IA: INTELIGENCIA AUTORIZADA

No puedo estar de acuerdo con quien se cree con
derecho a decidir sobre la creación de Dios.
                                    
Vi en vivo y en directo al Papa San Juan Pablo II en el año 2003, en una placita trasera del Palacio de Castelgandolfo. A pesar de ser yo por aquel entonces un recién llegado a la fe (diez años llevaba en el Camino) buscaba sobre todo en aquel breve acto una confirmación de mi pastor a mis creencias; y la tuve; bastaron unas pocas palabras para que mi corazón descansara; no recuerdo cuáles fueron, pero sí recuerdo el bien que me hicieron. 
¡Cómo me hubiera gustado poder contar aquí mis buenas impresiones sobre el Papa León XIV! Pero no puedo. Verdaderamente, me apena en lo más hondo, pues no gozo anunciando desgracias, ni me alegro con la injusticia. Yo escucho la voz del Buen Pastor, que me conoce, y la sigo; pero no puedo seguir a aquel en quien no reconozco la voz de mi Señor. 
La primera misa del Papa viene a confirmar lo que estaba cantado, que su elección fue manipulada, y gobernada por la Agenda. Y el brazo armado de ésta, la Prensa, nos da la crónica del evento que nos sirve de prueba. He aprendido, sentado en el banquillo de los acusados, que los mentirosos (y la Prensa los canaliza a todos) empiezan siempre sus discursos con una mentira. La misa, según los diarios, marca la línea del pontificado, y lo hace en la homilía. Ésta comienza así: Estoy lleno de gratitud. Es una declaración que parece lógica y sincera, y, sin embargo, no lo es. En primer lugar porque no es la gratitud el sentimiento que embargaría a un humilde servidor de la viña del Señor, cuando ésta tiene su cerca derribada, es presa del saqueo, y hozan y se la comen jabalíes y alimañas. Pero, claro, si lo que se busca con esas palabras es despejar dudas sobre la limpieza del proceso de elección, nada mejor que decir "Queridos cardenales, os estoy muy agradecido por haberme elegido". Por otro lado, su corazón no estaba lleno de gratitud cuando salió al balcón temblando y acosado por los tics nerviosos, se diría más bien que estaba lleno de inquietud.
En su segunda afirmación, cita el Papa a San Agustín como explicación de por qué está lleno de gratitud, pero no se entiende la relación con el texto citado. Lo que sí se entiende es que quisiera asociar su imagen a la del santo de Hipona, Padre de la Iglesia, para fijar como un rasgo de su papado la continuidad, o la pureza de doctrina, hecho éste al que le viene muy bien lo del refrán: "Dime de qué presumes...". 
Tercera afirmación engañosa: 'Teníamos el corazón lleno de tristeza por la muerte del Papa Francisco'. Pero no era ésa la situación de los católicos al morir el Papa; más bien, teníamos entonces graves preocupaciones por el futuro, y una de ellas era su pontificado. Tampoco es cierto que quedáramos como ovejas sin pastor, sino que llevábamos en esa situación 66 días, mientras los lobos de la Agenda babeaban en torno nuestro, asustándonos con guerras e impuestos que nos iban a dejar a su merced.  
A continuación, el papá León XIV intenta apuntalar que su pontificado fue fruto del Espíritu Santo, versionando en tono bíblico los acontecimientos en torno a su elección: "(el rebaño) de la Iglesia se había quedado sin pastor, y, entonces, gracias a Dios, que no olvida nunca a su rebaño, obtuvo uno nuevo"... que resultó ser él mismo.
Es significativa la traducción empleada en el párrafo siguiente: He sido elegido sin mérito, y vengo a ustedes "con temor y trepidación"; porque esta última expresión se traduce unánimemente al español como 'con temor y temblor', pero en este caso, usarla así sería tanto como mentar la soga en casa del ahorcado...  
Este primer sermón del Papa contiene la clave de lo que va a ser su mandato: "Ir poniendo palos en la edificación de la nueva iglesia según soplen los vientos". No hubo en sus primeras palabras desde la Cátedra de Moisés un anuncio del kerigma al mundo entero, ni confirmó al rebaño en su Credo; el nuevo Papa se dedicó a apuntalar la credibilidad de su figura puesta en entredicho, porque eso era lo que figuraba en el libreto. La Agenda cuenta con que somos flacos de memoria, y calcula que la basura informativa que nos arrojan a diario nos la debilitará aún más; y, de esa manera, y   sin sonrojo alguno, nos meten en el menú sapos gordos esperando que nos los traguemos.
A lo largo del sermón se designa a sí mismo como "un pastor capaz de custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana". Dejando aparte el eco de autobombo de esa frase, resuena en los oídos como "la importancia de guardar lo nuestro", abonando la imagen de lujo y exclusividad que muchos tienen de la Iglesia. Más bien, a nosotros se nos ha confiado la misión de preservar viva y eficaz la Palabra de la verdad que ha de salvar al mundo. Y su poco acierto al explicarlo nos hace dudar de que esa misión esté en buenas manos.
Dijo también: "Amor y unidad son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro"; pero, más que una afirmación teológica, en verdad dudosa, parece que en esta exhortación el Papa da un aviso a navegantes. Porque, por lo que yo alcanzo a comprender, la misión de Pedro no es tanto lograr la unidad de las ovejas como apacentarlas siendo imagen del verdadero pastor. Porque sólo siendo otro Cristo, que da la vida por sus ovejas, conseguirá el pastor vicario que se mantengan unidas; sólo siendo transparencia del Buen Pastor, las ovejas escucharán su voz y estarán a salvo, y encontrarán pastos, y atraerán a otras al rebaño. Intenta el Papa argumentar su afirmaci...× c 4ú0⁰ b 0jj7 con la Palabra, y dice:
“Nos lo narra ese pasaje del Evangelio que nos conduce al lago de Tiberíades, el mismo donde Jesús había comenzado la misión recibida del Padre: «pescar» a la humanidad para salvarla de las aguas del mal y de la muerte. Pasando por la orilla de ese lago, había llamado a Pedro y a los primeros discípulos a ser como Él «pescadores de hombres»; y ahora, después de la resurrección, les corresponde precisamente a ellos llevar adelante esta misión: no dejar de lanzar la red para sumergir la esperanza del Evangelio en las aguas del mundo; navegar en el mar de la vida para que todos puedan reunirse en el abrazo de Dios.”
Pero ¿qué es lo que nos narra, y cuál es el pasaje que nos conduce al lago de Tiberíades? El Papa no lo aclara. En todo acaso, por un lado, es dudosa la interpretación teológica de que la misión encomendada a Jesús por el Padre fuera "pescar" a la humanidad para salvarla de las aguas del mal y de la muerte, eso trastoca el sentido de la Historia de la Salvación: no salvó Dios a la humanidad por la 'actividad pesquera' de su Hijo, sino por su obediencia al Padre; más bien Jesús se dejó pescar por la muerte para matarla; y es crucial entender esto bien, porque no se trata de inventar nosotros artilugios de pesca, sino de hacer la voluntad del Padre, estando atentos a la voz del Hijo que nos habla en nuestra conciencia. Además, el resto de lo que dice el párrafo es muy vago: 'No dejar de lanzar la red'; 'navegar en el mar de la vida para que todos vayan a Dios'. ¿Qué es lanzar la red, o navegar en la vida?, ¿no debería un Papa decir claramente que la misión encomendada a Pedro es la realización del mandato de 'amar a los hermanos como Él nos ha amado'? Llevar a otros a Dios es caminar tras Él; amar como Él nos ha amado es vivir la vida llevando la cruz de cada día. Es cierto que a continuación dice que el ministerio de Pedro arranca de haber experimentado el amor extremo de Dios, y asume para sí mismo un ejercicio de caridad, una autoridad que es caridad de Cristo. Pero no menciona la Cruz, que es la clave. La alusión a la misión de Pedro como caridad parece más bien estar al servicio de introducir en el discurso sobre su pontificado la corrección del defecto de su predecesor de haber ejercido por encima del rebaño. 
Al respecto, y haciendo un paréntesis, escuché este fin de semana dos cosas en la misa que vienen aquí a cuento, una buena y otra mala. La buena: "Si Dios nos pide que amemos así es porque está a nuestro alcance, si no, no nos lo pediría, porque Dios es bueno"; lo cual es un razonamiento muy acertado y oportuno, porque esa nueva iglesia que están intentando hacer trata a Dios por mentiroso, al considerar imposible el poder vivir así, amar como Él nos amó. Y la cosa mala que escuché fue una plegaria eucarística distinta a las dos que han venido rezándose en los últimos sesenta años, y que me chirrió en los oídos: "Sálvanos, Salvador del mundo, que nos has liberado por tu cruz y resurrección". Porque en 'Anunciamos tu muerte y proclamamos tu Resurrección, ¡ven, Señor Jesús!', y en 'Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas", en ambas, nos dirigimos a la Eucaristía, que es Dios vivo y presente en el Altar, con la fórmula de "Señor", dejando claro que reconocemos en ese trozo de pan a Jesucristo vivo, Dios y hombre verdadero, que dio su vida por nosotros en la Cruz; y al saludarle así enunciamos el centro del misterio de nuestra fe: Un Dios con nosotros, que 'ha de volver como le hemos visto marcharse', pero ya glorioso, para juzgar al mundo. Me fricciona la tercera fórmula de plegaria eucarística porque difumina estos rasgos centrales de nuestra fe; y eso, en estos momentos, me parece muy inoportuno. En vez de reforzar la confesión de la presencia del Señor en el pan y el vino, la debilita. 
El Papa puso de manifiesto la fragilidad de su discurso desde el comienzo, y tras haber apelado al mandato del amor de Dios, da un giro inesperado y adopta el lenguaje del mundo estableciendo que su objetivo principal es lograr la unidad de una iglesia dividida. El papa vuelve a expresar un concepto erróneo e imprudente, porque no hay una iglesia dividida. Nosotros, los católicos, creemos que hay una sola Iglesia: La que sigue a Jesús con su Cruz, la cual, como siempre, está siendo cuestionada y atacada. Pero el Papa adolece de la misma confusión, la misma ambigüedad, que su predecesor. Dice que quiere unidad pero no dice claramente que sólo Jesucristo vivo tiene el poder de hacerla real en el mundo; ni una palabra sobre el Resucitado, al que trata como a un símbolo; y, por supuesto, no le asigna el papel de ser "el Único capaz de dar vida al mundo", antes bien, lo encierra en ‘un libro antiguo', y por su cuenta dice: 'Este es el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo'. En definitiva, que esa pretendida unidad de la Iglesia y del mundo la podemos y la tenemos que hacer nosotros; lo cual olvida lo más importante, que es que, sin Jesucristo, “no podemos hacer nada". Ahora volverá a ser necesario que, como con Francisco, alguien aclare lo que ‘en verdad, quiso decir León XIV'. 
Cae asimismo en contradicción el Papa al hacer suyo el Juntos de Francisco, que es trasunto del tajante 'que a nadie se le ocurra salirse de la fila'; y por si hubiera duda de que la ortodoxia del discurso es impostada, recae también en apelar a una Iglesia en salida, que en realidad es una Iglesia ensalada, donde cabe todo el mundo, independientemente de que asuma la verdad o no; ensalada que nos deja el regusto amargo, ya demasiado familiar, de esa hierba extraña de unidad que parece venirnos de serie, en el pack de la buena voluntad y sin esfuerzo alguno de nuestra parte; sin cruz. Extraña unidad, pues no tiene su origen en el arrepentimiento, ni en el amor al que cumplió por nosotros la condena que merecían nuestros pecados dejándose clavar en una cruz. 
Y al no partir el Papa para la edificación de su iglesia de nuestra condición de pecadores, que es el cimiento, deja ver su contradicción radical, pues nadie puede construir poniendo otra piedra distinta a la piedra angular, desde la que todo el edificio queda ensamblado; es obvio, pues, que las 'piedras vivas' de las que habla, no serán más que piedras mal puestas, y que al menor temblor rodarán por los suelos. Por mucha luz y fuerza del Espíritu Santo que se diga emplear, son siempre los frutos, y no la propaganda, los que manifiestan cómo es el árbol.
A este respecto convendría recordarle a Su Santidad el consejo que Von Balthasar le dio a Benedicto XVI: “No dé por supuesta la Santísima Trinidad: ¡anúnciela!". ¡Y vaya que siguió Benedicto ese consejo en su papado! En una memorable intervención suya, en 2019, el Papa Emérito Benedicto XVI escribió: “Nunca olvidaré cómo el entonces líder teólogo moral de lengua alemana, Franz Böckle, habiendo regresado a su natal Suiza tras su retiro, anunció con respecto a la Veritatis Splendor que si la encíclica determinaba que había acciones que siempre y en todas circunstancias podían clasificarse como malas, entonces él la rebatiría con todos los recursos a su disposición.
Fue Dios, el Misericordioso, quien evitó que pusiera en práctica su resolución ya que Böckle murió el 8 de julio de 1991. La encíclica fue publicada el 6 de agosto de 1993 y efectivamente incluía la determinación de que había acciones que nunca pueden ser buenas.
El Papa era totalmente consciente de la importancia de esta decisión en ese momento y para esta parte del texto consultó nuevamente a los mejores especialistas que no tomaron parte en la edición de la encíclica. Él sabía que no debía dejar duda sobre el hecho de que la moralidad de balancear los bienes debe tener siempre un límite. Hay bienes que nunca están sujetos a concesiones.
Hay valores que nunca deben ser abandonados por un valor mayor, que están por encima incluso de la preservación de la vida física. Existe el martirio. Dios es más, incluida la sobrevivencia física. Una vida comprada por la negación de Dios, una vida que se base en una mentira final, no es vida.
El martirio es la categoría básica de la existencia cristiana. El hecho de que ya no sea moralmente necesario en la teoría que defiende Böckle y muchos otros demuestra que la misma esencia del cristianismo está en juego aquí.
En la teología moral, sin embargo, otra pregunta se había vuelto apremiante: había ganado amplia aceptación la hipótesis de que el magisterio de la Iglesia debe tener competencia final (“infalibilidad”) solo en materias concernientes a la fe, y los asuntos sobre la moralidad no deben caer en el rango de las decisiones infalibles del magisterio de la Iglesia. Hay probablemente algo de cierto en esta hipótesis que garantiza un mayor debate, pero hay un mínimo conjunto de cuestiones morales que están indisolublemente relacionadas al principio fundacional de la fe y que tiene que ser defendido si no se quiere que la fe sea reducida a una teoría y no se le reconozca en su clamor por la vida concreta.
Todo esto permite ver cuán fundamentalmente se cuestiona la autoridad de la Iglesia en asuntos de moralidad. Los que niegan a la Iglesia una competencia en la enseñanza final en esta área la obligan a permanecer en silencio precisamente allí donde el límite entre la verdad y la mentira está en juego.” (fin de la cita)
Al hablar de un modo tan general como el que hemos visto, sin aterrizar y sin mojarse, el Papa León XIV está implícitamente aceptando ese silencio impuesto a la Iglesia en este tiempo crucial en el que el límite entre la verdad y la mentira está en juego. 
Que otros fíen su fuerza a las palabras, que nosotros, la Iglesia católica que camina con su cruz en pos de Cristo, seguiremos atentos a Su voz que nos conduce hacia fuentes de aguas tranquilas… y aunque caminemos por cañadas oscuras, no temeremos…

Junto a la tétrica irrupción en nuestro descanso que hizo ayer Sánchez, en las noticias, alborotando al país con unas declaraciones que acusaban a Israel de genocidio, hubo también una presencia destacada de noticias de género. Últimamente vuelve a estar el panorama agitado con esa mala hierba, y hoy mismo, en la prensa dominical viene un extenso reportaje acerca de la situación sociológica de la mujer en la lucha por sus reivindicaciones. Es un artículo de ésos que empastan a tres o cuatro expertos y van pasando la bola, de lo que dijo uno a lo que dijo otro, para marearnos y  hacernos creer que aquello de lo que hablan es la repanocha; y cuando recurren a este tipo de textos podemos tener la certeza de que nos están intentando engañar, y que la lectura de ese artículo no nos va a dejar más que mareo y confusión (porque la Prensa actual es, en realidad, la cárcel de la verdad). El hecho de que en ningún momento de estas últimas dos décadas haya perdido vigencia la propaganda anti-varones; y que haya suscitado el acuerdo político más inquebrantable de ese período parte del hecho de que la cuña del género es el ariete principal para acabar con la civilización cristiana, porque precisamente tiene ésta su cimiento en la obra maestra de Dios al hacer al hombre varón y mujer; y tan claro está esto que, cuando por la desobediencia del hombre tuvo Dios que ejecutar su plan B mediante la redención realizada por Jesucristo, ésta tomó la forma del matrimonio perfecto -entre Cristo y la Humanidad. 


       


         

 



Hasta la fecha he publicado seis libros; cada uno con su preceptiva inscripción en el Depósito Legal. En cierta ocasión visité la Biblioteca Nacional. Quería hacer unas consultas, pero desconocía el proceso. Estaba hablando con la ujier acerca de mis intenciones, y recibiendo información general, cuando, al cabo de unos minutos, se nos acercó un hombre vestido con bata blanca y un vaso en la mano, y en tono desenfadado le preguntó a la mujer: "Oye, perdona, ¿dónde está la famosa fuente del arco, que no la veo por ningún sitio? La Biblioteca Nacional está en un Palacio monumental, y aunque era obvio que el hombre era 'de la casa' podría no conocer aún 'la famosa fuente', por lo que la pregunta, aunque un poco rara, no era absurda. Sin embargo, la ujier pareció confundida por aquella irrupción en nuestra conversación, dudó unos instantes y mostró extrañeza a su interlocutor, aunque con respeto, como el que se dirige a un superior, mientras que el otro, con ese aire de seguridad que a veces muestran los que están por encima, parecía divertido con el enredo. Después de años de hacerme dudar de mi cordura, estoy acostumbrado a las 'casualidades que se me arriman' ; y este suceso me ponía ante una. En 153 rosas, la autobiografía que compartí por entregas en la Navidad del año 2022, los nombres propios son ficticios, y 'Fuente del Arco' aparece como mi lugar de nacimiento: "Frío y nieve. Un 20 de diciembre de 1961, en una de las humildes casas de Fuente del Arco, oscurecidas por el polvo del carbón, se habían congregado varias mujeres en una habitación.". La cosa quedó ahí, en otra incómoda casualidad con la que lidiar; en muchos casos meto toda esta 'basura casual' en una mochila que nunca miro, pero, en la mayoría de las ocasiones, la trampa se rompe y se ve la intención dañina del mensaje. En la explicación de la ujier, me habló de la posibilidad de obtener un acceso especial por ser autor; y me derivó a una sala administrativa. Después de hora y media, la funcionaria que me atendía desistió de su empeño: tenía constancia de la publicación de mis libros pero le resultaba imposible verificarla. Unas semanas más tarde recibí un correo postal de la Biblioteca con la correspondiente acreditación. Este suceso nos habla de la estricta vigilancia a la que estamos todos sometidos de manera selectiva. A este respecto, si las películas y series de policías y de espías han proliferado mucho no es casual. Haberlos, hailos, y comen y beben como nosotros, aunque, ciertamente, tienen sus rasgos especiales. El británico John Le Carré, en El Espía que Logró Salir del Frío, le  hace decir a su protagonista: "¿Qué crees tú que son los espías? ¿Crees acaso que son sacerdotes, santos o mártires? No son más que un triste hatajo de individuos fatuos, afeminados, sádicos y borrachos. Y también traidores.". Afortunadamente, algunos salen de ese frío... algunos reconocen que Dios es más, que el amor es el único sentido de la vida, y... entonces, se Lí-an la manta a la cabeza... y se salvan.


Lo que acabo de comentar guarda perfecta sintonía con un descubrimiento que hice estando de bibliotecario en la Universidad Laboral en mis horas complementarias. Tomándome en serio mi trabajo, en un momento dado descubrí algo asombroso, que ahora ya ha confirmado su oscuro presagio. En aquella biblioteca, que a la sazón tenía cuarenta años, que en su inicio había sido dotada espléndidamente, que correspondía a un período en que las fuentes bibliográficas eran de altísima consideración social, que recibió muchas e importantes donaciones, y que siguió creciendo en la época democrática en la que la educación recibía ingentes recursos y fondos bibliográficos espléndidos, y por la que pasaron docentes ilustres y catedráticos eminentes, en esa biblioteca, digo, descubrí, primero perplejo, y después con profunda consternación, que habían desaparecido la gran mayoría de las obras de pensamiento y de ensayo, desde los clásicos hasta el brillante pensamiento moderno: nada, absolutamente nada; pueden creerme, aunque hoy por la noche vaya un duende y mañana parezca la Biblioteca de Alejandría. Tan cierto estaba yo de lo que estaba pasando que, una vez que nos íbamos de vacaciones cortas, tomé fotos de unas cuantas estanterías para comprobar a la vuelta si faltaba algún libro (hice muchas más, pero los duendes de la nube se encargaron de borrar la mayoría y de emborronar el resto... Tal cual... Así son los espías)


     

En los ocho años que duró la rehabilitación de mi casa natal en Asturias, visitaba con frecuencia un hiper-mercadillo de RETO. En aquella nave del polígono de Silvota había de todo, y merqué excelentes bienes por muy poco dinero. Cuando ya el hardware de la casa iba estando completo, yo, que ya tenía costumbre de visitar aquel sitio, dedicaba más tiempo a mirar otras cosas. Tenían una zona muy considerable con altas estanterías repletas de libros, de modo que una tarde, picado en la curiosidad por la experiencia que antes he contado, me dediqué a rastrear obras de pensamiento, y, en aquella montaña de libros ¡no encontré ninguno! No sé en qué momento, ni por qué medio, ni quiénes fueron los agentes encargados de aquella limpieza, pero no me cabe duda de que mi hallazgo obedecía a una razón política.
Poco después tuve una experiencia similar cuando buscaba una obra concreta en la Biblioteca Regional. Quedé pasmado cuando para obtener una obra que en los 90 yo mismo hubiera cogido de la estantería, la empleada tuviera que hacer varias gestiones y finalmente ir a buscarla a un lugar custodiado con llave. En suma, si atamos cabos, y unimos a lo anterior el curso político de los acontecimientos de las dos últimas décadas, y los grandes incendios de grandes bibliotecas de ese mismo período, tenemos el comienzo de un pensamiento lógico que nos conduce a la sospecha de una acción planificada por el gobierno, y destinada a privar del conocimiento a la población general.
 La semana pasada me pidió mi hija que le echara una mano con un trabajo escolar que consistía en una pequeña investigación a través de Internet. Al hacerlo, me topé con lo que no me esperaba: una  reducción radical de los contenidos facilitados por el buscador. Acostumbrado durante estos últimos veinte años a la facilidad para obtener datos de cualquier temática en la red, quedé impactado. Al meter un tópico, frase o tema en el buscador, lo que uno obtiene es una vista del asunto generada por lo que ellos llaman inteligencia artificial, sin referencia a autores concretos. Aparte de eso, la búsqueda ofrece una lista de resultados exigua, y sin autores originales, tan sólo una serie de páginas genéricas estereotipadas, tales como Youtube u otras. En ellas aparecen menciones tangenciales al tema de la búsqueda,  y para de contar. Perplejo, e incapaz de obtener información sobre el tema de estudio, consulté con la red si todo aquello de antes había desaparecido, y me encontré con que otras personas habían hecho antes la misma pregunta que yo. Como respuesta se nos remitía a hacer la búsqueda incluyendo lo que se pudiera encontrar en la web, es decir, el equivalente a lo que se hacía antes. Sin embargo, al seguir ese procedimiento, observé que en ningún caso esa opción arrojaba los resultados esperados. Aquello de 'Hemos encontrado 120000 resultados en en 0,2 segundos había pasado a la historia'. Ahora los resultados están muy acotados, se abarcan perfectamente, y son reiterativos en muchas ocasiones. Es decir, para pasmo de los bien pensantes, y ante nuestros ojos, y sin que pase nada, nos han trasladado, con el cuento del tan cacareado peligro de la Inteligencia Artificial, que nadie sabía en qué consistía, nos han mudado, digo, a la época medieval, en la que sólo una élite tenía acceso a la información de los códices. La IA ha resultado ser una forma artera de confiscar la verdad, una forma rastrera de impedir que la población general acceda a la información y a la cultura; por eso, a partir de ahora deberíamos traducir la IA como la Inteligencia Autorizada; no existe ningún conocimiento en el mundo fuera de lo que ella autorice. 
Conclusión: A las nuevas generaciones, esclavizadas por el dueño de la red, les será imposible, aunque quisieran, reconstruir su pasado. Se encontrarán flotando en el espacio sin saber de dónde vienen, ni a dónde van, ni qué sentido tienen sus vidas, que quedarán miserablemente atadas a la inmanencia de la existencia material. Las nuevas generaciones quedarán obligadas a vivir sin memoria, sin voluntad, sin entendimiento, y dependientes de las necesidades básicas, las cuales les serán satisfechas según el protocolo que el dueño establezca. Un horror, ciertamente, pero, si Dios no lo remedia, este es el futuro que les espera a los jóvenes. Entremedias, los dueños jugarán a ser dioses y a crear seres 'como nosotros' en el laboratorio.


A esto se refería Benedicto XVI cuando decía que negar la autoridad de la Iglesia en la determinación moral de las acciones era en este momento un peligro gravísimo para la Humanidad, y "Los que niegan a la Iglesia una competencia en la enseñanza final en esta área la obligan a permanecer en silencio precisamente allí donde el límite entre la verdad y la mentira está en juego.".
Ciertamente la Iglesia tiene que levantar bien alto la voz en estos tiempos de oscuridad, y debe hacerlo porque el tesoro que custodia no es para ella sino para la salvación del mundo y bien de nuestras almas. Un depósito que ha ido aumentando, incorporando el saber humano, y enriqueciéndolo con la verdad que ilumina a todo hombre, la cual es la única noticia que no envejece, y la única capaz de salvar a la humanidad. El obispo santo Máximo de Turín, lo resumía para nosotros, en la liturgia de ayer domingo, de esta excelente manera:
"La resurrección de Cristo destruye el poder del abismo, los recién bautizados renuevan la tierra, el Espíritu Santo abre las puertas del cielo. Porque el abismo, al ver sus puertas destruidas, devuelve los muertos, la tierra, renovada, germina resucitados, y el cielo, abierto, acoge a los que ascienden.
El ladrón es admitido en el paraíso, los cuerpos de los santos entran en la ciudad santa y los muertos vuelven a tener su morada entre los vivos. Así, como si la resurrección de Cristo fuera germinando en el mundo, todos los elementos de la creación se ven arrebatados a lo alto. El abismo devuelve sus cautivos, la tierra envía al cielo a los que estaban sepultados en su seno, y el cielo presenta al Señor a los que han subido desde la tierra: así, con un solo y único acto, la pasión del Salvador nos extrae del abismo, nos eleva por encima de lo terreno y nos coloca en lo más alto de los cielos.
La resurrección de Cristo es vida para los difuntos, perdón para los pecadores, gloria para los santos. Por esto el salmista invita a toda la creación a celebrar la resurrección de Cristo, al decir que hay que alegrarse y llenarse de gozo en este día en que actuó el Señor.
La luz de Cristo es día sin noche, día sin ocaso. Escucha al Apóstol que nos dice que este día es el mismo Cristo: La noche está avanzando, el día se echa encima. 'La noche está avanzando', dice, porque no volverá más. Entiéndelo bien: una vez que ha amanecido la luz de Cristo, huyen las tinieblas del diablo y desaparece la negrura del pecado porque el resplandor de Cristo destruye la tenebrosidad de las culpas pasadas.
Porque Cristo es aquel Día a quien el Día, su Padre, comunica el íntimo ser de la divinidad. Él es aquel Día, que dice por boca de Salomón: Yo hice nacer en el cielo una luz inextinguible.
Así como no hay noche que siga al día celeste, del mismo modo las tinieblas del pecado no pueden seguir la santidad de Cristo. El día celeste resplandece, brilla, fulgura sin cesar y no hay oscuridad que pueda con él... La luz de Cristo luce, ilumina, destella continuamente y las tinieblas del pecado no pueden recibirla: por ello dice el evangelista Juan: La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Por ello, hermanos, hemos de alegrarnos en este día santo. Que nadie se sustraiga del gozo común a causa de la conciencia de sus pecados, que nadie deje de participar en la oración del pueblo de Dios, a causa del peso de sus faltas. Que nadie, por pecador que se sienta, deje de esperar el perdón en un día tan santo. Porque, si el ladrón obtuvo el paraíso, ¿cómo no va a obtener el perdón el cristiano?"
Y, al terminar las lecturas, el que dirige la oración eleva en nombre de todos esta plegaria al cielo: 
"Señor, tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos, míranos siempre con amor de padre y haz que cuantos creemos en Cristo, tu Hijo, alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo."
Hay, pues, sólo una condición para alcanzar la libertad verdadera y la vida eterna sin pena: 'Creer en Jesucristo, Hijo Único del Padre Dios', y pedirlo. Los que no ruegan, los a-rrogantes, no conocerán la libertad ni la dicha verdadera. Que Dios les perdone y les haga ver su rostro. Amén.  


























Comentarios