DE FÁTIMA AL CIELO

La gracia está en el fondo de la pena y la salud naciendo de la herida...
(Del himno litúrgico ¡Oh, cruz fiel, árbol único en nobleza!)

La Resurrección es hoy la noticia deportada. Todas las respuestas a las preguntas humanas tienen su resumen en esa noticia, y, sin embargo, ¡qué poco caso se le hace! La madre de todas las noticias apenas se menciona en los medios, y, últimamente, ni siquiera en los canales católicos recibe la difusión adecuada. 
El segundo día después de la octava de Pascua, a las 17:40, escuchaba yo la radio en el coche, como  tantos otros españoles, y me topé con un anuncio de la Resurrección. Atento al tráfico, cada día más difícil, me tragué dieciséis minutos de locución sin pausas, con el ruido del motor y una melodía molesta de fondo, leído rápido y con una cadencia altisonante y monótona. Al final, mareado por el esfuerzo, quedó parpadeando en mi mente el recuerdo de 'algo similar', hasta que caí en la cuenta de que lo que me sonaba familiar era el formato de la noticia: la voz anónima nos informaba de la Resurrección de Jesucristo como el que narra un mal cuento a unos niños: de corrido, por cumplir, sin emoción, y 'sabiendo que no les va a gustar'. 
Sirva este caso como ejemplo de la falta de vida y de verdad que nos rodea, y que nos sume en la desesperanza. El mas feliz acontecimiento de la Historia se quiere hace pasar por fantasía, y se intentan ahogar sus ecos, pero, cosa curiosa, una y otra vez caen los hombres en la cuenta de que el amor está en la raíz de todo lo que da valor a la vida, que es la realidad que da sentido a todo y nunca pasa. Y pongo dos ejemplos: Uno, la película Life Itself (Toronto, 8-9-18), escrita y dirigida por Dan Fogelman; y dos, el último artículo que escribió el Padre Martín Descalzo, titulado Carta a Dios.
Como la Vida Misma es un crisol cinematográfico en el que la muy real vida de varios personajes -actual, dura, verosímil- se funde de manera sorprendente y bella ante nuestros ojos para destilar amor verdadero. Tiene muchísimo encanto, y un precioso toque exótico español. A pesar de su crudeza no resulta ajena a nuestra vida, sobre todo si ya tenemos unos añitos. Merece mucho la pena, y da esperanza.


El segundo ejemplo del rebrotar continuo de la vida que provoca el amor es el testimonio de las últimas palabras que escribió el sacerdote Martín Descalzo:
"Por todo eso, Dios mío, he querido hablar de ti y contigo en esta página final de mis Razones para el Amor. Tú eres la última y la única razón de mi amor. No tengo otras. ¿Cómo tendría alguna esperanza sin ti? ¿En qué se apoyaría mi alegría si nos faltases tú? ¿En qué vino insípido se tornarían todos mis amores si no fueran reflejo de tu amor? Eres tú quien da fuerza y vigor a todo. Y yo sé sobradamente que toda mi tarea de hombre es repetir y repetir tu nombre. Y retirarme." 
Pocos días después de escribir estas palabras, pasó el siervo fiel José Luis a la casa del Padre.
La vida entregada de un cristiano siempre nos confirma en la buena noticia de que el encuentro personal con Jesucristo resucitado nos hace fecundos; que, sabiéndonos amados, adquirimos fuerza para darnos como somos a los demás, y encontramos así el sentido para vivir y para morir. 
El sentido, sí; porque cuando dejamos de pensar qué sentido tiene nuestra vida nos exponemos a dejarla pasar 'a lo tonto', y, lo que es peor, a dar por buena la (corta) visión del mundo que a otros les interesa difundir.
Ciertamente, nuestra pasividad y buenismo allana el camino a los ambiciosos; y dado que su arte para engañar ha llegado al virtuosismo con los medios, ejercen ya un dominio despótico de la población. Este es, sin duda alguna, el contexto que explica la degradación social en curso, así como los acontecimientos extraordinarios adversos que nos han venido asolando bajo capa de normalidad. Esa planificación del abuso es vox populi, pero el sometimiento que ya padecemos hace que nos puedan seguir extorsionando 'sin que pase nada'. Almudena Grandes escribió antes de su muerte un texto en el que hablaba de estas cosas; fue vertido póstumamente a la novela Todo Va a Mejorar, y de ella he sacado estos párrafos: 
"El coronavirus nos ha enseñado que es muy fácil confinar a la población de un país entero. Conseguir que sus ciudadanos renuncien voluntariamente a los derechos y las libertades que sus antepasados conquistaron con sangre en una lucha que duró siglos. Inundarlos de propaganda y noticias falsas en el grado óptimo para restringir su acceso a una información veraz. Desarmarlos, neutralizarlos, inmovilizarlos sin que duden ni por un instante de que su sacrificio es imprescindible para conseguir un bien superior (...) 
Todo empezó en una pantalla de televisión, como casi cualquier cosa desde que murió internet. A partir de entonces, la realidad se había ido degradando en etapas sucesivas, cada cual más dura, más cruel que la anterior, para acabar reemplazando la vida cotidiana de los españoles con una pesadilla alucinante envuelta en un tranquilizador plástico gris, un simulacro que por fuera reproducía fielmente lo que conocían para despojarles poco a poco por dentro. Todos, cada día más débiles, más mansos, más cobardes, habían perdido algo, Elisa mucho. Ya no podía entrar en Twitter para enterarse de qué opinaba la gente, pero estaba segura de que no era la única que se había dado cuenta. Desde que los enemigos mortales de su padre llegaron al poder, los acontecimientos se habían engranado en una cadena frenética y funesta, encabalgándose unos sobre otros en plazos que parecían cronometrados para impedir que los españoles reaccionaran, porque cada nuevo golpe llegaba cuando apenas habían empezado a levantarse del anterior.
Primero fue el Gran Apagón. Seis meses después, la Segunda Pandemia. Durante cincuenta días, las autoridades impusieron un confinamiento tan riguroso que ni siquiera se podía salir al balcón, mucho menos a la calle a comprar comida o a pasear al perro (...)
...que los gobernantes mienten como bellacos, que han montado una dictadura sobre mentiras, que destierran a los jóvenes, y nos encierran en nuestras casas, y nos obligan a vivir con miedo para hacer con nosotros lo que les da la gana, para que ni siquiera podamos comprar donde nos apetece, para que consumamos lo que ellos quieren y donde ellos quieren y cuando ellos quieren. Han conseguido que creamos que vivimos en libertad cuando ni siquiera somos libres para decidir que no nos da la gana salir a aplaudir al balcón. Porque eso es lo que está pasando, ¿o no? -hizo una pausa, devolvió una por una todas las miradas que había recibido antes y formuló con naturalidad una conclusión que nadie se había atrevido a imaginar siquiera-. Por eso creo que deberíamos organizarnos, o por lo menos intentarlo."
Haríamos bien en empezar a mirar los medios con estas gafas, de modo que entendamos mejor el significado de los acontecimientos que nos van pasando por delante. Sobre los últimos ocurridos, hago aquí la siguiente reflexión: 
Francisco, el sexto de los papas de la Iglesia conciliar, muere el lunes de Pascua, y lo entierran a los seis días, a seis kilómetros del Vaticano. Se trata de un acontecimiento imprevisto que, en el contexto reseñado, nos obliga a pensar. Tenemos tres momentos concomitantes con ese gran suceso que reclaman nuestra atención. Por orden, el primero es el período de sesenta días que precedió a la muerte del Pontífice; el segundo es la foto que dio la vuelta al mundo, de Trump sentado en la Basílica de San Pedro; y el tercero es el apagón.
En el día de los Santos Cirilo y Metodio, patronos de Europa, el Papa Francisco fue ingresado en el Gemelli, terminando ahí su labor. El mundo occidental estaba aturdido en ese momento por el potente ruido de clarines que llamaban a armarse para la guerra. Lo que se armó, finalmente, fue un revuelo que terminó en nada, por lo precipitado de hablar de guerra en un contexto que no la hacía creíble. Unos días más tarde, sin embargo, volvió la inquietud a nuestros corazones por el rocambolesco anuncio de un inopinado asalto al equilibrio mundial de los mercados. El rebaño de la Iglesia vivió esas tensiones sin los cuidados de su pastor; pero su repentina muerte, curiosamente, las hizo pasar a un segundo plano; o las deshizo; porque de hecho estamos en un nuevo estado de cosas, que es el que refleja la instantánea de Trump en la Cátedra de San Pedro.
En el itinerario de la Agenda hacia un nuevo orden mundial, era obligatorio pasar por una fase centrada en el rearme. En ese recorrido, que supone la usurpación encubierta de las soberanías nacionales, no hay nada en los medios que no esté al servicio de ese fin. El cacareado rearme no es pues más que una agitación inducida, una necesidad inventada, del todo punto irreal. Sus beneficios para el plan son el debilitamiento de la población, y un nuevo asalto a la seguridad jurídica de los pueblos con la excusa de amenazas al estado. Porque en esas situaciones de provisionalidad, a que nos abocan con fraudes, se legisla sin discusión parlamentaria, dañando así gravemente los sistemas jurídicos, y lesionando también gravemente las estructuras económicas. Frente a este contumaz engaño, no cabe otra respuesta que denunciarlo, firme y serenamente, cada cual en el ámbito y nivel que le corresponda, o que Dios le dé a entender; y, respecto al miedo a las represalias, confiar 'a tumba abierta' en que las palabras del Señor son veraces: "Nadie os arrebatará de mi mano".
La Basílica convertida en ágora del poder mundano es otro invento de la Agenda. La propaganda está confundiendo a la opinión pública con la falsa idea de que Trump ha sido izado a la Casa Blanca por una supuesta derecha americana que reacciona al desorden moral introducido por la izquierda. Ese enfoque les permite encasillar a Trump como un ogro, nazional-catolicista, ansioso por someter al mundo y suspender 'los derechos de las minorías'; con lo que su foto en el Vaticano es un modo de proyectar sobre la Iglesia -el enemigo real a batir- el malestar del mundo, haciendo caer sobre ella la acusación de reaccionaria. Y el mismo sentido tiene la visita del joven vicepresidente, J.D. Vance, al Papa en vísperas  de su muerte, pues tanto este delfín como su jefe no son más católicos que cualquiera de los millones de bautizados que viven como si Dios no existiera en absoluto.
Conviene insistir en que el marco general de la política actual es la imposición de un corte abrupto  con la tradición, con el Derecho Natural -que emana del valor supremo de la vida humana- y, lógicamente, ese intento choca con la Iglesia, instituida para la defensa de la dignidad humana. Los promotores del nuevo orden sin Dios son, como hemos visto, la otra alma de Europa, los de la 'razón pura', ésos que se niegan a entrar en diálogo con ninguna cultura existente porque se sienten por encima de ellas; y a este grupo pertenece en realidad Vance. Con él, están también alineados todos esos nuevos católicos que, en el fondo, no confiesan a Jesucristo -Dios y hombre verdadero- ni a su Cruz salvadora. Esta nueva 'Iglesia', como la que en Sillicon Valley dicen que es compatible con su proyecto y con el reinado de Trump, es la de un Creador que lleva todo lo creado a la perfección por obra de su infinita bondad -incluso a ti mismo, sin que tú tengas que preocuparte siquiera por ajustar tu vida al modelo de un Dios crucificado por tu culpa. En definitiva, que el fotograma de Trump en San Pedro es para reventar a la Iglesia, porque la asocia con un tirano, y el populacho así manipulado colgará a sus seguidores de lo alto de un palo en cuanto se les presente la ocasión, como ya hizo con Jesús. Este es el prisma desde el que conviene mirar el nuevo papado y su relación con los poderes de este mundo, para que no tengamos que lamentar el extravío de millones de almas.
Y hablando de mirar, hace falta luz interior, luz del alma, para caminar sin tropiezos (Mt 6, 22); con esa luz no podemos no tener presentes las graves ofensas que hemos padecido en los últimos años: el recorte de libertades y de bienestar, la burla continua, el engaño, la extorsión, el expolio de la herencia espiritual y material de nuestros mayores, y hasta su asesinato. Y con esa clara visión entendemos sin lugar a dudas lo sucedido con el apagón. Es un misterio cómo se gestó el covid, pero está claro que engendró tristeza, y asimismo, con ser del todo punto inaccesible descubrir el origen de este susto ibérico, resulta claro como el día que vino para aumentar nuestra oscuridad. Ambas calamidades tienen el mismo origen, despiden el mismo tufo, y dejan el mismo rastro de muerte. Por otra parte, la aparición de este tipo de sucesos en este siglo era previsible. En base a esas expectativas, un servidor, el 27 de abril, echada tierra sobre Francisco, se propuso ofrecer sacrificios y oraciones a Dios, pidiéndole un Papa según su corazón. Y dado que al pie de la cruz fuimos puestos los hombres bajo el manto de María, en ocasión propicia como la presente, nadie mejor que ella para interceder ante el Espíritu Santo por la Iglesia. Fue así que viví la oscuridad del apagón en Portugal, y que, además de un Papa santo, elevé oraciones a la Virgen de Fátima para que brillara la luz de Cristo en el mundo.
Me pilló el apagón en el garaje. -Papá, escribió acto seguido mi hija en el chat, Europa está sin luz... Y luego mi esposa: -Se nos ha ido la luz en la Uni... Yo 'até cabos', y respondí: -No, hija, no; no es Europa la que está sin luz, sino la Avenida de Europa. En aquel momento no me daba la imaginación para más; después ya sí. 
Vi la noticia y la comenté con una de mis hermanas: "Huele a sabotaje", dijo ella; y contesté: 'Para mí que lo de Portugal y Francia es para despistar'. Luego saqué el coche y fui directo a La Granja de Marival; al llegar vi a los funcionarios de la Consejería de Economía agrupados a la puerta, entre nerviosos y divertidos. En la tienda de comidas había cola, y cuando me tocó el turno sólo quedaban codornices bíblicas (Nm 11,4; Ex 16,13) y un poco de pastel. Hice mi compra y enfilé el coche hacia La Olivilla, a repostar, pensando que si iba a los Luises me iba a encontrar más cola. Una empleada me dijo que no podían atenderme porque para que funcionaran las mangueras necesitaban electricidad; pero todo seguido le salió decirme que no todas las gasolineras se negaban, aunque luego dio marcha atrás. Y con ese lapsus dibujó ella el quicio de esta crónica: el sí pero no... la intriga y la confusión. Yo me quedé con el sí, y seguí mi viaje. En la siguiente gasolinera, la de San Bernardo, tampoco me atendieron, y ya no volví a parar hasta pasada la Puebla, en El Farruco. Haciendo honor a ese nombre me respondió malamente un empleado que no había servicio (olor a cuerno quemado). Y seguí viaje pensando que Dios proveería. En Talavera, hacia las cuatro, vi movimiento en una estación del otro lado de la autovía, y me dije a mí mismo que sin duda en mi sentido de marcha también habría alguna; pero no fue así, y seguí mi viaje rumiando que 'los muy desgraciados' tenían todo pensado y habrían medido el corte de suministro para no desestabilizar demasiado, y para hacer imposible sacar conclusiones de lo sucedido; en ese supuesto les daría ventaja dejar llegar a Toledo a quienes salieran de Talavera, mientras que a los pocos que fuéramos hacia el oeste nos lo pondrían difícil. Me dirigí a Coria y pasé a Portugal, pensando que si conseguía llegar a Castello Branco me sería fácil repostar. Hice el viaje como el que va al destierro, pero no iba solo: una naturaleza espléndida me acompañó durante todo el trayecto, como presencia innegable de mi Creador; y en su amoroso designio me abandoné. Me desentendí del ordenador de a bordo, que me amenazaba continuamente con quedar tirado en la cuneta con lo puesto. Pero Dios es siempre más, y cuando el aparato marcaba “0 kms de autonomía”, llegué a la ciudad. Aparqué en batería en la primera rotonda que topé, y me apeé para serenarme un poco. Eran las siete, hora local. En la ciudad, de unos cincuenta mil habitantes, no se veía alteración, y la tarde era apacible. Caminé un poco, confundido pero contento de respirar aire fresco, y me senté en un banco un poco apartado, propicio para hablar con Dios. Invoqué al Espíritu Santo pidiéndole que dirigiera mis pasos, y me levantó el ánimo. 
Al poco de salir de Toledo me habían fallado de pronto el manos libres y el cargador del coche; y el móvil empezó también a darme fallos, y ya no me permitió hacer llamadas ni mandar mensajes. En cierto momento decidí apagarlo para reservar el diez por ciento de batería que le quedaba, y anoté en mi mente un problema a resolver. Entonces, mientras desandaba los doscientos metros que me separaban del coche tuve una idea: aquella tienda de fotos que había visto en la rotonda, que tenía en la puerta un generador haciendo ruido, podía ser la solución momentánea a mi problema de incomunicación. Y entré a pedirles el favor de que me dieran un poco de energía para el móvil; repartidos por el local, un hombre adulto, un joven, y tres mujeres, miraban ansiosos sus móviles y ordenadores; el mayor se dirigió a mí con aire incómodo, y le expliqué; él dio órdenes para que se me atendiera, al tiempo que me decía que el asunto había tenido su origen en España; y todos se tranquilizaron cuando le di la razón de lo mal que estaba nuestro país. Estuve un rato de pie mientras ellos seguían a lo suyo, intercambiándose noticias de vez en cuando, y obedeciendo las órdenes del jefe. En sus diálogos en portugués les oí mencionar Almaraz; y en cierto momento me dijo el señor que dos nucleares españolas habían parado por la imposibilidad de enfriar los reactores; me dijo también que en la ciudad de Abrantes, también de cincuenta mil habitantes, sí que había luz. 
El día del apagón, en muchos otros negocios había también generadores, pero no los utilizaron. En las gasolineras, por ejemplo, obligadas a disponer de ese equipo, la mayoría cerraron... Por política, obviamente, porque, reducidos al mínimo los autónomos, todos los demás negocios tienen ya servidumbres; porque, a diferencia del orden justo, que crece por el amor, la ley del más fuerte se hace sitio por la violencia. (El pueblo de Dios está en el mundo pero no pertenece a él; cada uno de sus miembros pone lo que puede al servicio de sus hermanos, con todo el amor de que es capaz. En el hotel de Fátima donde me alojé, por ejemplo, rige una especie de economía del cielo -"atesorad los bienes de arriba"- y siembran con su trabajo semillas de esperanza en la Tierra. Allí duró el corte de luz un minuto, porque inmediatamente entró a funcionar el generador; y ofrecen una calidad de cuatro estrellas en comidas, servicios y personal, por sesenta euros la noche). 
Al mundo desconsolado, a quien convenía alegrar con el anuncio de la Resurrección -el big-bang definitivo, la explosión de luz que lo renueva todo- se le ha dado el cambiazo el lunes 28; en vez de la Divina Misericordia Pascual, un oscuro presagio de desgracias le ha encogido el corazón. En la cola para coger comida una mujer comentaba: "Hice mal en no tomar en serio lo del kit de supervivencia"; y el dueño del local temía venderlo todo y dejar a su familia sin comer... 
Sin duda, este apagón dejó una huella en nuestro ánimo, una amenaza de privaciones, ansiedad por la impotencia frente a un desconocido enemigo... pérdidas espirituales, hachazos a la esperanza, pero también mayor vulnerabilidad jurídica y económica.
Los hermanos portugueses comprendieron muy bien que yo me dirigiera a Fátima -ellos no iban a faltar a su cita del 13 de mayo- y fueron muy amables conmigo; en cierto momento salieron los dos varones, invitándome a ocupar uno de sus sitios, y una de las mujeres me trajo un botellín de agua fresca. En éstas llegó un joven y pasó a la trastienda, saliendo al poco con una garrafa en la mano; comprendí al instante que el generador necesitaba combustible y le pregunté si había algún sitio para comprar gasóleo; rápidamente me dijo que sí, aunque sólo veinte euros de cada vez, y de tipo industrial; me advirrtió también que la cola era muy larga, y me dejó que le siguiera con mi coche. Esperamos media hora para repostar, pero con eso tenía suficiente para llegar a Fátima. Sucedió que me equivoqué al tomar la salida y volví a entrar en la ciudad, y al poco, al doblar una esquina, me topé con otra gasolinera en que daban servicio, sin restricciones, salvo la de abonar en efectivo, y sin cola, de modo que llené sin problemas. A mitad de camino, en el centro geográfico de Portugal, está Abrantes, y acercándome la vi de lejos, iluminada. 

                                                           

Eran aproximadamente las diez cuando llegué a un área de servicio de su entorno. Reposté de nuevo y cené. En la tele alternaban las imágenes de su primer ministro con la de Sánchez, extendiéndose más en la gravedad de la situación de España, y haciéndose ellos las víctimas: "La vuelta a la normalidad llegará antes a España que a Portugal (insistían en derivar el malestar portugués sobre 'esos desgraciados españoles')". Le oí decir a Sánchez -el muy ladino- que, sobre todo, evitáramos los desplazamientos (sin confesar que nadie nos iba a vender gasoil); tal parecía que estaba ensayando para volver a encerrarnos, y es evidente que está obsesionado con que no hablemos de su gobierno tiránico. La señora del bar me aseguró que allí sólo habían estado unas cuatro horas sin luz. 
El apagón nos acercó otro poco al futuro de terror que nos espera; pero, además, y no menos importante que el prepararnos para un segundo encierro, este truco servía al gobierno para librarse de la presión que pesaba sobre él: Sánchez, que el día 27 estaba en la picota de nuevo, ahora salía en la tele agrandando su imagen, porque ya se sabe que no importa tanto que hablen bien o mal de uno como que no dejen de hacerlo. 

Aquel domingo 27, por enésima vez, la Prensa-seria, que es Prensa-feria, lanzaba bolazos contra el fantoSánchez, aunque evitando, eso sí, como siempre, derribarle; y le concedía seguir oprimiéndonos hasta el final de la legislatura, por lo menos.

De modo que el lunes negro no sólo nos asestaron un golpe bajo, sino que se quitaron de encima la presión sobre el gobierno. Jugada retorcida donde las haya, desde luego, y en modo alguno debida a la ineptitud de Sánchez, como ha dicho mi admirado De Prada; no, eso no; hay que decir, con mucha claridad, que fue su perverso entendimiento el que nos dejó a oscuras, y no su desgobierno. 
La misma mala cabeza que le hizo estar pronto a seguir las indicaciones del 'mando único' de no ir al funeral del Papa. Porque ahora podrá mostrar arrogantemente su (falsa) oposición a Trump, contentando mucho a su clientela, y seguir así devastando España con la macabra representación de lucha política que nos está asfixiando. Engaño, por cierto, que acá y acullá va avanzando en su objetivo último de trastocar la gran esperanza cristiana por la chata esperanza de personas endiosadas; de hacer que Jesús, lumen gentium, sea relegado a las sombras por hombres sin luz. 
Pero ¡qué densa es la tiniebla allí donde falta Dios! y qué abismo de maldad encubren las sombras. ¿Cómo puede pensar alguien que la exhibición de Trump en el templo -hombre rico entre los hombres pero mísero ante Dios- pueda ser un milagro debido al difunto Papa? Hace falta estar ciego y tener el corazón embotado para dar esa interpretación. ¿Se necesitan todavía más signos para entender qué es lo que está pasando? Pues 'no se nos van a dar más signos que los ya dados': un Dios abajado, entregado a la muerte por nuestra rebeldía, y resucitado. Y dichoso el que crea sin haber visto, porque lo que nos ha dicho el Señor se cumplirá. 
Sucederá entonces (en ese siglo apocalíptico que Thiel cree poder conocer), a la hora y el día señalados, que "Los reyes de la tierra, los magnates, los generales, los ricos, los potentes y todo hombre, esclavo o libre, se esconderán en las cuevas y entre las rocas de los montes, diciendo a los montes y a las rocas: 'Caed sobre nosotros y ocultadnos de la vista del que está sentado en el trono y de la cólera del Cordero, porque ha llegado el gran día de su cólera y ¿quién podrá resistirle?'" (Ap 6, 11)
Pero los que perseveren hasta el final se salvarán... los que recen sin desmayo para alcanzar la paz, porque sólo en Dios se encuentra. Y tal y como dice el salmo: 'Fui joven, ya soy viejo, nunca vi al justo abandonado, ni a su linaje mendigando el pan.' (Sal 37)
¡Feliz Pascua de Resurrección! 
  
 

Comentarios