MANUAL DE RESISTENCIA CATÓLICA
Le regalé a mi padre esa navaja, y él, excombatiente, me la legó en su lecho de muerte. 'La iglesia le regala' a nuestros hijos este tomo, y ellos, lo toman... o lo dejan. |
Ha pasado otra semana, la última del año litúrgico, y no ha sido, con toda seguridad, la mejor de nuestra vida, con tantas amenazas como tenemos que soportar. A mí me sentaron de nuevo en el banquillo; uno que come el mismo pan del cielo que yo, sabiendo de sobra que me acusaban falsamente, y pudiendo evitarlo, buscó adrede hacerme daño; algo impensable en una comunidad cristiana que viviera con una fe sincera y una conciencia bien formada, pero sea todo para mayor gloria de Dios.
Hoy, con la tensión pasada, las fricciones -de dentro y de fuera-, la actividad intensa, y el dormir poco y mal, me he levantado espeso; pero, ¡qué poder tan grande el de Jesucristo!, que es capaz de acompañarnos en nuestras tribulaciones y al mismo tiempo hacernos sobrevolarlas. Rezando Laudes y Oficio, el canto del Miserere me ayudó a levantar el ánimo, al transportarme al trono de la Misericordia y a su esperanza. Después, el cántico de Habacuc vino como un bálsamo a mis preocupaciones; y ya, con el corazón más confortado y agradecido, entré con buena disposición en las lecturas.
Terminando el año 'cultual', la sabia y santa Madre Iglesia nos hace escuchar la voz de Pedro: después de dejar bien sentado, en su primera carta, lo principal de la vida del cristiano, y que estamos de camino al cielo, en la segunda nos dirige enfáticamente una advertencia, la cual nos fue leída anteayer y hoy vuelve a repetírsenos: "Sobre todo, tened presente que en los últimos días vendrán hombres que se burlarán de todo". Se trata de hombres que surgen en la Iglesia, pero que se comportan igual que los gentiles.
Por supuesto que sí, burla, befa y mofa, es lo que venimos soportando a diario en España. ¿Qué, sino, ha sido esta semana el trato informativo dado a la evidente implicación del gobierno en la masacre de Valencia? Un capotazo por aquí, un fingimiento por allí... nada entre dos platos. Una burla diaria son las noticias en estos últimos años, un rancho repugnante de mentiras, chulerías y desprecios. Y preparémonos, porque la Agenda no para.
Respecto de esto tengo unos avisos que dar. En el gran proyecto social en marcha no tiene sitio el Amor, y, por tanto, ha de ser destruida toda imagen suya, y, muy principalmente, los matrimonios verdaderamente unidos; éstos sólo sobrevivirán si se refugian en el Señor. Para lograr este ambicioso objetivo, la Agenda va a proceder de manera inminente a robarle casas a los propietarios de clase media que hayan invertido sus ahorros en el ladrillo. Asimismo, con la misma urgencia, van a atacar a los hijos de las familias que aún resisten unidas, sometiéndolos a tensiones insufribles, que conducirán a su rápido apartamiento del tronco parental "por razones de salud".
Las excusas que se utilizarán para estos dos ataques serán voceadas a los cuatro vientos por sus omnipotentes medios de propaganda, que nos machacan las meninges las veinticuatro horas del día. En el primer objetivo se tratará oficialmente de solucionar el "gran problema de la falta de vivienda", por el que muchos viven 'injustamente' hacinados, o sin techo, o en infraviviendas. Y en el segundo se dará amplia difusión a casos inventados o inducidos de delincuencia infantil, tras haberla potenciado a conciencia, para infundir terror y desadaptación en los hijos de familias ordenadas, y así ponerlos en manos de la nueva casta forense-matarife, que destrozará sus vidas con la impunidad de las modernas leyes inicuas.
La finalidad de la primera de estas acciones es empobrecer definitivamente a lo poco que queda de nuestra clase media, en la cual reposa siempre la garantía de estabilidad ética de un país. Una vez arruinada la clase media, la profecía de A. Guerra encontrará el camino libre para hacerse realidad (aunque, desgraciadamente, se verá entonces lo equivocado que el visionario estaba, porque España, en vez de cambiar, desaparecerá).
Y en cuanto al segundo objetivo, busca cortar definitivamente el hilo de la tradición, como condición indispensable para iniciar esa nueva andadura quimérica en este viejo país cristiano.
Como corresponde al estado de guerra en que, de hecho, nos encontramos, es de vital importancia vivir nuestro día a día disciplinadamente, o sea, virtuosamente. Y esto sólo es posible dentro de la Iglesia, y, muy excepcionalmente, y con mucho, mucho peligro, por cuenta propia. Por eso es vital que la Iglesia local sea una auténtica comunidad de fieles, con un solo Credo, comiendo todos del mismo pan, único y partido, para lo cual se necesita que cada uno se haga próximo de su vecino, a semejanza de la Iglesia primitiva: todos unidos en un mismo sentir, con un mismo Espíritu, en torno a Jesucristo-Eucaristía resucitado. Este momento histórico es aquel del que nos advirtió ayer el Evangelio: Vendrán muchos diciendo: "Yo soy", o "el Reino está aquí o está allí"... ¡No vayáis!, resistid con valentía de hijos de Dios a esa llamada; (pero no porque lo mande nadie, sino porque en ello nos va la salvación del alma...). Nuestra batalla es para recomponer los vínculos que están intentando romper, con todos los medios que el dinero les ofrece, los enemigos de Cristo; y esto también, y especialmente, dentro de la Iglesia, donde ya se palpa la ofensiva de "los nuevos", que son, justamente, la voz del que clama "Soy yo", o "Venid aquí o allí". La religión que propagan es puramente humana; y se ve bien en el estilo de sus fieles: reuniones, jornadas, eventos... fiesta y ruido; fe muerta, que se recluye intencionadamente entre paredes multiplicando ese tipo de convocatorias. Pero sólo una fe vivida, que se transparente en cada uno de los cristianos las veinticuatro horas del día, puede ser sal regeneradora para este mundo en descomposición.
Mientras meditaba yo estas cosas, que son el caldo en el que me cuezo cada día, me topé con una de las hermosas paradojas cristianas, bellas hasta cansar el corazón: Jesucristo es el protagonista del precioso film de la Salvación, y a un tal Judas le tocó el papel de malo; pero, porque Dios es bueno con todas sus criaturas, quiso Éste que las últimas palabras de la Biblia, rebosantes de amor, las escribiera otro personaje llamado también Judas. Resumiendo sus palabras, nos dice este Judas fiel que nos mantengamos en la tradición apostólica, porque "al fin de los tiempos vendrán hombres sarcásticos que vivirán según sus propias pasiones impías", promoviendo la herejía. Recuerda luego los deberes de caridad: "Edificándoos sobre vuestra santísima fe y orando en el Espíritu Santo, manteneos en la caridad de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna". Y, admirablemente, concreta luego los deberes de caridad respecto de esos ignorantes e inestables (como los definió San Pedro) que abonan la división: "A los que vacilan, tratad de convencerlos; a otros, tratad de salvarlos arrancándolos del fuego; y a otros mostradles misericordia con cautela, odiando incluso la túnica manchada por su carne". Cierra su carta con la doxología, la gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo por siempre. La Biblia añade, a modo de Epílogo, una revelación personal, un texto simbólico del año 70 (o del 95) destinado a afianzar la moral de los cristianos, a la sazón cruelmente perseguidos.
También yo tengo el corazón encogido al escribiros estas cosas, aún cuando me llegan todavía los ecos de la última homilía que escuché, en la que el sacerdote, glosando precisamente el Apocalipsis, ponía el énfasis en su significado esperanzador. Ciertamente, la esperanza es la clave en la que debe ser interpretada nuestra vida desde la venida de Jesucristo, pero, para que el conjunto suene afinado, la letra debe ser la de nuestro testimonio, porque justamente reside ahí la categoría básica del cristiano: ser testigo de Jesucristo, o sea, mártir.
Así pues, recién descubierto por mí, y publicado, el escándalo del embuste criminal de la dana, empezaron a pasar cosas en mi entorno. A menudo venía nuestra hija inquieta del colegio; y yo callaba porque tenía constancia de que la maltrataban sicológicamente. A su edad hay cosas que no se pueden entender, sobre todo cuando su padre es una persona normal y corriente, que ella siente al lado siempre, y que no hace mal a nadie. Y esta imposibilidad de explicarle adecuadamente a mi hija el origen de sus sufrimientos, me rompe a mí también por dentro. Es un milagro que ella conserve su integridad personal; naturalmente, es obra del Señor.
Hace poco, en el entrenamiento de baloncesto, sufrió una distensión de glúteos que la incapacitó una buena temporada. Tenía mucha ilusión en aquellos días por ir a la peregrinación diocesana a Guadalupe, de modo que, habiéndonos asesorado con un especialista, y tras rogarle al sacerdote del autobús que le hicieran sitio en uno de los coches en caso de sentirse mal, le permitimos ir. Resultó que, tras un tiempo de marcha, empezó a dolerle el músculo, y, según lo acordado, la muchacha se dirigió a los responsables para no agravar su lesión caminando. Quedamos perplejos cuando, al preguntarle cómo le había ido, nos dijo que mal, que por más que había insistido, no le habían hecho caso, tomándola a chirigota. Evidentemente, lo sucedido tenía mucho más fondo y gravedad de lo que ella consiguió transmitirnos de aquel modo rápido y casual.
En su alma joven, en la disposición a amar a los sacerdotes que intentamos inculcarle, y en el contexto de cómo vive ella el sufrimiento físico, que por su naturaleza sensible, y por su estado y condición, tiene siempre una honda resonancia en su psicología, la actitud de 'sus sacerdotes', de 'ningunear' su dolor, no puede no haberle hecho mucho daño. Ella y ellos sabían en aquel momento que no eran víctimas de un malentendido ('sí, anda, ya estás tú con otra de tus bromas') y, por tanto, ellos sabían que ella estaba sufriendo el doble castigo de ser maltratada y de ver que ellos lo hacían a posta. Por tanto, no sólo la hirieron físicamente, sino también psicológicamente, y, lo que es aún más grave, espiritualmente. La dejaron sola y desamparada, y con un serio abatimiento en el alma, con una herida espiritual muy perniciosa. Ellos, sin duda, confiaban en escudarse haciendo creer a otros, si llegara el caso, que, con el jaleo del momento, se habían confundido, pensando que la niña estaba de broma "como siempre", pero pasaron por alto que, aunque las bromas son a menudo parte importante de la identidad de algunos adolescentes, no son, por supuesto, la prueba evidente de que no tienen sentimientos "serios" y reales como todo el mundo. Hoy, a la vuelta de varias semanas, la lesión le ha vuelto a aparecer; ayer no pudo entrenar, y no sabemos si mañana podrá jugar; pero en cuanto a la otra herida, la más importante, ésa, va a tardar mucho más en cerrársele. Hace un momento he visto, casualmente, a alguno de esos sacerdotes, arrastrando la culpa de su acción perversa; y, como otras veces, no falla, cuando me ven esconden la cara. También ellos van a necesitar una acción de lo alto para sanar su herida.
Otro día, por pura diosidencia, presencié la entrada de mi hija tarde a clase, y quedé impresionado por el tono despectivo con que se la trató. Pero del desafecto y de las agrias correcciones de algunos de sus formadores ya tenía yo noticia por otro lado. Me comenta a menudo "casualidades" que le impactan: "Papá, no te puedes imaginar la de personas que me han dicho que eres muy moderno", y eso porque, en la larga historia de ataques a mi persona que caen sobre ella, en cierta ocasión tuvo que pedir hasta tres veces las zapatillas de moda que le gustaban, y, harto yo de gestionar 'tanto error', decidí quedarme con uno de los pares, que eran de mi talla; pero, y aquí está la espina del asunto, resulta que raramente me pongo ese calzado, y nunca cuando voy a estar en su entorno de relaciones. Otras veces la veo sufrir y no puedo averiguar por qué, puesto que la red de comunicaciones que avasalla a los jóvenes está casi herméticamente cerrada a los padres. También le ha sucedido bastantes veces que sus amistades dejan de pronto de hablarle, o de contar con ella, sin motivo aparente. Anteayer vino diciendo que cierta 'autoridad' la había descrito como 'una barriobajera que no dice tacos'; esbozaba una sonrisa al contármelo, pero ninguna gracia debió de hacerle el retrato. El carácter decidido de nuestra hija, esforzada síntesis de su difícil edad, de sus muchos y grandes dones, y de las influencias del tiempo y de la historia que le ha tocado vivir, sólo desde el malquerer se puede describir como el de una persona zafia, burda y sin modales; ha sido, de hecho, nota común entre sus tutores de primaria y secundaria, el reconocer su buena educación. En un ambiente hostil, que bombardea el crecimiento armónico de los jóvenes, pervirtiéndolos y maleándolos, y que, en vez de ayudarlos a construir sanamente su identidad, los desorienta; en un sistema educativo que, en vez de darles pautas para entender el mundo y su papel en él, fragmenta artificialmente la realidad, y los arroja en ella sin referencias vitales; en un contexto así, un comentario como el de esa persona influyente, cayendo sobre la viva inteligencia, fina sensibilidad, y vulnerabilidad evolutiva de nuestra hija, es cuando menos desacertado y torpe, pero, en este caso, y a juzgar por las circunstancias, es, más que probablemente, malicioso. Tristemente, una gran inseguridad personal tratan de generar en ella gentes de mala fe. Los sinsabores no se terminan, no la dejan crecer sanamente, y a mí me encogen el corazón. Son constantes los disgustos 'casuales' que le llueven a la pobre. Ella se define como (no sé qué palabra moderna usa) una chica cuyo hobby es cuidar su atuendo, y que invierte en eso. El hecho de que a veces necesite pequeños arreglos de ropa también ha propiciado que después de costosas esperas se llevase serias decepciones (y esto últimamente, mientras que durante mucho tiempo no lo había sufrido). Coincide que la dueña del taller está ausente, y Dios me ha permitido ver que las dos empleadas que tiene, aprovechando esa ausencia, han caído en la red del 'intercambio de favores'.
En medio de la zozobra de tener que denunciar algo tan siniestro como la posible construcción de una coartada gráfica para justificar una matanza, en ese marco de oscuridad y de temores, estando yo en la cocina escribiendo, me pareció ver algo negro moviéndose por donde el fregadero; con profundo desagrado abrí el armarito y moví el cubo, y entonces surgió corriendo una cucaracha roja de buen tamaño. Interiormente sacudido, cogí el insecticida y rocié toda la zona, y seguí a lo mío. De pronto, otra, de un tamaño espectacular, salió del mismo sitio, huyendo del gas venenoso. Estando ya entre miseria por mi lucha contra el pecado, al matar a estos animales destripándolos contra el suelo, me envolvieron aún más los miasmas de la corrupción. Atrapado en la red del asco, temeroso de un nuevo 'ataque', e inseguro, reanudé mi tarea, pero entonces, del lado opuesto, ¡de la zona de la mesa donde comemos!, surgió el tercer bicho, grande también como los otros. No pude evitar asociar el suceso con el peligro que rodeaba la labor de la denuncia que estaba llevando a cabo; pero en cierto momento me asistió una luz, y entendí la terrible verdad; que las horribles cucarachas no eran extrañas amenazas para mí, sino mazazos sobre la frágil psicología de mi hija.
Como ya he dicho antes, esta última temporada venía ella desasosegada del colegio, y en cuanto comía se aislaba en su cuarto. Llevaba yo a la sazón un mesecito en que, habiendo limpiado la cocina, dejaba las miguitas del suelo sin recoger, y, acercándome a la habitación de ella le decía: "Ahora barres y friegas tú el suelo, ¿vale, cariño?" Se lo decía para ir formando en ella la responsabilidad hacia las tareas domésticas, aunque muchas veces no me hiciera caso, o bien cumpliera con esa tarea pero no al momento. Pero en esta época más reciente que estoy comentando, como interiormente estaba cansada -eso lo sé ahora- era incapaz, aunque quisiera, de cumplir mi encargo; y así sucedía que la basura se acumulaba dos o tres días -por motivos pedagógicos- hasta que venía la señora que nos ayuda y la quitaba. Comoquiera que uno de los argumentos que, ya desde antiguo, solía yo usar para explicar la necesidad de la limpieza diaria era "el evitar que aparecieran insectos", el hecho hipotético de que hubiera sido ella la que se hubiera encontrado con esa remesa asquerosa de bichos en la cocina -lo que no sería nada raro dado que pasa muchos ratos a solas allí, cocinando, o a la mesa comiendo y viendo cosas en la tablet- hubiera representado un golpe muy duro sobre su debilitada armadura síquica: La visión repugnante se acoplaría perfectamente, según el famoso mecanismo sicológico del condicionamiento clásico, con el sentimiento de culpa por negligencia, dejándola peligrosamente vulnerable ante futuros asaltos contra su autoestima. ¡Qué perverso es el enemigo! ¡Qué cruel! Al poco de venirnos a vivir aquí, me escandalizó ver cómo el conserje era abordado por una mujer joven, empleada de limpieza, que, aprovechándose de una limitación evidente de este hombre, adquirió dominio sobre él, resultando que en muy poco tiempo desapareció éste por oscuras razones, y ocupó su lugar un sustituto, que resultó ser un hombre esquivo, poco amigo del trabajo y menos de hacer favores, pero hábil en intrigas. La mujer de la limpieza, pequeña de estatura pero resuelta, y con un hijo (frecuenta también el cole de La Milagrosa); ella, digo, junto al nuevo conserje, dominan desde hace tres años las entradas y salidas del edificio (ayer, ¡qué casualidad!, he visto por primera vez a una persona distinta de ellos haciendo sus labores). Es para mí un hecho que esta pareja tienen parte en la desaparición, alteración y modificación de mis archivos, pues desde que denuncié públicamente que este empleado estuvo dos horas aspirando -¡una por una!- las hojas del patio con un aparato de tres mil vatios, moliéndonos 'a los vecinos' la cabeza e impidiéndonos trabajar, cada vez que me lo cruzaba él no sabía dónde meterse, descompuesto el gesto, tan seguro de sí mismo como habitualmente se mostraba. Dado que ya no estamos en tiempo de insectos, esta pareja de pillos, si verdaderamente han sido capaces de entrar una y mil veces en mi casa "hasta la cocina", bien habrían podido dejar en ella una selección de sus mejores amigas cucarachas...
El caso es que los enemigos del orden, que siempre han existido, no paran, y tuercen, molestan, y desfiguran continuamente la realidad con sus mentiras y sus trampas. Algunos me encuentro, gente poco disciplinada, y acostumbrada a medrar por medio de la intriga, que, viendo el alcance de mis publicaciones, lo atribuyen a mi búsqueda de placer morboso y a dejación de mis obligaciones. Allá ellos, porque su propia boca les acusa; aquí la pena es que esa mirada torcida se esté imponiendo sobre la rectitud moral del pueblo, porque en eso perdemos todos.
Me sucedió con diecinueve años que, llegando a un semáforo, adelanté a un camión y frené, provocando que me alcanzara en la aleta trasera. Yo pensaba que el juez iba a averiguar lo que había sucedido de verdad, pero lo que hizo fue cargarle los gastos al seguro del camión y cerrar el caso. Me decepcionó aquella justicia, desvinculada de la verdad; pero ahora, cuarenta y cuatro años después, la cosa es mucho peor. Otro episodio de mi adolescencia me viene igualmente a la memoria que también me dejó huella. Yo tenía quince o dieciséis años, y la agitación política de la Transición estaba sacudiendo ya todas las puertas institucionales. Algunos alumnos hábiles en la manipulación nos habían metido en una huelga que muchos no entendíamos. Y un compañero y yo decidimos actuar para desconvocar el paro. Estudiábamos en 'el Masculino', el instituto más señero de la ciudad, y no nos fue difícil llamar al alumnado a una Asamblea General. La cita era a primera hora de la tarde, y cuando llegamos al recinto quedamos impresionados por el éxito de la convocatoria. Había, de hecho, chicos de otros institutos, que no eran esperados en aquel acto. Subidos a un muro para proyectar la voz, cuando tratamos de dirigirnos a la audiencia y dialogar, chocamos con una barrera comunicativa que no nos fue posible romper; nos desgañitamos, hicimos aspavientos, nos hicimos cruces... pero nada funcionó; fue un fracaso estrepitoso. Ya entonces empezamos a sospechar que aquello no había sido casual, mucho antes de saber en qué consiste "reventar una asamblea". Traigo a colación estos recuerdos porque, a su lado, la manipulación de hoy viene a ser lo que la IA al invento de la rueda. La manipulación digital lo invade todo, y, de algún modo, "crea la realidad" al antojo de los pudientes.
En este nuevo contexto comunicativo líquido (o liquidado), soy yo víctima de una campaña de linchamiento despiadada, que es lo que nos toca a los "disidentes del nuevo régimen", o, mejor dicho, a los cristianos sinceros. En junio comparecimos -un matrimonio cristiano- ante el estrado de "Su Señoría", arrastrados allí por testigos falsos, y nos impusieron treinta mil euros del ala y sesenta meses de alejamiento de nuestra vivienda, lo cual significaba, de hecho, tener que venderla. Teníamos allí todo nuestro ajuar, el monovolumen, y una fuga de agua, por lo que pedimos permiso para poder sacarlo todo y reparar la avería, pero nos fue denegado. Recurrí entonces a los amigos: el padrino de nuestra hija, un colaborador de Cáritas, el agente inmobiliario a quien confiamos la venta, un par de buenos hermanos de fe... Uno detrás de otro, todos ellos, estando en el piso, fueron asaltados por parte de la vecindad, que los amedrentaron con mentiras y los intimidaron con intentos de allanamiento, haciéndoles comparecer incluso ante los agentes del orden. Como consiguieran asustarles, hubo un momento en que algunos decidieron no seguir ayudándome, y entonces sólo logré convencerles para que aguantaran un poco más comprometiéndome yo a montar guardia en un punto del Paseo de San Eugenio desde el que se divisara la entrada -única- a la calle Recodo del Pinar, y a una distancia que respetase el alejamiento que me habían impuesto, quedando en que les avisaría si algún coche policial tomaba esa desviación. El hecho es que yo no las tenía todas conmigo de que mi puesto de vigilancia estuviera a más de 500 m., y estaba incómodo allí metido en mi coche. Bajé el parasol, desplegué un mapa para ocultarme de los coches que bajaban, alguno de los cuales había aminorado la velocidad al pasar delante de mí al tiempo que sus ocupantes tapaban su rostro disimuladamente. Al cabo de un rato apareció un mendigo, que se sentó en el banco de la acera, a pocos metros de mí; y un poco después vi por el retrovisor que se acercaba 'un barrendero', y preparé mi cámara; al pasar a mi lado miró hacia el interior del coche, y ahí justo hice yo click, y capté un rostro hostil y de mirada torva, más propio de un sabueso ávido de presa que de un paciente y pacífico barrendero; con lo cual aumentó mi inquietud, y pronto vería confirmado mi temor. Del portal mismo delante del que yo había estacionado salió una chica, caminó hasta sobrepasar mi coche y estar a mi espalda, y, entonces, se dio la vuelta con su móvil en las manos, lo levantó, enfocó, y sacó una foto. Acto seguido volvió sobre sus pasos, se paró ante el portal y metió la llave en la cerradura... En ese momento disparé yo también: una chica normal y corriente, entre veinte y treinta, pero con un tatuaje en el tobillo...
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Me han soplado del móvil la foto del barrendero, porque un tatuaje se puede borrar, pero la cara y la mirada de alguien, no. |
Cuando sucedía aquello, no habrían tenido aún mis auxiliares de Recodo tiempo suficiente para reparar la cerradura que algún experto había inutilizado (¡por enésima vez!) en aquellos días; así que, para darles el mayor margen posible, todavía aguanté un rato 'en mi puesto'; calculé que podría seguir allí sin peligro un máximo de diez minutos, y agotado ese plazo, me fui. ¡Qué puntería! pues aún no había recorrido ni cien metros cuando me topé de frente con la policía (paralela).
Sé que estoy vigilado, y que al mínimo descuido caerán sobre mí. Por cierto, por si algún cristiano no lo sabe, cuando leemos en los salmos cosas como "Protégeme, Dios mío, que tengo enemigos mucho más poderosos que yo", no estamos leyendo versos, sino la vida misma de la vieja Iglesia orante; siglo tras siglo, todas las generaciones de cristianos han acudido a estas plegarias en el aprieto de sus cruces, como hizo el mismo Jesús: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"
En aquel atropello de junio, la defensa de la parte contraria se había comprometido a retirar la otra acusación en curso -retorcida y sádicamente falsa- por la que estábamos de nuevo pendientes de juicio. Faltaba sólo que el fiscal también la retirara, y habríamos terminado entonces con la pesadilla de la calle del Recodo. Pero el fiscal se negó (como también se negaría al domingo siguiente a cumplir Mt 5, 23, a pesar de habérselo recordado).
El asunto que serviría de excusa para castigarme era la presunción absurda de que yo había roto el edicto del juez por el que se nos prohibía hacer en nuestra casa nada que pudiera molestar a los vecinos. Y se refería al año 2021, un año que había sido muy duro para toda España, pero para nuestra familia especialmente.
La Nochebuena del 2020 nos dormimos mi hija y yo escuchando las lindas canciones de mi esposa, especialmente dulces esa noche. A eso de las tres de la mañana me despertó sobresaltado un tremendo impacto contra el suelo, unos pisos más arriba: un vecino 'de otra religión', molesto por los villancicos, había descargado un mazazo terrible sobre el forjado de su casa para intimidar a mi esposa, y acto seguido la había amenazado de muerte; en cinco minutos vinieron seis policías, pero ninguno quiso escuchar mi testimonio. El Ayuntamiento nos impondría luego una sanción de unos cientos de euros, por celebrar la Navidad. A raíz de ese suceso, a comienzos de enero nos llegó una citación para un juicio rápido, y el juez nos impuso la orden de no hacer 'ruidos molestos', de la que he hablado más arriba. De las veintiún viviendas del edificio, la mitad aproximadamente firmaron la denuncia contra nosotros; y adjuntaron a ella treinta o cuarenta actas de visitas policiales. Dios me concedió descubrir que dos nuevos vecinos, que llevaban tres meses entre nosotros, eran colaboradores de la policía, y la habían llamado en ese tiempo, sin más motivo que ganarse el sueldo, ¡seis veces! Bastó que lo contara en mi blog para que desaparecieran sin dejar rastro. Dos meses después fuimos convocados de nuevo ante el juez por la duda sobre si atendíamos correctamente a nuestra hija, en este caso basándose en un informe falso de los Servicios Sociales; afortunadamente, o, más bien, gracias a Dios, esa demanda no prosperó. Con toda esta tribulación, más el furioso acoso laboral que sufría, y teniendo de fondo el gran duelo por la reciente muerte de su madre, mi esposa era incapaz de no rasguear su guitarra y desahogarse cantando, y era evidente que si no respetaba la orden del juez no era culpa suya; también los jueces meten a veces la pata. En mayo pasé yo otro aprieto muy gordo; porque, no sólo me dejó tirado el defensor que tenía que recurrir antes de tres días la falaz acusación de 'incapaz' que pesaba sobre mí, atribuyéndome groseramente 'indigencia y carecer de familiares', sino que, en ese preciso momento ¡me confinaron arbitrariamente y me cortaron las comunicaciones! (todo ello 'con la cobertura' de que en esa época estaba yo señalado públicamente como persona indeseable).
Mi esposa me fue arrebatada, en la devastación del huracán-covid, el 21 de marzo del 2021, y no me la devolverían hasta cinco meses más tarde. Aquel verano busqué refugio con mi hija en el club de tenis del que somos socios. Me enteré de que sacaban una plaza de mi perfil docente en la UCLM, y así, mientras todo el mundo estaba en la piscina, a mí se me podía ver en la cafetería con mi portátil y rodeado de papeles. Pero, además, mientras buscaba un futuro digno en eso, me desangraba por la puñalada que la Administración acababa de asestarme por la espalda: tres años después de echarme a empujones de las aulas, tres años de una cruel pero infructuosa cacería contra mí, se habían hartado y me liquidaban en plan macarra: una dizque médico inspectora emitió un informe descaradamente falso y me incapacitaron. Sudando tinta jibión logré a última hora completar la solicitud para la plaza de Profesor Asociado; y faltando minutos para expirar el plazo, apreté el último botón; entonces, para mi sorpresa, el enlace no funcionó; colgado se quedó el sistema todo el tiempo que restaba hasta sobrepasar la hora límite. La plaza estaba hecha a mi medida, y, como después comprobé, hubiera sido, con toda seguridad, para mí; pero fueron inútiles todos mis recursos y gestiones, llegando a ser tratado, incluso, con displicencia y desprecio. En esa coyuntura, el 21 de agosto, a falta también de unos días para presentar la alegación contra la actuación delictiva de 'la doctora del amo', liberaron a mi esposa. Después de cinco dolorosos meses de ausencia, vi de Dios renunciar a mi defensa, y dedicarme por entero a cuidar de ella, que estaba muy necesitada. Fueron días de duelo, agravado por la inquina de nuestros opresores; baste decir que el día del reencuentro, nada más poner los pies en casa, golpeó la policía en la puerta para comunicarnos la vista oral de otro juicio. Y unos días más tarde me denunciaron por golpear violentamente el suelo de mi piso, supuestamente en la semana siguiente al regreso de mi esposa, adjuntando a esa declaración un atestado policial favorable a la existencia de delito.
La justicia admitió la prueba, me emplazaron para un juicio, y esta misma semana me condenaron con 'sentencia in voce'. En estos casos se le da al reo la posibilidad de decirle algo al tribunal, y yo acepté la invitación. Había rezado mucho a la Virgen de la Medalla Milagrosa, a la que tengo especial devoción y cuya memoria celebrábamos ese día. De modo que, con el corazón encogido, me puse en pie, sin saber qué iba a decir y repitiéndome interiormente las palabras de Jesús: "Cuando os conduzcan ante el juez, haced el firme propósito de no preparar vuestra defensa, porque el Espíritu Santo os dirá lo que tenéis que decir". Y así me arranqué a hablar, y dije:
"Quiero darle las gracias a este tribunal por sus esfuerzos en conseguir que prevalezca la Ley en nuestra sociedad. Quiero también agradecer el reconocimiento que ha hecho el fiscal de mi nobleza y amor a la verdad, por las cuales se ha inclinado a imponerme una pena menos gravosa. Y, por último, quisiera pedirles que todas esas molestias que han devenido por la falta de veracidad, se eviten en el futuro."
En realidad, la pena había sido pactada previamente, yo tenía que reconocerme culpable a cambio de que me cambiaran la pena máxima solicitada por la mínima estipulada para ese tipo de delitos. Llegado el momento del juicio, y al responder a las preguntas del fiscal, yo no reconocí haber hecho nada para molestar a nadie, lo cual hubiera sido mentir, pero lo que dije (que admitía que 'mis ruidos' podían haber 'molestado' a alguien) le pareció suficiente al fiscal para el arreglo, y luego él, en su discurso, lo adornó reconociendo "mi buena disposición y hombría", o algo así. Al terminar yo mi intervención recuperó la palabra la mesa:
-Muy bien, gracias; siéntese, dijo la Presidencia. Y al obedecer yo esa orden miré de reojo al fiscal, y vi que él, a su vez, miraba a la Autoridad con un expresivo gesto en la cara, el cual se podría perfectamente traducir como: "Pero, y este tío, ¿quién se habrá creído que es?". Se levantó la sesión y salimos. No había dado yo diez pasos en compañía de mi abogado cuando el joven fiscal le requirió con una voz desde el quicio de la puerta; él letrado se volvió y nosotros nos fuimos.
Eran las once y cuarto de la mañana. Mi esposa tenía que irse a trabajar, y yo, aturdido y apesadumbrado, me fui a dar un paseo por el parque para despejarme. El aire fresco, los colores del otoño en la arboleda, y el azul intenso del firmamento, me ayudaron a levantar el corazón a Dios, y a darle gracias, porque, después de todo, habíamos escapado de la celada de hierros y mentiras que había estado a punto de asfixiarnos durante años. Y tras un rato de meditación y contemplación en el estanque de los patos, con el sol acariciándome, me dirigí a la capilla de la Adoración. De camino compré un ramo de rosas para la Virgen, y una vez puestas a sus pies, recé el Rosario.
A pesar del amargo cáliz que había tenido que beber, después de la oración ya me encontraba mejor. Pero, entre unas y otras, se me había hecho tarde, y en la preparación de la comida pasé un mal rato de estrés. Gracias a Dios, a mi esposa le pareció un menú delicioso (acelgas con bechamel, y filete con patatas fritas). Luego recogí y me tumbé. Me puse a leer, esperando que me entrara el sueño, y pudiera reparar así un poco el que me faltaba, pero no tuve esa suerte; y después de dar unas cuantas vueltas en la cama, decidí que lo mejor era salir a despejarme un poco por el bulevar del parque. Cuando regresé ya era de noche; traía en mente atender al whatsap de mi abogado en que me pedía que le llamara para comunicarme lo que el fiscal le había dicho; pensaba mandarle un mensaje en vez de hablar con él porque en el transcurso del paseo el Señor me había dado a entender qué era lo que el fiscal quería decirme; de modo que cogí el móvil para zanjar el asunto pero me encontré con que el abogado ya me había enviado el recado por escrito. Decía: "El fiscal me dijo que te van a poner otra denuncia; y que entonces él pedirá pena de prisión". A este mensaje yo respondí inmediatamente con lo que tenía pensado escribir antes de haberlo leído: -"¡Ay, mi querido abogado! ¡Qué orgulloso me habría sentido de ti si le hubieras contestado a ese arrogante joven que si algún día voy yo a prisión será por defender la Verdad, y que no será para mí una pena, sino un galardón!"
Las autoridades han venido utilizando (no sé a cambio de qué) para su cacería contra mí, a mujeres maduras: en el colegio, en los Servicios Sociales, 'en el instituto', en el tribunal médico, en la comunidad de vecinos... En esta última, el gancho es una señora muy señoreada con la que el Señor mantiene continuos tomaydaca; fue en uno de ellos cuando, habiéndola dejado Aquel que todo lo ve temblando, me dijo aquello tan elocuente de: -"Bueno, como ya sabemos en manos de quién está todo este asunto...". ¡Y tanto que lo sabemos!, pero me pareció tan gracioso que hubiera cantado con voz tan clara que transcribí literalmente su frase en una denuncia demoledora en los Juzgados; y por ahí, en algún legajo polvoriento, estará todavía...
He cogido un plano de Toledo y un compás, he medido, y he trazado un círculo tomando como centro la finca Recodo del Pinar 12 y como radio medio kilómetro. Antes pisaba ese territorio yendo de paso a algún sitio; de ahora en adelante me lo he prohibido a mí mismo. Si me denuncia la policía por no respetar la orden de alejamiento será otro delito más de la Autoridad, otro como el de la dana valenciana.
Y, a propósito, si Núñez no sirve para explicar esa foto "danesca" y esas muertes, tampoco nos sirve para presidente.
*[Postdata al día siguiente:
"Salvar al fantoche" podría ser el resumen de 'las noticias' de hoy. Para esquivar la pregunta clave -¿Quién ordenó informar a todo el país de una riada mortal que no lo era pero acabó siéndolo?- la prensa política se viste este domingo de 'aquínohapasadonada'. Disfrazan a Sánchez de líder normal, y le echan la culpa del lodo mortal a Mazón (sinvergüenzas, Dios los perdone). Los magnates están viendo que España se despierta e intentan por todos los medios sostener al muñeco con el que tan rápidamente la estaban destruyendo. Quieren que acabe la tarea como sea.
En cuanto a la Iglesia oficial, sigue sin decir ni mú. Lo de que todos los papas de los tres primeros siglos fueron martyrs, retomado por Pablo VI, hoy parece haberse interrumpido.]
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