que nos demos cuenta de ello". ¿Debe entonces la Iglesia dejar de hacernos sentir el aliento de la eternidad dentro del amor humano? ¡Dios nos libre!
Se habla de la posibilidad de readmitir a la Eucaristía a los divorciados vueltos a casar. Una de las soluciones propuestas por el cardenal Kasper tiene que ver con un período de penitencia que conduzca a la plena reconciliación. ¿Es una necesidad ineludible o es una adaptación de la enseñanza cristiana según las circunstancias?
Quien formula esta hipótesis no ha respondido, al menos hasta ahora, a una pregunta muy simple: ¿Qué pasa con el primer matrimonio, ratificado y consumado? Si la Iglesia admite a la Eucaristía, debe dar de todos modos un juicio de legitimidad a la segunda unión; es lógico. Pero entonces, respondiendo a su pregunta, ¿qué pasa con el primer matrimonio? El segundo, se dice, no puede ser un verdadero matrimonio, ya que la bigamia va en contra de la palabra del Señor; ¿y el primero?, ¿está disuelto? Pero los papas siempre han enseñado que el poder del sumo pontífice no llega a esto: el santo padre no tiene poder sobre los matrimonios ratificados y consumados. La solución propuesta lleva a pensar que el primer matrimonio permanece, pero también existe una segunda forma de convivencia que la Iglesia legitima. Existiría así un ejercicio de la sexualidad humana extramatrimonial que la Iglesia considera legítimo; pero esto niega la columna vertebral de la doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad. Llegados a este punto cabría preguntarse: ¿Por qué no se aprueban las convivencias libres? ¿Y por qué no las relaciones entre homosexuales? La pregunta de fondo es, por tanto, sencilla: ¿qué pasa con el primer matrimonio? Pero nadie responde. Juan Pablo II dijo en el año dos mil, en un discurso a la Rota, que "se deduce claramente que el Magisterio de la Iglesia enseña la no extensión de la potestad del romano pontífice a los matrimonios sacramentales ratos y consumados, como doctrina que se ha de considerar definitiva, aunque no haya sido declarada de forma solemne mediante un acto de definición”. La formulación “doctrina que se ha de considerar definitiva” es técnica, quiere decir que sobre esto ya no se admite la discusión entre los teólogos ni la duda entre los fieles.
Entonces, ¿no es sólo una cuestión de práctica, sino también de doctrina?
Sí, aquí se toca la doctrina, inevitablemente; también puedes decir que no lo haces, pero lo haces. No sólo eso, sino que se introduce una costumbre que a la larga determina en las personas, y no sólo en los cristianos, la idea nociva de que no existe un matrimonio absolutamente indisoluble. Y esto ciertamente va en contra de la voluntad del Señor. No hay duda sobre esto.
Sin embargo, ¿no se corre el riesgo de considerar el sacramento sólo como una especie de barrera disciplinaria y no como un medio de curación?
Es cierto que la gracia del sacramento también es curativa, pero hay que ver en qué sentido. La gracia del matrimonio cura porque libera al hombre y a la mujer de su incapacidad de amarse para siempre con toda la plenitud de su ser. Esta es la medicina del matrimonio: la capacidad de amarse para siempre y totalmente. Sanar significa esto, y no hacer que se sienta algo mejor una persona que, en realidad, seguirá estando enferma, es decir, constitutivamente incapaz de ser definitiva, entera. La indisolubilidad matrimonial es un don que es dado por Cristo al hombre y a la mujer que se casan en Él. Es un regalo; no es en absoluto una norma que se impone; ni tampoco es un ideal por el que deban esforzarse. Es un regalo y Dios nunca se vuelve atrás de sus regalos. No es casualidad que Jesús, respondiendo a los fariseos, base su respuesta revolucionaria en un acto divino: "Lo que Dios ha unido"; es Dios quien une, de lo contrario la definitividad seguiría siendo un deseo natural pero imposible de realizar. Dios mismo da el cumplimiento; si bien el hombre también puede decidir no utilizar esta capacidad de amar definitiva y totalmente. La teología católica conceptualizó luego esta visión matrimonial de la fe a través del concepto de vínculo conyugal; el matrimonio, el signo sacramental del matrimonio, produce inmediatamente entre los cónyuges un vínculo que ya no depende de su voluntad, porque es un don que Dios les ha hecho. Estas cosas no se les dicen a los jóvenes que hoy se casan; y luego nos sorprendemos si suceden ciertas cosas...
Se produjo un debate muy apasionado sobre el significado de la misericordia. ¿Qué valor tiene esta palabra?
Tomemos el pasaje de Jesús y la adúltera. Para la mujer encontrada en flagrante adulterio, la ley mosaica era clara: debía ser apedreada. De hecho, los fariseos preguntan a Jesús qué pensaba con el objetivo de ponerlo en su perspectiva; si hubiera dicho "apedrearla", inmediatamente habrían concluido: "Mira, el que predica la misericordia, el que va a comer con los pecadores, cuando llega el momento también dice que la apedreen"; y si Jesús hubiera dicho "No la apedreéis", habrían pensado: "A esto conduce la misericordia, a destruir la ley y todo vínculo jurídico y moral". Esta es la perspectiva típica de la moral casuística, que conduce inevitablemente a un callejón al final del cual está el dilema entre la persona y la ley. Los fariseos intentaron llevar a Jesús a este callejón, pero él abandona totalmente esta perspectiva y dice que el adulterio es un gran mal que destruye la verdad de la persona humana que traiciona. Y precisamente porque es un gran mal, Jesús, para quitarlo, no destruye a quien lo cometió, sino que lo cura de este mal y le recomienda no caer en cosa tan dañina: "Yo tampoco te condeno, vete y no peques más"; esta es la misericordia de la que sólo el Señor es capaz; esta es la misericordia que la Iglesia, de generación en generación, anuncia. La Iglesia debe decir lo que es malo; recibió el poder de sanar de Jesús, pero con la misma condición. Al ser muy cierto que el perdón siempre es posible -y tal como lo es para el asesino lo es también para el adúltero- volvemos a encontrarnos con una dificultad que ya le planteaban los fieles a San Agustín: el asesinato es perdonado, pero a pesar de ello la víctima no resucita, ¿por qué no perdonar pues al divorciado "vuelto a casar", aunque ya no sea posible un renacimiento de su primer matrimonio? Pero la cosa es completamente diferente. En el asesinato, una persona que ha odiado a otra es perdonada, y por ello se pide arrepentimiento. En última instancia, la Iglesia no se lamenta porque una vida física haya terminado, sino porque hubiera tal odio en el corazón de un hombre que incluso le llevó a la supresión de la vida física de otra persona. "Esto es malo", dice la Iglesia; "debes arrepentirte de esto y te perdonaré". En el caso de los divorciados vueltos a casar, la Iglesia dice: "El mal aquí es el rechazo del don de Dios, el deseo de romper el vínculo indisoluble establecido por el mismo Señor". La Iglesia perdona siempre con la condición de que haya arrepentimiento; pero el arrepentimiento en este caso significa volver al primer matrimonio. No es serio decir: "Estoy arrepentido, pero me quedo en el mismo estado que constituye la ruptura del vínculo (de la cual me arrepiento)". También se oye decir: 'Es que muchas veces no es posible'. Hay muchas circunstancias, por supuesto, pero en las condiciones descritas, la persona se encuentra en un estado de vida objetivamente contrario al don de Dios. La Familiaris Consortio lo dice explícitamente: La razón por la que la Iglesia no admite a los divorciados vueltos a casar a la Eucaristía no es porque la Iglesia asuma que todos los que viven en estas condiciones estén en pecado mortal (la condición subjetiva de estas personas es conocida sólo por el Señor, que mira en lo más profundo del corazón, motivo por el cual San Pablo nos previene de juzgar "antes de tiempo"); la razón de la Iglesia no es ésa, sino que - y esto está escrito en la Familiaris Consortio- "ese estado y condición de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia significada y realizada por la Eucaristía" (FC 84). La misericordia de la Iglesia es la de Jesús, la que dice que la dignidad del cónyuge ha sido desfigurada con el rechazo del don de Dios. La misericordia no dice: "Paciencia, intentemos arreglarlo lo mejor que podamos"; ésa es la tolerancia, esencialmente diferente de la misericordia. La tolerancia deja las cosas como están por razones superiores; la misericordia es la potencia de Dios que saca del estado de injusticia...
...por tanto, no se trata de una cuestión de acomodación.
De ningún modo la misericordia puede ser un acomodo, algo así sería indigno del Señor. Para adaptarse ya bastan los hombres; aquí se trata de regenerar a la persona humana, y sólo Dios, y en su nombre la Iglesia, es capaz de hacerlo. Santo Tomás dice que la justificación del pecador es una obra mayor que la creación del universo. Cuando un pecador es justificado, sucede algo que es más grande que el universo entero. Es un acto que se puede realizar en un confesionario; que puede suceder a través de un sacerdote humilde y pobre; pero, de darse, es un acto mayor que la creación del mundo. No debemos reducir la misericordia a adaptaciones, ni confundirla con la tolerancia. Eso es injusto para la obra del Señor.
Uno de los argumentos más citados por quienes esperan que la Iglesia esté abierta a las personas que viven en situaciones consideradas irregulares es que la fe es una pero las formas de aplicarla a las circunstancias particulares deben adaptarse a los tiempos, como siempre ha hecho la Iglesia. ¿Qué opina?
¿Puede la Iglesia limitarse a ir hacia donde la llevan los procesos históricos, como si fueran derivas naturales? ¿Consiste en eso anunciar el Evangelio? No lo creo, porque si así fuera, yo me pregunto cómo se puede salvar al hombre. Les contaré un caso: Una esposa todavía joven, abandonada por su marido, me dijo que vivía en castidad pero que le costaba mucho; "porque", dijo, "no soy una monja, sino una mujer normal". Eso me dijo, pero al mismo tiempo me confesó que no podía vivir sin la Eucaristía; y porque comulga con el sacrificio de Cristo su castidad se aligera. Otro caso; una señora con cuatro hijos fue abandonada por su marido tras más de veinte años de matrimonio; la señora me contó que al pasar por esa experiencia comprendió que debía amar a su marido en la cruz, "como Jesús lo hizo conmigo". ¿Por qué no hablamos de estas maravillas de la gracia de Dios? ¿Se han "adaptado a los tiempos" estas dos mujeres? Por supuesto que no. Le aseguro que me siento mal cuando tomo nota del silencio, en estas semanas de debate, sobre la grandeza de esposas y esposos que, abandonados, siguen siendo fieles. El profesor Grygiel tiene razón cuando escribe que a Jesús no le importa mucho lo que la gente piense de él, sino que le interesa lo que piensan sus apóstoles. ¡Cuántos párrocos y obispos podrían dar testimonio de episodios de fidelidad heroica! Después de un par de años de estar aquí en Bolonia, quise reunirme con los divorciados vueltos a casar. Había más de trescientas parejas; pasamos juntos toda la tarde de un domingo; al final, más de uno me dijo que entendía que la Iglesia es verdaderamente madre cuando impide recibir la Eucaristía. Al no poder recibir la Eucaristía, comprenden cuán grandioso es el matrimonio cristiano y cuán hermoso es el Evangelio del matrimonio.
El tema de la relación entre el confesor y el penitente se plantea cada vez más como posible solución para afrontar el sufrimiento de quien ha visto fracasar su proyecto de vida. ¿Cuáles son sus pensamientos?
La tradición de la Iglesia siempre ha distinguido -distinguido, no separado- la tarea magisterial del ministerio del confesor. Usando una imagen podríamos decir que siempre distinguió el púlpito del confesionario. Una distinción que no significa una duplicidad, sino que la Iglesia desde el púlpito, cuando habla de Matrimonio, da testimonio de una verdad que no es ante todo una norma, un ideal hacia el que encaminarse; entonces entra amorosamente el confesor y le dice al penitente: "Lo que escuchaste desde el púlpito es tu verdad, que tiene que ver con tu libertad, herida y frágil". El confesor conduce al penitente por el camino que le lleva hacia la plenitud de su bien. No es que la relación entre el púlpito y el confesionario sea la relación entre lo universal y lo particular, que es lo que pensaban los casuistas, especialmente en el siglo XVII. Ante el drama del hombre, la tarea del confesor no es recurrir a la lógica que sabe pasar de lo universal a lo singular. El drama del hombre no reside en el paso de lo universal a lo singular, sino que se asienta en la relación entre la verdad de su persona y su libertad. Éste es el núcleo del drama humano, porque con mi libertad puedo negar lo que puedo afirmar con mi razón. Veo lo bueno y lo apruebo, y sin embargo hago lo malo; éste es el drama. El confesor se sitúa dentro de este drama, no dentro del mecanismo 'universal-particular'. Si esto hiciera, inevitablemente caería en la hipocresía y se vería llevado a decir: "está bien, esta es la ley universal, pero como te encuentras en estas circunstancias, no estás obligado". Se desarrollaría entonces, inevitablemente, un caso en el que la ley se volvería objetable. De un modo hipócrita, por tanto, el confesor habría ya promulgado otra ley además de la predicada desde el púlpito. ¡Hipocresía pura y dura! ¡Ay si el confesor nunca le recordara a la persona que tiene delante que estamos en camino! Se correría el riesgo, en nombre del Evangelio de la misericordia, de anular el Evangelio de la misericordia. En este punto Pascal tenía razón en sus Cartas Provinciales, que en otros aspectos son profundamente injustas: guiado con esa doblez, con el tiempo, el hombre podría convencerse a sí mismo de que no está enfermo y, por lo tanto, de que no necesita a Jesucristo. Uno de mis maestros, el siervo de Dios Padre Cappello, gran profesor de derecho canónico, decía que cuando se entra al confesionario no se debe seguir la doctrina de los teólogos, sino el ejemplo de los santos." (Fin de la entrevista)
"Hay una pastoral que mira la verdad del amor como ideal irrealizable, contrapuesto al camino concreto de acompañamiento espiritual. Los modos de amar opuestos a la verdad del Evangelio serían sólo realizaciones imperfectas de un camino continuo de don de sí. (Pero) este método paraliza al sujeto, en primer lugar, porque la meta que se le ofrece es tratar de que se sienta bien consigo mismo, como si la pastoral se identificara con una terapia psicológica (...)". L. Melina, Alivio
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