NEWS, BAD NEWS

Mientras tanto, a los obispos de la Iglesia los van poniendo de coleccionistas de belenes...

- ¿Qué tal las vacaciones?, preguntáis algunos. Y yo contesto: - "Bien..., bueno, lo típico: estar con la familia, un catarrillo, la convi de la niña...". Pero este blog es por vosotros, y no quiero engañaros. Me puse a renovar las dos ruedas de atrás y sucedió que, por pura diosidencia, me ofrecieron para las dos delanteras unas Michelín tiradas de precio, y habiendo aceptado el regalo, me dice el chico que estoy sin pastillas de freno. Y efectivamente, mordiendo el hierro iba cada vez que frenaba, ¡para matarme!; un coche nuevo, que no entró en ningún taller, que se para en seco si detecta riesgo, ¡y no me avisa de que voy sin pastillas de frenos! Pero eso fue pecata minuta; un día me desperté con una parte de la boca en carne viva, y todo mi ser como si reventara; no puedo decir que eché sangre por un tubo porque fue por dos, uno arriba y otro abajo; los analgésicos apenas me hacían efecto, pero ir al médico me aterraba (terror-covid); y no sabía dónde meterme... 
En aquella devastación química del 2020, y ahora igual, el modus operandi era que, tras seleccionar a la víctima (el algoritmo, que puede llamarse oreja de Pepe, o de Vicente, detecta fricciones familiares, y, con la lógica retorcida de los inestables, razona: 'quito de en medio a fulanito y me lo agradecen' -así de majo es el algoricovid), tras seleccionar a la víctima,  digo, le dan un atracurium con toxinas, y ya pueden venir los ángeles a cuidarle, que en dos días está en el hospital muriéndose. Qué toxinas le meten y de qué  manera ya depende de las circunstancias concretas de la víctima: a unos los pescan por lo digestivo, a otros por el cardio, a otros por la respiración; a unos en medicina primaria, a otros en secundaria, o por ahí... En estos años de ataque químico he visto familias destrozadas por muertes -o traumas invalidantes- repentinos, que se vendían como ictus, cáncer, infarto, muerte súbita, enfisema, etc., de lo cual ningún forense daba buena cuenta, ni quedaba rastro alguno  porque los cadáveres se incineraban. 
En mi caso, por mi personalidad poliédrica, pasé 'del pulmón a la cabeza y al vientre, y del colapso a la septicemia'... Estando muy mal, una noche cogí el termómetro temiéndome lo peor (ir a Urgencias, quedar ingresado, y volar al cielo); pero entonces me dije a mí mismo: "Prefiero ponerme en manos de Dios que caer en manos de los hombres (2Sam 24,14)"; y con el corazón resuelto a resistir, dejé el termómetro en la mesita, y me mentalicé para pasar la noche lo mejor posible; tenía abierto en aquel momento un libro sobre las apariciones de Knock, y resultó que, al cerrarlo, no pude evitar ver que la página en que estaba abierto era ¡la 153!... Los que leísteis mis memorias podéis imaginar qué consuelo fue para mí aquella 'diosidencia', pero es que, además, cuando así confortado me incliné para apagar la luz, vi que en el despertador brillaban los dígitos 01:53... ¡Gloria a Dios!
¡Por mi vida! que quiero compartir mi alegría, la que Dios me da y que me acompaña siempre en la misión evangelizadora de este blog. Habiendo tomado la decisión de no ir al médico, mi malestar no cedió sino al contrario, pero yo ya estaba íntimamente convencido de que mi dolencia no era de origen natural; en todo caso, siendo mi agobio físico tan grande, y siendo Dios un caballero, se compadeció de mí y me desveló el remedio para recuperar la salud: nutrirme bien y hacer ejercicio. Y hago aquí un homenaje a un sacerdote muy querido por mí, que me asistió de un modo impagable en las tal vez horas más bajas de mi lucha: El Padre Iglesias. Éste, tras sobrevivir de milagro -aunque tan sólo por unos meses- al castigo covid, me confesó que en su largo ingreso los médicos le habían impedido hacer cualquier movimiento, tal como ordenar sus cosas, hacer la cama, etc., lo cual, estoy convencido, ralentizó innecesariamente su recuperación (recientemente ha salido a las noticias que el covid fue intencionado, pero sólo para apuntalar que se trataba de un virus -y no de un simple veneno bañado en un paralizador neuromuscular, como es en verdad-, y tal desinformación viene a sumarse a las ya vigentes, por las que muchos médicos honrados siguen sin poder explicarse ciertas indicaciones protocolarias de aquellas fatídicas fechas). Pues, como iba diciendo, resuelto a resistir, e instruido respecto al cómo, sin demora me puse manos a la obra. Con temperaturas cercanas al cero, y hecho polvo, desempolvé, valga la redundancia, mi equipo de esquiador, en concreto, la  protección Helly-Hansen, la prenda 'técnica' pegada al cuerpo que deja pasar el sudor a la capa siguiente, que es la de algodón de la ropa interior, de modo que siempre tenga uno ropa seca pegada al cuerpo, previniendo de ese modo pulmonías en el caso de que uno se pare de repente (como sucede en los remontes); y de esa guisa, recordando tiempos mejores, me lancé a las calles iluminadas por las luces de las felices fiestas sin poder con mi alma pero cargado de esperanza. Y la esperanza cristiana no defrauda -os lo aseguro, podéis confiar en Dios-, y, milagrosamente, cuando 'en buena lógica' uno pudiera esperar ponerse a morir, resultó que aquellos kilómetros 'a la desesperada', un poquito a pie y otro caminando, me vinieron a la salud como mano de santo... (Ojo con esas películas de santos que cuentan historias sobrehumanas, resistencias épicas a la tortura..., porque disuaden de intentar hacer frente a los violentos mostrando santidades que no son para nosotros, tan frágiles como somos. No, los milagros existen, pero mayormente respetan el orden natural, y usan mediaciones humanas, como éstas que os acabo de contar.) El mismo día de mi gesta ya experimenté una leve mejoría, y aunque todavía me iba a llevar una semana empezar a sentirme un poco normal, todo fue distinto desde aquel momento en que me puse en manos de Dios.
Conviene decir que aún es posible vivir una vida honrada, sobria y religiosa, como la que muchos han vivido desde hace veinte siglos. Es cierto que hay incertidumbre, y que ya experimentamos grandes fricciones por expresar nuestra fe, pero media un abismo a favor nuestro entre la vida buena que aún tenemos y la que nos merecemos. ¿Quién podría decir con razón: Yo merezco una vida mejor? Habitamos ciudades que no hemos edificado, 'bebemos de pozos que no hemos excavado', disfrutamos de bienes que hemos recibido en herencia... ¿De dónde procede el engaño por el que a menudo estamos malhumorados sintiéndonos unas pobres víctimas? Tiene mucha culpa la cultura, que nos imbuye de categorías y razonamientos erróneos que nos sumen en la depresión; pero también en la cultura hay un poco de todo, y se pueden encontrar en ella cosas buenas, realistas y bellas; como este poema de Amado Nervo, sin ir más lejos:

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
…Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas…
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!                                                                                     

Desde mi experiencia vital, coincido en lo esencial con lo que aquí se dice: tuve también noches oscuras, pero fui yo quien anduvo antes merodeando entre brumas, y desde que el Sol disipó mis tinieblas, todas mis idas y venidas han estado llenas de claridad y buen sentido. Ahora, en esta etapa ya avanzada de mi vida, mi razón domada me está llevando a la fuente clara, en lo alto del monte; y, desde la ladera por la que asciendo, voy viendo, con gran pena, multitudes que vagan desorientadas por el valle. ¡Ay, cómo me gustaría poder sacarles del error! Pero es difícil, porque se aferran a sus chatas esperanzas como un náufrago a su tabla, como el mono de Madagascar que trepa al árbol, logra meter a duras penas la mano por la abertura de la caja-trampa, y una vez cogida la nuez, cierra la mano y ya no puede sacarla, y ahí se queda, aferrado y condenado, que ni ante el humano predador se ve en peligro...
Perecen, sí, muchos hermanos por la ignorancia de creer que merecen una vida más cómoda, como si al nacer se les hubiera prometido tal cosa, y desdeñan, en cambio, la promesa que sí se les hizo en su bautismo, la cual está disponible para todos desde que vino Jesús, y que hace palidecer cualquier aspiración humana.
Por sí mismo, el ser humano es incapaz de conquistar ni un ápice de felicidad verdadera, puesto que todo por lo que se afana no logra llenar su corazón. Bastaría, sin embargo, un rayo de amor entrando por la ventana de las almas para disipar toda ignorancia; porque el amor, luz de la vida, con su promesa de eternidad, derriba de un plumazo las más sofisticadas arquitecturas existenciales. El amor es la clave.
Pero el Amor vino al mundo, y el mundo no lo recibió. Con todo, algunos sí lo hicieron, y han dado un testimonio muy veraz. Por ellos se ha abierto una vía de salvación extraordinaria, que sigue vigente aunque haya muchos intentando cegarla. Esa vía lo es también de conocimiento; nos ilumina para ver, como decía antes, lo afortunados que somos y la riqueza insondable que está a nuestra disposición; tanta, que incluso podemos 'prescindir de nuestra vida y regalarla', porque los creyentes la recibimos de la fuente original inagotable. Ahí es ná. Lógicamente, esta claridad incomoda a quienes se empeñan en hacer creer que el mundo es un lugar oscuro en el que sólo si tienes 'amigos poderosos' puedes salir bien parado.
Los medios y los políticos pasaron página del siniestro siniestro de Valencia, aprovechando la tregua de la Navidad (rescatando, por cierto, de su exilio, esta maravillosa palabra, para anestesiar al personal con los vapores balsámicos de 'lo de toda la vida' que exhala ese nombre), se sirvieron, digo, del parón festivo para seguir con sus planes; a lo cual contribuyó no poco el desafortunado discurso del Rey en Nochebuena: "Atronador clima político", dijo. ¡Pero, hombre!, ¿cómo dice Su Majestad semejante disparate?... si llevamos siete años en que la oposición al gobierno son pellizquitos de monja en el lomo metálico del tiburón de Bruselas. Me viene a la mente el chistecito: "Señor cura, quiero confesarme. -Bueno, hija, dime. -No, Padre, aquí no, que nos pueden oír. -Está bien, vamos a la sacristía... -¿Será seguro aquí, Padre? -Claro, claro, dime, anda... -¡Ay, no, Padre, aquí no me atrevo! -¿Qué te parece el campanario? -Bueno, vale. (Y allá que se van.) -No tengas miedo, hija, habla tranquilamente. -Verá, Padre; el otro día me vi con mi novio, estaba enfadado, y me dijo: "Es que eres tonta", y yo le contesté: "Pues, anda, que tú...". Y saltó el cura: ¡Pues anda, que yo...! 
Y, ciertamente, como si aquí no hubiera pasado nada, en el colmo del desafuero, retoman nuestros dirigentes su desquiciada gestión agitando el fantasma de Franco. Y suma y sigue. 
Mientras tanto, los corazones sanos que hay en España no dejan de hacerse cruces de lo que está pasando, del escándalo mayúsculo que está aconteciendo. Hace cinco años dije en las redes que el papa era anatema; y acto seguido nos amordazó el covid. Lo dije como acto de fe, escuchando las palabras de San Pablo en mi conciencia, aunque luego, por otras que me salieron al paso, según las cuales tal calificación correspondía a los obispos establecerla, me retracté. Desde entonces he caído en la cuenta de que mi actuación no había sido precipitada, que la realidad era que ya había habido obispos sentando el precedente, pero que la corrupción que gobierna en los medios había impedido que tal iniciativa trascendiera. Hoy vuelve a la actualidad aquel acto mío fallido. Y vuelve con la fundamentación de los hechos.


  La superioridad de que habla Benedicto XVI no es coba, sino que recoge la recomendación de San Pablo de considerar a los otros como superiores a uno mismo, lo cual se interpreta correctamente en el plano de la caridad debida, que nos urge, y de la que nadie debe quedar excluido. Pero lo que sobresale de esta entrevista es la claridad y rotundidad con la que el Papa difunto se refería al papel de la mujer en la Iglesia, hoy, y a lo largo de su historia: Que hay unos límites. 
Y esos límites han sido traspasados por el Papa, al hacer cabeza de un Dicasterio a quien no ha recibido las Sagradas Órdenes. Nada menos que dos meses después de firmado por Su Santidad el documento final del mal llamado sínodo de los obispos, hemos podido conocer su contenido los que no leemos italiano. Entretanto se nos había asegurado -por la misma prensa mentirosa que ya he mencionado, entre la que están las páginas católicas Infovaticana, Infocatólica, Religión Digital, y las demás- que el tal documento final no era magisterio, y que no estaba firmado por el Papa Francisco, cosa que él mismo desmiente con total claridad al comienzo del mismo. Así burlados, accedimos, tarde, mal y nunca, a la revelación del verdadero sentir del Papa sobre la Iglesia. No hace falta añadir nada a lo que fui escribiendo en la portada del informe a medida que iba leyendo sus ciento cincuenta y cinco puntos; únicamente dos cositas: la frase que viene en el punto sesenta "No hay nada que impida que las mujeres desempeñen funciones de liderazgo en la Iglesia"; y la que viene en el punto ciento dos, letra d): "...especificando la proporción en relación con el género". Mayor parecido con el lenguaje del mundo es imposible. Quien pueda entender que entienda. 







































 



















Comentarios